8/10/2017, 20:44
Volvieron tras sus mismos pasos y llegaron a la pastelería en pocos minutos. La campanilla resonó alegre sobre sus cabezas cuando abrieron la puerta, reflejo de la alegría que parecía sentir Kiroe cuando se giró hacia ellos y les dedicó una risilla traviesa.
—Ji-jiiiií.
—¡Nada de jijís! —espetó Daruu, y Ayame no pudo evitar reírse por lo bajo ante la escena. El chico colgó el kasa y la capa de viaje en un perchero cercano a la puerta, y entonces Ayame reparó en su craso error. Ella estaba empapada de los pies a la cabeza—. Hemos tardado más para nada. ¡Vivimos en este bloque!
Kiroe carraspeó, se puso recta y después inclino el cuerpo en una reverencia.
«¿Pero qué hace?» Se preguntó Ayame, parpadeando varias veces.
—¡El protocolo es el protocolo! —exclamó, rimbombante. Cerca de allí, unas chicas en una mesa cuchicheaban y se reían. Daruu las miró de reojo, con cara de malas pulgas, y, rojas como un tomate, apartaron la mirada—. Oh, ninjas, bienvenidos a la Pastelería de Kiroe-chan. Estáaabamos esperando su ayuuuda.
En aquella ocasión fue Ayame la que se sonrojó, muerta de vergüenza. Si iban a realizar una misión, ¿por qué no podían hacerla con normalidad y evitar los teatritos?
Las chicas de la mesa contigua volvieron a soltar una risilla, y Daruu se adelantó con un resoplido para pasar junto a su madre.
—Córtalo ya, mamá —le pidió—. Vamos a la cocina, y nos cuentas lo que tenemos que hacer, ¿sí? La gente nos está mirando y me pone ner-vio-so.
—Claro, claro —rio Kiroe—. Vamos, Ayame-chan, por aquí.
Ayame volvió a sonrojarse con fuerza pero, agachando la mirada, se adentró en el local con paso lento y alicaído. Sus botas de goma hacían un ruido muy vergonzoso sobre las losas.
Los tres pasaron el límite que separaba el dominio público con lo privado, la madurez del mismo nacimiento, el cielo... del paraíso.
Lo primero que sintió al entrar en la cocina fue el calor que la abrazó y envolvió su cuerpo y después llegó el olor. El olor de los hornos, el olor de la masa y el hojaldre haciéndose, el olor del dulce, el olor del... chocolate. Ayame tragó saliva cuando sintió que su boca se inundaba, pero nada pudo hacer por reprimir el rugido de un súbitamente hambriento estómago que no parecía importarle el haber desayunado hacía relativamente poco. Aquí y allá. multitud de ingredientes y multitud de bandejas con todo tipo de dulces cubrían las diferentes mesas: mochi, taiyaki, pasteles, bollos, tartas... ¿Acaso había muerto sin darse cuenta y había entrado en el paraíso?
—Daruu-kun... —llamó en un susurro a su compañero, agarrándole de la manga con apenas dos dedos—. Esto va a sonar raro, pero... Por favor, vigílame, porque no puedo asegurar que vaya a poder contenerme durante todo el tiempo...
En un principio había pensado disculparse con Kiroe por haber llegado mojada a la pastelería, pero enseguida se dio cuenta de que, con el calor de los hornos, no tardaría más de media hora en secarse casi por completo.
—Ji-jiiiií.
—¡Nada de jijís! —espetó Daruu, y Ayame no pudo evitar reírse por lo bajo ante la escena. El chico colgó el kasa y la capa de viaje en un perchero cercano a la puerta, y entonces Ayame reparó en su craso error. Ella estaba empapada de los pies a la cabeza—. Hemos tardado más para nada. ¡Vivimos en este bloque!
Kiroe carraspeó, se puso recta y después inclino el cuerpo en una reverencia.
«¿Pero qué hace?» Se preguntó Ayame, parpadeando varias veces.
—¡El protocolo es el protocolo! —exclamó, rimbombante. Cerca de allí, unas chicas en una mesa cuchicheaban y se reían. Daruu las miró de reojo, con cara de malas pulgas, y, rojas como un tomate, apartaron la mirada—. Oh, ninjas, bienvenidos a la Pastelería de Kiroe-chan. Estáaabamos esperando su ayuuuda.
En aquella ocasión fue Ayame la que se sonrojó, muerta de vergüenza. Si iban a realizar una misión, ¿por qué no podían hacerla con normalidad y evitar los teatritos?
Las chicas de la mesa contigua volvieron a soltar una risilla, y Daruu se adelantó con un resoplido para pasar junto a su madre.
—Córtalo ya, mamá —le pidió—. Vamos a la cocina, y nos cuentas lo que tenemos que hacer, ¿sí? La gente nos está mirando y me pone ner-vio-so.
—Claro, claro —rio Kiroe—. Vamos, Ayame-chan, por aquí.
Ayame volvió a sonrojarse con fuerza pero, agachando la mirada, se adentró en el local con paso lento y alicaído. Sus botas de goma hacían un ruido muy vergonzoso sobre las losas.
Los tres pasaron el límite que separaba el dominio público con lo privado, la madurez del mismo nacimiento, el cielo... del paraíso.
Lo primero que sintió al entrar en la cocina fue el calor que la abrazó y envolvió su cuerpo y después llegó el olor. El olor de los hornos, el olor de la masa y el hojaldre haciéndose, el olor del dulce, el olor del... chocolate. Ayame tragó saliva cuando sintió que su boca se inundaba, pero nada pudo hacer por reprimir el rugido de un súbitamente hambriento estómago que no parecía importarle el haber desayunado hacía relativamente poco. Aquí y allá. multitud de ingredientes y multitud de bandejas con todo tipo de dulces cubrían las diferentes mesas: mochi, taiyaki, pasteles, bollos, tartas... ¿Acaso había muerto sin darse cuenta y había entrado en el paraíso?
—Daruu-kun... —llamó en un susurro a su compañero, agarrándole de la manga con apenas dos dedos—. Esto va a sonar raro, pero... Por favor, vigílame, porque no puedo asegurar que vaya a poder contenerme durante todo el tiempo...
En un principio había pensado disculparse con Kiroe por haber llegado mojada a la pastelería, pero enseguida se dio cuenta de que, con el calor de los hornos, no tardaría más de media hora en secarse casi por completo.