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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#46
Cuando Karma subió al segundo piso, halló un cuadro adornando la pared con una foto de familia. Ehshima a la izquierda; Ringo —mucho más pequeño—, en el centro; y un hombre con barba y cabellos negros a la derecha. Una imagen que transmitía alegría y felicidad.

Al darse la vuelta, un nuevo pasillo dividiría el segundo piso en dos, con tres puertas a cada lado. Cuando Karma investigase en la primera a la derecha, hallaría un cuarto de baño. Con su plato de ducha, su ventana con cortinas carmesíes, su lavabo y su inodoro.

En la puerta de en frente, la primera a la izquierda, daba a una habitación que parecía ser usada como trastero. En ella había armarios; una mesa de plancha; una mesa; sillas; una guitarra dentro de su funda de madera; un baúl… y demás objetos cotidianos.

Cuando probase suerte en la siguiente, halló al fin un dormitorio. Una cama con sábanas blancas, un gran ventanal que inundaba de luz el dormitorio y un armario junto con una mesilla de noche. Salvo por una lámpara que había sobre esta última, se encontraba completamente vacía.

En la siguiente, Karma halló otra habitación. Una cama con sábanas azules y el símbolo carmesí de Uzushiogakure dibujado en el centro. Pósteres de héroes de películas y videojuegos colgados en las paredes. Había una mesita de noche junto a la cama. Un armario pegado a la primera pared. Una gran ventana…

¿Sería aquella la habitación que buscaba?
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#47
Karma escudriñó la foto de familia con sumo interés. Se había percatado de la falta de una figura masculina en el hogar desde que llevaba diez minutos allí: ni presencia de ni mención a un marido, a un padre. La muchacha no quería indagar ni asumir nada, de todas maneras. No obstante, la kunoichi no esperaba toparse con el misterioso progenitor de aquella manera...

«Parecen felices. ¿Se separarían o habrá fallecido? Bueno, no es asunto mío». No podía quedarse teorizando, tenía un encargo que cumplir.

Para su hastío, el piso superior tenía más puertas que el inferior. No había otra forma de dar con el cuarto de Eshima, tenía que ir puerta por puerta y comprobarlas hasta dar con el habitáculo de la mujer.

Primero la que estaba a mano derecha: era el baño. «Esto me vendrá bien más tarde». La de enfrente: el escondite de los trastos. «Vaya, una guitarra. En cualquier caso, aquí no es».

Sus peripecias de asaltadora de puertas continuaron. Abrió otra y se encontró con una habitación, pero la falta de enseres en el cuarto despedía la sensación de que no lo usaba nadie de forma regular. «¿Quizás la habitación de invitados?». Ladeó el rostro un par de veces y continuó.

Abría y cerraba, decepcionada. Pero entonces halló una habitación habitada, sin lugar a dudas. Con una medida expresión de fascinación, Karma miró, uno por uno, a todo lo que allí había. «Esto tiene toda la pinta de ser la habitación de Ringo-san», consideró.

Pensó en continuar la búsqueda, pero le picó la curiosidad... ¿qué tal si echaba un vistazo de todas formas?
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#48
Lo que primero llamaría su atención, quizá, fue la estantería que había a su izquierda. Abajo, donde más se acumulaba el polvo, libros de la Academia. Principios Básicos de Ninjutsu. De Taijutsu. De Bukijutsu. Geometría y cómo usarla en un combate (I). Tres tomos de Control de Chakra… Y, en resumen, los libros obligatorios de la Academia. Arriba, en cambio, libres de polvo, manga. Había una colección entera de un Shōnen sobre un ninja de la antigua Konohagakure. También otro, de un tono más adulto, protagonizado por una kunoichi de Kirigakure.

Al otro lado de la cama, un escritorio. En la pared, rodeado de posters, un pequeño tablón con distintas fotografías pegadas. Karma halló a Ringo y de nuevo a su padre. También fotos de él junto a dos amigos, en la Academia. Encumbrándolo todo, una frase: Nunca te rindas.

En el armario, no había más que ropa. Y, en la mesita de noche… Bueno, allí había de todo. Dentro del cajón, folios dibujados malamente, libretas, más fotos… Y, bajo toda esta montaña, sin verse a simple vista, una revista.

La portada era de lo más esclarecedora. Por la mujer de generosas curvas —y no tan generosa ropa sobre ella—, tenía que tratarse de una revista erótica. Definitivamente, lo era.
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#49
No pudo resistir el impulso de conculcar la privacidad de Ringo.

Primero contempló la estantería a su izquierda. En los bajos fondos, como si fuesen pordioseros, se podía observar una colección que cualquier estudiante de academia necesitaba. El polvo los abrazaba como si fuese un viejo amigo. Arriba, en las altas esferas, dos colecciones de manga centradas en el mundo ninja de antaño. Karma tomó el primer tomo del que la kunoichi de Kirigakure era protagonista y miró la portada con interés, acto seguido hojeó la sinopsis de la parte posterior. «Parece interesante, miraré a ver si lo tienen en la librería del barrio. Pero este chico... si dedicase tanto tiempo a estudiar como lo dedica al ocio seguro que habría aprobado a la primera...». Karma suspiró y devolvió el manga a su lugar.

Entonces sus ojos corrieron hasta un escritorio, más posters, y un tablón que parecía haber sido dedicado a recuerdos. Miró las fotografías y la frase inspiradora por encima de estas, presidiendo sobre el conjunto. Todo ello le arrancó una pequeña sonrisa a la muchacha. «Si es que... no parece mal chico ni mal shinobi, si tan solo se esforzase un poco más...».

Poco después investigó el armario. No dio con nada de interés.

Le llegó el turno a la mesita de noche. Como si fuese una investigadora cazando pistas, la Kojima rebuscó en el cajón. Halló dibujos mal hechos —que le hicieron reír en alto—, libretas, más recuerdos capturados e impresos en papel... y al final, como si se tratase del legendario caldero repleto de oro al final del arco iris, una revista.

«¿Y esto...? Oh... ¡Oh!». Alzó las cejas. La portada ya le había dicho todo lo que necesitaba saber, pero Karma abrió la revista de todas formas, discurriendo una inquisitiva mirada sobre las páginas. Era muy... gráfica. Vio en apenas cinco minutos más atributos femeninos de los que había visto en toda su vida. Por no mencionar la ropa sugerente.

Cerró la revista con ambas manos, de golpe, enarbolando una expresión de descontento. «Supongo que Ringo-san está en ESA edad... voy a intentar no darle importancia». Volvió a suspirar. Puso todo su empeño en dejar los contenidos del cajón —especialmente la revista— como los había encontrado, para que su dueño no se percatase de que alguien había metido mano donde no pertenecía.

Aquí tampoco, a seguir buscando —musitó.

Quedaban otras puertas que explorar, al fin y al cabo.
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#50
Una kunoichi de pelo oscuro y rostro oculto por una máscara protagonizaba la portada de aquel manga, de título: Cho, el Camino de una Kunoichi. Cuando consultó la sinopsis, leyó:


«
La kunoichi perfecta no tiene conciencia, sino una misión.

Cho ha conseguido al fin lo que tanto ansiaba: su ascenso a jōnin. Tiene unos amigos que la quieren, unos compañeros que la respetan y ahora el reconocimiento de su propio Mizukage. Pero cuando llega la noche y se pone la máscara, la felicidad se convierte en responsabilidad.

Ella no llegó allí de casualidad, sino por una misión. La de poner en jaque a toda una nación.»



Saciada su curiosidad, Karma rebuscó entre el cajón de la mesita de noche de Ringo, hasta hallar una revista de dudosa virtud. No contento con ello, pasó las páginas, curiosa. Se fijó, entre otras muchas cosas, que dos de éstas estaban marcadas, con la esquina del papel doblada. Seguramente, las favoritas de Ringo, y con las que más se entretenía en leer.

Acabada su inspección, Karma probó fortuna en la siguiente puerta. Esta vez, una habitación más sobria, con una gran cama de matrimonio en el centro, un armario abierto en un lateral, con ropas de kunoichi, y una mesita de noche a cada lado de la cama. Una, vacía y con una capa de polvo sobre ella. La otra, con una lámpara y un libro.

El libro que buscaba.
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#51
Una nueva puerta, una nueva habitación. La cama de matrimonio —lo primero que le entró por los ojos— era buena señal. Muy buena.

Efectivamente, allí estaba: no necesitó más que pegarle un rápido escaneo al habitáculo para vislumbrar la inconfundible figura de un ejemplar descansando en una de las mesillas de noche.

La genin eliminó la distancia con el mueble haciendo uso de zancadas tan largas como aceleradas. Tomó el libro con sus pálidas manos y lo alzó, con el único objetivo de comprobar el nombre que tenía en la portada.

Al fin y al cabo no quería llevarse el tomo equivocado.
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#52
Karma tomó el pesado libro con sus manos. Debía tener como mil páginas, sino más, y era de tapa dura. Su cubierta, blanca y sin adornos salvo los hechos con el paso del tiempo, pues tenía las esquinas algo comidas y desgastadas.

En la portada, con letra negra y caligrafía simple, el título del libro: El ninja sabio.
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#53
Bingo.

El peso del libro producía que a sus dedos no les gustase la idea de cargar con él, pero la muchacha se auspició en el placer que le producía cumplir con una tarea y cumplirla bien. Se lo llevó con la siniestra y lo apoyó contra su cadera, tomándolo del lomo, en tal de hacer el lastre más llevadero.

Antes de marchar, su mirada se desvió hacia la otra mesilla de noche. «Si esta es la de Eshima-san, la otra...». Se aproximó a la susodicha con calma, como quien camina de forma solemne al entrar en un templo lustroso.

Trazó una pequeña línea con su dedo índice derecho sobre la mesita, apartando el polvo. Por algún motivo, aquello —el claro desuso del mueble— le resultaba... triste.

Se decidió a abrir el cajón.
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#54
Como un gato curioso y cotilla, la kunoichi husmeó en la mesita de noche de al lado. No obstante, nada revelador halló en ella. Pues, cuando la abrió, ésta se encontraba completamente vacía.

O, quizá, un servidor se equivocase. Quizá, precisamente por estar vacía, la convertía en lo más revelador de todo.
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#55
La muchacha mantuvo la mirada sobre la imagen del interior de la mesita vacío. Tras unos momentos, suspiró y cerró el cajón con brusquedad. «Ya basta de husmear... tengo que cambiar el libro», se dijo.

Con el tomo bajo el brazo —literalmente—, Karma abandonó la habitación, retornó al primer piso, se pasó por la cocina para agarrar el dinero que se le había dejado preparado y salió de la vivienda, cerrando la puerta tras de sí, pero no con llave. Tampoco habría tenido forma de hacerlo ni aunque quisiera.

Caminó en dirección a la plaza del Mercado Rojo.
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#56
El Mercado Rojo estaba a rebosar. El bullicio, las risas y los gritos de los tenderos anunciando sus productos lo eclipsaban todo. La plaza tampoco era tan grande, y las personas eran como ríos de hormigas desorganizadas que iban de aquí para allá.

Cada puesto de comida se especializaba en algo. Unos, en verduras. Otros, en fruta. Otros huevos y lácteos. Otros carne… Al final, a Karma le llevó casi una hora terminar la compra. Las colas o bien eran inmensas, o bien avanzaban a paso de tortuga. Literalmente. De regalo, se llevó unos cuantos empujones. Algunos con unas palabras de perdón al final. Otros iban con demasiada prisa como para mirarla siquiera. Hubo uno que sí la miró, pero en lugar de disculparse, le dijo:

Mira por dónde andas. —Definitivamente el que no había mirado había sido él.

Fuese como fuese, y con la bolsa ya llena y la lista de compra tachada, a Karma solo le quedaba una cosa por hacer. Halló la tienda que buscaba en una callejuela, con un letrero bien en grande que ponía:

Kawarimi no Hon


En la vitrina, se podían ver las últimas novedades en libros y mangas, con su debida etiqueta con el precio correspondiente. Al entrar, la tienda estaba dividida por zonas. La central, compuesta de tres estanterías, estaba repleta de libros —en la estantería de la derecha y media estantería de la del medio— y mangas —en las estanterías restantes—. A la derecha, separado por un muro con una gran abertura en el centro cuya forma recordaba al de un arco torii, estaba el merchandising. Figuras, camisetas, gorras, y todo tipo de objetos de anime y manga. A la izquierda, también separada por un muro de la misma forma, había una sala más pequeña. Una única estantería, donde se acumulaban mangas y libros por igual, gastados y sin ninguna etiqueta que marcase su precio.

En la entrada misma, a la derecha, se encontraba la dueña del local tras un mostrador. Una anciana con cabellos blancos y recogidos en una coleta, de rostro tan arrugado como las manos tras pasarse años bajo el agua.
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#57
La kunoichi llegó hasta el bullicioso mercado y se sumergió de cabeza en la terrenal tarea que era hacer la compra. Esa semana tendría que hacerla por duplicado: la suya propia, que ya había realizado previamente, y ahora la de la señora Yoshikawa.

Los fortuitos roces ajenos la incomodaban, pero la fémina ya había logrado dominar el arte de moverse entre multitudes sin dejarse llevar por su aversión al contacto físico no hostil —si es que se podían considerar como "no hostiles" a algunos de esos empujones—. Se limitaba a ignorar al resto de seres humanos con la cabeza gacha y sus pensamientos en otra parte según se ocupaba de esa tediosa tarea. Uno de ellos, mostrando una patente falta de educación, le dedicó un desagradable comentario tras placarla, a lo que Karma le respondió con sumisión:

Lo siento.

Tras un tortuoso estrecho de tiempo, la genin había adquirido todo lo apuntado en la lista. Con El Ninja Sabio dentro de la bolsa de la compra, haciéndole compañía a los comestibles, la pelivioleta tanteó en busca de Kawarimi no Hon.

No resultó demasiado difícil dar con la ya mencionada. Estaba en un callejón, con un letrero grande y a la vista. Le echó un vistazo al escaparate con un halo de interés. «Claro, es una librería. Yo esperaba un club de lectura o algo así. ¡Pues tengo que venir a echar un vistazo en otro momento, cuando no esté de servicio!».

Se internó a buen paso. Primero se hizo con sus alrededores, para entonces buscar el mostrador, que en realidad estaba junto a ella. Quedó frente a la dueña.

Buenos días —saludó con educación—. Me han encargado cambiar un libro por otro, ¿estoy en el lugar correcto?
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#58
Los ojos castaño claros de la anciana se posaron en Karma. Tardó un breve instante en responder.

Lo… estás —respondió. Hablaba de forma lenta y pesada, como si su boca tardase en ejecutar los pensamientos que le mandaba su mente—. ¿Ves… esa… sala… de… ahí…?

Como si estuviese yendo a cámara lenta, su dedo trazó un arco que tardó segundos —literalmente— en completar. Señaló entonces la estancia que se encontraba a la izquierda, donde había una única estantería con libros gastados.

Puedes… coger… cualquier… libro… de… ahí… y… dejarme… otro… a… cambio —le informó.




Sorry por la tardanza. La playa y San Juan pudieron conmigo
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#59
Karma quedó con una mal disimulada expresión de asombro en el rostro. Era como si algún desalmado hubiera ejecutado una técnica de ralentización del tiempo sobre la anciana. Ver las cosas desde la perspectiva de la mujer —si procesaba los sucesos con la misma lentitud que hablaba y gesticulaba— debía de ser... extraño.

Los dorados ojos de la fémina quedaron unidos al dedo de esta, pausado como el resto de su anatomía. Entonces miró hacia donde se le indicaba. La muchacha asintió y realizó una reverencia.

Muchas gracias.

Caminó hasta la zona de la izquierda. El olor a papel desgastado le inundó las fosas nasales con deleite.

«Vale, ahora a dar con algo que pueda gustarle a la señora Yoshikawa», planeó, para acto seguido ponerse manos a la obra. Empezó por los títulos, hojeando las sinopsis de los nombres mínimamente prometedores. Según Ringo, a su madre le interesaría algo denso, con intrigas y drama, si recordaba bien.

Esperaba no equivocarse; esperaba que el zagal no se equivocara tampoco.
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#60
Descartando los mangas, Karma encontró muchos y variados libros en la estantería. Libros de aventuras, romance, fantasía, históricos… y sí, también de drama. En concreto, dejándose guiar por el título y la sinopsis, encontró tres que podían acercarse a lo que necesitaba.

El primer libro se llamaba Flor de Primavera, un romance juvenil sacudido por una terrible tragedia. El segundo, Lágrimas negras, en donde se narra la historia de una pareja que cae en el fatídico pozo de las drogas. El tercero, Hasta mi último suspiro, donde se cuenta la historia de un matrimonio y su hija pequeña, con cáncer terminal.

Hubo un cuarto, sin embargo, que le llamó la atención no por el título o su sinopsis, sino por la cubierta. De hecho, habría sido imposible que se fijase en ella por el título o contraportada, pues resultaba ilegible. Y es que la cubierta estaba negra y chamuscada, como si hubiese sobrevivido a duras penas de un incendio. A simple vista, sin embargo, parecía que las hojas de su interior se conservaban decentemente.
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