1/11/2018, 17:40
Aquella noche no fue muy distinta a lo que, para su desgracia, ya estaba acostumbrado. Terribles pesadillas donde mataba a sus seres queridos. Donde el pueblo se revelaba contra él y le torturaba. Le cortaba en pedacitos. Le arrancaba los ojos. Los pulmones. El corazón.
Shukaku, siempre tan imaginativo, tiró de la información recopilada aquel día, dándole una pequeña vuelta a su habitual pesadilla. Añadiendo breves escenas nuevas sueltas aquí y allá. Vio a Eri confabulando con Ayame. Con Daruu. Con Kaido. La oyó criticarle a él y a su Hermano. Asegurando que toda la culpa era de ellos, olvidándose de los actos de los amejines. La oyó conspirar con ellos, llegando a la conclusión que Oonindo sería un mundo mejor sin la existencia de los Hermanos del Desierto.
Eri le paralizaba con un fūinjutsu y permitía que Ayame le apuñalase en el pecho, mientras esta se burlaba de él porque nunca más fuese a ver a Aiko con vida.
Eri le esposaba las manos y animaba a Daruu a que clavase sus cuchillas ocultas en los pulmones de él, mientras este le avisaba que Akame sería el próximo.
Eri le sonreía, esa sonrisa inocente y pura tan suya, y susurraba palabras envenenadas a Kaido. Kaido asentía, y le degollaba con su espada serrada con el rostro pétreo e imperturbable, tan profesional como el de su Hermano.
Eri recogía su cabeza del suelo, de la que caía sangre a borbotones por el cuello abierto, y le susurraba palabras de consuelo. Le decía que a partir de ahora todo iba a salir bien. Que lo malo ya había pasado…
… y le abría el cráneo con su ninjatō.
Luego despertaba, empapado en sudor, y algo dentro de él pensaba que ya nada volvería a ser lo mismo. Y volvía a dormirse. Y volvía a soñarlo. Así una, y otra, y otra vez, hasta que los primeros rayos del sol empezaron a colarse por su ventana.
Shukaku, siempre tan imaginativo, tiró de la información recopilada aquel día, dándole una pequeña vuelta a su habitual pesadilla. Añadiendo breves escenas nuevas sueltas aquí y allá. Vio a Eri confabulando con Ayame. Con Daruu. Con Kaido. La oyó criticarle a él y a su Hermano. Asegurando que toda la culpa era de ellos, olvidándose de los actos de los amejines. La oyó conspirar con ellos, llegando a la conclusión que Oonindo sería un mundo mejor sin la existencia de los Hermanos del Desierto.
Eri le paralizaba con un fūinjutsu y permitía que Ayame le apuñalase en el pecho, mientras esta se burlaba de él porque nunca más fuese a ver a Aiko con vida.
Eri le esposaba las manos y animaba a Daruu a que clavase sus cuchillas ocultas en los pulmones de él, mientras este le avisaba que Akame sería el próximo.
Eri le sonreía, esa sonrisa inocente y pura tan suya, y susurraba palabras envenenadas a Kaido. Kaido asentía, y le degollaba con su espada serrada con el rostro pétreo e imperturbable, tan profesional como el de su Hermano.
Eri recogía su cabeza del suelo, de la que caía sangre a borbotones por el cuello abierto, y le susurraba palabras de consuelo. Le decía que a partir de ahora todo iba a salir bien. Que lo malo ya había pasado…
… y le abría el cráneo con su ninjatō.
Luego despertaba, empapado en sudor, y algo dentro de él pensaba que ya nada volvería a ser lo mismo. Y volvía a dormirse. Y volvía a soñarlo. Así una, y otra, y otra vez, hasta que los primeros rayos del sol empezaron a colarse por su ventana.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado