16/10/2017, 10:05
—Si sospechase de ti, hace tiempo que estarías muerto —entonó Daruu, al mismo tiempo que el jonin.
Kōri entrecerró los ojos ligeramente y observó a Daruu con cuidado. Estaba frente a él, de espaldas, por lo que no podía estudiar su gesto al detalle, pero desde su posición sí que era capaz de ver que el Byakugan en uno de los ojos del genin y que prácticamente taladraba con la mirada a su compañero. Aquello no le gustaba ni un pelo. Y, como si le hubiese leído el pensamiento, Daruu agachó la cabeza.
—Miren, podéis amenazarme todo lo que quieran, pero eso no cambia el hecho de que sigo siendo un jodido Hōzuki —insistió Kaido—. Así que, no me culpen, ¡eh! por querer cerciorarme de que no estoy aquí por las malditas razones equivocadas. Viendo que estamos en sintonía respecto a ese asunto ya puedo estar más tranquilo.
—Kōri-sensei. ¿Cómo consigues... aislarte tanto de todo? Te envidio.
Kōri se mantuvo unos pocos segundos en silencio, pensativo.
—Escondiendo los sentimientos bajo una coraza de hielo y no dejándome llevar por ellos. Es lo que debe hacer cualquier shinobi que se precie, y una de las razones por las que Manase-kun fue ascendido recientemente a chunin —respondió al fin, directo como solía ser él—. En estos momentos no hay tiempo para las desconfianzas ni las amenazas. Estamos en una misión de rescate, y el trabajo en equipo es crucial. Si me dejara arrastrar por mis sentimientos, el pensar continuamente que es mi propia hermana la que está en peligro me volvería loco. Y, con toda probabilidad, me llevaría a cometer un error garrafal que sólo pagaría ella. Por eso debo seguir manteniendo la cabeza fría. Y vosotros deberíais hacer lo mismo.
—Kōri-san ¿a dónde se cree que pueden estar llevando a Ayame? —volvió a intervenir el Hōzuki—. Y... ¿qué es lo que esperan lograr con secuestrarla? Además, claro; de que la ira de Yui-sama les persiga por toda una eternidad, por supuesto.
Kōri le dirigió una larga mirada, penetrante e inescrutable.
—Arashikage-sama sospecha que los Kajitsu Hōzuki podrían estar al norte de Amegakure. Quizás en Coladragón o Yukio. Pero como Ayame desapareció en las Playas de Amenokami, lo mejor será que vayamos a ver si encontramos cualquier tipo de rastro que nos dé alguna pista más sobre su paradero —respondió, antes de devolver la mirada al frente. El mar comenzaba a asomarse en la lejanía, estaban cerca—. Sobre lo que pretenden, sólo ellos lo saben. Retenerla consigo, probablemente.
Y no añadió nada más a la última pregunta del Tiburón, porque aunque era cierto que él tenía más información al respecto, también tenía la orden sobre sus hombros de mantenerlo bajo estricto secreto.
En aquella ocasión fue Kiroe la que se crispó. Zetsuo mantuvo la mirada fija sobre la mujer todo el tiempo, consciente de la tensión de todos sus músculos, hasta que al final la pastelera se apartó con una sacudida y volvió a guardarse el respirador. Se sentó en la arena, justo en el límite marcado por el oleaje como si de un terrible monstruo con las fauces abiertas se tratara.
—Tienes razón —suspiró ella—. Pero a cada segundo que pasa... Nada, déjalo.
Zetsuo inclinó la cabeza en silencio. Lo entendía, ¡pues claro que lo entendía! ¡Él era su padre y maldecía con todas sus fuerzas cada minuto que pasaba!
—Tu familia... Sois lo único que me queda —continuó—. Casi me alegro de que los niños estén juntos. Me siento muy sola, Zetsuo. Mi marido, un traidor... Mis hermanos, todos muertos. Sólo me quedáis vosotros. Casi siento a Ayame como hija mía.
Zetsuo dudó unos instantes, con sus ojos de águila clavados en Kiroe. Pero al final apoyó una mano sobre su hombro y le dio un pequeño estrujón.
—Eso sólo hace aún más raro el que estén juntos. Malditos críos... —se atrevió a ironizar. Pero la gravedad del asunto seguía ensombreciendo sus iris de color turquesa. Dejó escapar un profundo suspiro y el orgulloso águila agachó la cabeza con dolor—. Kiroe, sabes que siempre intento mantenerme fuerte. Por Ayame y por Kōri. Pero después de lo de Shiruka... no puedo permitirme perder a nadie más. Ayúdame a mantenerme fuerte. No dejes que la ira me ciegue en ningún momento, o eso podría significar que perdiéramos a Ayame para siempre...
»Por favor.
Kōri entrecerró los ojos ligeramente y observó a Daruu con cuidado. Estaba frente a él, de espaldas, por lo que no podía estudiar su gesto al detalle, pero desde su posición sí que era capaz de ver que el Byakugan en uno de los ojos del genin y que prácticamente taladraba con la mirada a su compañero. Aquello no le gustaba ni un pelo. Y, como si le hubiese leído el pensamiento, Daruu agachó la cabeza.
—Miren, podéis amenazarme todo lo que quieran, pero eso no cambia el hecho de que sigo siendo un jodido Hōzuki —insistió Kaido—. Así que, no me culpen, ¡eh! por querer cerciorarme de que no estoy aquí por las malditas razones equivocadas. Viendo que estamos en sintonía respecto a ese asunto ya puedo estar más tranquilo.
—Kōri-sensei. ¿Cómo consigues... aislarte tanto de todo? Te envidio.
Kōri se mantuvo unos pocos segundos en silencio, pensativo.
—Escondiendo los sentimientos bajo una coraza de hielo y no dejándome llevar por ellos. Es lo que debe hacer cualquier shinobi que se precie, y una de las razones por las que Manase-kun fue ascendido recientemente a chunin —respondió al fin, directo como solía ser él—. En estos momentos no hay tiempo para las desconfianzas ni las amenazas. Estamos en una misión de rescate, y el trabajo en equipo es crucial. Si me dejara arrastrar por mis sentimientos, el pensar continuamente que es mi propia hermana la que está en peligro me volvería loco. Y, con toda probabilidad, me llevaría a cometer un error garrafal que sólo pagaría ella. Por eso debo seguir manteniendo la cabeza fría. Y vosotros deberíais hacer lo mismo.
—Kōri-san ¿a dónde se cree que pueden estar llevando a Ayame? —volvió a intervenir el Hōzuki—. Y... ¿qué es lo que esperan lograr con secuestrarla? Además, claro; de que la ira de Yui-sama les persiga por toda una eternidad, por supuesto.
Kōri le dirigió una larga mirada, penetrante e inescrutable.
—Arashikage-sama sospecha que los Kajitsu Hōzuki podrían estar al norte de Amegakure. Quizás en Coladragón o Yukio. Pero como Ayame desapareció en las Playas de Amenokami, lo mejor será que vayamos a ver si encontramos cualquier tipo de rastro que nos dé alguna pista más sobre su paradero —respondió, antes de devolver la mirada al frente. El mar comenzaba a asomarse en la lejanía, estaban cerca—. Sobre lo que pretenden, sólo ellos lo saben. Retenerla consigo, probablemente.
Y no añadió nada más a la última pregunta del Tiburón, porque aunque era cierto que él tenía más información al respecto, también tenía la orden sobre sus hombros de mantenerlo bajo estricto secreto.
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En aquella ocasión fue Kiroe la que se crispó. Zetsuo mantuvo la mirada fija sobre la mujer todo el tiempo, consciente de la tensión de todos sus músculos, hasta que al final la pastelera se apartó con una sacudida y volvió a guardarse el respirador. Se sentó en la arena, justo en el límite marcado por el oleaje como si de un terrible monstruo con las fauces abiertas se tratara.
—Tienes razón —suspiró ella—. Pero a cada segundo que pasa... Nada, déjalo.
Zetsuo inclinó la cabeza en silencio. Lo entendía, ¡pues claro que lo entendía! ¡Él era su padre y maldecía con todas sus fuerzas cada minuto que pasaba!
—Tu familia... Sois lo único que me queda —continuó—. Casi me alegro de que los niños estén juntos. Me siento muy sola, Zetsuo. Mi marido, un traidor... Mis hermanos, todos muertos. Sólo me quedáis vosotros. Casi siento a Ayame como hija mía.
Zetsuo dudó unos instantes, con sus ojos de águila clavados en Kiroe. Pero al final apoyó una mano sobre su hombro y le dio un pequeño estrujón.
—Eso sólo hace aún más raro el que estén juntos. Malditos críos... —se atrevió a ironizar. Pero la gravedad del asunto seguía ensombreciendo sus iris de color turquesa. Dejó escapar un profundo suspiro y el orgulloso águila agachó la cabeza con dolor—. Kiroe, sabes que siempre intento mantenerme fuerte. Por Ayame y por Kōri. Pero después de lo de Shiruka... no puedo permitirme perder a nadie más. Ayúdame a mantenerme fuerte. No dejes que la ira me ciegue en ningún momento, o eso podría significar que perdiéramos a Ayame para siempre...
»Por favor.