20/04/2019, 23:14
Ayame escuchó el resoplido de Daruu detrás de ella. De cara a su Arashikage, no se atrevió a volverse hacia él, pero supuso que debía de haberse parado antes de llegar a la puerta.
—Si tiene tatuado un Dragón Rojo no creo que el símbolo al que obedezca ya sea la Lluvia de Ame nunca más.
Ayame hundió los hombros aún más. Kaido. Umikiba Kaido... El mismo Kaido que había ido a rescatarla de las garras de los Kajitsu Hozuki... ¿Ahora era un Dragón Rojo? ¿El mismo Kaido que había ejecutado con sus propias manos a un traidor a la aldea... se había convertido también en un traidor? ¿Qué había ocurrido para que pasara algo así?
Fue el golpetazo del teléfono contra su base el que la rescató de nuevo de aquella espiral de caos, confusión e infinita tristeza en la que no había dejado de sumergirse desde aquel encontronazo. Ayame no entendía nada. Y cuanto menos entendía, más triste se sentía.
—El tatuaje. Sí... le llaman la Marca del Dragón —respondió Yui—. Tiene dos funciones dentro de Dragón Rojo: una es para identificar a los ocho líderes de la organización y a su vez sirve como un sello inmolador que calcina los cuerpos de su poseedor para evitar fugas de información si llegan a ser capturados. Es una obligación para los miembros tenerlo, así que eso no nos dice nada. Su mensaje, sin embargo... lo deja todo muy claro.
«Es decir, no sólo se ha unido a ellos de forma definitiva... sino que si consiguiéramos que regresara de alguna forma, moriría antes de que pudiéramos hacer nada por él.» Meditó Ayame, agachando aún más la cabeza.
—Dado tu reporte, actualizaremos el estado de Umikiba Kaido en el Libro Bingo y aumentaremos su recompensa —añadió la Arashikage, tajante como el corte de sus espadas—. Daremos la alerta a las otras Aldeas, también. Vosotros preocuparos ahora por ahogar a esas Náyades. Que entiendan que con la Tormenta no se juega y volved a mí. Luego nos ocuparemos de esa escoria azul como es debido. ¿Hay algo más? —preguntó.
Y Ayame sintió la mirada azul sobre ella como el peso de la propia tormenta sobre Amegakure. La muchacha respiró hondo, luchando por contener las lágrimas.
—Sí... —respondió, al cabo de varios segundos, tras meditarlo concienzudamente—. Kaido no estaba solo. Había un "vagabundo", con media cara quemada, la nariz torcida y varias cicatrices en la boca. En sus ojos brillaba el Sharingan. Y Kaido lo llamó Akame.
Aquella era una información sobre la que había estado meditando largo y tendido. Al principio había dudado si debía comunicárselo a su Kage o dejarlo en manos de Datsue y confiar en que dicho informe terminara llegando a los oídos del Uzukage. Pero estaban hablando de su Hermano, quizás la persona que más había querido en el mundo y a la que había creído muerta. Quizás Datsue quisiera recuperarlo por su cuenta, y no se lo confiara a su líder por ser un asunto demasiado personal. Pero también estaban hablando de Uchiha Akame, indudablemente uno de los shinobi más poderosos de Oonindo. Y si estaba con Kaido, era posible que terminara en Dragón Rojo. Y si los dos se unían...
—Si tiene tatuado un Dragón Rojo no creo que el símbolo al que obedezca ya sea la Lluvia de Ame nunca más.
Ayame hundió los hombros aún más. Kaido. Umikiba Kaido... El mismo Kaido que había ido a rescatarla de las garras de los Kajitsu Hozuki... ¿Ahora era un Dragón Rojo? ¿El mismo Kaido que había ejecutado con sus propias manos a un traidor a la aldea... se había convertido también en un traidor? ¿Qué había ocurrido para que pasara algo así?
¡BAM!
Fue el golpetazo del teléfono contra su base el que la rescató de nuevo de aquella espiral de caos, confusión e infinita tristeza en la que no había dejado de sumergirse desde aquel encontronazo. Ayame no entendía nada. Y cuanto menos entendía, más triste se sentía.
—El tatuaje. Sí... le llaman la Marca del Dragón —respondió Yui—. Tiene dos funciones dentro de Dragón Rojo: una es para identificar a los ocho líderes de la organización y a su vez sirve como un sello inmolador que calcina los cuerpos de su poseedor para evitar fugas de información si llegan a ser capturados. Es una obligación para los miembros tenerlo, así que eso no nos dice nada. Su mensaje, sin embargo... lo deja todo muy claro.
«Es decir, no sólo se ha unido a ellos de forma definitiva... sino que si consiguiéramos que regresara de alguna forma, moriría antes de que pudiéramos hacer nada por él.» Meditó Ayame, agachando aún más la cabeza.
—Dado tu reporte, actualizaremos el estado de Umikiba Kaido en el Libro Bingo y aumentaremos su recompensa —añadió la Arashikage, tajante como el corte de sus espadas—. Daremos la alerta a las otras Aldeas, también. Vosotros preocuparos ahora por ahogar a esas Náyades. Que entiendan que con la Tormenta no se juega y volved a mí. Luego nos ocuparemos de esa escoria azul como es debido. ¿Hay algo más? —preguntó.
Y Ayame sintió la mirada azul sobre ella como el peso de la propia tormenta sobre Amegakure. La muchacha respiró hondo, luchando por contener las lágrimas.
—Sí... —respondió, al cabo de varios segundos, tras meditarlo concienzudamente—. Kaido no estaba solo. Había un "vagabundo", con media cara quemada, la nariz torcida y varias cicatrices en la boca. En sus ojos brillaba el Sharingan. Y Kaido lo llamó Akame.
Aquella era una información sobre la que había estado meditando largo y tendido. Al principio había dudado si debía comunicárselo a su Kage o dejarlo en manos de Datsue y confiar en que dicho informe terminara llegando a los oídos del Uzukage. Pero estaban hablando de su Hermano, quizás la persona que más había querido en el mundo y a la que había creído muerta. Quizás Datsue quisiera recuperarlo por su cuenta, y no se lo confiara a su líder por ser un asunto demasiado personal. Pero también estaban hablando de Uchiha Akame, indudablemente uno de los shinobi más poderosos de Oonindo. Y si estaba con Kaido, era posible que terminara en Dragón Rojo. Y si los dos se unían...