Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Los hermanos Inuzuka se apresuraron a subir los árboles, tardando apenas unos momentos en ascender a los tramos más altos de aquellas frondosas plantas. Los sombreros de los hongos titánicos que había en aquella parte del bosque le servían a veces tanto de techos como de plataformas. Conforme subía, las motas de olor de taidonka se hicieron levemente más frecuentes.
Entonces la divisó: a varios metros de distancia, sobre el nacimiento de una gruesa rama, surgiendo de lo que parecía un arbusto de hojas delgadas de color oscuro, se encontraba una flor lila, de tallo largo y pétalos con forma de rombos. Parecía estar en el punto en el que se mostraba más hermosa, abierta y fragante. E incluso así, su olor era bastante sutil, al menos comparado con el de otras flores.
Parecía el tesoro de un templo antiguo, rodeado de un sospechoso silencio cargado de trampas. Y, por si fuera poco, si Etsu se acercaba a la flor, alcanzaría a lo lejos a ver a una especie de guardián: un mono solitario que se asomaba curioso entre las ramas.
Mientras tanto, el genin peliazul y la genin de la larga trenza se detuvieron ante el sonido que salía de los arbustos. Después de estar a la expectativa un momento, vieron cómo un jabalí joven, relativamente pequeño, surgía de entre las plantas.
—Oh, un cerdito. —susurró la chica, intentando no alarmar a la criatura.
El animal olfateó en dirección a los ninjas, luego giró y, sin dejar de olfatear, caminó hacia el oeste. No era raro ver la fauna en uno que otro paseo en el bosque, y tal parecía que aquella ninmu no era la excepción. Daba la impresión de que, al igual que los chicos, el jabalí buscaba algo, y lo más probable es que fuese comida.
—¡Ka… Kazuma-san! —soltó Ranko en voz baja, aunque algo emocionada, y señaló en la dirección a la que iba el jabalí. A lo lejos, entre los troncos de los árboles, se veían arbustos iluminados por el sol en cada vez mayor medida, aunque no se alcanzaba a distinguir si se trataba en verdad de un claro.
Ranko no quiso sugerirlo directamente, pues dudaba si el seguir a un cerdo era algo sensato. Dudaba de si su decisión sería correcta, o si sería risible. A pesar de lo amable que se mostraba Kazuma ante su actuar, seguía sin confiar del todo en lo que ella misma pensaba o decía. Le haría un gesto con la cabeza al chico, y luego se encogería de hombros. Esperaba que él diese su opinión acerca de si deberían tomar aquella decisión o no.
—Oh, un cerdito. —susurró la chica, intentando no alarmar a la criatura.
—Yo diría que es un jabato —opino en voz baja, notando la gran diferencia entre un cerdo de corral y un jabalí.
—¡Ka… Kazuma-san! —soltó Ranko en voz baja, aunque algo emocionada.
—Estoy quieto —declaro, mostrándose atento a alguna clase de peligro.
El peliblanco observo los movimientos de la criatura, viendo como estaba a la búsqueda de algo indeterminado, alimento quizás. Ranko le hizo una seña, como si aquel porcino fuese un guía enviado por los dioses del bosque. Él no se confiaba, pero aquello tenía sentido: se suponía que los animales conocían los caminos del bosque y que siempre terminaban por detenerse en los claros para descansar.
—Comprendo, si lo seguimos, eventualmente nos llevara a un claro, pero… —dudo un poco, quizás avergonzado por mostrarse receloso de la idea, quizás sintiéndose un tanto campirano—. Debemos tener sumo cuidado, pues El becerro jamás está demasiado lejos de la vaca, ¿Comprendes?
No sabía si Ranko entendería sus palabras, su provinciano refrán, pero no sabía de qué otra forma expresar el peligro que representaba la cría de cualquier animal: un chillido, el simple hecho de asustar a aquel “cerdito” y no pasaría mucho hasta que tuviesen encima a su madre, y puede que incluso a una piara.
Los hermanos escalaron hasta casi topare con el cielo del bosque de hongos, sirviéndose de los sombreros de los hongos. Para cuando se alzaron unos cuantos metros del suelo, el rastas llegó a avistar una flor que rápidamente llamó su atención. Sin duda, tenía el olor, la forma, el color... no, no podía estar muy desencaminado. La flor que tenía al frente debía ser un ejemplar del que buscaban.
Pero en ese preciso instante que se dio cuenta de que esa flor era la que buscaba, también se percató de algo importante. Estaba escuchando algo un tanto inusual, el silencio. Había en el ambiente un silencio que salía de la escala habitual.
Tanto silencio, que parecía el funeral de un mimo.
Maldita sea... ¿por qué? ésta sensación no es nada buena...
No dudó un solo instante, y echó un vistazo alrededor. No se fiaba, ni él ni Akane lo hacían. Rápidamente, y gracias a su audaz vista, localizó un posible problema; en una rama no muy lejana había un solitario mono, que claramente estaba atento a todo movimiento por parte de los Inuzuka. El simio parecía un vigilante de seguridad custodiando la entrada a la discoteca.
Etsu tragó saliva, y miró a su hermano. Entre ellos no hacía falta mucho mas, todo estaba dicho y hecho.
De nuevo, el Inuzuka realizó un sello, y su compañero canino se transformó en su clon, en su hermano gemelo. Éste, sin demora alguna, se aproximó con movimientos calmados y bien precisos hacia la flor. Entre tanto, Etsu aguardaba a escasa distancia, vigilando los movimientos del pequeño simio, así como manteniendo el oído en las posibles casualidades externas.
No se fiaba un pelo, pero debía tomar la flor esa fuese cual fuese el precio.
”¿Jabato? ¡Oh, debe ser el nombre de las crías! Qué interesante~”
Kazuma expresó su preocupación. Era posible que, en efecto, pudiese llevarlos en la dirección correcta. Claro, bien podría ser que el animal solo estuviese paseando sin rumbo fijo. Pero la alerta del peliblanco se debía a si era un solo animal, pues lo más probable era que estuviese acompañado de otro. Y qué más terrorífico que una madre acudiendo al rescate de su hijo. Ranko asintió, comprendiendo la alegoría bovina.
”Qué gracioso que haya equivalentes para la palabra “niño” para otros seres… ¡Habría que investigar más!” pensó de la nada, sin querer, y se imaginó yendo a la biblioteca de Kusagakure exclusivamente para buscar nombres de crías.
La kunoichi regresó al bosque de su expedición mental relámpago y señaló a los árboles.
—Ta-tal vez podríamos… Podríamos mantener la distancia. Y algo de altura. S-s-si se nos acaban los árboles pues… Vamos por buen camino, creo.
Por primera vez, tal vez porque había un animalito del bosque entre todo ello, Ranko tomó la iniciativa y dio un salto hacia el árbol más cercano. A pesar de ello, esperaría a Kazuma antes de seguir. Era un pequeño paso, supuso. Seguiría al jabato con la mirada, sin perderlo, esperando el momento en que ambos pudiesen seguirle el andar.
Etsu no alcanzaba a confiar en la situación en la que se encontró la taidonka. El mono seguía los movimientos tanto del humano como del canino con suma curiosidad. Cuando Akane tomó la forma de su hermano tal como lo había hecho con Kumoko, el primate soltó un chillido, asustado, y fue a esconderse entre las ramas. El ninken se acercaría cauteloso a la planta, aunque nada le impediría hacerse de ella, si así lo deseaba.
En cuanto la tomaran y guardaran, si miraban a su alrededor, se darían cuenta de algo. Había plantas similares, con estrechas y oscuras hojas, en muchos de los árboles a la redonda. Sin embargo, no podría ver flor alguna. Cada arbusto epífito tenía un tallo, aunque algunos parecían haber recibido mordiscos, otros con un botón demasiado joven como para ser de utilidad para la herbolaria.
De repente, la carita del mono se asomó de nuevo entre las hojas. Parecía que el jutsu de transformación le había espantado, mas no quitado toda la curiosidad. A lo lejos, Etsu pudo escuchar sonidos similares al que el animal había soltado, tan leves como el olor a taidonka en el aire.
—Ta-tal vez podríamos… Podríamos mantener la distancia. Y algo de altura. S-s-si se nos acaban los árboles pues… Vamos por buen camino, creo.
—Es un buen plan —concedió, creyendo en que efectivamente era lo más sensato.
Kazuma se impulsó hasta una rama cercana a la que estaba su compañera, asegurándose de mantener la distancia suficiente para no perderla de vista. Desde su posición le costaba ver a su pequeño e inocente guía, por lo que se dispuso a permanecer detrás de Ranko, atento a cualquier ruido o movimiento inesperado.
—Te sigo, Ranko-san. —Con aquello le encargaba la vanguardia del seguimiento.
Akane, que tampoco llegaba a fiarse del animal que se escondía entre la vegetación, avanzó con cuidado y logró su objetivo. El can, transformado en Etsu, y seguido a no demasiada distancia por el mismo, logró tomar sin demasiado esfuerzo la planta. Sin preámbulos, la guardó en la bolsa, con tanto cuidado como pudo poner en su labor. Obviamente, aún recordaba lo que estaba en juego para él...
Un festín sin límites.
Akane y Etsu aún permanecieron atentos, pero lejos de llevarse un chaparrón de excrementos o frutas lanzadas por simios, fueron meramente observados. El mono pareció haberse asustado con la transformación de Akane, aunque no tardó en volver a asomarse. Casi era más curioso que Etsu. CASI.
Para cuando quisieron darse cuenta, estaban rodeados de la planta que buscaban. O al menos se parecían, aunque la mayoría estaban estropeadas. Ya fuese por mordiscos, arañazos, o simplemente que no estaban florecidas...
«¿¡M-MORDISCOS...!?»
El Inuzuka llevó su mirada hacia el simio, el malnacido que había estado exterminando a la planta que buscaba. Había sido él, casi podía poner la mano en el fuego sin temor a quemarse. Eso bien podía significar que debía buscar otra zona para continuar la recolección, o que bien éste simio podía tener plantas en lo que pudiere ser su madriguera.
¿Los monos tienen madrigueras?
—Akane, mejor buscamos otro sitio para continuar buscando las plantas... ese mono parece haber estado mordiéndolas... por aquí vamos a encontrar pocas, y en mal estado...
Podía ser, o no. Pero no debían perder mas tiempo, debían ser rápidos y eficaces. Sin demora, volvieron a comenzar a buscar mas plantas, saltando de rama en rama. Estaban a una altura apropiada, y en el lugar casi adecuado, ahora solo debía prestar atención a su alrededor.
Fuuuuuuuuuck~ Pensé que todavía no habían pasado las 72 horas, lo sieeeentooo D:
Kazuma no tuvo problema en seguir la idea de Ranko, y no tardó en lanzarse a la persecución arbórea. La chica asintió y comenzó a saltar de rama en rama, dejando varios metros entre ella y la cría de jabalí, con el peliblanco detrás.
El jabato no seguía una línea recta, pero su ruta era consistente, hacia el oeste. Si bien a veces se perdía entre los arbustos, el movimiento de éstos lo delataba. Después de varios minutos de escuchar los gruñidos del animal y el crujido de las ramas bajo los pies de los genin, llegaron al ansiado lugar: era un espacio abierto de unos quince o veinte metros de diámetro, de contorno irregular. No había árboles altos en él, solo uno que otro retoño, y algunas piedras enormes con musgo en su base. Lo que sí había era flores y hierbas de distintos tamaños y formas, aunque, sin el conocimiento necesario, podría pasarse por alto si eran más que maleza.
El pequeño mamífero siguió su olfato hasta el otro lado del claro, hacia un arbusto marrón entre el verde. Al llegar allí, y después de olisquear un poco más, comenzó a comer lentamente aquella planta de hojas amarillentas y cafés. Varios insectos bailaban alrededor de las flores tubulares que surgían de entre las hojas, aunque, si se fijaban, había muchos bichos volando por allí. Había una mezcla extraña de olores en aquel lugar, como si todas las flores y plantas vertieran sus aromas de manera caótica, aunque éstos no fuesen realmente fuertes.
—¡C-creo que ésa es una! —Ranko se emocionó un poco, aunque evitó alzar mucho la voz. Revisó las notas de Kazuma —. Baiko, traer solo las hojas más amarillas, tantas como se pueda. No es la que estábamos buscando, ¡pero es una menos!
La chica no pensó en revisar el resto del claro, pues el jabato y la baiko le robaron la atención. Bajó del árbol y se llevó una mano al mentón.
—¿C-cree Kazuma-san que cochinito-san se asuste si nos acercamos? ¿Y si se come toda la planta?
El arbusto de baiko era abundante, y sus hojas amarillas se veían a montones, aunque estaban rodeadas de otras un poco más oscuras y algunas más de un café intenso. La kunoichi realmente dudaba de cómo debían proceder, por lo que esperó a alguna sugerencia de Kazuma. Parecía que el peliblanco tenía mejores ideas, en general, que la chica.
Los Inuzuka habían tomado una posición defensiva, atentos al mono, pues sospechaban que había estado comiendo todas las taidonka del área. Se dispusieron a buscar más de la planta en otras direcciones. Pasando unos minutos de retomar la búsqueda, habrían dos cosas que se harían constantes: el levísimo aroma de la flor y el lejano chillido del primate. En cuanto se detuvieran y miraran alrededor, verían a su curioso amigo (o enemigo) peludo a la distancia, manteniendo siempre un espacio seguro de unos diez metros entre él y los ninja.
El olor de la flor se intensificaría suavemente, como antes, en dirección al sur, y si iban en dicha dirección tardarían unos minutos más en percibir un rastro continuo: estaban cerca. Los aromas y ruidos a nivel del suelo parecían apagados gracias al enfoque de los hermanos en la búsqueda de la taidonka.
Por un momento, el mono pareció acercárseles más, como si les perdiese más y más miedo. No tardaron mucho en ver, algunos metros más arriba, creciendo de entre un agujero en un árbol, un segundo arbusto de hojas oscuras y estrechas con aquella flor lila. No parecía estar tan abierta como la anterior, pero era ideal para la misión. Esta vez ya no la acompañaba el silencio, sino la voz del primate que seguía a los hermanos. Y, una vez más, no parecía haber obstáculo alguno para acercarse a la planta.
Los pasos del jabalí les llevaron a través de varios giros extraños y cruces por áreas de poca visibilidad. Pero finalmente les condujo a un claro donde las hierbas y flores crecían de forma exuberante: los instintos de Ranko había resultado correctos. Kazuma se mantuvo tras ella durante todo el trayecto, inclusive hasta despues de llegar al sitio.
—Este olor es raro, como el de la tienda de la señora —señalo, curioseando con su olfato aquel aire sobrecargado.
En cierto punto se hizo consciente de que la kunoichi le estaba hablando, pero no le estaba escuchando realmente; sus ojos se habían fijado en aquel arbusto cuyas hojas encajaban a la perfección con la descripción que le habían dado. Para él solo quedaba la cuestión de acercarse y tomarlas, allí tan abundante y accesibles.
—¿C-cree Kazuma-san que cochinito-san se asuste si nos acercamos? ¿Y si se come toda la planta?
—¿Qué quién qué cosa? —pregunto, encontrándose ya al junto al arbusto, con la bolsa abierta y seleccionando cuales serían las hojas que tomaría.
Tras abandonar la anterior zona, y con la esperanza de que el simio se quedase en su parte del bosque sendos Inuzuka continuaron con su labor. Prestos y audaces, guiados principalmente por su olfato, continuaron la batida del dichoso bosque de hongos, en pos de encontrar la planta que tenían por encargo. Saltaron de hongo en hongo, y batieron principalmente la zona sur, o cualquiera que les diese un pequeño afán de seguir el rastro. Sin embargo, lo que notaron mas que el olor de la planta, eran el olor y la presencia de aquél mono. El muy mandril no parecía tener miedo al dúo de genins, o al menos parecía perderlo por cada segundo que pasaba.
—Tsk... —chasqueó la lengua —no me da buen rollo ése mono, seguro que intenta quitarnos las plantas... parece que le gustan, al menos por donde él estaba, la mayoría estaban mordisqueadas...
Los hermanos llegaron a una plataforma, como tantas otras que habían, conformadas por cabezas de hongo suficientemente grandes. Aun movidos por los sutiles olores del bosque, alzaron la mirada un poco, y allí la encontraron. Otra taidonka, una que a pesar de no estar demasiado abierta o demasiado hermosa, estaba ahí, integra y en buenas condiciones.
—¡Ahí hay otra! —afirmó eufórico mientras la señalaba.
En ésta ocasión, Etsu se lanzó fugaz hacia la planta, mientras que Akane se mantuvo un poco mas a la retaguardia, totalmente a la defensiva. No podían fiarse del simio, y mucho menos ahora que parecía estar cogiendo confianza. Fuese como fuese, los hermanos no pensaban desistir en el cometido. Se darían toda la prisa que pudiesen y saldrían de esa zona en cuanto estuviese cumplida su parte.
Kazuma enfatizó que olía de manera similar a la tienda de Kumoko. Después de olfatear un par de veces, Ranko concordó. Echó un vistazo con más detenimiento al claro. Si hubiese hecho mucha memoria, habría reconocido algunas de esas hierbas, de hecho, en el establecimiento de la herbolaria. Pero en ese momento solamente notó una más: una lechuga roja en la parte central derecha del claro.
La chica intentó llamar la atención del peliblanco, hablando con voz emocionada pero baja, y apuntando a un lugar.
—¡Mire, Kazuma-san! ¡Creo que esa es la rafu...!
Mas se dio cuenta en ese momento, con el brazo extendido hacia el prospecto de rafure, que Kazuma no se encontraba ya a su lado: se encontraba recogiendo baiko con suma calma. La Ranko mental lanzó un grito que se habría escuchado en todo el planeta, si todos fueran telepáticos, claro está.
”¡Kazuma-saaan! ¡Nooooo! ¿Qué haaaceee?”
Le dio un ataque de pánico relámpago, pues pensó que el jabato escaparía y chillaría asustado, atrayendo a sus padres. Sin embargo, el animalito sólo se alejó de Kazuma para acercarse de nuevo y seguir comiendo de aquella planta. Después de un rato, el jabalí se dirigiría de manera extraña al ninja y le daría suaves cabezazos, como mascota que juega con su dueño.
”¿Ah? Creí que los jabalíes salvajes eran más… salvajes. ¿O es que así son sus crías? ¡No importa! ¡Debo de aprovechar el tiempo!”
Le dio una rápida revisión a las notas de Kazuma sobre la rafure para luego correr hacia ellas. Sacaría un kunai y lo usaría con sumo cuidado para apartar la tierra y extraer la planta. La metería delicadamente en una de las bolsas, mientras que su compañero llenaría la suya hasta cuatro quintos de su capacidad con todas las hojas amarillas que podía. Todo parecía ir bien y, si tenían suerte, podrían hacerse de una buena porción de su encomienda en solo una parada.
Entonces, desde fuera del claro, se escuchó el gruñir de un animal más grande.
Etsu, quien sospechaba que el mono que los seguía había comido las otras flores, se apresuró a subir hasta la segunda taidonka, mientras que Akane permaneció en una posición más defensiva.
No obstante, al llegar a la altura de la flor, percibiría al menos otros tres monos de la misma especie que el primero. De igual manera, estaban intentando esconderse entre las ramas, como si sus largas colas pardas y sus chillidos no los delataran. En cuanto el genin llegara a la taidonka y la tomara, los primates se tornarían aun más ruidosos, lanzando gritos de guerra.
Las criaturas se lanzarían en dirección al chico, aunque éste intentaría alejarse del área. Aunque eran más lentos que un shinobi entrenado, los monos intentarían seguirlo a como pudiesen y, de alcanzarlo, saltarían sobre él para golpearlo o morderlo. Tal parecía que los monos solo estaban esperando a que la flor estuviese en todo su esplendor para comerla (después de, tal vez, pelear por ella). El suave olor que los Inuzuka percibían de la planta tal vez era un indicador del sabor que los monos ansiaban.
Rafure:✿✿✿ Niratsubu:❊❊❊❊❊❊❊❊ Mannerikko:
0/100
– Baiko:
80/100
– Baiko extra:
0/50
– Taidonka:❀❀❀ OFF:Cambié el color del inventario, sorry
Kazuma levanto la vista hacia donde estaba Ranko, cuya expresión delataba un ataque de pánico instantáneo y contundente. Pero luego de unos instantes su cuerpo y rostro se relajaron, al menos lo suficiente como para que él continuase con su labor.
Estaba llenando el pequeño saco a buen ritmo, seleccionado con paciencia y detalle las hojas de mejor aspecto. Pero algo le estaba desconcentrando, algo que golpeaba su rodilla flexionada con la terquedad de un carnero y con la fuerza de un lechón.
—Criaturita, interrumpes mi trabajo, ¿es que tu madre no te enseño a temerle a otros animales más grandes que tú? —pregunto mientras trataba de apartarle un poco, como si realmente esperara una respuesta sobre la valentía del jabato.
Y luego de unos segundos, cuando se aseguraba de que su bolsa estuviese llena, escucho un gruñido de un animal que debía de tener unos pulmones y un hocico enormes.
—Hum… eso suena a problemas —juzgo con calma, mientras se levantaba.
”Oh, cielos...” pensó Ranko, intentando darse prisa para meter una rafure más a la bolsa al escuchar el otro gruñido.
El jabato que intentaba jugar con Kazuma se echó y comenzó a frotarse contra las hierbas, soltando chillidos tiernos. Parecía un cachorro manso, algo que definitivamente no era normal, al menos para Ranko. En lo que el chico llenaba su bolsa por completo, ella intentaría llamar su atención.
—Ka… ¡Kazuma-san! ¿Q-qué hacemos si… si...?
De entre los arbustos, en la misma dirección que habían llegado, surgió otro jabalí. Era un adulto, y, a pesar de que no era un animal gigante como en algunas de las historias que había leído Ranko, se notaba intimidante. Medía unos ciento cincuenta centímetros de altura, era corpulento y de pelaje marrón, con varias manchas de hierba y tierra. Olfateó y gruñó, deteniéndose brevemente apenas entrando al claro.
”OHCIELOSOHCIELOSOHCIELOS”
—Kazuma-san… —alcanzó a decir Ranko, preparándose para moverse. Había luchado contra algunas personas más fuertes que ella, como Kuumi, o el mismo Etsu. Pero nunca contra un jabalí. Y dudaba si un jabalí detendría su pelea cuando su oponente resultase lastimado. El animal comenzó a caminar hacia Kazuma y el jabato, el cual seguía dando vueltas en el suelo.
Guarreó fuertemente y cargó hacia el ninja.
Muy lejos de allí, Etsu no lograría huir a tiempo. Caerían sobre él dos de los monos, los cuales le proporcionarían buenos manotazos en la espalda y la cabeza, así como algunos mordiscos en los brazos, e intentarían sin mucho éxito arrancarle la bolsa con las taidonka. Los otros dos primates se dedicarían a rodearlo, soltando chillidos y gritos, y lanzándole las frutas y los pedazos de hongo que pudiesen tomar de los árboles. Si el Inuzuka lograba escuchar más allá de los golpes y los chillidos, percibiría otros sonidos agudos a la distancia: los monos estaban pidiendo refuerzos.
Necesitarían ubicar la última flor pronto, o de lo contrario serían vapuleados y asaltados por una pandilla de monos adictos.
No le costó mucho colmar el pequeño saco luego de que el jabato perdiese el interés en él. Kazuma le observo revolcándose, preguntándose como un animal salvaje podía ser tan despreocupado. Y justo cuando iba a responderle a su compañera, de entre el follaje apareció la madre de aquel jabali… Una criatura de más o menos una metro y medio de cruz, lo cual indicaba una masa enorme para un animal de su tipo.
—Cielos… Ranko-san, ¿ya terminaste con lo tuyo? —pregunto calmadamente mientras cerraba su bolsa.
Un instante después, el gran jabalí salió corriendo en su dirección. El peliblanco dio un salto y lo esquivo por poco. Se levantó rápido, esperando la respuesta de su compañera, pues si hacía falta tendría que conseguir el tiempo necesario para que terminase.
El Inuzuka tomó sin demasiado atentado la flor. Un ejemplar, que lejos de ser el ideal, casi raspaba la mundano. Sin embargo, la efímera felicidad se vio truncada por el simio. Apenas el chico guardó la flor, el susodicho primate se lanzó al ataque con una jauría de gritos y arañazos. O bien protegía un preciado tesoro, o se trataba de una fiera defensa de su manjar favorito. Fuese cual fuese la causa, la obvio era que no estaba solo.
Etsu se zafó a duras penas del primate, batiendo ambos brazos alocadamente intentando acertar al mono, cual ventilador en pleno verano intenta sofocar la temperatura. En ambos casos algo carente de buen final, un mero esfuerzo que termina apenas realizado el movimiento.
—¡La madre que lo trajo! —blasfemó al mandril, capuchino, o lo que fuese ese maldito animal sacado de las entrañas del infierno.
Apenas pudo escapar, Etsu cruzó ambos brazos y los extendió bruscamente tras ello, con el mismo gesto sacó sus propias garras y colmillos. Sin duda, no se iba a dejar amedrentar por ese, ni por sus amigos. Si ellos mostraban colmillos, el Inuzuka mas. Si los monos mostraban sus garras, el Inuzuka mostraba las suyas. Si el mono tiraba heces... bueno, ahí no iba a rebajarse Etsu.
—¡¡GWAAAAAAAHH!!
Su bramido retumbó en el bosque, mucho mas alto y fiero al de sus oponentes. Pero hiciese mella o no en los monos, el chico no pensaba perder el tiempo en esa idiotez de enfrentarlos. Tenía un objetivo claro, y el tiempo apremiaba.
Tan pronto como cundiese la confusión entre los primates, tanto Etsu como Akane saldrían corriendo en pos de encontrar otra planta. No importaba que tuviesen que saltar durante un buen rato, lo primordial era encontrar la planta y alejarse de los primates.
Siento tardar tanto... :C
Tecnica usada:
¤ Gijū Ninpō: Shikyaku no Jutsu ¤ Arte del Ninja Bestia: Técnica de las Cuatro Patas - Tipo: Apoyo - Rango: C - Requisitos: Inuzuka 25 - Gastos:
10 CK activar (divide regen. de chakra)
(Inuzuka 50) (multiplicable x2)
- Daños: +10 PV a arañazos y mordiscos - Efectos adicionales: Fuerza +5, Resistencia +5, Aguante +5, Agilidad +5 - Sellos: Ninguno - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: -
Al envolver el cuerpo entero en chakra y moverse a cuatro patas, los Inuzuka pueden ganar los reflejos, los instintos y la velocidad de una bestia salvaje.
Esta técnica forma la base del estilo de taijutsu de sus miembros, y modifica la apariencia del usuario ligeramente, adaptándola aún más a la de un animal: sus colmillos y uñas crecen hasta convertirse en garras, y sus pupilas se contraen hasta volverse afiladas. Además, bajo sus efectos, un Inuzuka mostrará grandes aumentos de sus atributos físicos.
Esta forma es perfecta para tácticas de golpeo y retirada, que dentro del clan es bien conocido por apenas dejar tiempo al oponente para contraatacar. Este estilo de lucha se conoce por el nombre de Jūjin Taijutsu (Taijutsu del Hombre Bestia) y contiene numerosos ataques y técnicas secretas.
Kazuma logró esquivar a la bestia, la cual siguió de largo unos metros y luego giró para intentar embestirlo de nuevo. Le preguntó a Ranko si había terminado. La chica se había erguido para lanzarse al auxilio del peliblanco, pero pronto entendió lo que el ninja quería que hiciera.
—¡S-sólo falta una!
Tan rápidamente como pudo, se agachó otra vez y se dispuso a extraer la tercera rafure, para luego introducirla a la bolsa. Tardaría un minuto que se haría eterno, pues aquella planta tenía que sacarse de raíz. Mientras tanto, el jabalí arremetería en contra de Kazuma, intentando darle un cabezazo o una estocada con sus colmillos. Parecía ignorar a Ranko, pues el chico estaba más cerca el jabato —el cual seguía dando vueltas en el suelo, como en un trance risueño —y lo consideraba una amenaza más inminente. Si el ninja se apartaba como la primera vez, el jabalí guarrearía e intentaría atacar de nuevo.
—¡Listo, Kazuma-san! —gritaría la chica, alzando la bolsa con los tres especímenes de la planta. Esperaría a que el chico estuviese en una posición segura, o que se alejase del animal. Alzaría por mientras la vista al sol, intentando ubicar el este.
”Las otras plantas crecen cerca de la costa… ¡No hay tiempo que perder! ¡En marcha!”
Los Inuzuka, por su parte, se enfrentaban también a una bestia. Bueno, enfrentarse no, sino que huían. Bueno, una bestia no, cuatro, que pronto se transformaron en cinco, seis y siete, conforme los refuerzos llegaban. Parecía que lo difícil no era encontrar aquella planta. Lo difícil era encontrar una que tuviese una flor entera. Eso y evadir a los changos que se alimentaban de ellas.
A pesar de recibir varios manotazos y mordiscos, Etsu decidió que lo mejor era ponerse a la par de ellos y ganarles en animalidad. El rugido que soltó asustó un poco a los monos, quienes chillaron con temor y se quedaron momentáneamente entre las ramas, pausando la persecución. Aunado a ello, la velocidad del de las rastas aumentaría levemente, lo que le daría la oportunidad adecuada para mantener los monos a distancia. Siguió por los árboles por varios minutos.
Dos cosas llegaron a sus sentidos casi al mismo tiempo: una fue la suave esencia de la taidonka, discreta como siempre, virando hacia el este. La otra cosa que percibieron fue el chillido de los monos, el cual se acercaba, lenta pero constantemente. Aunque en una carrera no lograrían alcanzar al shinobi, podrían cerrarle el paso si se detenía demasiado.
Si giraba hacia el este, sentiría el aroma a varios metros más arriba, en uno de esos árboles que parecen estar en un plano diferente al mundo gracias a la altura y la densidad de las copas. Estaría allí, justo debajo del sombrero de un hongo gigante, la flor lila, tan solitaria y abierta como la primera que había encontrado.
Sin embargo, casi a la misma altura a la que iba Etsu, se podía ver un par de monos más. No se notaban con prisa, como si no hubiesen escuchado el llamado de ayuda de su hermano primate, y se balanceaban y saltaban rumbo a la taidonka como quien va en un paseo a comprar un helado. El Inuzuka tenía que ser rápido si no quería que los animales se la zamparan.