4/02/2019, 00:34
Urami, en vez de bajar la guardia ante el comentario de Datsue —el cuál, dadas las circunstancias, había entendido muy pero muy bien—. mantuvo el contacto visual. Era indomable, ella.
—Partimos en dos horas —añadió Kitana—. prepararos una muda de ropa, que pasaremos la noche en la ciudad.
El aire ahí abajo, lejos de las alturas de la montaña, se respiraba mejor. Era menos pesado. Los pulmones de Datsue estaban airosos y agradecidos. Además, hacía un frío pesado que para Datsue ya no lo era tanto pues su cuerpo se había acostumbrado a las altas temperaturas de la forja.
La ciudad de Notsuba era un verdeo paraíso de estructuras con estilizado japonés, protegido por las enormes estructuras de piedra que rodeaban el peldaño sobre el cuál estaba construida. Era una tarde común y corriente, con muchos comerciantes de camino por sus calles y con el movimiento típico de ciudadanos que debía tener toda capital.
Guzen, Kitana y Urami se habían hospedado en un lujoso hotel, dejando allí sus pertenencias. Tuvieron tiempo para pasear, conocer, reír y echarse algún cuento anecdótico como lo haría una familia. A Datsue no le había sido demasiado difícil lograr que ellas congeniaran con él, y viceversa, así que hasta ahora no estaba siendo la misión más difícil del universo, salvo los esfuerzos que le pedía Nahana.
Finalmente, a eso de las ocho, los tres reservaron una mesa privada en un restaurante tradicional. Pidieron entradas, bebidas y conversaban mientras aguardaban por el invitado de honor.
—Partimos en dos horas —añadió Kitana—. prepararos una muda de ropa, que pasaremos la noche en la ciudad.
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El aire ahí abajo, lejos de las alturas de la montaña, se respiraba mejor. Era menos pesado. Los pulmones de Datsue estaban airosos y agradecidos. Además, hacía un frío pesado que para Datsue ya no lo era tanto pues su cuerpo se había acostumbrado a las altas temperaturas de la forja.
La ciudad de Notsuba era un verdeo paraíso de estructuras con estilizado japonés, protegido por las enormes estructuras de piedra que rodeaban el peldaño sobre el cuál estaba construida. Era una tarde común y corriente, con muchos comerciantes de camino por sus calles y con el movimiento típico de ciudadanos que debía tener toda capital.
Guzen, Kitana y Urami se habían hospedado en un lujoso hotel, dejando allí sus pertenencias. Tuvieron tiempo para pasear, conocer, reír y echarse algún cuento anecdótico como lo haría una familia. A Datsue no le había sido demasiado difícil lograr que ellas congeniaran con él, y viceversa, así que hasta ahora no estaba siendo la misión más difícil del universo, salvo los esfuerzos que le pedía Nahana.
Finalmente, a eso de las ocho, los tres reservaron una mesa privada en un restaurante tradicional. Pidieron entradas, bebidas y conversaban mientras aguardaban por el invitado de honor.