Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Akame calló ante la corrección de su igual. Cada vez estaba más cerca de darse cuenta de que Kaido tenía razón, quizá a unos niveles a los que ni él mismo sabía que era capaz. Por el momento, ambos shinobis exiliados se quedaron en el significado más inmediato de sus palabras, sin saber que aquellas en un día futuro desencadenarían algo imprevisible y trascendente. Esa historia, aún no es menester contarla.
—Lo que tú digas —replicó en ese momento el Uchiha, poco convencido y aún dolido por la traición de aquellos a los que había creído sus compañeros—. Sea como sea pagarán, eso tenlo por seguro.
El uzujin terminó su cigarrillo y arrojó la colilla a la hoguera. Luego se incorporó, estirándose tras una noche horrible —todavía le dolía todo el cuerpo—. La mañana ya había amanecido y ellos dos necesitaban seguir su camino; Akame estaba más paranoico que nunca y hasta creía ver la sombra de un escuadrón ANBU del Remolino dispuesto a abalanzarse sobre ellos en cada movimiento de las hojas de los árboles. Cuando el Tiburón le cuestionó sobre su repentina ausencia la primera noche, Akame esbozó una sonrisa torcida. Tardó unos momentos en contestar, mientras aseguraba todo su equipamiento ninja.
—Cobrándome una deuda, a un hijo de puta —sentenció, sin atisbo alguno de culpabilidad o arrepentimiento en su voz—. Haciéndole un favor a Oonindo. El mundo está mejor sin esa rata de los cojones.
Soltó un bufido, parecía divertido con el simple pensamiento, mas sus ideas calaban más hondo. Miró a Kaido, todavía con aquella sonrisa que hacía estirarse la cicatriz que le cruzaba los labios.
—Un tipo que se creyó más listo que yo, que pensó que podía joderme y salir impune. Lo maté en su propia cama, durmiendo a pierna suelta, ¿te lo puedes creer? ¿Pensó que iba a joder a Uchiha Akame y luego pegar ojo sin reparo cada noche? —escupió, despectivo—. ¿Sabes qué, Kaido? Le saqué de su error. Eso hice. Nadie me da por el culo y sigue con su vida tan tranquilo.
»Deberíamos ponernos en marcha ya. No sé cuánto tiempo tenemos hasta que esos perros aten cabos y se den cuenta de que no consiguieron terminar el trabajo.
1/05/2019, 22:01 (Última modificación: 1/05/2019, 23:25 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Tan enigmático como le fue posible, Akame contó a Kaido que se había ausentado para cobrarse una deuda. La segunda de aquella noche, después de la masacre de quemar la Trucha y a todos los que alguna vez disfrutaron con su dolor en el ring de combate. El cómo no le quedó del todo claro —la única posibilidad que contempló el tiburón es que haya usado aquella técnica suya con la que, en los examenes de Chunin, se había llevado consigo al bijuu, a Daruu y a Eri—. pero lo cierto es que Akame había derramado la sangre de aquél que se la había jugado. Uno de tantos, visto lo visto.
Por primera vez en los tres días que llevaban juntos, Kaido sintió... temor. No del tipo malsano, o del que te hace mear la cama. Era una especie de respeto. Un cuidado con ese tipo. Es peligroso. Eso ya lo sabía, sin embargo. No por nada le había vencido tan fácilmente en la semifinal del torneo de los dojos. No por nada Había podido detener una desgracia que acabase con la vida de cientos y cientos de uzujin. No por nada... Uzu le había intentado asesinar.
—Pues espero que Katame le ceda un lugarsito allá en las vastas tierras del Yomi. Seguro le vendrá bien la compañía —dijo, levantándose. Cogió sus cosas, apagó la fogata con tierra y tiró cualquier indicio que pudiera dejar rastro de su ruta. Miró al este—. ¿dejaste cabos sueltos? —indagó, mientras se echaba a caminar.
Una sonora carcajada retumbó entre las copas de los árboles. Por primera vez en aquellos tres días, Akame había reído a mandíbula batiente. Gozoso. Con júbilo. Miró a su compañero Gyojin y certificó las palabras del mismo.
—Que se pudran allí por toda la eternidad.
Luego ambos comenzaron a recoger el precario campamento. Mientras Kaido daba cuenta de las sobras del desayuno y la hoguera en la que había asado los espetos, Akame recogió el sedal de hilo ninja y lo guardó en uno de sus portaobjetos; luego, hizo lo mismo con las esposas supresoras de chakra. «No os voy a perder de vista, malditas. Probablemente os voy a necesitar de nuevo muy pronto», se dijo. Si bien aquella noche había sido todo un paso en el avance contra su adicción a la magia azul, Akame no contaba con que su espíritu —por firme que era— fuese capaz de derrotar a aquellos demonios tan fácilmente. Kaido estaba demostrando ser merecedor de su confianza, y el Uchiha no descartaría servirse de aquel aliado para superar la sed del omoide.
Cuando hubieron terminado, Akame echó a andar junto a su compañero.
—No —respondió, seguro—. Pero es apenas cuestión de tiempo que lleguen a la conclusión de que quien quiera pasó por la morgue no era yo, y que el asesinato del tipo que me apuñaló por la espalda no es mera casualidad. No hay muchas personas en Oonindo capaz de aparecerse y desaparecerse dentro de Uzushiogakure no Sato de esta forma.
Echó mano al paquete de tabaco. Cinco cigarros. Tomó uno y se lo colocó en los labios, prendiéndolo con aquella técnica Katon de forma idéntica a como lo había hecho antes. Luego, fumó con una extraña sensación de satisfacción. Y de vértigo. Ciertas dudas y temores empezaban a tomar forma en su cabeza, pero como todo, no podía simplemente verbalizarlos y darles poder. Al contrario, Akame tenía que aprovecharse de su ingenio para neutralizarlos, y de la mayor herramienta de cualquier ninja —o ex ninja, al caso—; la información.
—¿Estás en el Libro Bingo de Amegakure? —preguntó entonces—. Imagino que pronto me concederán el mismo honor en mi Aldea natal.
Kaido cabeceó, comprendiendo todas las implicaciones que traía consigo la venganza de su compañero. Realmente importaba poco si dejaba o no rastro alguno, las coincidencias sencillamente jugarían en su contra y vislumbraría para Uzushiogakure que había sido él —y que estaba vivo, por tanto, tal como es el caso de Kaido—. y, como medida para cualquier criminal; su foto aparecería en el libro bingo.
—Lo estoy —contestó, lacónico—. pues quién lo diría, Akame, quién lo diría. Que aquél par de mocosos que luchaban por el honor de sus aldeas en el Torneo de los Dojos ahora las repudiaran con tanto fervor.
Y es que, en efecto, lo era. La ironía más grande que se le podía ocurrir a alguien; Uchiha Akame el Profesional, figurando en el Libro Bingo de su Aldea. Pero así era la vida, tan perra que a veces no sabías ni por dónde te venían las ostias, y la única opción hacia delante era surfear la ola, aunque fuese sin tabla. Lo contrario implicaba quedarse quieto y hundirse bajo el agua. Akame podía ser muchas cosas, pero por sobre todas era un superviviente nato; si meses de indigencia y drogas, criminalidad en la última posición de la cadena alimentaria de los bajos fondos, no habían acabado con él, sino que le habían traído a aquel lugar y ese momento concreto... Entonces, debía haber una razón.
¿No?
El Uchiha fumó otra calada.
—Tú lo has dicho, éramos unos niños de teta. Manipulables, ignorantes de nuestra condición. Deseosos de servir a nuestros amos mientras lamíamos la correa que llevábamos al cuello —dejó escapar el humo—. Tal vez tengas razón, y deba agradecerle a mi querido y antiguo mandatario el haberme abierto los ojos, liberado de mis grilletes. Ahora veo el mundo de una forma que nunca antes me había atrevido.
Poco a poco, un pensamiento iba formándose en lo más profundo de su alma. Del espíritu quebrado de aquel chico que había creído tener una familia. En ese momento era apenas una débil llama que titilaba en la oscuridad, pero había quien sabía que, de permitirlo, esa vela acabaría convirtiéndose en una tormenta de fuego que amenazaría con socavar los mismos cimientos de Oonindo. Al tiempo. Durante ese día, sólo tocaría caminar; caminar y caminar hasta ver, por fin, la Costa de las Olas Rompientes en el horizonte.
4/05/2019, 02:23 (Última modificación: 4/05/2019, 02:23 por Uchiha Datsue.)
Era de noche en Kaminari no Kuni. Una noche fresca y húmeda a pesar de la llegada del verano. Plagada de nubes. Unas nubes que ocultaban las estrellas. La luna. La luz. Y es que aquella era una noche para lo oculto. Para las cosas que no se hacían a plena luz del día.
Kibo no Hikari era buena prueba de ello. Un pueblo grande, pese a que sus habitantes les gustase llamarse a sí mismos ciudadanos, como lo hacían en la capital del Fuego o de la Espiral. Y es que ellos también contaban con un castillo, un noble habitándolo y murallas rodeando el poblado. Pero dicho castillo tenía el tamaño de un solo torreón del Castillo de Tanzaku. El hombre que lo habitaba, lejos de ser un Señor Feudal, era un noble menor al que apenas conocían tras las fronteras del Rayo. Y las murallas… Bueno, como valor histórico estaban bien, pero hacía tiempo que no cumplían con la función para la que habían nacido. Se caía a pedazos.
Como iba diciendo, Kibo no Hikari era buena prueba de que aquella era la madre de las noches traviesas. La noche en la que algún marido se entretenía más de la cuenta en la taberna y luego se topaba, no sin cierta sorpresa, metiéndose en algún burdel de camino a casa. La noche en la que alguna pareja daba rienda suelta a su pasión en algún callejón oscuro. La noche de la sangre vertida… de distintos tipos, de distintas variedades. La noche de los camellos pasando sustancias de mano en mano. Y, especialmente, la noche de los contrabandistas.
Los contrabandistas llegaban amparados por la noche, en barcas pequeñas y silenciosas, manejables, y se colaban por cabos y recovecos que solo ellos conocían para descargar su mercancía. Al menos, los buenos. Kaido, no obstante, era relativamente nuevo en Sekiryū. Sabía que allí había un puerto que su organización usaba para transportar el omoide, pero todavía no estaba familiarizado con el punto exacto de embarque. Ni con los barcos que se usaban. Menos con los rostros de los marineros que Dragón Rojo empleaba en su beneficio.
Por eso, empezó por lo obvio. Por la noche, acompañado de su nuevo aliado, bajó del pueblo por un camino que serpenteaba el acantilado —a saber cuantas vidas se habían perdido por pisar donde no debían y caer al vacío— hasta llegar a las blancas playas que daban al mar y a un pequeño puerto.
Varios muelles lo conformaban, protegidos del oleaje por dos largos espigones de piedra a lo lejos. Espigones que, en noches de tormenta, eran incapaces de contener las fuertes olas del mar embravecido. Pero aquella, como ya se dijo, no era una de esas noches.
Un gran foco de luz caía en el mar como el reflejo de la luna llena, moviéndose de un lado a otro, coqueto y juguetón. Provenía de un faro situado arriba del acantilado, al que la gente llamaba la Torre de Raijin.
A lo lejos, en uno de los muelles, los jóvenes shinobis divisaron movimiento. No en una barca pequeña, no en un barquito de vela roído y desgastado propio de un contrabandista. Ni en una barca pesquera que tan bien podría llevar pescado en el fondo como cajas de omoide. No, lo que vieron fue una cosa gigantesca. Akame creía que el barco en el que se había subido junto a Kaido y Datsue en su aventura en Isla Monotonía era grande, pero entonces descubrió que aquello era relativo. Y es que, sí, tanto aquel barco como el que veía a lo lejos eran ambos grandes, como un gorila y una ballena lo eran. Pero nadie se atrevía a compararlos porque… Bueno, jugaban en ligas distintas.
Tomo esta trama con Hueco de Narrador
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Umikiba Kaido se sumió en una especie de deja vu cuando atracó junto a su nuevo aliado en las orillas de Kibo no Hikari. Era la segunda vez en menos de séis meses que acababa en aquél pueblo de aspecto austero, para la grandeza que pregonaba. Tierra de un noble menor, que solía esconderse tras los muros derruidos de un castillo; Kibo no Hikari era la tierra de todos y de nadie al mismo tiempo. Su puerto servía como punto conexo de las distintas rutas comerciales que Dragón Rojo utilizaba para mover los cargamentos de Omoide desde Hibakari.En aquél entonces, cuando conoció a Shaneji; le fue estúpidamente sencillo llegar hasta el mar —donde conoció a Daseru—. y posteriormente cogió la barca con una tripulación pequeña.
Por esa razón, se sintió un tanto desorientado cuando se encontró con aquél enorme navío. De hecho, nunca había visto uno tan grande, al menos flotando en condiciones sobre el mar.
A la distancia, envuelto en la incipiente oscuridad que atizaba a esas horas de la noche y protegido de los rayos de luz provenientes de la Torre de Raijin; Kaido aminoró el paso, con semblante dubitativo.
—No veo por ningún lado nuestro barco —dijo. Tampoco recordaba demasiado como era, pero esperaba poder ocuparse de ello en la mañana—. y ese acorazado... qué jodida bestia.
Akame había seguido en receloso silencio al escualo desde que atravesaran la frontera del País del Rayo. Aquel era territorio inexplorado para el Uchiha, que como mucho había visitado la Villa de las Aguas Termales en alguna ocasión para relajarse fuera de su antigua vida ninja. Pero de barcazas de contrabandistas, no tenía idea alguna. Recaía entonces sobre Kaido la responsabilidad de encontrar aquella barca que les llevara a salvo hasta Hibakari, en Mizu no Kuni. «Al menos aquí estaremos fuera del alcance inmediato de las Tres Aldeas y sus perros de presa», se dijo Akame, mientras juntos bajaban una ladera.
Sin embargo, cual sería su sorpresa al comprobar que, cuando se acercaron al embarcadero, Kaido no pudo reconcoer a ninguna de las barcas de Sekiryuu. Como si fuese lo más normal del mundo, el Tiburón admitió no tener ni idea de quiénes podían llevarles a través del mar, a su destino. Akame arqueó una ceja, escéptico, y apretó los dientes con cierta molestia.
—Pues eso es una jodida lástima, Kaido —apostilló, mordaz—. Porque a diferencia de ti, yo no puedo nadar durante horas sin respirar o cansarme. Así que, ¿cómo demonios lo vamos a hacer?
Fue entonces cuando el Uchiha reparó en el gran acorazado fondeado en el modesto puerto de aquel lugar. Sus ojos recorrieron la enorme cubierta de madera del acorazado, ávidos de una solución.
—Nos tomamos el barco y le obligamos al puto capitán a que nos lleve a Hibakari —anunció, como si las propias leyes de los hombres no significaran más que una mierda en el zapato para él—. O eso, o nos esperamos a que por milagro de los dioses uno de tus hombres aparezca con una barca para llevarnos a través del mar al País del Agua.
Mientras hablaban y seguían caminando, los dos ninjas fueron acercándose poco a poco al gran navío. En el muelle, una silueta gorda parecía supervisarlo todo. La mano de obra transportaba grandes cajas de mercancías de dos en dos, cargándolas a través del portalón.
Junto al muelle, un par de mulas con carros, de donde cogían la mercancía. Les quedaba poco para terminar. Tres, cuatro viajes más, a lo mucho.
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—Esa sería una buena idea, Akame, si no estuviéramos en este puerto. Desconozco los acuerdos que pueda tener Dragón Rojo con los otros mercaderes, y si vamos por allí robándole a nuestros aliados, pues mal vamos.
El gyojin atisbó al obeso que custodiaba los movimientos de las mulas, y trató de vislumbrar alguna cara conocida. Si no lo lograba, pues no tendría más remedio que hablar y hacerse camino en aquella bestia de mar.
—¡Eh, compañero! —dijo, llamando la atención del encargado del navío—. ¿viajáis esta misma noche? ¿adónde os dirigís?
El Uchiha se limitó a callar; sabía que con el arte de las palabras él no era demasiado habilidoso. Datsue, en otros tiempos, y Kaido —ahora— eran luchadores más propensos a ese tipo de terrenos de batalla. Y si tomar el barco por la fuerza y obligar a su capitán a llevarles a Hibakari no era una opción, entonces el renegado de Uzushiogakure debía pasar a un discreto segundo plano; al menos, hasta que se calmaran las aguas. Así, Akame se limitó a ajustarse el yukata que llevaba, la funda bandolera para su espada a la espalda, y seguir a Kaido allá donde quiera que fuese. Era consciente de que su aspecto habitual no ofrecía demasiadas garantías a un desconocido —un personaje con media cara vendada, con yukata remangado y pantalones bombachos, y un ninjatō a la espalda—, pero confiaba en que el carisma natural del Tiburón, o su intimidante aspecto, pudiesen suplir las carencias.
Cuando el Gyojin se acercó a los que trabajaban junto al acorazado, Akame se limitó a seguirle, ver, oír y callar.
4/05/2019, 23:06 (Última modificación: 4/05/2019, 23:07 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Al otro lado del muelle, cerca de un pequeño almacén de pescado, una figura con ropa raída y barba desaliñada le daba vueltas con ahínco al dedo tratando de encontrar petróleo en su nariz. Un yonki cualquiera, quizás, o un pordiosero que lo había perdido todo en una apuesta. Quizás había un poco de ambas verdades.
El hombre llevaba allí un rato. Arrancó un esputo y lo arrojó a un lado dándose asco a sí mismo. Se levantó tambaleándose, agarrando torpemente una litrona de cerveza que había apartado. Le dio un trago, y caminó siguiendo el muelle haciendo eses. Torció por un callejón, y se perdió en su oscuridad.
Quizás ambas verdades pequeñas eran sólo una mentira grande.
Le sigue tocando a Datsue, aguarden. Esta intromisión es independiente y de un único mensaje.
Los dos exiliados se acercaron al hombre gordo con pinta de encargado. Gordo, sí, pero con unos fuertes antebrazos cubiertos por manchas rojas fruto de la psoriasis. No era muy alto, de cabeza rapada aunque se le notaban las entradas, y que vestía una camisa remangada cuyos botones amenazaban con salir disparados por no resistir la presión que ejercía su enorme barriga.
Tenía ojeras, y se le veía más desmejorado que la última vez. Pero, aún así, Kaido le reconoció en seguida.
—¡Qué me…! —Y él reconoció también a Kaido. Sí, era un viejo amigo. Era Shenfu Kano—. ¡No es de tu incumbencia! —rugió, bien alto para que los dos hombres que cargaban con la penúltima caja le oyesen bien. O simplemente porque era Shenfu Kano: él siempre hablaba alto—. ¡No, no! ¡Aquí no aceptamos mozos de ningún tipo! ¡Meteos de polizón en cualquier otro lado! ¡Este es un barco respetable! ¡Bam, bam, bam! —les apremió, empujándoles para que se alejasen con él.
Entonces trató de bajar la voz.
—¡Kaido, qué me trague el mar si esperaba encontrarte aquí! ¡Tienes que ayudarme, amigo! —Hablar bajito para Shenfu Kano era hablar en tono normal para cualquier otra persona—. ¡Me tienen bien jodido!
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Pero, si Kaido hacía el esfuerzo de arrugar un poco los ojos y de oír, como nunca antes lo había hecho, los recuerdos de una aventura pasada surcaría su memoria como una inyección de adrenalina. Resultaba increíble y a veces inaudito—y esto ya se lo había dicho a sí mismo en más de una ocasión, la última vez tras encontrar a Akame de refilón, hediondo y drogado en Tanzaku—. lo grande que era Oonindo en toda su extensión, y aún así, qué pequeño podía ser el mundo a veces.
El hombre gordo al que no había reconocido en un principio era Shenfu Kano. Un amigo del pasado. El hombre cuya solicitud de misión, allá en Taikarune, le indujo finalmente a Dragón Rojo. De una u otra forma, con Kano el cocainómano había empezado el viaje de Umikiba Kaido hacia el exilio.
Una sonrisa afilada se dibujó en su rostro. Alegre de ver un viejo rostro, de ver un viejo barco. ¡Y hostias, el puto barco! ¡Era Baratie! ¿cómo mierda no lo había reconocido?
—Kano, coño, Kano... ¿te di la oportunidad de comenzar una nueva vida lejos de los problemas, y lo primero que me dices es que estás metido en una gorda, después de casi un año? —soltó entre risillas, mientras le daba dos palmadas amigables en la espalda—. ¿qué te pasa ahora, viejo amigo? ¿no te querrán robar el puto Baratie de nuevo, no?
Un chiste de mal gusto, cuando Akame quería hacer lo propio hace dos minutos atrás.
«¡Me cago en todo! Por fin un golpe de suerte y algo que va como se supone. Parece que Kaido ha encontrado por fin a sus camaradas perdidos», se dijo Akame al ver cómo el que parecía llevar el control de aquel mastodonte de barco saludaba a su compañero con la complicidad de dos viejos amigos. «¿Que está en un lío? ¿A qué cojones se refiere? Por las tetas de Amaterasu, que yo no pienso ayudar ni a mi puta madre. Hay que salir de aquí, y esta noche. Si este gordaco no quiere cooperar...»
Pero antes de recurrir a la vía drástica, Akame era consciente de que había multitud de alternativas. Mientras Kaido proseguía su conversación con aquel enorme hombre y su enorme barco, el Uchiha oteaba los alrededores con gesto paranoico; tal y como había estado haciendo el resto del viaje. Ya empezaba a notar un ligero temblor en la mano zurda, señal de que el mono de omoide volvía a abrirse paso poco a poco. Akame tan sólo esperaba ser capaz de mantenerlo a raya sin la ayuda de unos grilletes por aquella noche...