31/08/2017, 19:08
A Juro pareció hacerle gracia el comentario de la chica sobre el secuestro, seguramente no había olvidado el encuentro con el mercader, el susodicho mercader. Fue entonces que la pelirroja le preguntó que hacía por allí. Sin tardar apenas en responder, el chico contestó que paseaba con tal de estirar las piernas, que se distraía de tan solo entrenar. Sin duda, sonaba bastante a lo que ella misma estaba haciendo en ese precios instante. No pudo evitar sonreír, ya era casualidad.
—Ya veo, entonces andamos en las mismas.
El joven volvió su mirada hacia el cartel, del cuál afirmaba la chica que parecía un buen lugar. Tras un breve vistazo, el chico preguntó si le importaba que le acompañase, y tras ello soltó un chiste acerca de la edad a la que permitían entrar en el sitio. La chica rió brevemente, sin duda éste chico tenía un sentido del humor bien parecido al suyo.
—Será un placer. —contestó. —No creo que haya un límite de edad similar para la entrada, imagina a la de ancianas que encontraríamos ahí tomando copas y hablando de sus difuntos maridos.... jajajaja.
Un comentario quizás un poco macabro, pero en fin, le hizo gracia pensar en ello.
Sin mas, la chica comenzó a andar hacia la puerta principal. Corrió la puerta de papel, y con ello dio lugar a ver el interior. Frente a ellos había un pasillo no demasiado estrecho, pero tampoco demasiado ancho, donde al costado izquierdo habían unos zapateros —y algunos zapatos— dispuesto para que los clientes se descalzasen antes de entrar. Poco mas adelante, el piso subía en un pequeño escalón, dando lugar a una tarima bien pulida. Un hombre de veintipocos años aguardaba un poco mas adelante, poco después del escalón, ataviado con un kimono rojo intenso, y un moño típico de los samurais. El hombre lucía fuerte, serio y realmente sereno, se podía apreciar en él un porte realmente estricto y formal, que ni una barba desaliñada como la que llevaba podía tachar.
—Buenas tardes, y bienvenidos a la carpa dorada. —anunció el hombre, realizando una reverencia para que ambos chicos pasasen.
—Buenas tardes, y gracias. —apresuró a contestar la pelirroja.
Sin perder demasiado el tiempo, se dispuso a quitarse las sandalias de madera, los getas, y dejarlos en un hueco vacío. —Se ve un buen sitio. —inquirió a Juro en un tono menos audible.
El interior estaba conformado por un gran salón, con paredes de color marfil y suelo de tarima clara. Cuatro tabiques daba pie a la estructura, siendo que los habían dejado al descubierto, libre de decoros, quedando meramente la propia madera como ornamento. Por las paredes, a diferentes intervalos, pequeñas estructuras similares se erigían, dando una armonía curiosa al lugar. Al flanco izquierdo habían dos puertas, con signos que claramente diferenciaban el baño de los chicos al de las chicas. Al frente se disponía un enorme mostrador, con una encimera de madera con un tono similar a los tabiques centrales, y sobre el cuál se disponían gran cantidad de copas y platos, así como licores. Tras ésta estructura de madera, había un amplio catálogo de vinos, refrescos, y demás, ordenado estrictamente en estanterías. Un par de camareros se encontraban allí, dispuestos a tender a los clientes que fuesen hacia allí. En mitad de la estructura para atender, se encontraba una caja registradora, dispuesta para el cobro de lo consumido. Hacia el flanco derecho de la sala se encontraba la entrada a la cocina, que quedaba separada del comedor por tan solo una ligera cortina de piedrecitas brillantes. Por último, pero no menos importante, por toda la extensión del salón se hallaban una gran cantidad de mesas, con sus correspondientes sillas, cubiertos, servilletas, e incluso copas.
Si, el lugar sin duda parecía muy bueno.
Al menos una decena de camareros se encontraban repartidos por la amplia sala, atendiendo constantemente a los comensales y bebedores. Habían al menos 12 mesas ocupadas, cada una con cierta cantidad de personas, demasiadas para ponerse a contarlas.
—Me gusta esa mesa, nos sentaremos ahí, Juro. —inquirió la chica, señalando justo la que estaba en mitad de la sala, una de las que parecía haber sido mas repudiada. Sin dejar tiempo casi para contestar, la chica tomó rápidamente camino hacia ella.
—Ya veo, entonces andamos en las mismas.
El joven volvió su mirada hacia el cartel, del cuál afirmaba la chica que parecía un buen lugar. Tras un breve vistazo, el chico preguntó si le importaba que le acompañase, y tras ello soltó un chiste acerca de la edad a la que permitían entrar en el sitio. La chica rió brevemente, sin duda éste chico tenía un sentido del humor bien parecido al suyo.
—Será un placer. —contestó. —No creo que haya un límite de edad similar para la entrada, imagina a la de ancianas que encontraríamos ahí tomando copas y hablando de sus difuntos maridos.... jajajaja.
Un comentario quizás un poco macabro, pero en fin, le hizo gracia pensar en ello.
Sin mas, la chica comenzó a andar hacia la puerta principal. Corrió la puerta de papel, y con ello dio lugar a ver el interior. Frente a ellos había un pasillo no demasiado estrecho, pero tampoco demasiado ancho, donde al costado izquierdo habían unos zapateros —y algunos zapatos— dispuesto para que los clientes se descalzasen antes de entrar. Poco mas adelante, el piso subía en un pequeño escalón, dando lugar a una tarima bien pulida. Un hombre de veintipocos años aguardaba un poco mas adelante, poco después del escalón, ataviado con un kimono rojo intenso, y un moño típico de los samurais. El hombre lucía fuerte, serio y realmente sereno, se podía apreciar en él un porte realmente estricto y formal, que ni una barba desaliñada como la que llevaba podía tachar.
—Buenas tardes, y bienvenidos a la carpa dorada. —anunció el hombre, realizando una reverencia para que ambos chicos pasasen.
—Buenas tardes, y gracias. —apresuró a contestar la pelirroja.
Sin perder demasiado el tiempo, se dispuso a quitarse las sandalias de madera, los getas, y dejarlos en un hueco vacío. —Se ve un buen sitio. —inquirió a Juro en un tono menos audible.
El interior estaba conformado por un gran salón, con paredes de color marfil y suelo de tarima clara. Cuatro tabiques daba pie a la estructura, siendo que los habían dejado al descubierto, libre de decoros, quedando meramente la propia madera como ornamento. Por las paredes, a diferentes intervalos, pequeñas estructuras similares se erigían, dando una armonía curiosa al lugar. Al flanco izquierdo habían dos puertas, con signos que claramente diferenciaban el baño de los chicos al de las chicas. Al frente se disponía un enorme mostrador, con una encimera de madera con un tono similar a los tabiques centrales, y sobre el cuál se disponían gran cantidad de copas y platos, así como licores. Tras ésta estructura de madera, había un amplio catálogo de vinos, refrescos, y demás, ordenado estrictamente en estanterías. Un par de camareros se encontraban allí, dispuestos a tender a los clientes que fuesen hacia allí. En mitad de la estructura para atender, se encontraba una caja registradora, dispuesta para el cobro de lo consumido. Hacia el flanco derecho de la sala se encontraba la entrada a la cocina, que quedaba separada del comedor por tan solo una ligera cortina de piedrecitas brillantes. Por último, pero no menos importante, por toda la extensión del salón se hallaban una gran cantidad de mesas, con sus correspondientes sillas, cubiertos, servilletas, e incluso copas.
Si, el lugar sin duda parecía muy bueno.
Al menos una decena de camareros se encontraban repartidos por la amplia sala, atendiendo constantemente a los comensales y bebedores. Habían al menos 12 mesas ocupadas, cada una con cierta cantidad de personas, demasiadas para ponerse a contarlas.
—Me gusta esa mesa, nos sentaremos ahí, Juro. —inquirió la chica, señalando justo la que estaba en mitad de la sala, una de las que parecía haber sido mas repudiada. Sin dejar tiempo casi para contestar, la chica tomó rápidamente camino hacia ella.
![[Imagen: 2UsPzKd.gif]](http://i.imgur.com/2UsPzKd.gif)