10/01/2017, 20:30
Para Eri, muchas de las cosas aprendidas en la academia no eran más que información poco necesaria para aprobar un examen y luego pasar a lo que de verdad le gustaba, sin embargo, una de las pocas cosas que aprendes en la academia es la historia, historia que, en cierto modo, es parte de la tuya propia, y eso a la de cabellos purpura le fascinaba y llamaba a partes iguales.
Por lo cual, con mochila llena de cosas y una bonita nota diciendo que se iba de viaje por primera vez, decidió alejarse de su villa camino al Valle del Fin, lugar que estaba repleto de historia según contaban los pergaminos y libros que había leído con anterioridad en casa o en la academia.
Lo malo era como llegar.
Pero la suerte sí estaba de su parte cuando, por arte de magia, pisó una piedra que se encontraba en el camino y se dedicó a reírse de su dolor de pies al estar todo el maravilloso día de primavera andando sin parar; la suerte no fue aquella, sino que, cuando levantó su enfurruñado rostro, pudo divisar tres figuras amenazantemente enormes frente a ella. La joven se quedó embobada mirando la grandeza que ellas destilaban, y, sin dudar ni un solo segundo más, se acercó lo más deprisa que pudo.
Llevada por sus deseos de curiosidad, no se limitó a observar desde lo más bajo. No, ella quería subir y contemplar el famoso lago, además de ver con sus propios ojos los rostros de aquellas estatuas y grabarlos en la memoria de por vida.
Tras largos minutos de escalada, la joven jadeante se encontró cerca del lago por fin, sin embargo necesitaba recobrar el aliento que había perdido. Y en una de sus exhalaciones, pudo divisar a una persona más en el lugar, y su curiosidad hizo que el cansancio se pasase en un suspiro. Así, acercándose lentamente a su presa indecisa, logró hacer el suficiente ruido cayendo sobre sus propios pies.
Sintiéndose descubierta por haber revelado su posición, solo pudo acudir a lo que mejor se le daba: hablar.
— ¡Hola! — Saludó con una sonrisa aún con el trasero pegado al suelo.
Por lo cual, con mochila llena de cosas y una bonita nota diciendo que se iba de viaje por primera vez, decidió alejarse de su villa camino al Valle del Fin, lugar que estaba repleto de historia según contaban los pergaminos y libros que había leído con anterioridad en casa o en la academia.
Lo malo era como llegar.
Pero la suerte sí estaba de su parte cuando, por arte de magia, pisó una piedra que se encontraba en el camino y se dedicó a reírse de su dolor de pies al estar todo el maravilloso día de primavera andando sin parar; la suerte no fue aquella, sino que, cuando levantó su enfurruñado rostro, pudo divisar tres figuras amenazantemente enormes frente a ella. La joven se quedó embobada mirando la grandeza que ellas destilaban, y, sin dudar ni un solo segundo más, se acercó lo más deprisa que pudo.
Llevada por sus deseos de curiosidad, no se limitó a observar desde lo más bajo. No, ella quería subir y contemplar el famoso lago, además de ver con sus propios ojos los rostros de aquellas estatuas y grabarlos en la memoria de por vida.
Tras largos minutos de escalada, la joven jadeante se encontró cerca del lago por fin, sin embargo necesitaba recobrar el aliento que había perdido. Y en una de sus exhalaciones, pudo divisar a una persona más en el lugar, y su curiosidad hizo que el cansancio se pasase en un suspiro. Así, acercándose lentamente a su presa indecisa, logró hacer el suficiente ruido cayendo sobre sus propios pies.
Sintiéndose descubierta por haber revelado su posición, solo pudo acudir a lo que mejor se le daba: hablar.
— ¡Hola! — Saludó con una sonrisa aún con el trasero pegado al suelo.