14/03/2017, 20:01
—Pues... no sé. Comencé a andar, pillé unos bollitos, escuché a mucha gente por aquí, y una cosa llevó a la otra, la otra a la una... y en fin, aquí estoy —respondió la pelirroja, llevándose ambas manos a la nuca, y Ayame no pudo evitar sonreír a su vez. Mientras tanto, Kōri seguía igual de inmutable que al principio—. La verdad es que hoy hay bastante gente aquí. ¿Habrá algún tipo de competición o algo?
—Eso fue lo que pensé al ver a tanta gente reunida, pero...
—No. No hay ningún evento —completó su hermano por ella.
La verdad es que resultaba bastante extraño. E inquietante. Muchas veces el Torreón de Pruebas se llenaba de gente, pero Ayame nunca había visto algo similar. Como si a todos les hubiera dado el venazo de entrenar... al mismo tiempo.
—Por cierto, siento haber interrumpido la discusión... —añadió Mariko—. No era mi intención, pero tampoco pude evitar meterme en medio. No pensé que fuerais hermanos... sois tan diferentes... Casi te confundí con alguien que se metía con Ayame.
Ayame palideció súbitamente. Lívida como un bloque de hielo, le costó un tiempo responder. Incluso Kōri se dio cuenta de aquello, y durante un breve instante clavó sus ojos en ella.
—A... ¡Ah, no! ¡Claro que no! —se apresuró a responder, entre atropellados balbuceos. En un gesto inconsciente se llevó una mano a la cinta de tela que cubría su frente, asegurándola. Se rio, lago nerviosa—. Kōri sólo se había ofrecido a entrenarme, ya que hoy no hay clases. ¿Verdad?
Él asintió quedamente, pero sus iris seguían clavados en ella y Ayame terminó por estremecerse como si le hubieran echado un cubo de agua congelada por encima de la cabeza.
—Tranquila, no eres la primera persona que piensa que no nos parecemos —añadió, con una risilla.
Un súbito estruendo llamó su atención. Cerca de allí, dos chicos habían estado entrenando dentro del corrillo formado por la gente que se agolpaba alrededor de los dos combatientes, jaleándolos y abucheándolos a partes iguales. Pero parecía que el encontronazo estaba alcanzando cotas peligrosas. Hasta los oídos de Ayame llegó el sonido del repiqueteo en el metal al chocar contra varios objetos de forma rápida y consecutiva. Desde su posición no era capaz de ver qué era lo que estaba ocurriendo, pero Kōri entrecerró ligeramente los ojos y, tras pensárselo un instante, avanzó con paso lento hacia el corrillo. La bufanda que llevaba anudada en torno al cuello ondeaba tras su espalda como un estandarte.
—¿Dónde vas? —le preguntó Ayame, pero no recibió respuesta. Angustiada, miró a la pelirroja—. ¿Crees que deberíamos ir, Mariko-san?
—Eso fue lo que pensé al ver a tanta gente reunida, pero...
—No. No hay ningún evento —completó su hermano por ella.
La verdad es que resultaba bastante extraño. E inquietante. Muchas veces el Torreón de Pruebas se llenaba de gente, pero Ayame nunca había visto algo similar. Como si a todos les hubiera dado el venazo de entrenar... al mismo tiempo.
—Por cierto, siento haber interrumpido la discusión... —añadió Mariko—. No era mi intención, pero tampoco pude evitar meterme en medio. No pensé que fuerais hermanos... sois tan diferentes... Casi te confundí con alguien que se metía con Ayame.
Ayame palideció súbitamente. Lívida como un bloque de hielo, le costó un tiempo responder. Incluso Kōri se dio cuenta de aquello, y durante un breve instante clavó sus ojos en ella.
—A... ¡Ah, no! ¡Claro que no! —se apresuró a responder, entre atropellados balbuceos. En un gesto inconsciente se llevó una mano a la cinta de tela que cubría su frente, asegurándola. Se rio, lago nerviosa—. Kōri sólo se había ofrecido a entrenarme, ya que hoy no hay clases. ¿Verdad?
Él asintió quedamente, pero sus iris seguían clavados en ella y Ayame terminó por estremecerse como si le hubieran echado un cubo de agua congelada por encima de la cabeza.
—Tranquila, no eres la primera persona que piensa que no nos parecemos —añadió, con una risilla.
Un súbito estruendo llamó su atención. Cerca de allí, dos chicos habían estado entrenando dentro del corrillo formado por la gente que se agolpaba alrededor de los dos combatientes, jaleándolos y abucheándolos a partes iguales. Pero parecía que el encontronazo estaba alcanzando cotas peligrosas. Hasta los oídos de Ayame llegó el sonido del repiqueteo en el metal al chocar contra varios objetos de forma rápida y consecutiva. Desde su posición no era capaz de ver qué era lo que estaba ocurriendo, pero Kōri entrecerró ligeramente los ojos y, tras pensárselo un instante, avanzó con paso lento hacia el corrillo. La bufanda que llevaba anudada en torno al cuello ondeaba tras su espalda como un estandarte.
—¿Dónde vas? —le preguntó Ayame, pero no recibió respuesta. Angustiada, miró a la pelirroja—. ¿Crees que deberíamos ir, Mariko-san?