11/09/2017, 20:31
(Última modificación: 11/09/2017, 20:31 por Uchiha Akame.)
Cuando la puerta se abrió, allí estaba la persona a la que ellos esperaban. A simple vista no había nada malo en su aspecto, o raro, o que desentonase. Excepto porque sus labios no estaban curvados en la característica sonrisa tranquila del Uchiha. No, sino que más bien formaban una línea abrupta e irregular.
Pero aparte de aquel detalle, nada en Akame parecía indicar que ocurriese algo malo. Su figura, delgaducha y escuálida, bloqueaba el hueco de la puerta de la habitación. Tenía la cabeza erguida, y su melena negra le caía hacia atrás en una coleta; en la frente lucía la bandana de Uzushiogakure. En la otra mano, un kasa de paja. A la espalda, su vieja espada.
—Hola, Datsue-kun.
Fue al hablar cuando los otros gennin pudieron notar que algo había cambiado en él. Porque su voz era fría como un témpano y dura como el acero de su ninjato, amenazador. Sus ojos, firmes trozos de pizarra, taladraban a Datsue con una mirada a medio camino entre el desconcierto y la rabia.
—Pues, ya que lo dices, sí que puedes hacer algo por mí... —comenzó Akame, y entonces sin ser invitado ingresó en la habitación con un paso adelante, bien firme—. De hecho, hay muchas cosas que podrías hacer por mí. Por ejemplo, explicarme por qué le dijiste a Riko todas esas mentiras...
La mirada del Uchiha se desvió un momento hacia su compañero de pelo blanco.
—... por qué mandaste a Hozuki Chokichi-san a espiarme y hacerme una fotografía sin mi consentimiento...
Desvió los ojos hacia el muchacho que yacía, aparentemente, inerte en el suelo.
—... o, al menos...
Avanzó un paso más, de modo que si Datsue no se apartaba, Akame le propinaría un reverendo cabezazo en la nariz.
—... contarme qué delirios de grandeza, qué bendita idea, qué putísima justificación construyó esa cabeza tuya para hacerte creer que podías burlarte de la memoria de Haskoz-kun.
Pero aparte de aquel detalle, nada en Akame parecía indicar que ocurriese algo malo. Su figura, delgaducha y escuálida, bloqueaba el hueco de la puerta de la habitación. Tenía la cabeza erguida, y su melena negra le caía hacia atrás en una coleta; en la frente lucía la bandana de Uzushiogakure. En la otra mano, un kasa de paja. A la espalda, su vieja espada.
—Hola, Datsue-kun.
Fue al hablar cuando los otros gennin pudieron notar que algo había cambiado en él. Porque su voz era fría como un témpano y dura como el acero de su ninjato, amenazador. Sus ojos, firmes trozos de pizarra, taladraban a Datsue con una mirada a medio camino entre el desconcierto y la rabia.
—Pues, ya que lo dices, sí que puedes hacer algo por mí... —comenzó Akame, y entonces sin ser invitado ingresó en la habitación con un paso adelante, bien firme—. De hecho, hay muchas cosas que podrías hacer por mí. Por ejemplo, explicarme por qué le dijiste a Riko todas esas mentiras...
La mirada del Uchiha se desvió un momento hacia su compañero de pelo blanco.
—... por qué mandaste a Hozuki Chokichi-san a espiarme y hacerme una fotografía sin mi consentimiento...
Desvió los ojos hacia el muchacho que yacía, aparentemente, inerte en el suelo.
—... o, al menos...
Avanzó un paso más, de modo que si Datsue no se apartaba, Akame le propinaría un reverendo cabezazo en la nariz.
—... contarme qué delirios de grandeza, qué bendita idea, qué putísima justificación construyó esa cabeza tuya para hacerte creer que podías burlarte de la memoria de Haskoz-kun.