31/10/2017, 11:49
(Última modificación: 31/10/2017, 11:58 por Aotsuki Ayame.)
«Quizás estoy comenzando a desarrollar alguna especie de poderes premonitorios. Quizás debería ir pensando en echar la lotería...» Pensaba Ayame mordiéndose la lengua mientras escuchaba las palabras de Kiroe.
Y es que, tanto para su desgracia como para la de Daruu, el destino les tenía preparada una desagradable sorpresa:
—Bien. Uno de vosotros, detrás del carrito, se dedicará a servir y a vender los bollitos. El otro se vestirá con este traje...
—¡Noooooooooooooooooooooo...! —sollozó Daruu.
—...y zarandeará esta campana, ¡llamando la atención de los clientes!
—¡...oooooooooooooooooooooo!
Kiroe les tendió algo, y Ayame tragó saliva con esfuerzo.
«Tierra, trágame...»
Era un disfraz. Un disfraz hinchable de color marrón anaranjado. Un disfraz de bollito de cabalaza con apenas unos resquicios para sacar la cara y las extremidades. Aquello sí que era la viva representación de la humillación. ¿Pero qué habían hecho para merecer aquello?
—¡Pero mamá...! —protestó Daruu, pero Kiroe respondió con una risilla de las suyas.
—No, no, no. No soy tu madre. Soy el cliente de la misión. Y esto es lo que tienes que hacer. Y ahora, si me disculpáis, tengo clientela que atender. Jijijí.
—Sí, Kiroe-san... —se esforzó en farfullar Ayame, pálida como la cera, antes de que la mujer se alejara alegremente.
Pero Daruu no pensaba ser tan complaciente.
—Jijí tu p... —De repente, Daruu se giró hacia Ayame y le puso el traje en la mano—. Te vistes tú.
—¡¿Q... QUÉ?! —exclamó ella, con los ojos abiertos como platos. Miró alternativamente a Daruu y al traje varias veces, y enseguida el rubor cubrió sus mejillas. Tensó todos los músculos y entonces negó enérgicamente con la cabeza—. ¡AH, NO! ¡NO, NO, NO Y NO! ¡¡ME NIEGO!!
Entonces Ayame escondió su brazo libre detrás de su espalda y clavó sus ojos castaños en los de Daruu.
—¡Echémoslo a suertes! ¡¡Y nada de usar el Byakugan, que nos conocemos!!
»¡Piedra, papel...!
Y es que, tanto para su desgracia como para la de Daruu, el destino les tenía preparada una desagradable sorpresa:
—Bien. Uno de vosotros, detrás del carrito, se dedicará a servir y a vender los bollitos. El otro se vestirá con este traje...
—¡Noooooooooooooooooooooo...! —sollozó Daruu.
—...y zarandeará esta campana, ¡llamando la atención de los clientes!
—¡...oooooooooooooooooooooo!
Kiroe les tendió algo, y Ayame tragó saliva con esfuerzo.
«Tierra, trágame...»
Era un disfraz. Un disfraz hinchable de color marrón anaranjado. Un disfraz de bollito de cabalaza con apenas unos resquicios para sacar la cara y las extremidades. Aquello sí que era la viva representación de la humillación. ¿Pero qué habían hecho para merecer aquello?
—¡Pero mamá...! —protestó Daruu, pero Kiroe respondió con una risilla de las suyas.
—No, no, no. No soy tu madre. Soy el cliente de la misión. Y esto es lo que tienes que hacer. Y ahora, si me disculpáis, tengo clientela que atender. Jijijí.
—Sí, Kiroe-san... —se esforzó en farfullar Ayame, pálida como la cera, antes de que la mujer se alejara alegremente.
Pero Daruu no pensaba ser tan complaciente.
—Jijí tu p... —De repente, Daruu se giró hacia Ayame y le puso el traje en la mano—. Te vistes tú.
—¡¿Q... QUÉ?! —exclamó ella, con los ojos abiertos como platos. Miró alternativamente a Daruu y al traje varias veces, y enseguida el rubor cubrió sus mejillas. Tensó todos los músculos y entonces negó enérgicamente con la cabeza—. ¡AH, NO! ¡NO, NO, NO Y NO! ¡¡ME NIEGO!!
Entonces Ayame escondió su brazo libre detrás de su espalda y clavó sus ojos castaños en los de Daruu.
—¡Echémoslo a suertes! ¡¡Y nada de usar el Byakugan, que nos conocemos!!
»¡Piedra, papel...!