7/12/2017, 03:08
Ayame se cruzó en su camino, defendiendo a su captor. Kōri se interpuso, apareciendo como de costumbre como un borrón difícil de distinguir, y tomándole del brazo. Un muro de agua creció entre el dúo de Hōzuki y la tupla alumno-maestro. Zetsuo tiró de ellos hacia atrás, casi arrojándolos al agua, y los tres dieron un salto, quedando en la misma distancia que antes. Zetsuo tocó dos veces el hombro de Daruu para llamar la atención, y arrugó la nariz en un gesto y una mirada que transmitían una sóla instrucción, clara y meridiana:
Escuchar la voz de Hōzuki Reigetsu era como bucear en un pantano lleno de barro, o beberse una taza de un chocolate tan espeso que hay que hacer un esfuerzo por tragarlo. Daruu sentía una opresión en el pecho muy difícil de describir. Pero pronto esa sensación fue sustituida por otra, cuando Ayame empezó a hablar. Daruu apretó los puños y la miró fijamente durante todo el discurso. Cada vez más enfadado, apretaba más y más las uñas contra la piel. Ahora se hacía sangre, que caía y manchaba el agua del estanque. Apretó los dientes hasta que le dolieron. Las venas de alrededor de sus ojos parecían a punto de estallar.
Aunque sea inverosímil, había otro sentimiento. No un sentimiento, sino una razón. Una razón cargada de peso, helada en un infierno de llamas temperamentales. Allí estaba, allí la había obligado a resguardarse desde que había detectado ese chakra en el cerebro de Ayame. Era un eco de unas palabras que le habían sido dichas al principio de toda aquella escaramuza. Las guardaba como un tesoro, a pesar de que el no dejarlas escapar era tan difícil que hasta era doloroso.
Pero Zetsuo. Oh, Zetsuo. ¿Qué es lo que le ocurre al Hierro cuando se calienta? Ahora mismo, imaginad a Zetsuo como un bloque de hierro fundido de ira. Tiembla, como un terremoto a punto de abrir la tierra. Y él no se dejaba amedrentar por la presencia de Reigetsu. Él...
—Maldita niña desagradecida... ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo...? —dijo el águila, dando un paso al frente—. ¡Quise traerte de vuelta después de la primera ronda para PROTEGERTE! Y, si tanto te jode perder, tienes que hacerte más fuerte. Es la única solución. ¡La única! —bramó—. Y oh, podías habérmelo pedido, como Daruu. ¡No habría nada que me hubiera gustado más! ¡Que mi hija quisiera interesarse por el Genjutsu! ¡PERO NO! ¡Y TODO POR ORGULLO! Este chico fue eliminado del Torneo antes que tú. ¡Y no emitió queja alguna! ¡Sólo siguió esforzándote! Sin embargo, tú te quedaste quieta llorando, LLORANDO Y LLORANDO.
»¿Y toda esta determinación, eh? Si hubieras mostrado toda esa rabia y ese desafío ante un espejo, te hubieses levantado y hubieses pedido a tu padre que te entrenase, todo habría sido diferente, PERO TÚ HAS ELEGI...
Algo le golpeó el brazo. El autor de aquella insolencia no era nadie menos que Daruu. Zetsuo se dirigió hacia él y...
—Zetsuo-san. Ella no ha elegido nada.
—¿Cómo dices...?
—Ayame no ha elegido nada. Esta no es Ayame. —Daruu levantó la mirada, y la clavó sobre ella. Sus ojos blancos emitieron, sin quererlo, un brillo azulado que recordaría por un instante a los del Hielo—. Mientras esté manipulada, no se puede razonar con ella. Zetsuo. Hablar no sirve de nada.
Entonces, levantó la voz.
—¡Vendrás con nosotros quieras o no! —dijo entonces—. No, no vamos a dejarla elegir destruirse a sí misma. No me inscribí en la Academia para eso, sino para proteger a los que me importan.
»Para protegerte, Ayame, tiene que importarme una puta mierda lo que pienses al respecto de esto. Soy un ninja, y tú también. Y te vienes a la aldea. Quien reniega de ella sólo puede ser considerado un traidor, y no voy a dejar que te conviertan en eso.
Reducido al absurdo, todo resultaba realmente simple. Podían complacer el frágil ego de Ayame una vez más, y ganarían algo de tiempo, pero quizás Reigetsu acabase por fracturar su confianza del todo y aprovechase un mínimo momento para llevársela. Y entonces, no la verían jamás. Tenían que distanciarse de todo eso y REDUCIR. AL. ABSURDO.
La misión era recuperar a Ayame. No recuperar a Ayame si ella quería.
El asunto era transparente: si había que arrastrarla hacia la villa, que así fuere. Después, eliminarían la técnica de manipulación mental, y por último, y sólo entonces, en la tranquilidad de la Lluvia, hablarían de lo que tuviesen que hablar.
Zetsuo, cegado por la posibilidad de perder de nuevo a una de las personas a las que más aprecio tenía, por la posibilidad de que la familia volviera a fracturarse, se había dejado engañar por una treta tan estúpida... Esa Ayame no era Ayame, Daruu tenía razón. Era un Genjutsu. Una ilusión. Una Ayame a la que le habían quitado toda conexión con la felicidad para seducirla y embaucarla.
De modo que...
Zetsuo formulaba sellos, caminando hacia Reigetsu.
—Se acab
Mientras habían estado hablando, Daruu no había estado perdiendo el tiempo. Ahora emergía detrás de Ayame, como una sombra, con Reigetsu embobado por el potente Genjutsu de Zetsuo y el Mizu Bunshin de Daruu poniendo la guinda a un engaño premeditado. Se había ocultado en la superficie del agua y trasladado en medio de la confusión hasta detrás de los dos Hōzuki.
—Vendrás. Ayame. —decía el Mizu Bunshin.
Y entonces, las palmas de las manos cayeron sobre los oídos de la muchacha como un rayo que cae a dos centímetros de distancia. El juuken, con ambas manos, pretendía sacudir su oído interno y su cerebro y marearla, potencialmente desmayándola, impedirle usar el Suika para escabullirse... Y si no...
—Kōri. —dijo, simplemente, solicitando ayuda.
El Mizu Bunshin de Daruu empuñaba un kunai muy real, prestado del original. Corría hacia Reigetsu para apuñalarlo en el corazón, mientras Zetsuo lo retenía gracias a su destreza con las ilusiones.
Cautela.
Escuchar la voz de Hōzuki Reigetsu era como bucear en un pantano lleno de barro, o beberse una taza de un chocolate tan espeso que hay que hacer un esfuerzo por tragarlo. Daruu sentía una opresión en el pecho muy difícil de describir. Pero pronto esa sensación fue sustituida por otra, cuando Ayame empezó a hablar. Daruu apretó los puños y la miró fijamente durante todo el discurso. Cada vez más enfadado, apretaba más y más las uñas contra la piel. Ahora se hacía sangre, que caía y manchaba el agua del estanque. Apretó los dientes hasta que le dolieron. Las venas de alrededor de sus ojos parecían a punto de estallar.
Aunque sea inverosímil, había otro sentimiento. No un sentimiento, sino una razón. Una razón cargada de peso, helada en un infierno de llamas temperamentales. Allí estaba, allí la había obligado a resguardarse desde que había detectado ese chakra en el cerebro de Ayame. Era un eco de unas palabras que le habían sido dichas al principio de toda aquella escaramuza. Las guardaba como un tesoro, a pesar de que el no dejarlas escapar era tan difícil que hasta era doloroso.
Por eso debo seguir manteniendo la cabeza fría. Y vosotros deberíais hacer lo mismo.
Pero Zetsuo. Oh, Zetsuo. ¿Qué es lo que le ocurre al Hierro cuando se calienta? Ahora mismo, imaginad a Zetsuo como un bloque de hierro fundido de ira. Tiembla, como un terremoto a punto de abrir la tierra. Y él no se dejaba amedrentar por la presencia de Reigetsu. Él...
—Maldita niña desagradecida... ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo...? —dijo el águila, dando un paso al frente—. ¡Quise traerte de vuelta después de la primera ronda para PROTEGERTE! Y, si tanto te jode perder, tienes que hacerte más fuerte. Es la única solución. ¡La única! —bramó—. Y oh, podías habérmelo pedido, como Daruu. ¡No habría nada que me hubiera gustado más! ¡Que mi hija quisiera interesarse por el Genjutsu! ¡PERO NO! ¡Y TODO POR ORGULLO! Este chico fue eliminado del Torneo antes que tú. ¡Y no emitió queja alguna! ¡Sólo siguió esforzándote! Sin embargo, tú te quedaste quieta llorando, LLORANDO Y LLORANDO.
»¿Y toda esta determinación, eh? Si hubieras mostrado toda esa rabia y ese desafío ante un espejo, te hubieses levantado y hubieses pedido a tu padre que te entrenase, todo habría sido diferente, PERO TÚ HAS ELEGI...
Algo le golpeó el brazo. El autor de aquella insolencia no era nadie menos que Daruu. Zetsuo se dirigió hacia él y...
—Zetsuo-san. Ella no ha elegido nada.
—¿Cómo dices...?
—Ayame no ha elegido nada. Esta no es Ayame. —Daruu levantó la mirada, y la clavó sobre ella. Sus ojos blancos emitieron, sin quererlo, un brillo azulado que recordaría por un instante a los del Hielo—. Mientras esté manipulada, no se puede razonar con ella. Zetsuo. Hablar no sirve de nada.
Entonces, levantó la voz.
—¡Vendrás con nosotros quieras o no! —dijo entonces—. No, no vamos a dejarla elegir destruirse a sí misma. No me inscribí en la Academia para eso, sino para proteger a los que me importan.
»Para protegerte, Ayame, tiene que importarme una puta mierda lo que pienses al respecto de esto. Soy un ninja, y tú también. Y te vienes a la aldea. Quien reniega de ella sólo puede ser considerado un traidor, y no voy a dejar que te conviertan en eso.
Reducido al absurdo, todo resultaba realmente simple. Podían complacer el frágil ego de Ayame una vez más, y ganarían algo de tiempo, pero quizás Reigetsu acabase por fracturar su confianza del todo y aprovechase un mínimo momento para llevársela. Y entonces, no la verían jamás. Tenían que distanciarse de todo eso y REDUCIR. AL. ABSURDO.
La misión era recuperar a Ayame. No recuperar a Ayame si ella quería.
El asunto era transparente: si había que arrastrarla hacia la villa, que así fuere. Después, eliminarían la técnica de manipulación mental, y por último, y sólo entonces, en la tranquilidad de la Lluvia, hablarían de lo que tuviesen que hablar.
Zetsuo, cegado por la posibilidad de perder de nuevo a una de las personas a las que más aprecio tenía, por la posibilidad de que la familia volviera a fracturarse, se había dejado engañar por una treta tan estúpida... Esa Ayame no era Ayame, Daruu tenía razón. Era un Genjutsu. Una ilusión. Una Ayame a la que le habían quitado toda conexión con la felicidad para seducirla y embaucarla.
De modo que...
—¡RRRREIGEEEEEETSSUUUUU!
Zetsuo formulaba sellos, caminando hacia Reigetsu.
—Se acab
Reigetsu observaba la plaza. Un sinfín de gente se había reunido allí. Era un día festivo, al fin y al cabo. Una celebración muy especial. Los hombres, mujeres y niños agitaban pañuelos en el aire, y exhibían orgullosos sus bandanas de Amegakure. La lluvia no les importaba. Nunca lo había hecho, pero hoy, les importaba... menos.
Porque lo que hoy llovía era sangre. Y a ellos les gustaba esa sangre. La sangre Hōzuki. Él lo sabía. Sabía que era sangre Hōzuki. Y le horrorizaba. Sintió que le horrorizaba, que no podía haber algo peor que eso.
Entonces lo vio. En el centro de la plaza, habían construido una tarima de madera. Dos chūnin arrastraban a alguien por una rampa de subida, atado con unas esposas. Era... Reigetsu.
De pronto, estaba encima de la tarima. Miraba enrededor mientras el suelo se manchaba con la sangre de los hermanos. La gente le observaba con aires de superioridad, se reía y le escupía. Ya no agitaban pañuelos blancos, sino banderas en llamas. Con el símbolo de los Hōzuki. De su clan. De su familia.
Y entonces estaba arrodillado, con la cabeza en el soporte de la guillotina. Y la cuerda se disparaba, y la cuchilla caía, y atravesaba su cuello, pero entonces, se detenía, y como a cámara muy lenta, iba cortando la carne, poco a poco, poco a poco, poco... a poco...
Y una voz decía:
—Y con esto, el clan Hōzuki no es más que historia. El clan más infame, traicionero y sucio de toda Amegakure.
La gente abucheaba, y decía cosas horribles sobre ellos, y la cuchilla seguía atravesando la carne, y seguía sintiendo un terrible dolor que no cesaba, y que no cesaba, y que no ces
Porque lo que hoy llovía era sangre. Y a ellos les gustaba esa sangre. La sangre Hōzuki. Él lo sabía. Sabía que era sangre Hōzuki. Y le horrorizaba. Sintió que le horrorizaba, que no podía haber algo peor que eso.
Entonces lo vio. En el centro de la plaza, habían construido una tarima de madera. Dos chūnin arrastraban a alguien por una rampa de subida, atado con unas esposas. Era... Reigetsu.
De pronto, estaba encima de la tarima. Miraba enrededor mientras el suelo se manchaba con la sangre de los hermanos. La gente le observaba con aires de superioridad, se reía y le escupía. Ya no agitaban pañuelos blancos, sino banderas en llamas. Con el símbolo de los Hōzuki. De su clan. De su familia.
Y entonces estaba arrodillado, con la cabeza en el soporte de la guillotina. Y la cuerda se disparaba, y la cuchilla caía, y atravesaba su cuello, pero entonces, se detenía, y como a cámara muy lenta, iba cortando la carne, poco a poco, poco a poco, poco... a poco...
Y una voz decía:
—Y con esto, el clan Hōzuki no es más que historia. El clan más infame, traicionero y sucio de toda Amegakure.
La gente abucheaba, y decía cosas horribles sobre ellos, y la cuchilla seguía atravesando la carne, y seguía sintiendo un terrible dolor que no cesaba, y que no cesaba, y que no ces
Mientras habían estado hablando, Daruu no había estado perdiendo el tiempo. Ahora emergía detrás de Ayame, como una sombra, con Reigetsu embobado por el potente Genjutsu de Zetsuo y el Mizu Bunshin de Daruu poniendo la guinda a un engaño premeditado. Se había ocultado en la superficie del agua y trasladado en medio de la confusión hasta detrás de los dos Hōzuki.
—Vendrás. Ayame. —decía el Mizu Bunshin.
Y entonces, las palmas de las manos cayeron sobre los oídos de la muchacha como un rayo que cae a dos centímetros de distancia. El juuken, con ambas manos, pretendía sacudir su oído interno y su cerebro y marearla, potencialmente desmayándola, impedirle usar el Suika para escabullirse... Y si no...
—Kōri. —dijo, simplemente, solicitando ayuda.
El Mizu Bunshin de Daruu empuñaba un kunai muy real, prestado del original. Corría hacia Reigetsu para apuñalarlo en el corazón, mientras Zetsuo lo retenía gracias a su destreza con las ilusiones.
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)