4/11/2018, 19:20
Los muchachos observaron desde una distancia prudencial el desarrollo de la ceremonia, que no fue muy distinta de algún otro rito funerario ni tampoco guardó ningún detalle destacable en el que pudieran fijarse. Sólo era palpable el dolor de madre e hija, la preocupación en el ceño fruncido del alguacil y un ambiente poco solemne por parte del resto del pueblo. Cada dos por tres los asistentes se removían en sus sitios, lanzaban miradas desconfiadas por encima de sus hombros o proferían alguna maldición por lo bajo. Algunos también repararon en la presencia de los ninjas, y les regalaron más miradas y algunos cuchicheos.
Cuando todo terminó, el sacerdote recitó un canto que los shinobi no llegaron a oír, por lo quedo de su tono de voz, y luego dio por concluída la ceremonia. Poco a poco la multitud empezó a dispersarse, así como la noche iba llegando a Peñasco. Las luces dentro de las casas volvieron a encenderse, y el pueblo recuperó poco a poco una tímida actividad que no duraría mucho, dada la tardía hora. Mientras algunos hombres se ocupaban de apagar la pira funeraria y desmontar aquel tinglado, Tōjen Bonizatsu se acercó al trío de uzujin. Parecía mayor, muy mayor —tal vez demasiado para ejercer de protector de un pueblo—, y su rostro estaba surcado de arrugas. Al contrario de lo que pudiera esperarse no se trataba de un soldado tipo, sino que más bien parecía una persona que no había vivido muchas dificultades. Su figura era algo más alta que la de los muchachos, pero no estaba curtida por el entrenamiento ni el esfuerzo. Aunque vestía la armadura de cuero con distintivos del Daimyō de Tsuchi no Kuni, que le acreditaba como alguacil, Bonizatsu no aparentaba ser un guerrero. Y no sólo por su avanzada edad.
—Saludos, jóvenes —les dijo, dedicándoles una inclinación de cabeza—. Tōjen Bonizatsu, alguacil de Peñasco por la voluntad de Daimyō-sama, a su servicio. ¿No me estoy equivocando si aventuro que vosotros sois los ninjas enviados por Uzushiogakure no Sato? —añadió, con un ligero deje de desconfianza en su voz—. No os ofendáis, pero esperaba a alguien más... Bueno... Menos... Menos joven.
El viejo alguacil se frotó las manos, posiblemente arrepentido de lo que acababa de decir.
—Disculpadme si os ha parecido grosero, pero es que el... "problema" que tenemos aquí, es de enormes dimensiones. Literalmente —añadió luego—. Antes de que se me olvide... El dinero para el hospedaje.
Bonizatsu metió la mano diestra dentro de uno de los pliegues de su túnica y sacó una bolsita de tela tintineante. Desde luego, en aquel lugar tan recóndito no era de extrañar que las divisas se manejaran de forma tan parca.
—Esto es para manutención. Hachi-san, el tabernero, ya está avisado y os ha preparado la habitación para vuestro hospedaje. ¿Tenéis idea de cuantos días os vais a quedar?
En ese momento, madre e hija de luto pasaron junto a los cuatro conversantes. El alguacil les dedicó una solemne inclinación de cabeza, a lo que ellas respondieron con un quedo "gracias". Luego, continuaron su andadura calle abajo.
Cuando todo terminó, el sacerdote recitó un canto que los shinobi no llegaron a oír, por lo quedo de su tono de voz, y luego dio por concluída la ceremonia. Poco a poco la multitud empezó a dispersarse, así como la noche iba llegando a Peñasco. Las luces dentro de las casas volvieron a encenderse, y el pueblo recuperó poco a poco una tímida actividad que no duraría mucho, dada la tardía hora. Mientras algunos hombres se ocupaban de apagar la pira funeraria y desmontar aquel tinglado, Tōjen Bonizatsu se acercó al trío de uzujin. Parecía mayor, muy mayor —tal vez demasiado para ejercer de protector de un pueblo—, y su rostro estaba surcado de arrugas. Al contrario de lo que pudiera esperarse no se trataba de un soldado tipo, sino que más bien parecía una persona que no había vivido muchas dificultades. Su figura era algo más alta que la de los muchachos, pero no estaba curtida por el entrenamiento ni el esfuerzo. Aunque vestía la armadura de cuero con distintivos del Daimyō de Tsuchi no Kuni, que le acreditaba como alguacil, Bonizatsu no aparentaba ser un guerrero. Y no sólo por su avanzada edad.
—Saludos, jóvenes —les dijo, dedicándoles una inclinación de cabeza—. Tōjen Bonizatsu, alguacil de Peñasco por la voluntad de Daimyō-sama, a su servicio. ¿No me estoy equivocando si aventuro que vosotros sois los ninjas enviados por Uzushiogakure no Sato? —añadió, con un ligero deje de desconfianza en su voz—. No os ofendáis, pero esperaba a alguien más... Bueno... Menos... Menos joven.
El viejo alguacil se frotó las manos, posiblemente arrepentido de lo que acababa de decir.
—Disculpadme si os ha parecido grosero, pero es que el... "problema" que tenemos aquí, es de enormes dimensiones. Literalmente —añadió luego—. Antes de que se me olvide... El dinero para el hospedaje.
Bonizatsu metió la mano diestra dentro de uno de los pliegues de su túnica y sacó una bolsita de tela tintineante. Desde luego, en aquel lugar tan recóndito no era de extrañar que las divisas se manejaran de forma tan parca.
—Esto es para manutención. Hachi-san, el tabernero, ya está avisado y os ha preparado la habitación para vuestro hospedaje. ¿Tenéis idea de cuantos días os vais a quedar?
En ese momento, madre e hija de luto pasaron junto a los cuatro conversantes. El alguacil les dedicó una solemne inclinación de cabeza, a lo que ellas respondieron con un quedo "gracias". Luego, continuaron su andadura calle abajo.