9/10/2017, 17:09
Pese a que Daruu le había cedido la palabra, el Hielo no dio demasiados detalles. Pero Mogura, obediente y formal como era, no necesitó nada más para prepararse y salir, al cabo de unos minutos, con todo su equipamiento, totalmente dispuesto para la misión. El grupo pronto se dejó de permitir el respiro y tomaron rumbo en busca del último integrante de aquél peculiar grupo. Umikiba Kaido.
La casa de Kaido estaba cerca del centro, entre un mar de edificios de hormigón y tuberías metálicas. Al contrario de la ostentosa casa de Mogura, la del tiburón no era más que uno de los tantos habitajes humildes de la ciudad. Los tres se pararon frente a la puerta metálica de entrada. La mirilla corrió hacia un lado, y por ella se asomaron dos ojos enmarcados en piel azul. Abrió y les sonrió como sólo sabía hacer él. Les recorrió la mirada, y entonces se burló de la nueva posición de Mogura, un poco de colegueo, un poco con desafío. Vamos, Kaido en estado puro.
Rio, miró a Daruu y les preguntó qué hacían allí.
—Será mejor que te guardes los motes para otro momento, Kaido —le espetó Daruu, con la voz claramente sobrecogida—. Han secuestrado a Ayame. Tenemos que irnos.
Sin esperar ni una respuesta, y esperando que Koori terminase de explicarles los detalles de la incursión durante el viaje a la Playa de Amenokami, Daruu se separó del grupo y se acercó a donde la calle se abría a una pequeña plaza. Si le seguían, comprobarían como el muchacho estaba haciendo sellos y escupía una especie de líquido morado que parecía caramelo.
Recuperó el aliento, se fue un poco a la izquierda, y repitió la jugada, escupiendo otra masa, esta vez de color roja. Las bolas de caramelo se agitaron y desplegaron un par de alas cada una, terminando en dos grandes pájaros hechos de caramelo.
—Koori-sensei —dijo Daruu—. ¿Cabemos los dos en uno de tus búhos?
»Así me concentraré en mantener el jutsu y volarán más rápidos con ellos encima.
De nuevo, Kiroe soltó una risilla cuando Zetsuo calificó sin adjetivos sus tácticas. En el fondo, ella sabía que el hombre la admiraba. Porque dos expertos en inteligencia sólo podían hacer algo así entre ellos. Kiroe, además, que era experta en espionaje y en recopilación de información, sabía que entre espías, a veces había admiración pese a pertenecer a bandos opuestos.
Zetsuo se adelantó y siguió a su ninken. Kiroe canturreó y fue detrás, prestando atención a su entorno ella misma en busca de huellas, rastros, algún detalle que...
Lo vió: Amemaru había encontrado un rastro. Kiroe corrió para quedar a su altura y siguió junto a él el olor hasta que dieron con una serie de huellas marcadas en la arena.
—Amemaru, además del olor de Ayame, hay otra persona, ¿verdad? —preguntó Kiroe, agachándose y hundiendo el dedo en una de las huellas—. Alguien más.
—Así es, ¡woof! —respondió Amemaru.
—Bien. Puedes volver, Amemaru.
—¡Woof! Claro, ¡woof! —ladró el perro. Después, estalló en una pequeña nube de humo.
Kiroe se levantó.
—Alguien se la llevó a cuestas, Zetsuo —indicó, y señaló hacia arriba, hacia el cielo—. Es hora de que tu águila siga las huellas desde arriba y desde una distancia prudencial. Si da con ellos antes que nosotros, quizás podamos cogerles por sorpresa.
La casa de Kaido estaba cerca del centro, entre un mar de edificios de hormigón y tuberías metálicas. Al contrario de la ostentosa casa de Mogura, la del tiburón no era más que uno de los tantos habitajes humildes de la ciudad. Los tres se pararon frente a la puerta metálica de entrada. La mirilla corrió hacia un lado, y por ella se asomaron dos ojos enmarcados en piel azul. Abrió y les sonrió como sólo sabía hacer él. Les recorrió la mirada, y entonces se burló de la nueva posición de Mogura, un poco de colegueo, un poco con desafío. Vamos, Kaido en estado puro.
Rio, miró a Daruu y les preguntó qué hacían allí.
—Será mejor que te guardes los motes para otro momento, Kaido —le espetó Daruu, con la voz claramente sobrecogida—. Han secuestrado a Ayame. Tenemos que irnos.
Sin esperar ni una respuesta, y esperando que Koori terminase de explicarles los detalles de la incursión durante el viaje a la Playa de Amenokami, Daruu se separó del grupo y se acercó a donde la calle se abría a una pequeña plaza. Si le seguían, comprobarían como el muchacho estaba haciendo sellos y escupía una especie de líquido morado que parecía caramelo.
Recuperó el aliento, se fue un poco a la izquierda, y repitió la jugada, escupiendo otra masa, esta vez de color roja. Las bolas de caramelo se agitaron y desplegaron un par de alas cada una, terminando en dos grandes pájaros hechos de caramelo.
—Koori-sensei —dijo Daruu—. ¿Cabemos los dos en uno de tus búhos?
»Así me concentraré en mantener el jutsu y volarán más rápidos con ellos encima.
· · ·
De nuevo, Kiroe soltó una risilla cuando Zetsuo calificó sin adjetivos sus tácticas. En el fondo, ella sabía que el hombre la admiraba. Porque dos expertos en inteligencia sólo podían hacer algo así entre ellos. Kiroe, además, que era experta en espionaje y en recopilación de información, sabía que entre espías, a veces había admiración pese a pertenecer a bandos opuestos.
Zetsuo se adelantó y siguió a su ninken. Kiroe canturreó y fue detrás, prestando atención a su entorno ella misma en busca de huellas, rastros, algún detalle que...
Lo vió: Amemaru había encontrado un rastro. Kiroe corrió para quedar a su altura y siguió junto a él el olor hasta que dieron con una serie de huellas marcadas en la arena.
—Amemaru, además del olor de Ayame, hay otra persona, ¿verdad? —preguntó Kiroe, agachándose y hundiendo el dedo en una de las huellas—. Alguien más.
—Así es, ¡woof! —respondió Amemaru.
—Bien. Puedes volver, Amemaru.
—¡Woof! Claro, ¡woof! —ladró el perro. Después, estalló en una pequeña nube de humo.
Kiroe se levantó.
—Alguien se la llevó a cuestas, Zetsuo —indicó, y señaló hacia arriba, hacia el cielo—. Es hora de que tu águila siga las huellas desde arriba y desde una distancia prudencial. Si da con ellos antes que nosotros, quizás podamos cogerles por sorpresa.
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)