20/10/2017, 09:41
(Última modificación: 20/10/2017, 09:45 por Aotsuki Ayame.)
El Tiburón se acercó a los adultos en silencio. Sus ojos recayeron sobre la bandana sangrante que sostenía ahora El Hielo, y después la volvió hacia los jonin, solicitante. Zetsuo le dirigió una larga mirada con sus iris aguamarina, pero el Hōzuki parecía completamente determinado. Y aquella seriedad en su rostro le convenció para terminar asintiendo. Kōri le tendió la prenda, y en cuanto Kaido la tomó entre sus azuladas manos, el olor de la sangre y el hierro impregnó sus fosas nasales...
Daruu, por su parte, se había adelantado al resto mientras Kōri hacía las presentaciones. Y sus ojos perlados penetraron en el oleaje y se sumergieron allá donde ninguno de los presentes podía llegar sólo con su mirada.
Mogura se había colocado junto al Hyūga, preguntándole qué era lo que estaba viendo. Y no era el único, aunque no lo expresaron en voz alta. Ya conscientes de lo que era capaz de hacer el Byakugan, Zetsuo y Kōri se habían vuelto hacia él, el primero con el ceño fruncido y el segundo manteniendo su gélida calma.
—¿Traéis respiradores, chicos? —ladró Zetsuo, sacando el suyo del portaobjetos.
Kōri hizo lo mismo.
Desgraciadamente, la lluvia se había llevado gran parte del rastro. Pero aún quedaba una ligera esencia en el aire, muy sutil, aunque, si Kaido prestaba la suficiente atención, se daría cuenta de que provenía del noroeste, siguiendo la dirección de las huellas antes de adentrarse en las olas y terminar por desaparecer. No había descubierto mucho, pero al menos sí había confirmado sus sospechas.
Daruu, por su parte, se había adelantado al resto mientras Kōri hacía las presentaciones. Y sus ojos perlados penetraron en el oleaje y se sumergieron allá donde ninguno de los presentes podía llegar sólo con su mirada.
Las aguas estaban turbias. Tan turbias que la luz quedaba rápidamente asfixiada a apenas unos metros de profundidad. Las corrientes de agua y el oleaje, ambos alimentados por la tormenta que rugía en el cielo, levantaban sin dificultad alguna la arena del fondo marino y la revolvía en nubes de polvo informes que se movían de aquí para allá. Incluso para unos ojos tan sensibles como era el Byakugan, era difícil ver en aquellas condiciones. Realmente difícil. Sin embargo, si se concentraba lo suficiente y prestaba atención podría darse cuenta de muchas cosas.
En primer lugar, no apreció ningún brillo de chakra en las cercanías, por lo que las aguas estaban limpias de cualquier presencia no deseada. Ni siquiera los peces parecían haberse atrevido a salir de sus dormideros bajo aquella tempestad.
Y en segundo lugar, si rastreaba la zona de sur a norte en un rango de ciento ochenta grados y se adentraba en profundidad, se daría cuenta de que la oscuridad se condensaba. Por las partículas en suspensión, sí. Pero poco antes del límite al que llegaban sus ojos la oscuridad se concentraba en un único punto de apenas un metro de diámetro. Parecía una cueva excavada en las rocas de un acantilado que se encontraba al norte y se metía de lleno en el océano. Sus ojos no podían llegar mucho más lejos, pero aún pudo darse cuenta de que la gruta aún se hundía más antes de comenzar a emerger.
En primer lugar, no apreció ningún brillo de chakra en las cercanías, por lo que las aguas estaban limpias de cualquier presencia no deseada. Ni siquiera los peces parecían haberse atrevido a salir de sus dormideros bajo aquella tempestad.
Y en segundo lugar, si rastreaba la zona de sur a norte en un rango de ciento ochenta grados y se adentraba en profundidad, se daría cuenta de que la oscuridad se condensaba. Por las partículas en suspensión, sí. Pero poco antes del límite al que llegaban sus ojos la oscuridad se concentraba en un único punto de apenas un metro de diámetro. Parecía una cueva excavada en las rocas de un acantilado que se encontraba al norte y se metía de lleno en el océano. Sus ojos no podían llegar mucho más lejos, pero aún pudo darse cuenta de que la gruta aún se hundía más antes de comenzar a emerger.
Mogura se había colocado junto al Hyūga, preguntándole qué era lo que estaba viendo. Y no era el único, aunque no lo expresaron en voz alta. Ya conscientes de lo que era capaz de hacer el Byakugan, Zetsuo y Kōri se habían vuelto hacia él, el primero con el ceño fruncido y el segundo manteniendo su gélida calma.
—¿Traéis respiradores, chicos? —ladró Zetsuo, sacando el suyo del portaobjetos.
Kōri hizo lo mismo.