11/11/2016, 12:49
(Última modificación: 12/11/2016, 19:59 por Uzumaki Eri.)
Había pasado varios días en casa de una conocida de su vecina tratando con varios remedios medicinales para dejárselos al la mujer ya entrada en edad y así ayudar al pequeño pueblo de Midori, ya que este invierno prometía muy duro para sus habitantes.
— ¿Cree que con estas cantidades valdrá? — Cuestionó la joven mientras señalaba el potingue que tenía encima de la mesa. Junto a ese habían sobres y tubos llenos de diversas sustancias.
— Deberíamos hacer un poco más, solo por si acaso. — Sugirió la mujer mientras se acariciaba sus plateados cabellos. — ¿Por qué no vas a los campos a buscar más hierbas? Y ya de paso te pasas por el centro médico, quizá necesiten una mano. — Animó. — De lo demás me puedo encargar yo.
Eri asintió mientras se limpiaba las manos, luego se colocó su túnica y salió de la pequeña casa, recibiendo un bofetón del frío que hacía fuera. Era temprano aún, así que el sol no había podido calentar bien las tierras de Midori lo suficiente como para que no sintiese que debía abrazarse a sí misma para conservar el calor.
Con suerte aquellas necesitadas hierbas crecían aún con el frío.
Milagrosamente.
Entonces escuchó un sorbo, luego un lagrimeo y por último, un pequeño lloriqueo. Eri frunció el ceño y decidió a acercarse a la fuente de aquellos sonidos cuando se encontró con un pequeño de a penas cinco años de cabellos azabaches y ropas oscuras, con la rodilla al descubierto dejando ver una herida bastante importante. El pequeño estaba sentado delante de una casa de tejado oscuro y paredes grises.
— Hey... ¿Qué pasa, chiquitín? — Preguntó la Mizumi poniéndose de cuclillas en frente del pequeño.
— E... Eque... Me he caído... Y me-me he hecho pu-pupa... — Alegó entre hipos y sorbos. — C-chi mi madre me ve... ¡Me va a regañar mucho!
— Sh... No pasa nada, primero relájate y segundo, tengo una gran idea. — Eri sonrió de oreja a oreja mientras miraba a los ojos del pequeño. — Vamos a hacer un pequeño truco para que tu herida sane y tu mami no se enfade contigo, ¡pero tienes que confiar en mí!
— ¡Chii! — Exclamó, emocionado.
Entonces la de cabellos azulados colocó sus manos sobre la herida del pequeño sin llegar a tocarlos, y un aura verdosa comenzó a emanar de ellas, sanando lentamente la herida del infante.
— ¿Cree que con estas cantidades valdrá? — Cuestionó la joven mientras señalaba el potingue que tenía encima de la mesa. Junto a ese habían sobres y tubos llenos de diversas sustancias.
— Deberíamos hacer un poco más, solo por si acaso. — Sugirió la mujer mientras se acariciaba sus plateados cabellos. — ¿Por qué no vas a los campos a buscar más hierbas? Y ya de paso te pasas por el centro médico, quizá necesiten una mano. — Animó. — De lo demás me puedo encargar yo.
Eri asintió mientras se limpiaba las manos, luego se colocó su túnica y salió de la pequeña casa, recibiendo un bofetón del frío que hacía fuera. Era temprano aún, así que el sol no había podido calentar bien las tierras de Midori lo suficiente como para que no sintiese que debía abrazarse a sí misma para conservar el calor.
Con suerte aquellas necesitadas hierbas crecían aún con el frío.
Milagrosamente.
Entonces escuchó un sorbo, luego un lagrimeo y por último, un pequeño lloriqueo. Eri frunció el ceño y decidió a acercarse a la fuente de aquellos sonidos cuando se encontró con un pequeño de a penas cinco años de cabellos azabaches y ropas oscuras, con la rodilla al descubierto dejando ver una herida bastante importante. El pequeño estaba sentado delante de una casa de tejado oscuro y paredes grises.
— Hey... ¿Qué pasa, chiquitín? — Preguntó la Mizumi poniéndose de cuclillas en frente del pequeño.
— E... Eque... Me he caído... Y me-me he hecho pu-pupa... — Alegó entre hipos y sorbos. — C-chi mi madre me ve... ¡Me va a regañar mucho!
— Sh... No pasa nada, primero relájate y segundo, tengo una gran idea. — Eri sonrió de oreja a oreja mientras miraba a los ojos del pequeño. — Vamos a hacer un pequeño truco para que tu herida sane y tu mami no se enfade contigo, ¡pero tienes que confiar en mí!
— ¡Chii! — Exclamó, emocionado.
Entonces la de cabellos azulados colocó sus manos sobre la herida del pequeño sin llegar a tocarlos, y un aura verdosa comenzó a emanar de ellas, sanando lentamente la herida del infante.