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Hanamura Kazuma

Teogonía

• Autor: Hesíodo
• Género: Poesía
• Subgénero: Mitología, Genealogía y Cosmogonía
• Titulo Original: En griego, Θεογονία, Theogonía, literalmente “Origen de los dioses”
• Año de publicación: Entre el siglo VIII o VII a. C.

Hesíodo, un humilde pastor de las tierras de Beocia, fue llamado por las musas del cercano monte Helicón. Estas le acompañaron en su iniciación poética, y entregándole un hermoso ramo de verde laurel le inspiraron para que en canto las alabase e invocase, y que estas a así le cantaran con su dulce voz el origen de los dioses, los inmortales y los mortales, y como Zeus, el que amontona las nubes, padre de los dioses y de los hombres, llego a reinar sobre toda la creación.

Se cuenta como del caos surgieron los seres primigenios, aquellos que representaban los elementos cósmicos. Del caos nacieron la oscura Noche y el Erebo, y de la unión de estos nacieron el Día y el Éter. En el caos también tuvieron su origen Eros y Gea, y de esta última se manifestó Urano. Juntos, la Tierra y el Cielo concibieron a las primeras deidades que habrían de compartir con ellos la existencia. Estos dioses fueron reinados y despreciados por Urano, quien rechazando a sus hijos los encerró en las entrañas de la tierra, en el Tártaro. Y los hubo mucho: Dioses, ciclopes y hecatonquiros. Y estos odiaron a su padre, hasta que liderados por el joven Cronos se sublevaron contra él, tendiéndole una trampa para castrarle y quitarle el poder. Y este así, injuriándoles por la traición, les llamo "Titanes"; mientras que de su sangre nacían variedad de seres y mientras que de sus cercenadas partes nobles nacía la bella Afrodita.

Se cuenta como de la Noche nacieron variedad de tormentos para los inmortales, incluida la mismísima Eris, y como a su vez de esta surgieron variedad de martirios para los mortales. Cronos siguió los pasos de su padre, devorando con brutalidad a los hijos que su esposa Rea daba a luz. A todos los encerró en su estómago, menos a Zeus, cuya madre le salvo, entregándole a su padre una piedra envuelta en pañales. El destino resulto cruel para los descendientes de Japeto y Clímene, siendo que fueron Prometeo, el que oso engañar a los dioses en favor de los mortales, Epimeteo, cuyo deseo por Pandora condeno al hombre a un sinfín de torturas y Atlas, aquel que por luchar contra los olímpicos fue condenado a cargar el cielo sobre sus hombros por toda la eternidad.

Se cuenta el cómo se desarrolló La Titanomaquia, la guerra que enfrentó en cósmico choque a los nuevos dioses olímpicos y a los antiguos titanes, y como esta termino con la victoria de los primeros, siendo que los segundos fueron arrojados al Tártaro y encerrados tras las puertas de bronce que forman su prisión. Pero esta guerra que hizo hervir los océanos y batió la tierra, fue solo un anticipo de aquello que pondría a prueba el dominio de Zeus, pues cuando este arrojo del cielo a los titanes, del Tártaro nació el ultimo de su linaje. Se trataba del monstruoso Tifón, un ser tan poderoso que competía por gobernar sobre mortales e inmortales. Y siendo que solo un ser podía ser el rey de la creación, se desato La Tifonomaquia, una lucha entre los dos seres más poderosos de la creación. Esta lucha evaporo el agua de los mares, provoco vientos terribles, incendio los bosques y redujo a polvo las montañas. Pero al final fue Zeus, blandiendo el rayo, el trueno y el relámpago quien se alzó como vencedor y gobernante absoluto. Y tras aquello se hizo la justa repartición de los dominios del mundo: El cielo para Zeus, el mar para Poseidón y el inframundo para Hades.

Incluso el más grande de los inmortales, Zeus, no podía contradecir al destino que dictaba que correría la misma suerte de su padre y de su abuelo, y que sería destronado por un hijo suyo. Viendo esto y queriendo terminar con el ciclo de las sucesiones, devoro a Metis, su esposa que yacía encinta y cuya esencia le confirió la más alta de las sabidurías. Habiendo ocurrido esto, de su frente nació Atenea, la de los ojos claros. Y pese a ser tan poderosa como su padre, a este le prodiga lealtad eterna.

Los últimos cantos llevan a conocer la descendencia que se dio de los muchos cruces entre mortales e inmortales. Así se conoce la unión entre dioses y ninfas o mujeres mortales; y como de estas uniones han nacido héroes y posteriores inmortales como lo fuesen Heracles y Dioniso.

La mitología siempre ha sido un terreno fértil para la constante búsqueda de respuestas del hombre, pese a que con los siglos pueda llegar reducirse a material histórico o mero entretenimiento de quienes desean conocer las repuestas encontradas por quienes estuvieron antes. En este caso debo de agradecer que el texto tuviese un enriquecedor estudio introductorio y un oportuno índice de nombres propios. El primero da el contexto, herramienta poderosísima para entender que significado e importancia tuvo la obra; mientras que el segundo es forma de ordenar y asociar las ramificaciones que se dan en la cronología. Y si algo he de criticarle a Hesíodo (y que me perdonen los maestros si es falta de la versión que hasta mi ha llegado) es una descuidada oscuridad respecto a un asunto que considero de suma importancia: es la clara diferenciación entre las figuras de Ponto y Océano, que por lo que he entendido es la diferencia entre el mar (que cubre las costas) y el océano (que da la vuelta al mundo), siendo que el primero resulta estéril y superficial, mientras que el segundo es fértil y profundo.

Es interesante el entender que Hesíodo era el poeta de la gente de a pie, respetando el significado que la palabra poeta tenía en los siglos VIII o VII a. C. Esto resulta interesante por cuanto su obra no tenía como fin el entretenimiento a través de una historia fantástica o la recopilación de relatos de igual índole; sino que era de carácter altamente teológico, de forma que sus contemporáneos tuvieran una suerte de “viejo testamento” de donde pudiesen obtener el conocimiento necesario sobre el origen del mundo y como todos los aspectos de la naturaleza y de la vida humana eran regidos por los dioses (unos elementales y cósmicos, otros antropomórficos o que simbolizaban ideas abstractas). En semejante panorama religioso, Zeus es el pilar y razón de ser de la obra, siendo la fuerza de orden que gobierna el universo, a la cual se dedican los más altos honores y las más grandes alabanzas. Para conseguir esto, es indudable que realizo una gran labor de recolección y selección de mitos e historias genealógicas, y también de ordenación cronológica y jerárquica.

Algo que me ha llamado mucho la atención es el enfoque de triadas que continuamente se manifiesta en la mitología griega: tres generaciones (Urano, Cronos y Zeus), tres dioses regentes (Zeus, Hades y Poseidón), tres Gracias (Aglaya, Eufrósine y Talia), tres Vientos (Céfiro, Bóreas y Noto), tres Ciclopes (Brontes, Astéropes y Arges), tres Furias (Alecto, Megera y Tisífone), tres Parcas (Cloto, Láquesis y Átropos), tres Gorgonas (Esteno, Euríale y Medusa), tres Hecatónquiros (Briareo, Giges y Coto) y otras triadas que no son detalladas o mostradas en la Teogonía. Esta forma de pensamiento, aquel en donde dos partes solo pueden armonizar mediante la mediación de un tercero, me resulta un predecesor lógico de la teoría de los contrarios de Heráclito, donde los opuestos se resuelven en el logos (razón o ley, común a todo).

A manera de nota humorística, he de decir que la genealogía de Cien años de soledad (famosa por su complejidad) es un juego de niños ante lo intrincado y extenso que resulta el panteón descrito por Hesíodo. Tambien quisiera señalar una curiosa simetría con otro escrito famoso: en Canción de fuego y hielo, resulta hasta gracioso la cantidad de epítetos que posee Daenerys Targaryen, pero lo cierto es que el más famoso dios de la mitología griega no se queda atrás: Zeus, al que cantan las musas, el que amontona las nubes, portador del rayo, del trueno y del relámpago, al que acompañan el poder y la fuerza, el no devorado por su padre, derrocador de Cronos, subyugador de titanes, señor del Olimpo, rey de los dioses, padre de los inmortales y de los mortales, vencedor de Tifón.

Como recomendación: sería bueno que en la lectura de este escrito se tenga una edición que posea un índice de nombres propios, y tal vez un buen estudio introductorio sobre sus antecedentes y paralelismos respecto a otros mitos de la creación.

Para finalizar, una muestra de que incluso los dioses tienen reglas que cumplir, e incluso ellos son vulnerables al castigo, a las pasiones y al destino. Así, pues, de los mitos narrados hubo uno que me llamo poderosamente la atención por lo significativo dentro del contexto interno de la obra. Hablo del mito de Estigia (v. 775 – 808), que yace dentro de la descripción del Tártaro:

Allí habita una deidad odiosa a los inmortales, la terrible Estigia, hija del refluente Océano: alejada de los dioses, mora en un palacio magnifico, cubierto por enormes rocas y asegurado por columnas de plata que desde su ámbito llegan al cielo. De vez en cuando la hija de Taumante, Iris, la de los pies ligeros, se dirige a aquel sitio como mensajera, volando por encima del ancho dorso del mar; porque, cuando se arma contienda o porfía entre los inmortales y miente alguno de los que viven en el Olimpo, Zeus a fin de tomar a las deidades solemnes juramentos envía a Iris para que le traiga de lejos, en jarro de oro, la celebérrima agua helada que destila de alta y escarpada peña. Grande es el caudal que fluye del sacro río en la oscuridad de la noche, debajo de la vasta tierra, y su conjunto forma un brazo del Océano, excepto la décima parte que se reserva para el juramento: nueve décimas, pues, corren y producen argentados remolinos alrededor de la tierra y del ancho dorso del mar, hasta que finalmente caen en este último; la décima restante mana de la roca y constituye una gran calamidad para los dioses. De los inmortales que habitan las cumbres del nevoso Olimpo, aquel que, haciendo libaciones, comete un perjurio, queda sin aliento todo un año y no toma néctar ni ambrosia para alimentarse; sino que, falto de respiración y de voz, yace en torneado lecho y padece dañoso letargo. Transcurrido un año largo, se libra de la enfermedad: pero entonces comienza a padecer un infortunio que es aún más grave: durante nueve años vive apartado de los sempiternos dioses, sin que jamás se reúna con ellos ni en las juntas ni en los festines; y solamente al llegar el décimo año vuelve a entrar en los concilios de los inmortales, que poseen olímpicas moradas. De tal manera los dioses han consagrado al juramento la antigua e incorruptible agua de Estigia; que corre por aspérrima comarca.