22/11/2017, 11:57
Mogura desapareció en apenas un parpadeo, con un pequeño remolino de agua delatando la posición en la que se había encontrado el médico apenas unos instantes antes. Apareció pegado a una pared lateral de la habitación, pero enseguida comprendió que si quería realizar todo el recorrido que había trazado en su cabeza, necesitaría ejecutar tres veces más el Sunshin no Jutsu: desde la pared hasta el techo, desde el techo a la pared contigua, y desde dicha pared hasta la espalda de Marun. Con el agotamiento físico que aquello conllevaría.
Había tenido un error de cálculos, y no tardó en pagarlo. Tres de las esferas le golpearon con violencia y le estamparon contra la pared. Marun había sido consciente de la desaparición del médico, y previendo dónde iba a aparecer había movido una de sus manos en el último momento para desviar la trayectoria de las burbujas que avanzaban por el lateral.
—¿Y encima te ascendieron a chūnin? —escupió, señalando el acolchado chaleco que el médico vestía—. ¡Los ninjas de Amegakure sois ridículos! ¿En qué narices está pensando Yui-sama? Menos mal que hemos conseguido sacar de allí a Ayame antes de que... se marchitara —la sonrisa del Hōzuki se ensanchó aún más—. Aunque es un auténtico desperdicio que alguien tan debilucha como ella tenga el bijū. Quizás Reigetsu-sama encuentre la manera de quitárselo y ponérmelo a mí, ¿qué opinas?
Según hablaba, Marun se fue acercando a Mogura. Su brazo derecho comenzó a hincharse de manera casi grotesca, con todos los músculos y las venas marcadas en su piel.
—¿Últimas palabras, chūnin-kun? —canturreó, fanfarrón.
Parecía dispuesto a dar el golpe de gracia.
—¡Zetsuo! —exclamó una alarmada Kiroe—. ¿Estás bien? ¿Dónde está Kaido-kun?
Concentrado como estaba en su propia herida, Zetsuo no levantó siquiera la mirada, pero pudo ver por el rabillo del ojo que la pastelera se estaba acercando renqueante hacia él. Y cuando bajó la mirada hacia la pierna que arrastraba, descubrió una herida que parecía haber perforado superficialmente su muslo y que sangraba copiosamente. Con un profundo suspiro, el médico alejó la mano de su brazo y la extendió hacia Kiroe. El destello verde que la envolvía se extendió en la distancia hasta alcanzarla y envolvió la pierna de la mujer. Con un ligero cosquilleo, la hendidura que le había provocado la bala de agua se fue cerrando rápidamente y pronto no quedaría ni rastro de herida alguna. Zetsuo no había tenido tanta suerte, aunque había cerrado sus propias heridas, las cicatrices de las dentelladas habían quedado marcadas en su piel como el recuerdo de aquel maldito día.
—Ahí abajo —respondió, haciendo una señal con la cabeza hacia el agua—. Le he dicho que subiera, así que espero que no se le oc...
Una nueva salpicadura le hizo volver la cabeza con rapidez, pero enseguida exhaló un suspiro de alivio. Kaido había emergido con la suficiente rapidez para evitar la nube de veneno que había vertido en el agua y que ya había comenzado a oscurecerla. Parecía cansado, con aquellas extrañas branquias aleteando para eliminar el excedente del agua, pero estaba sano y salvo. Algo que no se podía decir de Waniguchi.
Daruu se había acercado a ellos, con el rostro descompuesto por el más absoluto horror. Zetsuo le miró por debajo de las pestañas, con el ceño fruncido; pero tal y como había hecho con su madre, reparó en la herida que trataba de esconder en su hombro y alargó la mano hacia él para tratarla.
—Vas a tener que lidiar con esto muchas veces, Daruu —le espetó con cierta crudeza. Pero no se estaba refiriendo a la herida, sus ojos estaban clavados en la estatua de hielo en la que se había convertido Mohōshō—. Pero cuando lo hagas, piensa en por qué lo has hecho. Qué valía tanto para dar a cambio de la vida de alguien. No puedes obtener algo sin sacrificar nada a cambio.
Más allá, Kōri se había levantado con cierta dificultad. El joven no estaba herido, pero sí visiblemente fatigado. Nada con lo que no pudiera lidiar él solo. Casi al mismo tiempo, padre e hijo se llevaron una mano al portaobjetos, sacaron una pequeña esfera comprimida y se la llevaron a la boca. Todos tenían que estar en perfectas condiciones para continuar con la misión de rescate.
Una misión... a la que se acababa de sumar un nuevo componente.
—Vamos. No podemos perder más tiempo —ordenó Zetsuo, con determinación renovada.
El hombre se levantó. Y, esperando que todos le acompañaran, echó a andar hacia la entrada que había quedado libre de la guardia de los dos Hōzuki. Sin embargo, tal y como había visto Daruu anteriormente, nada más atravesar el arco de roca se encontraron ante un nuevo dilema: El camino se dividía en tres túneles excavados en la misma cueva, uno en el centro que iba en línea recta y uno a cada lado que trazaban un amplio arco. Los tres caminos estaban perfectamente iluminados por lámparas de aceite. La única diferencia era que el camino central era un simple pasillo, mientras que los caminos laterales tenían múltiples puertas talladas en la roca (en la pared de la izquierda en el camino izquierdo, y en la de la derecha en el derecho). A lo lejos se escuchaba un suave rumor, pero era difícil discernir a simple vista por cuál de los tres caminos provenía el sonido.
—¿Deberíamos separarnos? —preguntó Kōri.
—Llevamos transmisores, así que estaríamos en contacto, pero... —murmuró Zetsuo, pensativo.
Había tenido un error de cálculos, y no tardó en pagarlo. Tres de las esferas le golpearon con violencia y le estamparon contra la pared. Marun había sido consciente de la desaparición del médico, y previendo dónde iba a aparecer había movido una de sus manos en el último momento para desviar la trayectoria de las burbujas que avanzaban por el lateral.
—¿Y encima te ascendieron a chūnin? —escupió, señalando el acolchado chaleco que el médico vestía—. ¡Los ninjas de Amegakure sois ridículos! ¿En qué narices está pensando Yui-sama? Menos mal que hemos conseguido sacar de allí a Ayame antes de que... se marchitara —la sonrisa del Hōzuki se ensanchó aún más—. Aunque es un auténtico desperdicio que alguien tan debilucha como ella tenga el bijū. Quizás Reigetsu-sama encuentre la manera de quitárselo y ponérmelo a mí, ¿qué opinas?
Según hablaba, Marun se fue acercando a Mogura. Su brazo derecho comenzó a hincharse de manera casi grotesca, con todos los músculos y las venas marcadas en su piel.
—¿Últimas palabras, chūnin-kun? —canturreó, fanfarrón.
Parecía dispuesto a dar el golpe de gracia.
. . .
—¡Zetsuo! —exclamó una alarmada Kiroe—. ¿Estás bien? ¿Dónde está Kaido-kun?
Concentrado como estaba en su propia herida, Zetsuo no levantó siquiera la mirada, pero pudo ver por el rabillo del ojo que la pastelera se estaba acercando renqueante hacia él. Y cuando bajó la mirada hacia la pierna que arrastraba, descubrió una herida que parecía haber perforado superficialmente su muslo y que sangraba copiosamente. Con un profundo suspiro, el médico alejó la mano de su brazo y la extendió hacia Kiroe. El destello verde que la envolvía se extendió en la distancia hasta alcanzarla y envolvió la pierna de la mujer. Con un ligero cosquilleo, la hendidura que le había provocado la bala de agua se fue cerrando rápidamente y pronto no quedaría ni rastro de herida alguna. Zetsuo no había tenido tanta suerte, aunque había cerrado sus propias heridas, las cicatrices de las dentelladas habían quedado marcadas en su piel como el recuerdo de aquel maldito día.
—Ahí abajo —respondió, haciendo una señal con la cabeza hacia el agua—. Le he dicho que subiera, así que espero que no se le oc...
Una nueva salpicadura le hizo volver la cabeza con rapidez, pero enseguida exhaló un suspiro de alivio. Kaido había emergido con la suficiente rapidez para evitar la nube de veneno que había vertido en el agua y que ya había comenzado a oscurecerla. Parecía cansado, con aquellas extrañas branquias aleteando para eliminar el excedente del agua, pero estaba sano y salvo. Algo que no se podía decir de Waniguchi.
Daruu se había acercado a ellos, con el rostro descompuesto por el más absoluto horror. Zetsuo le miró por debajo de las pestañas, con el ceño fruncido; pero tal y como había hecho con su madre, reparó en la herida que trataba de esconder en su hombro y alargó la mano hacia él para tratarla.
—Vas a tener que lidiar con esto muchas veces, Daruu —le espetó con cierta crudeza. Pero no se estaba refiriendo a la herida, sus ojos estaban clavados en la estatua de hielo en la que se había convertido Mohōshō—. Pero cuando lo hagas, piensa en por qué lo has hecho. Qué valía tanto para dar a cambio de la vida de alguien. No puedes obtener algo sin sacrificar nada a cambio.
Más allá, Kōri se había levantado con cierta dificultad. El joven no estaba herido, pero sí visiblemente fatigado. Nada con lo que no pudiera lidiar él solo. Casi al mismo tiempo, padre e hijo se llevaron una mano al portaobjetos, sacaron una pequeña esfera comprimida y se la llevaron a la boca. Todos tenían que estar en perfectas condiciones para continuar con la misión de rescate.
Una misión... a la que se acababa de sumar un nuevo componente.
—Vamos. No podemos perder más tiempo —ordenó Zetsuo, con determinación renovada.
El hombre se levantó. Y, esperando que todos le acompañaran, echó a andar hacia la entrada que había quedado libre de la guardia de los dos Hōzuki. Sin embargo, tal y como había visto Daruu anteriormente, nada más atravesar el arco de roca se encontraron ante un nuevo dilema: El camino se dividía en tres túneles excavados en la misma cueva, uno en el centro que iba en línea recta y uno a cada lado que trazaban un amplio arco. Los tres caminos estaban perfectamente iluminados por lámparas de aceite. La única diferencia era que el camino central era un simple pasillo, mientras que los caminos laterales tenían múltiples puertas talladas en la roca (en la pared de la izquierda en el camino izquierdo, y en la de la derecha en el derecho). A lo lejos se escuchaba un suave rumor, pero era difícil discernir a simple vista por cuál de los tres caminos provenía el sonido.
—¿Deberíamos separarnos? —preguntó Kōri.
—Llevamos transmisores, así que estaríamos en contacto, pero... —murmuró Zetsuo, pensativo.