8/11/2017, 11:28
(Última modificación: 8/11/2017, 11:28 por Aotsuki Ayame.)
Kōri entrecerró los ojos en respuesta y, cuando clavó sus iris escarchados en ella, Ayame no pudo evitar estremecerse. La miró en silencio durante varios largos segundos que se le hicieron eternos. Sus ojos sólo la liberaron momentáneamente para posarse en los bollitos de vainilla y calabaza antes de volver a fijarse en ella.
—Por favor, señorita —dijo, con aquella voz carente de cualquier tipo de emoción—. ¿Sería tan amable de ponerme media docena de bollitos en una bolsa?
Pero Ayame, con los ojos abiertos como platos, parpadeó varias veces confundida, como si no hubiese terminado de entender lo que le estaba diciendo. Todavía estaba en shock por el hecho de que la hubiese llamado de "señorita". Si ya le resultaba terriblemente extraño llamar a su propio hermano "-sensei", que él hubiese puesto aún más distancia con aquel denominativo resultaba casi demoledor.
Fue entonces cuando Kōri miró a ambos lados, como si se estuviera asegurando de que no hubiera nadie cerca, y sólo después añadió, bajando la voz hasta convertirla en un susurro:
—Hasta ahora, estáis cumpliendo muy bien con vuestra tarea. Supongo que seguiréis haciéndolo. Los bollitos, por favor —completó, retornando su voz a la normalidad, mientras metía la mano en el bolsillo de su chaqueta. Las luces de neón más cercanas arrancaron destellos dorados y plateados de las monedas cuando las sacó.
Ayame sacudió la cabeza, aturdida como si acabara de despertar de un sueño.
—E... ¡Enseguida, señor! —exclamó, y enseguida se apresuró a coger seis bollitos más y meterlos en una nueva bolsa. Se la tendió, con una sonrisa forzada y tensa como las cuerdas de un violín, y aceptó de buena gana el pago—. ¡Espero que los disfrute, señor!
Sólo cuando se hubo alejado de nuevo, Ayame hundió los hombros y alzó una mirada desesperada al cielo.
—¿Pero le has visto? ¡Sólo le ha faltado sacar una daga de hielo para exigirme sus bollitos! —se lamentó a Daruu—. ¡Es un ansia! ¡Y eso que ha dicho que sólo quería unos pocos más! ¡Se ha devorado media decena de bollos en menos de una hora, y hará lo mismo con estos! ¡No me va a dejar ni uno! ¡¿Y qué es eso de "señorita"?!
—Por favor, señorita —dijo, con aquella voz carente de cualquier tipo de emoción—. ¿Sería tan amable de ponerme media docena de bollitos en una bolsa?
Pero Ayame, con los ojos abiertos como platos, parpadeó varias veces confundida, como si no hubiese terminado de entender lo que le estaba diciendo. Todavía estaba en shock por el hecho de que la hubiese llamado de "señorita". Si ya le resultaba terriblemente extraño llamar a su propio hermano "-sensei", que él hubiese puesto aún más distancia con aquel denominativo resultaba casi demoledor.
Fue entonces cuando Kōri miró a ambos lados, como si se estuviera asegurando de que no hubiera nadie cerca, y sólo después añadió, bajando la voz hasta convertirla en un susurro:
—Hasta ahora, estáis cumpliendo muy bien con vuestra tarea. Supongo que seguiréis haciéndolo. Los bollitos, por favor —completó, retornando su voz a la normalidad, mientras metía la mano en el bolsillo de su chaqueta. Las luces de neón más cercanas arrancaron destellos dorados y plateados de las monedas cuando las sacó.
Ayame sacudió la cabeza, aturdida como si acabara de despertar de un sueño.
—E... ¡Enseguida, señor! —exclamó, y enseguida se apresuró a coger seis bollitos más y meterlos en una nueva bolsa. Se la tendió, con una sonrisa forzada y tensa como las cuerdas de un violín, y aceptó de buena gana el pago—. ¡Espero que los disfrute, señor!
Sólo cuando se hubo alejado de nuevo, Ayame hundió los hombros y alzó una mirada desesperada al cielo.
—¿Pero le has visto? ¡Sólo le ha faltado sacar una daga de hielo para exigirme sus bollitos! —se lamentó a Daruu—. ¡Es un ansia! ¡Y eso que ha dicho que sólo quería unos pocos más! ¡Se ha devorado media decena de bollos en menos de una hora, y hará lo mismo con estos! ¡No me va a dejar ni uno! ¡¿Y qué es eso de "señorita"?!