9/11/2017, 13:43
La burbuja que encerraba a Daruu estalló violentamente. El clon que la sostenía cruzó ambos brazos frente al rostro, esperando un ataque, pero el muchacho en su lugar giró sobre sí mismo y con un golpe de su mano hizo estallar también la prisión de Kiroe, que calló al agua de nuevo. Sin embargo, apenas hubo liberado a su madre y antes de que pudiera retirarse con éxito, sintió un fuerte impacto que le cortó la respiración momentáneamente, le empapó de los pies a la cabeza, y le impulsó hacia atrás varios metros, hasta que su cuerpo chocó brutalmente contra la pared de roca de la cueva.
El Hōzuki, aún con el sello del tigre formulado, ensanchó aún más su sonrisa de cocodrilo, satisfecho. Y entonces volvió su mirada dorada hacia Kiroe.
Sin embargo, si de algo se había dado cuenta Daruu era de dos cosas: La primera, que los que los habían atrapado eran réplicas acuáticas del Hōzuki que aguardaba algo más atrás. Y segundo...
Que el chakra de Ayame era de un color amarillo intenso.
Fue entonces cuando llegaron los refuerzos. Kōri fue el primero en emerger, seguido justo después de Kaido y Zetsuo. Los tres actuando de barrera protectora entre Daruu y los Hōzuki.
—¿Puedes levantarte, Daruu-kun? —le preguntó Kōri, que había vuelto el rostro lo justo para poder mirarle de reojo.
Mientras tanto, Zetsuo no apartaba la mirada de Ayame. Tenía los puños cerrados a ambos lados de su cuerpo y el ceño profundamente fruncido. Prácticamente destilaba ira por cada poro de su ser.
—¿Te crees que somos imbéciles? ¡SEAS QUIEN SEAS DEJA DE HACER EL GILIPOLLAS DE UNA VEZ! —bramó, y su voz reverberó en cada una de las rocas que les rodeaban.
Ayame pegó un brinco y se llevó una mano al pecho, profundamente asustada.
—¿Q... qué...? —balbuceó, temblorosa.
El peliverde, que había aprovechado toda la confusión para inmovilizar a Kiroe contra el suelo y colocar un kunai en su garganta con gesto amenazador, dejó soltar una risilla.
—Si ya lo decía yo... hay que eliminar a las ratas antes de que llamen a sus amigas —se pasó una lengua afilada por los dientes—. ¡No hagáis ninguna tontería o será la mamá ratita quien pague las consecuencias!
El Hōzuki, aún con el sello del tigre formulado, ensanchó aún más su sonrisa de cocodrilo, satisfecho. Y entonces volvió su mirada dorada hacia Kiroe.
Sin embargo, si de algo se había dado cuenta Daruu era de dos cosas: La primera, que los que los habían atrapado eran réplicas acuáticas del Hōzuki que aguardaba algo más atrás. Y segundo...
Que el chakra de Ayame era de un color amarillo intenso.
Fue entonces cuando llegaron los refuerzos. Kōri fue el primero en emerger, seguido justo después de Kaido y Zetsuo. Los tres actuando de barrera protectora entre Daruu y los Hōzuki.
—¿Puedes levantarte, Daruu-kun? —le preguntó Kōri, que había vuelto el rostro lo justo para poder mirarle de reojo.
Mientras tanto, Zetsuo no apartaba la mirada de Ayame. Tenía los puños cerrados a ambos lados de su cuerpo y el ceño profundamente fruncido. Prácticamente destilaba ira por cada poro de su ser.
—¿Te crees que somos imbéciles? ¡SEAS QUIEN SEAS DEJA DE HACER EL GILIPOLLAS DE UNA VEZ! —bramó, y su voz reverberó en cada una de las rocas que les rodeaban.
Ayame pegó un brinco y se llevó una mano al pecho, profundamente asustada.
—¿Q... qué...? —balbuceó, temblorosa.
El peliverde, que había aprovechado toda la confusión para inmovilizar a Kiroe contra el suelo y colocar un kunai en su garganta con gesto amenazador, dejó soltar una risilla.
—Si ya lo decía yo... hay que eliminar a las ratas antes de que llamen a sus amigas —se pasó una lengua afilada por los dientes—. ¡No hagáis ninguna tontería o será la mamá ratita quien pague las consecuencias!