1/03/2017, 22:14
Ayame titubeó durante un breve instante. El tiempo suficiente para que Kōri decidiera tomar la iniciativa. Su hermano desapareció en un abrir y cerrar de ojos, y antes de que pudiera siquiera reaccionar un dolor punzante en el costado le hizo arquear el cuerpo con un débil gemido.
—No dudes. Eso sólo le dará la ventaja a tu enemigo. —La voz de Kōri sonó junto a ella, tajante y fría como el hielo.
A Ayame le costó unos segundos recobrar el aliento, pero en cuanto recuperó el aliento se revolvió sobre sí misma, giró sobre sus talones y lanzó el puño derecho con todas sus fuerzas. Pero él ya la había visto venir. Ayame chasqueó la lengua cuando sintió sus dedos cerrándose en torno a su antebrazo y bloqueando su movimiento como un auténtico muro. Un súbito tirón en las parte inferior de las piernas la sorprendió.
—¡Ah! —aulló, dolorida, al dar con sus huesos en el suelo.
Cerca de ella, e inamovible, Kōri la observaba con fijeza.
—Tienes que separar un poco más las piernas, tenías el centro de gravedad desplazado —dijo, y Ayame volvió a chasquear la lengua con irritación contenida. Él le hizo un gesto con la mano—. Vamos. Levántate y golpéame.
Ella se reincorporó. Pero en lugar de obedecer, se encaró a él.
—Jo... ¿Por qué estamos practicando el taijutsu? Eso lo aprobé en el examen... —protestó.
Y fue un craso error.
En otro abrir y cerrar de ojos, Ayame volvía a estar tumbada en el suelo.
—Que lo hayas aprobado no significa que no tengas que pulirlo. Además, tendrás que volver a pasar esa prueba, así que la próxima vez lo harás mejor aún. Y ahora deja de quejarte y golpéame.
Ayame se reincorporó de mala gana, pero cuando ya estaba flexionando las piernas para lanzarse al ataque, alguien la llamó.
—Hey, Ayame. —Para su sorpresa, se trataba de Anko. La chica de cabellos rojos como el fuego que había conocido hacía poco en la academia de Amegakure—. ¿Entrenando de nuevo? Cada vez buscas mejores entrenadores personales... qué gancho con los chicos —le guió un ojo, y ella volvió a tensarse como la cuerda de un arco—. Por cierto, soy Watasashi Aiko, un placer.
«Eso. Aiko.»
—E... en realidad él es mi hermano. Aotsuki Kōri —le presentó. Él había estado observando a la recién llegada con indiferente fijeza, pero inclinó la cabeza con respeto cuando su hermana pronunció su nombre.
—¿Qué haces por aquí, Aiko-san?
Nadie fue consciente del hecho, pero a espaldas de Aiko, un par de chicos había tomado la bolsa con los bollitos y ahora se largaban entre carcajadas mal disimuladas...
—No dudes. Eso sólo le dará la ventaja a tu enemigo. —La voz de Kōri sonó junto a ella, tajante y fría como el hielo.
A Ayame le costó unos segundos recobrar el aliento, pero en cuanto recuperó el aliento se revolvió sobre sí misma, giró sobre sus talones y lanzó el puño derecho con todas sus fuerzas. Pero él ya la había visto venir. Ayame chasqueó la lengua cuando sintió sus dedos cerrándose en torno a su antebrazo y bloqueando su movimiento como un auténtico muro. Un súbito tirón en las parte inferior de las piernas la sorprendió.
—¡Ah! —aulló, dolorida, al dar con sus huesos en el suelo.
Cerca de ella, e inamovible, Kōri la observaba con fijeza.
—Tienes que separar un poco más las piernas, tenías el centro de gravedad desplazado —dijo, y Ayame volvió a chasquear la lengua con irritación contenida. Él le hizo un gesto con la mano—. Vamos. Levántate y golpéame.
Ella se reincorporó. Pero en lugar de obedecer, se encaró a él.
—Jo... ¿Por qué estamos practicando el taijutsu? Eso lo aprobé en el examen... —protestó.
Y fue un craso error.
En otro abrir y cerrar de ojos, Ayame volvía a estar tumbada en el suelo.
—Que lo hayas aprobado no significa que no tengas que pulirlo. Además, tendrás que volver a pasar esa prueba, así que la próxima vez lo harás mejor aún. Y ahora deja de quejarte y golpéame.
Ayame se reincorporó de mala gana, pero cuando ya estaba flexionando las piernas para lanzarse al ataque, alguien la llamó.
—Hey, Ayame. —Para su sorpresa, se trataba de Anko. La chica de cabellos rojos como el fuego que había conocido hacía poco en la academia de Amegakure—. ¿Entrenando de nuevo? Cada vez buscas mejores entrenadores personales... qué gancho con los chicos —le guió un ojo, y ella volvió a tensarse como la cuerda de un arco—. Por cierto, soy Watasashi Aiko, un placer.
«Eso. Aiko.»
—E... en realidad él es mi hermano. Aotsuki Kōri —le presentó. Él había estado observando a la recién llegada con indiferente fijeza, pero inclinó la cabeza con respeto cuando su hermana pronunció su nombre.
—¿Qué haces por aquí, Aiko-san?
Nadie fue consciente del hecho, pero a espaldas de Aiko, un par de chicos había tomado la bolsa con los bollitos y ahora se largaban entre carcajadas mal disimuladas...