Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El resto de los muchachos subieron al barco sin mayores problemas después de que el escribano del señor anotase sus datos personales. Los muelles bullían de actividad, y en los barcos colindantes se podían ver también cómo otros candidatos iban tomando asiento en los respectivos bancos de popa. Akame lanzó un vistazo al barco que estaba justo al lado del suyo, el sexto en orden, y creyó ver un total de siete tripulantes —sin contar los marineros que gobernaban la embarcación—.
Akame sintió un crujido cuando Datsue tomó asiento a su lado, y luego Kaido al lado de él. El Kusareño, por su parte, se había quedado un tanto despegado de ellos, junto a uno de los mástiles del barco.
—¡Caza gavias! ¡Iza la bandera del señor!
El timonel, un tipo alto y escuálido al que le faltaba una oreja, gritaba órdenes hasta desgañitarse desde el castillo de popa. Los cuatro marineros que estaban aparejando el navío se movían raudos por cubierta, tirando de una cuerda, afianzando aquella otra... «Más parecen monos que hombres», caviló el Uchiha.
Durante los siguientes minutos, dos candidatas más subieron al barco. La primera, una mujer vestida con un kimono de tela verde clara con motivos florales, y arreglos en su pelo negro, recogido en un moño. Por su apariencia, parecía una noble menor, o la hija de algún comerciante acaudalado. Cuando vio a los ninjas, se acercó a una distancia suficiente como para no parecer descortés y les dedicó una reverencia muy ensayada. Sus ojos marrones refulgieron con el brillo de la codicia.
—Ide Mizuki. Saludos, apuestos shinobi.
Y con las mismas, se dio media vuelta y tomó asiento en una de las bandas de la cubierta, en una silla de terciopelo que un par de voluminosos hombres subieron a bordo.
La segunda no podía ser más distinta; una mujer ya entrada en años, con el rostro surcado de arrugas y cicatrices por igual, espalda ancha y brazos recios. Vestía con ropas sencillas y protecciones de cuero —jubón, mitones y grebas—, y llevaba una espada colgando del cinturón. Llevaba el pelo rubio tan corto que le daba un aire masculino, y sus ojos eran de un color azul mate, como un bloque de hielo. Parecía una guerrera veterana.
—Togashi Yuuki —saludó, con una leve inclinación de cabeza, y luego se sentó junto a la mujer del kimono.
«Menuda bestia, debe ser una samurái por lo menos... No sabía que aceptaran mujeres», pensó el Uchiha mientras resistía la tentación de activar su Sharingan para medir el chakra de la mujer. «Ide Mizuki parece una noble, quizás Togashi Yuuki sea su guardaespaldas... No me extrañaría».
El vocerío en los barcos de alrededor empezó a subir en intensidad, y antes de que ninguno de los presentes se diera cuenta, el timonel de su propia embarcación ya había dado la orden de emprender el viaje.
—¡Levad anclas! ¡Zarpamos hacia Isla Monotonía!
Los marineros respondieron, y el barco, ágil como una cáscara de nuez, empezó a deslizarse por el agua clara del puerto. Las velas, desplegadas, se hincharon al atrapar la fuerza del viento. Con una maniobra lenta pero precisa, el timonel dio la vuelta a la embarcación y puso rumbo hacia el ancho mar.
Zarpamos. El viaje dura hasta que caiga la tarde; por lo que podemos hacerlo de varias maneras. Bien roleamos algunos turnos para socializar, hablar, preguntar a npcs, etc. o bien masterizo en el siguiente turno que ya estamos a punto de llegar. No hay prisa XD Además, recordad que el señor Soshuro ha pagado el almuerzo.
Datsue se obligó a soltar una risa, algo forzada, cuando Kaido sacó a la luz su repentino cambio de apellidos. En Los Herreros, donde habían coincidido hace no tanto tiempo, el Uchiha había asegurado apellidarse Sakamoto, más por precaución que por pura necesidad. Una pequeña precaución por si los negocios que allí planeaba hacer salían mal. El problema con las mentiras, sin embargo, es que tenían las patas muy cortas…
… pero como decir la verdad no era una opción, Datsue simplemente optó por contar otra, todavía más gorda.
—Eso, Kaido, tiene una explicación que seguramente te sorprenda —dijo, deteniéndose, a unos metros de los asientos. Dio la espalda a Akame, para evitar que su voz llegase a los indiscretos oídos de aquel Uchiha resabido, y añadió:—. Verás, estaba prometido con una Sakamoto. En Uzu, tenemos por costumbre que las mujeres adopten el apellido del marido… salvo cuando éstas provienen de una familia mucho más alta en la escala social que su esposo. En ese caso es al revés… y fue mi caso —aseguró, para luego encogerse de hombros—. Por desgracia, me rompieron el corazón —se llevó una mano al pecho, mientras desviaba la mirada al suelo, alicaído—. El solo hecho de recordarlo me aflige el alma, Kaido, y preferiría no hablar más sobre el tema.
Creyendo haber zanjado el asunto, se sentó junto a Akame y permaneció en silencio por unos minutos, interpretando su desdicha. Apenas hizo un gesto con la cabeza para devolver el saludo a las mujeres, diciendo su nombre en voz baja, como sin energías.
Y así permaneció un buen rato…
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Kaido supuso que la charla de su interlocutor tenía que ser verídica, o de lo contrario, ¿por qué se pondría él mismo en una situación tan vergonzosa, siendo que los cánones de la sociedad han dictado siempre que es el hombre el que otorga su apellido a la mujer?
¿No le resultaba un poco denigrante, como si hubiese sido emasculado por aquella familia Sakamoto?
El escualo sintió pena, quizás, también por el hecho de que la hayan roto el corazón. Pero no le sorprendió la noticia, teniendo en cuenta que quien se deja dominar de esa forma tan absurda por una mujer, provenga de donde provenga, independientemente de las costumbres de sus tierras; es completamente susceptible a nimiedades de ese tipo.
No le quedó de otra que asentir, en silencio, y zanjar el tema.
Datsue pronto se movió hasta los confines de su colega, el otro Uchiha, y tomó asiento. El gyojin tuvo que hacer lo propio antes de que el barco careciera de espacio, así que buscó también su respectivo lugar y afianzó allí su azulado trasero, a fin de estar lo más cómodo posible durante el resto del viaje.
Las banderas se izaron, los tripulantes danzaron de soga en soga preparando todos los mecanismos para zarpar, y también hicieron acto de aparición dos curiosas mujeres, una mucho más femenina que la otra, presentándose ante los presentes a pesar de que nadie se lo había preguntado. Con el escrutinio y la decencia de la alta sociedad, Ide Mitsuki arrojó galante su nombre. Y así también lo hizo quien parecía ser su protectora, Togashi Yuuki, cuyos vestigios de avanzada edad y aquella enorme espada daban la certeza de que esa mujer no iba a ser, desde luego, la damisela en apuros del viaje.
La damisela en apuros sería el tal Yota, de seguro. Después de todo, era un kusareño.
Mientras el dúo de Uzushio y el niño pez habían tomado asiento yo lo que hice fue recostarme en una de las barandillas, no muy lejanos a ellos, quien sabe si alguien vendría hasta aquel lugar para dar más instrucciones. ¡No podía perdérmelas! Había una maldita herencia de un ricachón en juego.
fue entonces cuando dos mujeres subieron a bordo, presentándose. Una de ellas, Ide Mizuki, una apuesta muchacha de delicadas ropas y aspecto y la otra, bien adentrada en el arte de las batallas como así señalaba su atuendo, Togashi Yuuki.
— Buenas tardes señoritas —dije, contestando su cortés saludo mostrando únicamente una sonrisa— Tomen asiento, por favor, estoy convencido de que estos muchachos tendrán la dalicadeza de levantarse para que estén más cómodas. Parece que el viaje será largo — comenté finalmente indicando la posición de los Uchihas y Kaido.
Yo por mi parte, seguía recostado en la barandilla, escuchando la señal de uno de los tripulantes el cual anunciaba que el barco estaba a punto de zarpar.
Ide Mizuki, la noble, respondió al amable saludo de Yota con una leve reverencia y levantándose ligeramente las faldas del kimono. Su guardaespaldas, Yuuki, se limitó a asentir con tosquedad. Parecía claro que ninguna de las dos se había tomado en serio las palabras del kusareño, que instaba a sus compañeros de profesión a cederles el asiento; y tan pronto subieron al barco, se acomodaron en su propio espacio.
Datsue, mientras tanto, contaba otra de sus elaboradas —no por ello menos falsas— historietas mientras Akame asentía con indiferencia y soltaba una carcajada de tanto en tanto, cuando la representación de su camarada se volvía demasiado melodramática. No esperaba que Kaido le creyese de todos modos.
Y, así, fueron dejando atrás las costas de Uzu no Kuni, hasta que el inmenso embarcadero de La Capital no fue más que una línea difusa y lejana en el horizonte.
—
El barco siguió su travesía por el ancho mar hacia Isla Monotonía. A medio día dos de los marineros colocaron un par de mesas de madera en la cubierta, algunos taburetes, y sacaron varias bandejas y ollas con guiso de verduras, pan, pescado y otros platos que, si bien no eran de una calidad desmesurada, constituían todo un lujo a bordo. Akame tomó asiento apenas vio la ocasión, pues las tripas llevaban rugiéndole desde poco después de partir, y haciendo una breve reverencia cumplió con las normas mínimas de cortesía. «Al fin y al cabo, estamos ante un miembro de la nobleza. O de dos, después de este viaje. Quién sabe lo que podría suceder».
—Buen provecho —anunció el Uchiha antes de lanzarse a por una bandeja que tenía muslos de pollo asados.
Tomó uno con la diestra, un mendrugo de pan con la siniestra, y deseó tener un tercer brazo para rellenarse una buena jarra de té. En lugar de ello, decidió entablar conversación con el kusareño; a fin de cuentas, era el primero de su especie que conocía. Quién sabe las historias que podría llegar a contarle.
—Y dime, Sasagani-san, ¿cómo es vivir en Kusa? He oído que construís vuestras casas sobre los árboles y que usáis los nidos de las aves como retrete.
Pese a que Yota pudiera tomárselo a broma, lo cierto era que la anécdota se la había contado a Akame un tipo en Tanzaku, que había asegurado tener una panadería en la Villa Oculta entre la Hierba. A falta de una mejor referencia, el Uchiha lo había tomado por verdad... Y ahora quería esclarecer el asunto.
El barco empezó a moverse en cuanto las muchachas hicieron caso omiso a mi recomendación y tomaron asiento. Yo por mi parte seguía en la barandilla, observando como el puerto cada vez se hacia más pequeño a medida que nos íbamos adentrando en el océano que bañaba las costas del Remolino.
Iban pasando las horas y cuando el sol se encontraba en su punto más alto, elevando la temperatura de nuestra piel algunos miembros de la tripulación empezaron a movilizarse, adecuando una mesa grande con todo tipo de ollas y cazuelas con distintos manjares que, dicho sea de paso, con el hambre que tenía me parecían de lo más exquisitos. Creo que no tendría problemas en comer incluso piedras. Así lo manifestaba mi estomago con algún que otro leve rugido.
Y por lo visto Uchiha también daba gracias a los dioses, pues no tardó en levantar su trasero y acercarse a la mesa. Es más, cuando yo hice lo propia ya iba armado con un muslo de pollo y un pedazo de pan.
— Buen provecho — dije al unísono con el ninja del Remolino.
Examiné rápidamente lo que teníamos en frente. Pescado... Aquello había que evitarlo de todas todas. Incluso prefería aquellos muslos que, por cierto no tenían mal aspecto. Verduras de distintas tonalidades que tampoco eran santas de mi devoción pero sin duda mejor opción que lo primero. Pero a mi me interesaba más la carne así que empezaría degustando un poco de conejo. Mi mano se movió y tomé una pata bañada en verduritas guisadas que no tenía mal aspecto en absoluto.
—Y dime, Sasagani-san, ¿cómo es vivir en Kusa? He oído que construís vuestras casas sobre los árboles y que usáis los nidos de las aves como retrete.
Como acto reflejo tuvo que escupir el pedazo de conejo que tenía en la boca — el cual voló hasta los morros del Uchiha — era eso o ahogarme en mis propias carcajadas con guarnición de conejo y verduras.
— Vaya, qué gracioso es usted, señor Uchiha. Por cierto, ¿Lo de nuestro canibalismo no te lo han contado? Deberías saber acerca de ello ya que estás en frente de uno y debo advertirte que es costoso saciar mi refinado estomago
Y así transcurrió el viaje, sin ningún aparente contratiempo. Sin mareas de tormenta que pusieran en peligro a las buenas condiciones de los barcos que navegaban a toda marcha hacia la Isla Monotonía. Kaido se mantuvo perplejo disfrutando de la maravillosa vista, preguntándose que tan vasto y amplio era el mar abierto y qué tantos secretos ocultaba él en sus profundidades. Le interesaba aquello, claro, porque aparentemente era el único de sumergirse en las aguas y vivir en ellas sin la necesidad de volver a la superficie.
Tenía una ventaja que, algún día, le serviría de mucho. O eso esperaba.
No obstante, sus ensoñaciones fueron interrumpidas por la llegada de las mesas y la respectiva comida. Kaido tomó asiento, asintió con poca gana ante el buen provecho de sus compañeros y tomó el primer muslo de pollo que tuviese más acerca, arrimándose también algún bol de patatas, y alguna bebida. Finalmente, comenzó a devorar.
Pero como si no hubiesen sido suficientes ya los rumores acerca de los Kusareños, Akame sintió la necesidad de volver a indagar en los misticismo de los supuestos shinobi de la Hierba, quienes se antojaban primitivos ante los ojos del extranjero. Y por la cara del Uchiha, estaba claro que lo hubo preguntado en serio, realmente creía que la gente de Yota cagaba en nidos de pájaro.
El gyojin rió, fuerte, pero lo hizo aún más cuando vio volar un pedazo masticado y ensalivado de conejo desde la boca del tal Yota hasta el perplejo rostro del Uchiha.
Y como si se tratase de un concurso de adivinanzas, Kaido alzó la mano, aún con comida entre los filosos dientes, y soltó la suya.
—Yo oí que usabais taparrabos como los indios, y que danzabais noche a noche alrededor de una fogata al primitivo grito de "unga unga".
—Ah, a esto lo llamo yo tratar bien a los invitados —se pasó la lengua por los labios, mientras se le hacía la boca agua por la comida que habían servido en una improvisada mesa.
Pronto se dio cuenta que no era nada del otro mundo, precisamente, pero llevaban horas en aquel barco y al Uchiha apenas le había dado tiempo a desayunar. Un olor inconfundible a sardinas inundó su olfato, y Datsue supo, ya antes incluso de compararlo con el resto de platos, cuál iba a ser su elección.
Se sentó en un extremo, a la derecha de todos, y su mirada se desvió hacia Kaido… Luego miró a las sardinas, y después otra vez a Kaido… Carraspeó.
—No es nada personal, compañero —murmuró, antes de lanzarse a por las sardinas.
Estaban recién salidas de la cocina, y quemaban al tacto. El Uchiha soltó un par en su plato y otro encima de un trozo de pan que había cogido, y que ahora mantenía en su zurda, mientras escuchaba como surgía una conversación entre los tres shinobis.
Pero no les prestó atención. Uchiha Datsue había venido a hacerse rico, y no tenía tiempo para distraerse con chistes o conversaciones banales. Con la sardina y el pan todavía en su mano, enfriando, localizó con la mirada a la noble y arrastró su silla para acercarse un poco.
—Disculpe a mis compañeros de oficio —dijo, justo cuando alguien acababa de escupir algo por la boca—. Son buenos shinobis, eficientes y trabajadores, pero han visto poco mundo, y no saben comportarse ante una dama como vos —hizo una sutil reverencia con la cabeza, mientras una sonrisa asomaba en sus labios—. Sino es mucho atrevimiento preguntar... ¿Viene usted también atraída por el anuncio de Soshuro, Ide-sama?
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El kusareño se tomó todo a las bravas, como parecía que era su estilo. Lejos de ofender, Akame sólo iba en busca de la verdad, pero el llamado Sasagani Yota no estaba dispuesto a entregársela sin más. El chico estalló en carcajadas y varios pedazos de comida salieron despedidos desde dentro de su boca —de forma asquerosa— como fragmentos de metralla. Uno de ellos alcanzó a Akame en la cara, que se apresuró a limpiárselo con el dorso de la mano.
—Deberías tener más cuidado al comer, Yota-san —le espetó, aun sin perder ni un ápice la calma—. Aunque bueno, ahora que mencionas lo del canibalismo, entiendo que cuando uno se entrega a tan... extraños placeres, debe ser difícil no cruzar varias líneas rojas.
Sea como fuere, Kaido decidió —fiel a su estilo— unirse a la refriega. «Nunca he oído tal cosa... Creo que este Tiburón sólo pretende echar más leña al fuego, será mejor que calme el ambiente». Dicho lo cual, el Uchiha se dispuso a contarles una divertida anécdota sobre un carpintero de Yamiria, una mula y varios dientes rotos de una coz.
—... así que eso fue lo que pasó. Por lo que oí después, el tipo perdió gran parte de la dentadura y ahora debe vivir a base de té y pasta de hierbas —remató, jocosamente cruel—. Por cierto, Kaido-kun, Yota-san... ¿Qué me decís del Examen de Chuunin? ¿Veré vuestras mustias caras por allí?
Por su parte, Datsue optó por entablar conversación con las dos mujeres. Ide Mizuki respondió al comentario y la reverencia del Uchiha con una sonrisa cordial y ensayada, de esas que ponía a los pomposos pretendientes, hijos de otros nobles, que se le ofrecían de vez en cuando.
—¿Por qué no me decís primero vuestro nombre, shinobi-san? —replicó con voz dulce la chica—. No es atrevido preguntar por los motivos que llevan a una dama a embarcarse en un viaje, pero sí hacerlo sin ofrecerle primero un nombre por el que reconoceros.
—Oh, disculpe mi torpeza —respondió, haciendo una nueva reverencia con la cabeza—. Soy Uchiha Datsue, aunque muchos me conocen como Datsue el Intrépido, y otros tantos como Datsue el Bardo. —También le llamaban, o gritaban, en según que casos, Datsue el Mentiroso o Datsue el Cobarde. Pero el Uchiha consideró que aburriría a la dama con tantos apodos si se los enumeraba todos—. Mi oficio es el de shinobi, más mi corazón pertenece y pertenecerá siempre a la música —se llevó una mano al corazón.
»Esa es una de las razones por las que me encuentro aquí —aseguró—. Para encontrar la inspiración.... A mi musa —añadió, con voz queda, mientras mantenía sus orbes fijos en los de ella.
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Cuando vi lo que acababa de hacer sentí la absoluta necesidad de reaccionar a tiempo. akame se estaba limpiando la cara de los trozos de conejo desperdigados por su rostro a causa de su propio comentario, bajo el cual no pude contener mi risa y a consecuencia... Pues pasó lo inevitable.
— Hostias... Lo siento tio pero es que no pude evitarlo al oír lo que dijiste de los de mi aldea
De hecho parecía que incluso se había tragado lo del canibalismo, ¿En serio no había captado la indirecta? Menudo ceporro.
— A ver, ¿Donde has oído esas falacias de los nidos de pájaro y las casas en los arboles? ¿No creerás que todavía vivimos en la prehistoria, no? —dije, viéndome en la imperiosa necesidad de contarle la verdad e interrumpiendo su pequeña anécdota — Somos gente tan normal como los que vivis en Uzushiogakure o en Amegakure. supongo que cada uno tendrá sus manías, pero tenemos casas normales y los arboles son pura vegetación. Te invitaría un día pero lo mismo te toman por un intruso y te traería más problemas que otra cosa. Ya sabes, para que lo vieses con tus propios ojos
El tal Kaido optó por meter un poco más de leña al fuego. Todo apuntaba a que disfrutaba con aquellos menesteres. Un tipo curioso sin duda. Reí por lo bajo al escuchar lo que dijo, ya que solo parecía querer meter cizaña y bromear, incluso liar un poco más al joven Uchiha.
Y así, la tensa calma abrazó a los presentes tras las palabras serias y conciliadoras de Akame. A pesar de su gran esfuerzo, la leña no tomó llama suficiente como para que Yota tuviera que salir de sus cabales. Por el contrario, se mantuvo sereno, conciliador e incluso tan bromistas como aquellos que continuaban soltando cualquier cantidad de perjuras sinsentido acerca de su aldea.
Sin embargo, fuera por el fraternal almuerzo que la tripulación les había preparado, o el maravilloso paisaje que les rodeaba, aquello continuó siendo un compartir entre colegas de profesión. Akame contó una extraña historia, Datsue como era de costumbre actuó a su bola e intentó comenzar a relacionarse con la elegante dama, quien ajena a los otros shinobi, preguntó primero por su nombre.
Dejando al intrépido Uchiha en su ligue, Kaido no tuvo de otra que responder a la interrogante del más serio de los herederos de la voluntad de Hazama.
—Claro que sí, Akame-san, claro que sí. ¿O concibes que un evento de tal importancia y magnitud se lleve a cabo sin la presencia de una de las grandes estrellas en ciernes de Amegakure? —sonrió, orgulloso— imposible que no participe, o en su defecto, que os patee el culo en todos los aspectos del maldito examen para irme a casa con el chaleco.
Mientras los tres gennin seguían animadamente con la conversación —que ahora parecía dirigirse por otros derroteros menos conflictivos—, Datsue trataba de trajinar a la noble Ide bajo la mirada ruda y desconfiada de su robusta guardaespaldas. Mizuki esbozó una sonrisa y soltó una risilla tímida, tan dulce y frágil como parecía propio de una muchacha tan exquisita.
—Debe ser difícil compaginar ambas —replicó, con un ligero toque de mordacidad—. ¿Sacáis tiempo para practicar entre degüello y degüello?
La mujer hacía gala de unos modales escepcionales, y parecía ser capaz de controlar hasta la más mínima arruga de su rostro para que la expresión que trasladaba no dijese ni un poco más, ni un poco menos, de lo que ella deseaba. Sus palabras volaban raudas como dagas, y sus ojos examinaban a Datsue con curiosidad.
—¿Así que la posibilidad de haceros con la fortuna de un señor y la promesa de cambiar vuestro frágil y triste destino no os resulta atractiva? —contestó Mizuki, burlona—. No estoy segura de que vayáis a encontrar mucha inspiración en una isla remota propiedad de un anciano moribundo.
Mientras los tripulantes comían, bebían y charlaban, el tiempo había corrido rápido. Se encontraban ya a medio camino de Isla Monotonía, y el cielo empezaba a oscurecerse. Negros nubarrones no tardaron en copar el paisaje, y a lo lejos se pudo ver un destello cegador, seguido de un trueno.
—¡Se avecina tormenta! —gritó el timonel desde el castillo de popa—. ¡Les sugiero a los invitados que terminen cuanto antes!
Con un rápido vistazo al negro horizonte, Akame decidió que probablemente hacer caso a aquel marinero era la opción más sensata. Apuró su bebida y se levantó, volviendo a donde antes había estado sentado. «Esas nubes dan verdadero miedo... Espero que el barco aguante»; las pequeñas dimensiones de la embarcación daban total credibilidad a sus preocupaciones.
No pasó mucho tiempo hasta Ide Mizuki y su guerrera se pusieran en pie, acomodándose en sus asientos. Dos marineros apremiaron al resto de gennin y luego recogieron la mesa en cuestión de instantes.
Media hora después, el barco ya navegaba dando bandazos como una cáscara de nuez bajo el cielo enfurecido. Llovía poco pero con gran intensidad, y el fuerte viento era capaz de derribar a cualquiera de los invitados si no se agarraba a algo. Akame aguantaba como podía en su banco, agarrado con una mano a la propia madera y con otra a la barandilla que tenía justo a la izquierda. Mientras las olas golpeaban el casco, el timonel vociferaba órdenes a sus marineros, que iban de un lado para otro.
—¡Recoged velas!
Un muchacho, algo mayor que los gennin, se apresuró a escalar por el palo mayor para tirar de las sogas que recogían el trapo. Era ágil como un mono y no tuvo mucho problema en subir... Luego bajó casi más rápido, cuando el vendaval se intensificó por momentos y le hizo resbalar. El chico perdió pie, sus manos se deslizaron por la cuerda húmeda, y cayó desde lo alto del palo mayor hasta estrellarse con la cubierta. Con un característico crac, su cabeza quedó abierta y su cuerpo inmóvil, bajo un charco de líquido carmesí que se ampliaba por momentos.
—¡Joder! —maldijo el Uchiha, y por un momento se sintió tentado de acercarse al cuerpo. El bamboleo del barco, las olas que metían agua en cubierta y el fuerte viento le disuadieron.
El resto de los muchachos estaría en una situación similar, con el navío meciéndose de un lado para otro y recibiendo el impacto de las olas. Otro de los marineros se enredó el pie con una jarcia cuando intentaba asegurarla, y al liberarse de la atadura cayó de espaldas empujado por el viento.
—¡Socorro! ¡Socorro!
Las voces del desgraciado marinero llegaron hasta los oídos de los muchachos. Estaba colgando del casco del barco, por fuera, casi lamiendo el agua. Se sujetaba con una sola mano a un cabo que estaba anudado a pocos metros de la barandilla, y que parecía a punto de soltarse de un momento a otro.
Pero no había mucho más tiempo para exámenes chunnins, costumbres propias de Kusagakure o mierdas de ese tipo. Se avecinaba tormenta, nos estaba cogiendo y pronto estaría sobre nuestras cabezas para poner la nota negativa a aquel viaje hasta Isla Monotonia.
Los tripulantes se apuraron en recoger todos los bártulos de la comida y nos aconsejaron que tomásemos asiento. Esta vez les haría caso y sustituiría la barandilla por uno de aquellos bancos, justo al lado de donde se había sentado Uchiha Akame. Sentí el sudor frío propio del miedo a diñarla. jamás me había enfrentado a esa situación pero se veía a la gente extremadamente inquieta. Uno de los marineros fue trepando por los mástiles, recogiendo las velas como si fuera un autentico mono, con una agilidad digna de ser admirada hasta que sucedió lo inevitable. Un mal movimiento y el tipo se pegó un viaje a gran velocidad contra el suelo realmente duro.
Escuché la reacción de Akame ante el accidente y luego vi el charco de sangre.
— Me cago en mi vida... Se ha muerto, joder
Pero no estábamos en disposición de poder ayudarle. La nave empezaba a moverse demasiado producto de las olas desencadenadas por el mal tiempo. Tanto fue así que otro de los marineros tras liberarse de un nudo que se había hecho con algún cabo cayó por la borda. Pidió auxilio a pleno pulmón pero nadie parecía dispuesto a moverse. Dentro de mí sentí la necesidad de hacer algo por él.
— Esto, Akame... Tendríamos que ayudar al que se ha caído por ahí. Vamos, échame una mano
15/06/2017, 20:57 (Última modificación: 15/06/2017, 20:59 por Uchiha Datsue.)
Sorry por las horas de retraso
—Debe ser difícil compaginar ambas. ¿Sacáis tiempo para practicar entre degüello y degüello?
El rostro de Datsue permaneció inmutable, con una sonrisa que obviamente ya no esbozaba como reflejo de su alma, sino como protección. Como escudo.
—En realidad, lo difícil es sacar tiempo entre salvar continuamente a personas de ser degolladas —rebatió, sin perder la sonrisa.
La conversación siguió su curso, rápida y fluida como un torrente, y la mujer preguntó si no se veía tentado por cambiar su destino frágil y triste —según ella— por uno más acomodado gracias a la fortuna del señor Soshuro.
—Por los dioses, ¡no! —exclamó, como si aquello le pareciese lo más horrible del mundo—. Mencióneme un solo artista de renombre que haya muerto felizmente arropado por colchas de plumas y el amor de su esposa. Le reto —dijo, con voz firme y segura, convencido de que no perdería la apuesta—. No hay artista antiguo que se precie cuya vida no haya acabado con trágico final.
Seguro de que la había rebatido con suficiente elegancia, se permitió sonreír para sí. Sin embargo, no tuvo tiempo a regocijarse. Los marineros dieron el aviso de tormenta, y más rápido de lo que tarda un Kusareño en gritar: ¡me rindo!, la mesa estaba recogida y él —junto al resto de pasajeros—, se mantenían en sus asientos, agarrándose a lo que podían mientras el fuerte oleaje y el viento les mecía de un lado a otro como una simple hoja en el aire.
Un marinero trató de recoger las velas, encontrando la muerte en su lugar. Datsue entrecerró los ojos mientras apartaba la vista ante el ángulo imposible que su cuello había formado. Al desviar la mirada, vio como otro marinero era arrastrado hasta el borde del barco, salvándose de caer en la trampa mortal de Susanoo al sujetarse en el último momento en la barandilla.
—¡Socorro! ¡Socorro!
El Uchiha estaba a punto de socorrerle, cuando de pronto Yota, el Kusareño, se le adelantó, ofreciéndose como voluntario y pidiendo la ayuda de Akame.
—¡Vamos, Akame, no hay tiempo que perder! —le apremió el propio Datsue, todavía agarrado a la barandilla. Hubiese ido él también, pero tres eran multitud. Lo único que conseguiría sería molestar—. Yo os cubro, ¡id sin miedo!
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