5/12/2017, 02:20
(Última modificación: 5/12/2017, 03:09 por Umikiba Kaido.)
Y allí estaba el escualo, echándole cabeza al asunto. Probablemente, en algún momento de la noche, iba a lograr discernir de qué se trataba aquella maldita triquiñuela —quizás para entonces ya Ayame estuviese en su cama calentita, comiéndose unos bollos de vainilla de Kiroe—, pero de que iba a poder, pues iba a poder.
No obstante, para su suerte; o bien para la vergüenza que iba a sentir luego, una mano amiga le hizo el favor de sacarle de aquella ilusión con tan sólo darle un poco de su chakra. Aquello no pareció surtir ningún efecto visual significativo, de hecho, todo seguía luciendo igual, pero la presencia de Kiroe daba certeza de que el jodido genjutsu había sido roto y de que aquel inacabable pasillo no era infinito, ni mucho menos.
—¡Kaido! Daruu me ha dicho que estabas dando vueltas por el pasillo —se permitió reír—. ¡Vamos, muchacho! Creo que Mogura-kun está en apuros.
Kaido la vio correr, y antes de seguirla, tuvo que darse a sí mismo una reprimenda.
«Lo primero que vas a hacer al volver a casa es aprender ese maldito Kai, escualo hijo de las mil putas»
Ésta vez avanzaron, y avanzaron, hasta llegar a una puerta. Una puerta que bajo sus rendijas parecía haberse escurrido algo de agua. Kiroe inquirió al escualo, una vez más.
—Dime, Kaido, ¿cuál es la probabilidad de que ese charco sea otro de esos endemoniados Kajitsu Hōzuki? —ella rió, y él lo hizo también—. Esta debe de ser la puerta. Pero en serio, tengamos cuidado. Cúbreme las espaldas.
—Dale, yo le cubro lo que usted quiera, Kiroe-sama.
Las risas no durarían mucho, desde luego, pues una vez dentro; el panorama sería cuanto menos desalentador. Aquella habitación había sido víctima de una feroz batalla, y allí en el suelo yacían aquel par de shinobi, ambos sin poder levantar cabeza. El Kajitsu por un lado hecho chamusca y Mogura pálido, cogiendo colores que sólo producen ciertas cosas.
Mierda, espetó Kiroe. Y Kaido no pudo hacer más que apretar los dientes. Cerró la puerta detrás de sí, deslizó un kunai de bolsa de utensilios y le echó un rápido vistazo a la habitación, esperando que de haber aún alguna sorpresa, pudiera él percibirla.
Y con el ojo bueno tendría a Marun entre ceja y ceja, pues aunque lucía abatido, no podía fiarse de que aquel hombre no fuese a despertar.
—Éste parece muerto, pero... ¿Y Mogura, está bien? —preguntó él, temiendo lo peor.
No obstante, para su suerte; o bien para la vergüenza que iba a sentir luego, una mano amiga le hizo el favor de sacarle de aquella ilusión con tan sólo darle un poco de su chakra. Aquello no pareció surtir ningún efecto visual significativo, de hecho, todo seguía luciendo igual, pero la presencia de Kiroe daba certeza de que el jodido genjutsu había sido roto y de que aquel inacabable pasillo no era infinito, ni mucho menos.
—¡Kaido! Daruu me ha dicho que estabas dando vueltas por el pasillo —se permitió reír—. ¡Vamos, muchacho! Creo que Mogura-kun está en apuros.
Kaido la vio correr, y antes de seguirla, tuvo que darse a sí mismo una reprimenda.
«Lo primero que vas a hacer al volver a casa es aprender ese maldito Kai, escualo hijo de las mil putas»
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Ésta vez avanzaron, y avanzaron, hasta llegar a una puerta. Una puerta que bajo sus rendijas parecía haberse escurrido algo de agua. Kiroe inquirió al escualo, una vez más.
—Dime, Kaido, ¿cuál es la probabilidad de que ese charco sea otro de esos endemoniados Kajitsu Hōzuki? —ella rió, y él lo hizo también—. Esta debe de ser la puerta. Pero en serio, tengamos cuidado. Cúbreme las espaldas.
—Dale, yo le cubro lo que usted quiera, Kiroe-sama.
Las risas no durarían mucho, desde luego, pues una vez dentro; el panorama sería cuanto menos desalentador. Aquella habitación había sido víctima de una feroz batalla, y allí en el suelo yacían aquel par de shinobi, ambos sin poder levantar cabeza. El Kajitsu por un lado hecho chamusca y Mogura pálido, cogiendo colores que sólo producen ciertas cosas.
Mierda, espetó Kiroe. Y Kaido no pudo hacer más que apretar los dientes. Cerró la puerta detrás de sí, deslizó un kunai de bolsa de utensilios y le echó un rápido vistazo a la habitación, esperando que de haber aún alguna sorpresa, pudiera él percibirla.
Y con el ojo bueno tendría a Marun entre ceja y ceja, pues aunque lucía abatido, no podía fiarse de que aquel hombre no fuese a despertar.
—Éste parece muerto, pero... ¿Y Mogura, está bien? —preguntó él, temiendo lo peor.