16/09/2018, 16:22
—Dejaos de tonterías, soy Eri y punto, aunque tenga un rango o dos más que vosotros sigo siendo vuestra amiga antes de todo, y buenos días. Nabi, ¿me puedes explicar cómo narices ha entrado Stuffy en mi casa, por favor?
Me levanté y puse cara de inocencia, que no sé muy bien cual es, pero como era inocente, es la que tendría puesta. Stuffy salió a recibirnos por detrás de Eri llevando unas braguitas rosas en la boca.
— ¡Stuffy! Así que aquí estabas. — miré a Eri, mire sus bragas y volví a mirarla a ella. — Te habrás dejado una ventana abierta o algo, es un perro ninja, Eri-sama. Disculpale por estar tan alocado y despreocupado, le ha dado muy fuerte el subidón después de volver de emolandia. En un par de días estará normal.
El can, en respuesta, volvió a entrar en el apartamento buscando un lugar en el que esconder su tesoro rosado. Eri nos indicó que pasásemos mientras, no sé, hacía algo. Yo la veía perfectamente para salir de fiesta, digo, de misión. Datsue con una sola palabra, me dejó constancia de que nosotros hubiésemos salido tal cual, con los calzoncillos en la cabeza, si hubiésemos llegado tarde. Asentí secamente, Eri no solo era la única mujer del equipo, sino la única jounin, enfurecerla era morir, así que intentaría no evidenciar en palabras hechos que pudiesen matarme.
No tardó en volver a aparecer, exactamente igual a cuando había desaparecido. Parecía que íbamos a irnos, pero pasó algo increíble
—. Eri-chan… Lo he estado pensando mucho, y creo que ha llegado el momento. Esto es para ti. Acéptalo, por favor.
Datsue se sacó un estuche carmesí del bolsillo e hincó una rodilla. ¡Claramente pidiendole matrimonio a Eri! ¡En mi cara! Primero me quedé a cuadros, y, durante un milisegundo, me planteé muy seriamente coger a Datsue y matarlo ahí mismo, de un kunai al cuello. Gracias a mis grandes instintos animales, mi mente funcionó más rápido y me dijo, eh, es Datsue, seguro que es una treta o una artimaña. Y tio, es Eri, es imposible que ella acepte.
Aún así, me quedé ahí, mirando, preparado para cualquier cosa.
Stuffy, como siempre, apareció tarde, con cara de haber escondido su tesoro en un lugar más seguro que el palacio de un Daimyo y sin enterarse de nada.
Me levanté y puse cara de inocencia, que no sé muy bien cual es, pero como era inocente, es la que tendría puesta. Stuffy salió a recibirnos por detrás de Eri llevando unas braguitas rosas en la boca.
— ¡Stuffy! Así que aquí estabas. — miré a Eri, mire sus bragas y volví a mirarla a ella. — Te habrás dejado una ventana abierta o algo, es un perro ninja, Eri-sama. Disculpale por estar tan alocado y despreocupado, le ha dado muy fuerte el subidón después de volver de emolandia. En un par de días estará normal.
El can, en respuesta, volvió a entrar en el apartamento buscando un lugar en el que esconder su tesoro rosado. Eri nos indicó que pasásemos mientras, no sé, hacía algo. Yo la veía perfectamente para salir de fiesta, digo, de misión. Datsue con una sola palabra, me dejó constancia de que nosotros hubiésemos salido tal cual, con los calzoncillos en la cabeza, si hubiésemos llegado tarde. Asentí secamente, Eri no solo era la única mujer del equipo, sino la única jounin, enfurecerla era morir, así que intentaría no evidenciar en palabras hechos que pudiesen matarme.
No tardó en volver a aparecer, exactamente igual a cuando había desaparecido. Parecía que íbamos a irnos, pero pasó algo increíble
—. Eri-chan… Lo he estado pensando mucho, y creo que ha llegado el momento. Esto es para ti. Acéptalo, por favor.
Datsue se sacó un estuche carmesí del bolsillo e hincó una rodilla. ¡Claramente pidiendole matrimonio a Eri! ¡En mi cara! Primero me quedé a cuadros, y, durante un milisegundo, me planteé muy seriamente coger a Datsue y matarlo ahí mismo, de un kunai al cuello. Gracias a mis grandes instintos animales, mi mente funcionó más rápido y me dijo, eh, es Datsue, seguro que es una treta o una artimaña. Y tio, es Eri, es imposible que ella acepte.
Aún así, me quedé ahí, mirando, preparado para cualquier cosa.
Stuffy, como siempre, apareció tarde, con cara de haber escondido su tesoro en un lugar más seguro que el palacio de un Daimyo y sin enterarse de nada.
—Nabi—