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—No es nada, Ranko-san —dijo con su amabilidad serena—. De hecho, soy yo el que debería agradecerte: esa descripción que has hecho del jardín de tu hogar, ha sido algo muy cercano a un bonito poema.
Kazuma se lo había imaginado como un lugar apacible, que ha servido tanto para buscar la soledad como para compartir entre familia. Lo de las cuatro piedras le resultaba un símbolo muy bonito, como algo tratando de mostrar la fuerza familiar o de lo que estaban hechos sus miembros. ¿De qué se imaginaba él que estaba compuesto su ser? Se veía como un banco de bruma, denso y de movimientos lentos, flotando en un lugar donde no hay brisa y emulando el color de un cielo sin sol.
—Hablar… —reflexiono—. Yo quisiera expresarme más claramente, más profundamente. Creo que por eso me gusta la poesía, porque se puede decir muchísimo con poco.
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Las mejillas de la chica ganaron color al momento de escuchar el comentario de Kazuma. Hizo un gesto con la mano, agitándola levemente, como quitándole importancia a lo que ella había dicho.
—¡Aah…! N-no es… No es pa-para tanto… Es… es… es solo… —Reflexionó por un segundo. Sí, ella también sentía ese jardín como poesía —. Es solo mi hogar.
Su casa tenía ambos polos: por un lado, el jardín, donde paseaba, se relajaba y meditaba. A veces sola, a veces acompañada de su hermana. Por otro, estaba la arena, o el área de entrenamiento, de un tamaño similar al jardín, pero con más rocas, algunas de gran tamaño, y con muchas menos plantas bonitas, y sin estanque, claro. En ella entrenaba y combatía, tanto sola como con Kuumi.
”No puedo negar eso. Kuumi es parte de todo lo mío. De lo que soy y de lo contrario a mí. Tal vez es ella mi pensamiento de paz…”
—¿Oh? Pe-pero si Hanamura-san… Bueno… Hanamura-san ya se expresa muy… ahm… Su discurso es claro. Y profundo. Creo. ¡Creo que usted haría un muy buen poeta! —Ranko le sonrió con dos mejillas rojizas enmarcando su boca.
Se habían detenido. Habían llegado de nuevo al sitio frente a la fuente, delante del banco. La cantidad de gente en los jardines era casi la misma, pero, por unos instantes, Ranko se había olvidado de ellos. Ahora estaba enfocada en las palabras y en las ideas de Kazuma, no en el hecho mismo de hablar.
Y Ranko se sintió normal, como debería sentirse una persona común. O casi.
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Las palabras de Ranko resultaban amables; y aunque tuvo que alzar un poco la mirada para poder apreciar adecuadamente su sonrisa, esta le pareció cálida y honesta.
—Gracias —respondió con una leve inclinación—. Creo que… lo que me atrajo de este evento es ver que tan capaz soy, ponerme a prueba por así decirlo.
No se creía capaz de conmover a la gente como lo había hecho Kiyomi y su maravillosa recitación, y tampoco tenía mucho interés en conseguir aquello. Tampoco quería ser partidario de la enorme pasión que emanaba de Keisaku; solo quería ver que podía conseguir de sí mismo con aquello, y que tanto podía aprender.
—Puede que sea solo por curiosidad, pero estoy determinado a participar y divertirme.
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La decisión del peliblanco de participar en el evento llenó de Ranko de determinación.
Por un instante. Luego, la Ranko interna gritó agudamente.
”¡No, no, no, no! ¡Hanamura-san suena como que sería un buen poeta! ¡Pero tú no puedes mostrarle lo que escribes a nadie, Ranko! ¡No, no, no señor!”
La kunoichi tragó saliva, nerviosa, y sus dedos índices juguetearon ansiosamente.
—Ahm… Y-yo… Yo… —Ranko intentó decirle que ella había intentado escribir poesía por un buen rato, pero no podía expresarse a como se lo imaginaba. El color rojo regresó al rostro de la chica, aunque esta vez su expresión se notaba algo más intensa. No avergonzada por hablar, sino avergonzada por hablar de algo en específico —. Yo… ahm… quisiera…
Ranko pasó a apretar sus manos, arrepintiéndose y esperando de todo corazón que Kazuma no le preguntara más acerca de sus deseos de ser poetisa.
”Oh, por el dios del mar… No debí de haber dicho eso…”
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—Aunque… —continuo—, aún no he escrito nada que pueda considerarse poesía.
Habiendo leído a varios poetas y variedad de antologías, se imaginaba capaz de improvisar algunos versos, pero los resultados fueron del todo insípidos y nada satisfactorios. Ahora, con aquel ambiente cargado de energías e intenciones poéticas, se sentía con ánimos para intentarlo de nuevo.
—La biblioteca es grande y parece haber poca gente, ¿quieres echar un vistazo allí, Ranko-san?
Quizás aquello de perderse entre libros y pergaminos les ayudara a encontrar el tipo de motivación que cada uno necesitaba.
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Parecía que el peliblanco o bien no había escuchado lo que Ranko había dicho, o no le encontró mucho sentido y decidió ignorarlo. Cualquiera que fuese la razón, la chica suspiraría de alivio.
”Yo quisiera participar.” Había pensado, pero no intentó decirlo de nuevo.
Kazuma, al parecer, no se consideraba lo suficientemente bueno, pero se notaba animado. Así que la invitó a pasar a la biblioteca. Ranko dudó unos segundos. Le echó un vistazo más al jardín. No lo sabría con exactitud, pero daba la impresión de que la gente había ido y venido, y que ya no estaban los mismos que hacía varios minutos.
”Todos están recorriendo el lugar. Todo el lugar. Debería hacer lo mismo también, ¿no?” pensó. Tiempo después, recordaría aquel jardín y lo relacionaría con el de su familia, y encontraría paz en ambos recuerdos. Con una sonrisa, asintió en dirección a Kazuma y lo siguió.
A pesar de ser más alta que el chico, caminaría detrás de él, para así moverse en el espacio que dejaba, sin tropezarse ni empujar ni pedir permiso a otros para pasar. Se sorprendió de lo bonito que lo estaba pasando. Relativamente hablando, claro. Al inicio pensaba que solamente escucharía poesía, se inundaría de inspiración y regresaría a casa para desanimarse con sus intentos de poemas.
”Esa última parte aún puede pasar…” se dijo con una risilla.
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Ranko aceptó la invitación a su tímida manera, manteniéndose tras los pasos de Kazuma y hacia donde estos le guiaran. Pasaron a través del salón principal, en donde la gente deambulada de un lado para otro, a la espera de que pronto comenzara el verdadero evento. Él caminaba con serenidad, mirando para atrás cada tantos pasos para asegurarse de que su acompañante siguiese allí.
—Aquí es —anuncio en voz baja.
La biblioteca les recibió con una puerta pequeña, que daba paso a un salón alto e iluminado por unas monótonas luces blancas; lugar de amplio espacio, y con suficientes libreros como para emular un laberinto de conocimientos.
—Esto no parece tan modesto como había dicho el anunciador, ¿cierto? —le pregunto a Ranko, suponiendo que aquellas dimensiones también le resultaban considerables.
Kazuma continúo caminando, viendo como en las mesas de la sección principal había gente hablando, aunque fuese en voz baja. Se determinó a seguir avanzando, adentrándose en las profundidades de la biblioteca hasta encontrar un lugar lo suficientemente apartado y silencioso. Y finalmente encontró aquel claro de paz, con una enorme mesa en el centro y sin otras personas a la vista.
—¿Te parece este un buen lugar, Ranko-san?
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Se alegró de que el chico tomara la batuta y fuese delante de ella, y le conmovió un poco que él estuviese atento a si Ranko seguía tras de él.
”O tal vez quiere alejarse de ti, y está esperando el momento en que te distraigas… No, Ranko, ¡no pienses cosas tan feas!”
La biblioteca era un lugar enorme, o al menos en comparación con el resto del lugar. Le encantó el lugar, pues parecía muy acogedor a pesar de la iluminación algo sencilla. No había tantas personas como había imaginado. Su casa tenía una biblioteca, aunque estaba llena más que nada de libros de política, tratados de comercio y libros de historia de Kusagakure y del País del Bosque. Su rinconcito de cuentos y poesía era ínfimo comparado con los libros de cuentas y finanzas de su padre. Ranko suspiró algo parecido al alivio, y siguió los pasos de Kazuma.
Llegaron a una mesa algo apartada. Había incluso menos personas en esa parte de la biblioteca, lo que tranquilizó levemente a la kunoichi. El ruido de plática era minúsculo comparado con el que había en la sala principal y el jardín, apenas un susurro.
—E-es excelente —respondió con una sonrisa. Quiso sentarse por un momento, pero pasó de las sillas y fue a los estantes, curiosa de qué lectura podría consumir. Un tipo diferente de curiosidad surcó su mente, y tardó varios segundos en salir de entre sus labios —. Ahm… Disculpe… ¿C-cómo… cómo es la… la… la poesía de… la poesía de Hanamura-san? M-m-me refiero a… ¿q-qué le hace... ? ¿qué le hace… escribir?
Era una pregunta algo compleja, mas esperaba haberla expresado de manera correcta. Realmente quería saber cómo otros hacían cosas. Cómo hablaban, cómo entrenaban e, incluso, cómo escribían.
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El ambiente de aquel lugar era agradable y parecía hacer bien a Ranko. Ambos jóvenes demostraron tener la misma idea de acercarse primero a los estantes, que yacían repletos de libros y pergaminos, aunque muchos de ellos estaban repetidos varias veces.
Mientras miraba la estantería, paseando su vista por los rótulos, Ranko le arrojo una pregunta que no esperaba:
—Ahm… Disculpe… ¿C-cómo… cómo es la… la… la poesía de… la poesía de Hanamura-san? M-m-me refiero a… ¿q-qué le hace... ? ¿qué le hace… escribir?
—Es un poco difícil de explicar… ¿Podrías pasarme ese libro de allí arriba, el ocre? —le pidió, sabiendo que siendo él tendría que saltar para tomarlo.
No habían terminado allí por una simple casualidad. Mientras buscaba un sitio tranquilo y lejano, Kazuma también estaba buscando la sección de un autor que le interesaba particularmente, un autor cuyo trabajo se encontraba bien ubicado en un área solitaria y lejana.
—¿Conoces el termino de "poeta maldito"? —preguntaría mientras revisaba el lomo del libro color ocre.
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Al peliblanco no pareció importarle mucho, pero a Ranko le dio algo de pena que fuese ella quien alcanzase el libro. No porque fuese una molestia ayudarle, sino porque si ella hubiese estado en el lugar de Kazuma, ella se habría quedado con las ganas eternas de asir el tomo antes de pedir ayuda. La chica asintió y le pasó el libro que pedía.
—¿Ma… Maldito? —Ranko negó con la cabeza. Caminó un poquito más a lo largo de los estantes, revisando uno que otro libro —. No, creo… Creo que nunca lo he… escuchado. O leído.
La kunoichi tomó un libro de haiku de cubierta gris. Esperaría a que Kazuma se sentara para tomar lugar frente a él. Quiso tomar un libro más, pero le dio un poco de vergüenza agarrar más de uno. El tomo que tenía en manos mostraba un breve poema de sílabas estrictamente contadas en cada página, y al reverso una foto o pintura que complementaba el sentido del arte lírico. Se preguntó si podría alguna vez escribir algo que evocase una imagen tan hermosa.
—¿Q-qué es un… un poeta maldito, Hanamura-san? Suena… a desgracia.
Dijo eso último no para ser redundante con “maldito”, sino que, siendo alguien que crea arte, que crea mundos poéticos, estar maldito podría, a veces, incrementar el sentimiento imbuido en los poemas. O al menos ése era el pensar de Ranko.
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El termino no le resultaba familiar, aunque ya lo esperaba. Hacía pocos meses que él había encontrado tan ominosa denominación y la había investigado hasta quedar satisfecho.
— ¿Q-qué es un… un poeta maldito, Hanamura-san? Suena… a desgracia.
— La mejor forma de explicarlo es con un ejemplo —aseguro, mientras tomaba un tomo delgado y envejecido.
Los volumenes se acumulaban en su brazo derecho, tanto que cuando fue a sentarse a la mesa ya el mismo estaba temblando por el entumecimiento. Espero a que Ranko se sentase frente a él, mientras pasaba las páginas del humilde último libro que había tomado.
— Observa, el trabajo de un poeta maldito —pidió mientras entregaba aquel viejo libro abierto en una página seleccionada cuidadosamente.
A la derecha estaba el poema en prosa, en letras negrísimas y delgadas, casi esqueléticas:
El episodio nostálgico
Siento, asomado a la ventana, la imagen asidua de la patria.
La nieve esmalta la ciudad extranjera.
La luna prende un fanal en el tope de cada torre.
Las aves procelarias descansan del océano, vestidas de edredón.
Protejo, desde ayer, a la huérfana del caballero taciturno, de origen ignorado.
Refiere sobresaltos y peligros, fugas improvisas sobre caballos asustados y en barcos náufragos. Añade observaciones singulares, indicio de una inteligencia acelerada por la calamidad.
Duda si era su padre el caballero difunto.
Nunca lo vio sonreír.
Sacaba, a veces, un medallón vacío.
Miraba ansiosamente el reloj de hechura antigua, de campanada puntual.
Nadie consigue entender el mecanismo.
He espantado, de su seno, las mariposas negras del presagio.
En la página contigua, haciéndole oscura compañía estaba una ilustración, cuya totalidad era negra como las palabras que le representaban: se trataba de una alta y amplia ventana, abierta hacia al cielo nocturno de un puerto. La luna brillaba a la manera de una isla desfalleciente, mientras las estrellas habían sido consumidas por una oscuridad tormentosa. Junto a la ventana yacía la silueta de un hombre elegantemente vestido, esperando eternamente. Al otro lado yacía un reloj de pared que marca la hora de la noche más oscura. Y justo sobre el alfeizar estaba un medallón abierto, esperando que alguien se atreviese a contemplar la realidad del tiempo perdido en su interior.
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Kazuma decidió no describir lo que un poeta maldito era, y dejó que un libro viejo lo hiciera por él. Ranko se asomó a sus antiguas páginas y leyó detenidamente aquel texto con apariencia igual de raquítica que el tomo.
Aquella página era… extraña. Parecía que el mejor momento para leerla era durante un anochecer lluvioso y frío, a la luz de una vela a punto de extinguirse. A Ranko no le pareció de miedo o de tristeza, o al menos no de una tristeza normal. Era una especie de frustración emocional, de aquella que da cuando llegas a la última página de un cuento y no encuentras desenlace, cuando no se resuelven todos los problemas que el autor planteó tan meticulosamente. Ese poema era desasosiego que, tal como su título sugería, estaba bañado en nostalgia.
—C-creo… Creo que no entiendo del todo… —admitió con voz queda la chica. Si bien buscaba admirar toda la poesía que pudiese, muchas veces le costaba entender a qué se refería un poeta —. Es un poema... Es una obra algo... siniestra. Creo. Pero n-no veo por qué... por qué está... ahm... maldito.
Ranko asió con algo más de fuerza el libro que había tomado y sintió pena.
”Yo busqué un libro que me diera paz, poemas al alcance de cualquiera. Pero Hanamura-san piensa más profundo. Si él participase en este evento, definitivamente ganaría. O quedaría en un buen lugar. ¡Ay de mí! ¡Qué vergüenza querer hacer algo con tanto ahínco, y no poder llegar más allá de dos pasos!”
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—C-creo… Creo que no entiendo del todo… —admitió con voz queda la chica. Si bien buscaba admirar toda la poesía que pudiese, muchas veces le costaba entender a qué se refería un poeta —. Es un poema... Es una obra algo... siniestra. Creo. Pero n-no veo por qué... por qué está... ahm... maldito.
—Se le llama poeta maldito (o artista maldito) a todo aquel que pese a poseer un inmenso talento no logra integrarse al mundo o ser comprendido por el mismo; también poseen vidas trágicas, personalidades tormentosas y tendencias autodestructivas.
En su primera impresión aquello le había parecido algo terrible, el que un talento bendito estuviese encadenado a una vida maldita. Era triste y algo desolador, las personas que llevaban aquellas existencias rotas y oscuras.
—Eso los define, pero son aún más que eso, mas intrigantes —puntualizo—: Quiero entender como una persona tan rota y oscura puede crear expresiones tan hermosas. ¿Es que acaso las cosas bellas no estaban solo vinculadas a la luz y a las alegrías?
»¿Tu qué opinas, Ranko-san?
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El concepto que el peliblanco describió le dio un extraño retortijón emocional de tripas a la kunoichi. Ella estaba acostumbrada a poemas blancos, poemas que expresaran la alegría, la calma o la belleza que encontraba en la naturaleza. Siempre le habían costado cosas más complejas, y nunca se había molestado en buscar arte más oscuro. Era la diferencia entre enfocarse en la luna brillante y enfocarse en el frío vacío del espacio entre las estrellas.
Ranko tragó, y por varios segundos no hizo más que fijar sus ojos en la ilustración que acompañaba la poesía mostrada. Luego habló muy lentamente.
—Creo que… Creo que no es solo belleza por serlo. Es como… como las historias de héroes antiguos. Mu-muchos tuvieron un… un comienzo torpe o trágico. Pero al final se convierten e-en… en leyendas. ¿Cómo puede…? ¿Cómo puede alguien con tanto… ehm… pesar… alzarse tan alto?
Lo que acababa de decir le hizo reflexionar un momento. Desde muy pequeña, cada que su madre (o ella misma) le leía un cuento sobre algún ninja o guerrero de leyenda, se imaginaba a sí misma convirtiéndose en una. Pensaba que, si se esforzaba y entrenaba mucho, algún día sería conocida como la Princesa Conejo, la kunoichi legendaria de Kusagakure, que llevaría orgullosa el emblema de la familia Sagisō, que iría por todo Onindo luchando contra los malos como buena heroína. Pero Ranko siempre tuvo una familia comprensiva y amorosa, aunque exigente. Su madre siempre la apoyó y hasta entrenó en un arte secreto. Su hermana, aunque más fuerte y extrovertida, nunca la amedrentó ni burló. Su padre, aunque con claras preferencias hacia Kuumi, nunca la hizo de menos y siempre la consintió.
”¿Y si…?” comenzó a pensar con un dejo de melancolía en su rostro ”¿Y si esas tragedias de los cuentos son necesarias para darle un destino de leyenda a los héroes? Entonces yo no podría… Aunque prefiero no ser nunca la Princesa Conejo si significa perder a alguien…”
—Es algo similar. Creo. Una… una especie de co-combustible. Como una hermosa flor regada con lágrimas. Triste, pero bella.
Ranko suspiró, moviendo sus ojos desde el libro de Kazuma hasta el suyo.
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—Como una flor… —repitió Kazuma, recordando como en su lúgubre pueblo crecían en variedades numerosamente hermosas.
Miro hacia el libro que Ranko sostenía, y busco entre los otros cercanos algún título o autor que se le hiciese familiar. No encontró nada conocido, pero aquello le animaba a indagar sobre qué clase de poesía era aquella capaz de hacer reaccionar el espíritu de Ranko.
—Dime, ¿Ranko-san, que tipo de poesía es las que más te llama la atención? —pregunto, mirándola con expectación y luego señalando el libro que sostenía—. ¿Tienes allí algún ejemplo que quisieses mostrarme?
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