19/10/2018, 15:07
Los Intrépidos habían hecho bien en preparar un plan, porque el puente Kannabi estaba custodiado por dos Chunins de Kusa con cara de pocos amigos. No obstante, la mentira surtió efecto, una mentira fuertemente cimentada en verdad. Datsue conocía la Ribera del Norte como la palma de su mano, y tras responder a un par de preguntas se hizo evidente que había nacido allí.
Así pues, el grupo avanzó sin mayores problemas, adentrándose en el Bosque de Hongos. Datsue les aseguró que por aquella zona se vendía la mejor maría, y pese a que trató de convencer a Eri de que aquello no se consideraba tabaco, sospechó que su labia no daba para tanto.
Ya había caído la noche cuando los Intrépidos llegaron a Tane-Shigai, una impresionante ciudad construida enteramente sobre las copas y troncos de los árboles. Había estado allí en al menos dos ocasiones, si la memoria no le fallaba. La primera, cuando todavía era un criajo que no sabía atarse los cordones del zapato. Había sido con su madre, en un viaje de visita. La segunda, meses atrás, cuando Aotsuki Ayame había cortado el hilo del que pendía y casi había acabado con su vida.
De no ser porque se trataba de un Kage Bunshin, claro.
—Un caldo para mí y una jarra de agua —pidió al camarero, cuando los tres se habían sentado en una mesa de la posada.
La posada, llamada La cabaña nido, era como otra cualquiera. Llena de gente con un vaso de cerveza entre sus manos. Risas, gritos para hacerse oír y, como siempre, algún borracho dando la tabarra. Datsue estiró los brazos y piernas tras colgar la mochila sobre el respaldo de su silla. Estaba molido por la larga caminata.
—Oye, ¿sabes que conocí a Riko? —preguntó de sopetón a Eri, al acordarse—. ¿Tú lo sabías? —preguntó a Nabi—. ¿No voy y tengo que enterarme por otro que nuestra Eri es sensei? —dijo con voz de indignado.
Así pues, el grupo avanzó sin mayores problemas, adentrándose en el Bosque de Hongos. Datsue les aseguró que por aquella zona se vendía la mejor maría, y pese a que trató de convencer a Eri de que aquello no se consideraba tabaco, sospechó que su labia no daba para tanto.
Ya había caído la noche cuando los Intrépidos llegaron a Tane-Shigai, una impresionante ciudad construida enteramente sobre las copas y troncos de los árboles. Había estado allí en al menos dos ocasiones, si la memoria no le fallaba. La primera, cuando todavía era un criajo que no sabía atarse los cordones del zapato. Había sido con su madre, en un viaje de visita. La segunda, meses atrás, cuando Aotsuki Ayame había cortado el hilo del que pendía y casi había acabado con su vida.
De no ser porque se trataba de un Kage Bunshin, claro.
—Un caldo para mí y una jarra de agua —pidió al camarero, cuando los tres se habían sentado en una mesa de la posada.
La posada, llamada La cabaña nido, era como otra cualquiera. Llena de gente con un vaso de cerveza entre sus manos. Risas, gritos para hacerse oír y, como siempre, algún borracho dando la tabarra. Datsue estiró los brazos y piernas tras colgar la mochila sobre el respaldo de su silla. Estaba molido por la larga caminata.
—Oye, ¿sabes que conocí a Riko? —preguntó de sopetón a Eri, al acordarse—. ¿Tú lo sabías? —preguntó a Nabi—. ¿No voy y tengo que enterarme por otro que nuestra Eri es sensei? —dijo con voz de indignado.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado