7/11/2017, 14:24
Kōri entrecerró los ojos y le tendió una tensa mirada a su hermana, que se prolongó en silencio durante al menos diez segundos. Sus ojos bajaron y se aterrizaron en el carro, posándose grácilmente en los bollitos como un ave que descansa sobre un cable de tendido eléctrico tras una larga travesía. Después, volvieron a tomar el vuelo y, de nuevo, fueron a parar a los iris avellana de Ayame.
—Por favor, señorita —dijo, átono—. ¿Sería tan amable de ponerme media docena de bollitos en una bolsa?
Miró a un lado, luego a otro. Luego, otra vez a Ayame. Y susurró:
—Hasta ahora, estáis cumpliendo muy bien con vuestra tarea. Supongo que seguiréis haciéndolo.
»Los bollitos, por favor. —Se metió la mano derecha en el bolsillo de la chaqueta y sacó varias monedas, que reflejaron un instante el anaranjado brillo del alumbrado callejero.
—Por favor, señorita —dijo, átono—. ¿Sería tan amable de ponerme media docena de bollitos en una bolsa?
Miró a un lado, luego a otro. Luego, otra vez a Ayame. Y susurró:
—Hasta ahora, estáis cumpliendo muy bien con vuestra tarea. Supongo que seguiréis haciéndolo.
»Los bollitos, por favor. —Se metió la mano derecha en el bolsillo de la chaqueta y sacó varias monedas, que reflejaron un instante el anaranjado brillo del alumbrado callejero.