26/10/2017, 10:55
—¡Daruu, Daruu! ¿Estás bien? —exclamaba una alarmada Kiroe, junto a su hijo.
Afortunadamente, Daruu empezó a reaccionar. Parpadeó tímidamente al principio, pero pronto sus ojos perlados comenzaron a enfocarse en su entorno. Primero en el rostro de Zetsuo, después en el de su madre.
—Vale... Creo... creo que he forzado un poco la vista. Otra cosa... Otra cosa nueva que aprendo de mi Dōjutsu —se rio—. —Zetsuo-sensei. Suéltame, por favor. Ya me apa... ya me apaño.
Zetsuo soltó un resoplido antes de levantarse y encararse hacia el mar, con cierta ansiedad. Estaban perdiendo demasiado tiempo, y cada segundo era crucial.
Mientras tanto, Daruu se levantó con cierta dificultad y Kiroe se acercó a Mogura para tenderle su propio respirador.
—Bien. Kaido asegura que no necesita el respirador. Zetsuo, Kōri y Mogura vestirán el respirador, y yo mantendré dos burbujas de agua para mi y para Daruu. Con eso será suficiente.
Zetsuo ladeó ligeramente la cabeza cuando la mujer pasó junto a él, agarrando a Daruu por la muñeca, y se adentró en el oleaje. Con una serie de sellos que él conocía bien, Kiroe creó dos burbujas de agua que envolvieron a los Amedama y comenzaron a sumergirse en el mar.
«Interesante uso del Suirō no Jutsu.» Meditó el médico, antes de volverse hacia Kōri. Con un mero asentimiento, ambos se colocaron los respiradores sobre sus rostros.
La primera sensación que tendría el grupo al meterse en el mar, sería el frío. Las aguas bañadas por el frío invernal les acogieron en su seno nada más sumergirse y, a excepción de Kōri (que era prácticamente incapaz de sentirlo), Kiroe y Daruu (que estaban protegidos por las paredes de sus burbujas); todos sufrieron la sensación de miles de cuchillos clavándose en sus cuerpos. Zetsuo entrecerró los ojos, visiblemente dolorido, pero se esforzó en seguir braceando y pataleando. Mantenerse inmóvil en aquellas aguas sería un suicidio.
Tal y como les había advertido Daruu, las aguas estaban terriblemente turbias y la arena levantada apenas les dejaban ver a unos pocos metros de distancia. Eso, en conjunto con el hecho de que la ya escasa luz del cielo encapotado parecía asfixiarse a unos pocos metros de profundidad, hacía terrible el simple hecho de avanzar en la dirección correcta. Kaido se movía como pez en el agua, y sin duda podría haberlos dejado atrás a todos ellos si de verdad quisiera hacerlo, aunque quizás lo más sensato sería mantenerse lo más juntos que pudieran sin llegar a resultar un estorbo a la hora de nadar para no perderse de vista los unos a los otros.
Y, entonces, ocurrió.
Una sombra se materializó justo frente a Mogura. Un rostro adulto de cabellos grisáceos, ojos oscuros y una sonrisa armada de dientes afilados como navajas. Antes de que nadie pudiera hacer nada para evitarlo, alargó una mano y le arrancó el respirador del rostro.
El inevitable chapoteo que se produciría alertaría al resto del grupo, pero ni Zetsuo ni Kōri contaban con técnicas que pudieran usar a distancia bajo el agua...
Afortunadamente, Daruu empezó a reaccionar. Parpadeó tímidamente al principio, pero pronto sus ojos perlados comenzaron a enfocarse en su entorno. Primero en el rostro de Zetsuo, después en el de su madre.
—Vale... Creo... creo que he forzado un poco la vista. Otra cosa... Otra cosa nueva que aprendo de mi Dōjutsu —se rio—. —Zetsuo-sensei. Suéltame, por favor. Ya me apa... ya me apaño.
Zetsuo soltó un resoplido antes de levantarse y encararse hacia el mar, con cierta ansiedad. Estaban perdiendo demasiado tiempo, y cada segundo era crucial.
Mientras tanto, Daruu se levantó con cierta dificultad y Kiroe se acercó a Mogura para tenderle su propio respirador.
—Bien. Kaido asegura que no necesita el respirador. Zetsuo, Kōri y Mogura vestirán el respirador, y yo mantendré dos burbujas de agua para mi y para Daruu. Con eso será suficiente.
Zetsuo ladeó ligeramente la cabeza cuando la mujer pasó junto a él, agarrando a Daruu por la muñeca, y se adentró en el oleaje. Con una serie de sellos que él conocía bien, Kiroe creó dos burbujas de agua que envolvieron a los Amedama y comenzaron a sumergirse en el mar.
«Interesante uso del Suirō no Jutsu.» Meditó el médico, antes de volverse hacia Kōri. Con un mero asentimiento, ambos se colocaron los respiradores sobre sus rostros.
La primera sensación que tendría el grupo al meterse en el mar, sería el frío. Las aguas bañadas por el frío invernal les acogieron en su seno nada más sumergirse y, a excepción de Kōri (que era prácticamente incapaz de sentirlo), Kiroe y Daruu (que estaban protegidos por las paredes de sus burbujas); todos sufrieron la sensación de miles de cuchillos clavándose en sus cuerpos. Zetsuo entrecerró los ojos, visiblemente dolorido, pero se esforzó en seguir braceando y pataleando. Mantenerse inmóvil en aquellas aguas sería un suicidio.
Tal y como les había advertido Daruu, las aguas estaban terriblemente turbias y la arena levantada apenas les dejaban ver a unos pocos metros de distancia. Eso, en conjunto con el hecho de que la ya escasa luz del cielo encapotado parecía asfixiarse a unos pocos metros de profundidad, hacía terrible el simple hecho de avanzar en la dirección correcta. Kaido se movía como pez en el agua, y sin duda podría haberlos dejado atrás a todos ellos si de verdad quisiera hacerlo, aunque quizás lo más sensato sería mantenerse lo más juntos que pudieran sin llegar a resultar un estorbo a la hora de nadar para no perderse de vista los unos a los otros.
Y, entonces, ocurrió.
Una sombra se materializó justo frente a Mogura. Un rostro adulto de cabellos grisáceos, ojos oscuros y una sonrisa armada de dientes afilados como navajas. Antes de que nadie pudiera hacer nada para evitarlo, alargó una mano y le arrancó el respirador del rostro.
El inevitable chapoteo que se produciría alertaría al resto del grupo, pero ni Zetsuo ni Kōri contaban con técnicas que pudieran usar a distancia bajo el agua...