9/12/2017, 01:39
—Kaido-kun, no te preocupes por mí. Me las apaño bien en el agua. Concentrémonos en acabar con el enemigo.
Kaido asintió, sin reparos. No porque conociese la magnitud del poder de Karoi, o porque se sintiese excesivamente confiado, sino por saberse satisfecho ante el hecho de que su torbellino de algún modo redujo la fuerza de impacto de aquella ola, convirtiéndola en apenas una pared de agua que, agobiada, golpeaba su propio muro protector en el afán de encontrar una pronta salida.
Convencido de las palabras de su interlocutor, el tiburón cerró los ojos y respiró profundamente.
Luego exhaló. Exhaló sin temor, pues él también era la maldita agua.
Y al unísono que el aire dejó su boca, su técnica se convirtió en una con el oleaje exterior, envolviéndoles a ambos en un abrazo fraternal que les llevó en un santiamén hasta los linderos de su brumosa oscuridad.
Pero Karoi tintó de rojo el océano poco después, y un tenue hilo se deslizó desde su dedo, tiritando como tentáculo de medusa. Finalmente, un puf.
Senda criatura nació tras su invocación y ésta galopó como caballo, rompiendo las olas frente suyo. Nadó rápida y fugaz como una gacela, llevando a su invocador hasta los linderos de una superficie ya agobiada por el agua. Apenas asomó la cabeza, se encontró con el enemigo. Ese enemigo que Karoi le había dicho de preocuparse por destruir.
Kaido se mantuvo sumergido y clavó sus ojos aguamarina en el fornido hombre que acusaba a Karoi de traidor, aún y cuando él no podía escucharle con claridad, encontrándose bajo el agua. Lo que si pudo fue ver, ver el cómo aquella fugaz introducción se convirtió de pronto en un ataque de caballería por parte de Karoi, que avanzó por sobre el lomo de su criatura y acortó las distancias en un santiamén, como buena criatura de mar.
El hijo del océano, no obstante, pensó rápido. Tan rápido como saberse capaz de sostener la cola del caballo de mar y cortar el agua junto a ella en aquel fugaz avance. A mitad de camino, continuó él con un nado extraordinario y emparejó su propio cuerpo con el de la bala que salió despedida hasta los linderos del enemigo, el cual la rebatió con el simple movimiento de su espada. Cuando aquella arma estuviese apenas subiendo, sin embargo, desde su propia espalda; un clon idéntico al gyojin ya se habría alzado sorpresivamente, convirtiéndose de pronto en la fuente perfecta e ineludible para que el escualo invocara a través de ella otra de sus técnicas, también. Un medio, para un fin.
Un fin mortal.
Y es que de aquel fugaz mizu bunshin, el colmillo de un torbellino presurizado salió despedido desde su propio estómago y avanzó hambrienta hasta la espalda de Nokogiri.
Kaido asintió, sin reparos. No porque conociese la magnitud del poder de Karoi, o porque se sintiese excesivamente confiado, sino por saberse satisfecho ante el hecho de que su torbellino de algún modo redujo la fuerza de impacto de aquella ola, convirtiéndola en apenas una pared de agua que, agobiada, golpeaba su propio muro protector en el afán de encontrar una pronta salida.
Convencido de las palabras de su interlocutor, el tiburón cerró los ojos y respiró profundamente.
Luego exhaló. Exhaló sin temor, pues él también era la maldita agua.
Y al unísono que el aire dejó su boca, su técnica se convirtió en una con el oleaje exterior, envolviéndoles a ambos en un abrazo fraternal que les llevó en un santiamén hasta los linderos de su brumosa oscuridad.
Pero Karoi tintó de rojo el océano poco después, y un tenue hilo se deslizó desde su dedo, tiritando como tentáculo de medusa. Finalmente, un puf.
Senda criatura nació tras su invocación y ésta galopó como caballo, rompiendo las olas frente suyo. Nadó rápida y fugaz como una gacela, llevando a su invocador hasta los linderos de una superficie ya agobiada por el agua. Apenas asomó la cabeza, se encontró con el enemigo. Ese enemigo que Karoi le había dicho de preocuparse por destruir.
Kaido se mantuvo sumergido y clavó sus ojos aguamarina en el fornido hombre que acusaba a Karoi de traidor, aún y cuando él no podía escucharle con claridad, encontrándose bajo el agua. Lo que si pudo fue ver, ver el cómo aquella fugaz introducción se convirtió de pronto en un ataque de caballería por parte de Karoi, que avanzó por sobre el lomo de su criatura y acortó las distancias en un santiamén, como buena criatura de mar.
El hijo del océano, no obstante, pensó rápido. Tan rápido como saberse capaz de sostener la cola del caballo de mar y cortar el agua junto a ella en aquel fugaz avance. A mitad de camino, continuó él con un nado extraordinario y emparejó su propio cuerpo con el de la bala que salió despedida hasta los linderos del enemigo, el cual la rebatió con el simple movimiento de su espada. Cuando aquella arma estuviese apenas subiendo, sin embargo, desde su propia espalda; un clon idéntico al gyojin ya se habría alzado sorpresivamente, convirtiéndose de pronto en la fuente perfecta e ineludible para que el escualo invocara a través de ella otra de sus técnicas, también. Un medio, para un fin.
Un fin mortal.
Y es que de aquel fugaz mizu bunshin, el colmillo de un torbellino presurizado salió despedido desde su propio estómago y avanzó hambrienta hasta la espalda de Nokogiri.
«¡Suiton: Suigadan!»