17/05/2018, 19:27
(Última modificación: 17/05/2018, 19:27 por Uzumaki Eri.)
—¡NO! —chilló El Ahorcado—. ¡NOOOOOOOOOOO!
Todo comenzaba a desmoronarse, y tras la decisión de la única kunoichi de la sala de arrojar el kunai contra la cuerda, el hombre muerto comenzó a enloquecer. Hasta que el suave filo del arma acabó con la vida de lo que unía el cuerpo con la casa. Un temblor sacudió el lugar cuando el cuerpo real de El Ahorcado se desplomó al suelo, y, su otro yo, su ilusión, explotó en un haz de luz que empujó a todos los presentes hasta la puerta, que se abrió al sentir la llave dentro de su cerradura.
Todos salieron volando hasta la entrada de la casa, cayendo contra los barrotes de metal que cedieron por el golpe pero que, aún así, frenó el pequeño viaje que habían realizado. Eso no pasó por alto el dolor que iban a sentir al levantarse, o incluso el que sentían en aquel momento. El temblor del suelo seguía, constante, hasta que frente a los ojos de aquellos chicos, la casa se desmoronó hasta quedar hecha pedazos.
Allí, el cuerpo del hombre que una vez se unió a la casa quedó sepultado, creando su propia tumba bajo los escombros y maderas que componían la mansión.
Podían respirar tranquilos, porque la maldición ya había acabado.
Tras los barrotes entre abiertos que daban a un bosque cercano a Yachi estaba sentada de rodillas una anciana de cabello cano, a su lado izquierdo reposaba una linterna que emitía una luz cálida. Al ver a los chicos, sin embargo, se levantó pesadamente y se acercó a su posición lentamente.
—Nunca pensé que alguien saldría con vida de esta casa, pero seguía con la esperanza de poder ayudar a quienes lo hiciesen —murmuró, agachándose para poder quedar a su altura —. Dejadme ver a estos chicos, sin duda necesitan atención médica de inmediato.
Ahora estaban en las manos de Riko y Juro salvar a ambos chicos.
Todo comenzaba a desmoronarse, y tras la decisión de la única kunoichi de la sala de arrojar el kunai contra la cuerda, el hombre muerto comenzó a enloquecer. Hasta que el suave filo del arma acabó con la vida de lo que unía el cuerpo con la casa. Un temblor sacudió el lugar cuando el cuerpo real de El Ahorcado se desplomó al suelo, y, su otro yo, su ilusión, explotó en un haz de luz que empujó a todos los presentes hasta la puerta, que se abrió al sentir la llave dentro de su cerradura.
Todos salieron volando hasta la entrada de la casa, cayendo contra los barrotes de metal que cedieron por el golpe pero que, aún así, frenó el pequeño viaje que habían realizado. Eso no pasó por alto el dolor que iban a sentir al levantarse, o incluso el que sentían en aquel momento. El temblor del suelo seguía, constante, hasta que frente a los ojos de aquellos chicos, la casa se desmoronó hasta quedar hecha pedazos.
Allí, el cuerpo del hombre que una vez se unió a la casa quedó sepultado, creando su propia tumba bajo los escombros y maderas que componían la mansión.
Podían respirar tranquilos, porque la maldición ya había acabado.
Tras los barrotes entre abiertos que daban a un bosque cercano a Yachi estaba sentada de rodillas una anciana de cabello cano, a su lado izquierdo reposaba una linterna que emitía una luz cálida. Al ver a los chicos, sin embargo, se levantó pesadamente y se acercó a su posición lentamente.
—Nunca pensé que alguien saldría con vida de esta casa, pero seguía con la esperanza de poder ayudar a quienes lo hiciesen —murmuró, agachándose para poder quedar a su altura —. Dejadme ver a estos chicos, sin duda necesitan atención médica de inmediato.
Ahora estaban en las manos de Riko y Juro salvar a ambos chicos.
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