23/10/2017, 10:57
—Pues, no cabe duda —concluyó Kaido, rascándose la nariz después de haber aspirado el aroma de la sangre bajo la estupefacta mirada de los adultos—. El rastro dejado por la sangre de Ayame termina aquí, y se pierde en lo profundo del océano. Es probable que el oleaje le haya limpiado la herida y cortase la conexión con el aroma, lo que técnicamente me jode el proceso de caza. Lo siento.
«No sólo parece un tiburón, parece que tiene el olfato de uno... Interesante.» Meditó Zetsuo, sin duda impresionado por las capacidades del Hōzuki. Sin duda, el poder rastrear a alguien por el olor de la sangre era una capacidad de lo más excepcional y útil.
Sobre todo en misiones como aquella.
—No tienes que disculparte, Kaido. Bien hecho —le concedió el médico, con un pequeño asentimiento. Al menos tenían la confirmación de que se habían llevado a Ayame mar adentro si la sangre resultaba ser de ella de verdad. Pero, dadas las circunstancias, las posibilidades de haber errado eran mínimas. Y tampoco tenían otra pista que seguir.
—El agua está muy turbia —intervino Daruu de repente, captando la atención del resto. El chico seguía con sus ojos fijos en el oleaje, pero a aquellas alturas todos ya sabían que estaba viendo más allá de lo que ellos podían llegar—. Pero creo que veo lo suficiente para seguir rastreando. Esperad. —Hizo una pequeña pausa, y entonces señaló hacia un punto en el mar justo debajo de las aguas que rompían contra las rocas del acantilado que se alzaba al norte—. ¡Veo una cueva! En esa dirección. Está más o menos a doscientos metros, excavada en la pared de aquél acantilado. Es lo máximo que puedo alcanzar con el Byakugan ahora mismo. La cueva se adentra hacia abajo y luego sube. ¿Una guarida secreta...?
Zetsuo y Kōri entrecerraron ligeramente los ojos.
—Y... ¿qué mejor guarida para un Hōzuki que el mismísimo océano?
—Mierda... —masculló Zetsuo entre dientes. Ya lo sabían, pero no le hacía ninguna gracia tener que adentrarse directamente en el terreno del enemigo. Aquello sería como meterse en las fauces de un tiburón.
Y cuando preguntó si llevaban respiradores, se dieron con un nuevo obstáculo: dos de ellos no lo tenían. Kaido afirmaba no necesitarlo, Kiroe, Kōri y él mismo sí lo llevaban consigo; pero Daruu y Mogura no habían podido permitírselo de momento.
—Mierda... —repitió, con sus ojos clavados en el agua. Dudaba que la cueva estuviera precisamente en la superficie. Y, aunque así fuera, tampoco sabían cuánto tiempo iban a tener que estar bajo el agua o si en algún momento el pasaje subía siquiera a la superficie. Arriesgarse a sumergirse a pulmón no era una opción.
—¡N... no veo nada! ¡No veo nada! —aulló Daruu de repente, disparando las alarmas de todos.
El chico se había desplomado sobre la arena, tapándose los ojos. Sin embargo, ninguno de sus dos compañeros le socorrió. Fue Zetsuo el que se adelantó con una nueva maldición entre dientes después de intercambiar una mirada interrogante con Kiroe. Se agachó junto al genin, le agarró por la parte posterior del cuello de su camiseta y le obligó a sentarse.
—Daruu, mantén la calma. Escúchame —le llamó, tratando de evitar que no se sumergiera de lleno en un torbellino de desesperación. Le tomó de las muñecas, y le forzó a apartar las manos de su rostro. Pero no había rastro alguno de ninguna herida visible en el exterior de sus párpados—. Abre los ojos, Daruu.
¡Abre los ojos, chico!
Kōri observaba la escena de cerca, pero manteniendo cierta distancia. Ninguno de los dos conocía los entresijos del Byakugan, pero si necesitaba asistencia médica, Zetsuo era el mejor para proporcionársela.
Lo último que les faltaba era perder a un miembro del equipo antes de empezar siquiera el rescate...
«No sólo parece un tiburón, parece que tiene el olfato de uno... Interesante.» Meditó Zetsuo, sin duda impresionado por las capacidades del Hōzuki. Sin duda, el poder rastrear a alguien por el olor de la sangre era una capacidad de lo más excepcional y útil.
Sobre todo en misiones como aquella.
—No tienes que disculparte, Kaido. Bien hecho —le concedió el médico, con un pequeño asentimiento. Al menos tenían la confirmación de que se habían llevado a Ayame mar adentro si la sangre resultaba ser de ella de verdad. Pero, dadas las circunstancias, las posibilidades de haber errado eran mínimas. Y tampoco tenían otra pista que seguir.
—El agua está muy turbia —intervino Daruu de repente, captando la atención del resto. El chico seguía con sus ojos fijos en el oleaje, pero a aquellas alturas todos ya sabían que estaba viendo más allá de lo que ellos podían llegar—. Pero creo que veo lo suficiente para seguir rastreando. Esperad. —Hizo una pequeña pausa, y entonces señaló hacia un punto en el mar justo debajo de las aguas que rompían contra las rocas del acantilado que se alzaba al norte—. ¡Veo una cueva! En esa dirección. Está más o menos a doscientos metros, excavada en la pared de aquél acantilado. Es lo máximo que puedo alcanzar con el Byakugan ahora mismo. La cueva se adentra hacia abajo y luego sube. ¿Una guarida secreta...?
Zetsuo y Kōri entrecerraron ligeramente los ojos.
—Y... ¿qué mejor guarida para un Hōzuki que el mismísimo océano?
—Mierda... —masculló Zetsuo entre dientes. Ya lo sabían, pero no le hacía ninguna gracia tener que adentrarse directamente en el terreno del enemigo. Aquello sería como meterse en las fauces de un tiburón.
Y cuando preguntó si llevaban respiradores, se dieron con un nuevo obstáculo: dos de ellos no lo tenían. Kaido afirmaba no necesitarlo, Kiroe, Kōri y él mismo sí lo llevaban consigo; pero Daruu y Mogura no habían podido permitírselo de momento.
—Mierda... —repitió, con sus ojos clavados en el agua. Dudaba que la cueva estuviera precisamente en la superficie. Y, aunque así fuera, tampoco sabían cuánto tiempo iban a tener que estar bajo el agua o si en algún momento el pasaje subía siquiera a la superficie. Arriesgarse a sumergirse a pulmón no era una opción.
—¡N... no veo nada! ¡No veo nada! —aulló Daruu de repente, disparando las alarmas de todos.
El chico se había desplomado sobre la arena, tapándose los ojos. Sin embargo, ninguno de sus dos compañeros le socorrió. Fue Zetsuo el que se adelantó con una nueva maldición entre dientes después de intercambiar una mirada interrogante con Kiroe. Se agachó junto al genin, le agarró por la parte posterior del cuello de su camiseta y le obligó a sentarse.
—Daruu, mantén la calma. Escúchame —le llamó, tratando de evitar que no se sumergiera de lleno en un torbellino de desesperación. Le tomó de las muñecas, y le forzó a apartar las manos de su rostro. Pero no había rastro alguno de ninguna herida visible en el exterior de sus párpados—. Abre los ojos, Daruu.
¡Abre los ojos, chico!
Kōri observaba la escena de cerca, pero manteniendo cierta distancia. Ninguno de los dos conocía los entresijos del Byakugan, pero si necesitaba asistencia médica, Zetsuo era el mejor para proporcionársela.
Lo último que les faltaba era perder a un miembro del equipo antes de empezar siquiera el rescate...