7/05/2019, 22:54
Tenían nevera y cocina. Perfecto. No necesitaban gastar más en comida que lo que pudieran encontrar en cualquier supermercado, y tampoco necesitaban llamar la atención yendo a buscar un sitio donde comer; dos extraños en Shinogi-To resaltan muy fácilmente, cosa que como no tardaron en comprobar aproximadamente media hora más tarde, se acuciaba más y más a medida que se iban adentrando en la porción meridional de la urbe.
Bajo las murallas de Shinogi-To todo parecía un poco más sucio. Era un espejismo en la mayor parte del callejero; las piedras viejas y erosionadas por la lluvia y el viento de sus murallas y sus edificios jugaban gran papel en ello. Sin embargo, en otras partes, era una fea, desagradable y peligrosa verdad. Y lo cierto es que allí, alejados de la seguridad del Corredor de Luciérnagas, destacaban como dos de aquellos simpáticos insectos en la más negra oscuridad de una cueva. Que los ojos de un depredador viesen sus luces era lo que más le preocupaba a Daruu, y parecía que Ayame compartía sus temores:
—Quizás deberíamos transformarnos —sugirió Ayame en apenas un susurro—. Si una de ellas anda por aquí podría reconocernos —Y sólo conocían de vista a dos de aquellas Náyades—. Y... además... creo que estamos llamando la atención.
—Estoy de acuerdo —dijo Daruu, apretándose la capucha contra el cuero cabelludo—. Demos la vuelta y salgamos de aquí un momento. Sígueme.
Daruu volteó por una calle discretamente y dio una vuelta completa a la manzana, alejándose un poco hacia el norte, hasta que divisó una zona mucho más amable y comercial. Se asomó por un callejón, y tras comprobar que estaba vacío se escurrió rápidamente dentro de él. Se detuvo a mitad del mismo y formuló una seca cadena de sellos con una mano.
—¿No me habías visto hacer esto antes, verdad? —susurró Daruu sin mirar a Ayame, con una pincelada de orgullo—. Han cambiado muchas cosas desde la última vez que nos enfrentamos, Ayame. Quizás algún día podamos medirnos de nuevo. Por ahora...
Daruu se mordió el dedo índice y colocó la palma de la mano en el suelo. Tras un estallido considerable de humo blanco se revelaron hasta tres mininos, uno color canela, otro negro y otro gris plata. Daruu se acuclilló ante ellos para hablarles.
—Chicos, necesitamos vuestra ayuda. Un poco más al sur encontraréis una zona de la ciudad en la que hay varios mercados. Buscad uno que apeste a pescado e investigad por los alrededores. Tratad de captar toda la información importante que consideréis sospechosa. —Daruu levantó la vista al murete del callejón por un momento, considerando que quizás todo en aquella parte de la ciudad resultaría bastante sospechoso, y recapacitó—: Bueno, sobretodo si son mujeres, van armadas y las veis entrar y salir de alguna taberna. Buscamos a un grupo que se hace llamar las Náyades. Nos reunimos a medianoche en La Bruma Negra, en el Corredor de las Luciérnagas. Confío en que sabréis encontrarla. —El shinobi rebuscó en su bolsillo y extrajo de él el llavero con la etiqueta de su habitación en el hotel—. Venga, marcháos. Os abriré la ventana de la habitación.
Los gatos formaron en un ridículo y gracioso saludo militar y se desplegaron a izquierda y derecha del callejón. Daruu se levantó, se sacudió los pantalones y volvió a formular otra serie de sellos. ¡Puff!, otra nube de humo. Esta vez, había utilizado el Henge no Jutsu, transformándose en un tipo con evidente aspecto de alguien de mala vida: un rufián alto, de pelo desaliñado y sucio, barba de tres días y que vestía con un jersey raído y unos pantalones con cadenas baratas que querían aparentar ser de plata pero no llegaban ni a hierro con óxido.
—¿Qué tal? ¿Vamos? —contestó con una voz rancia, consumida por el alcohol.
El muchacho esperó a que Ayame tomase forma propia, y emprendió de nuevo el camino hacia el sur.
Bajo las murallas de Shinogi-To todo parecía un poco más sucio. Era un espejismo en la mayor parte del callejero; las piedras viejas y erosionadas por la lluvia y el viento de sus murallas y sus edificios jugaban gran papel en ello. Sin embargo, en otras partes, era una fea, desagradable y peligrosa verdad. Y lo cierto es que allí, alejados de la seguridad del Corredor de Luciérnagas, destacaban como dos de aquellos simpáticos insectos en la más negra oscuridad de una cueva. Que los ojos de un depredador viesen sus luces era lo que más le preocupaba a Daruu, y parecía que Ayame compartía sus temores:
—Quizás deberíamos transformarnos —sugirió Ayame en apenas un susurro—. Si una de ellas anda por aquí podría reconocernos —Y sólo conocían de vista a dos de aquellas Náyades—. Y... además... creo que estamos llamando la atención.
—Estoy de acuerdo —dijo Daruu, apretándose la capucha contra el cuero cabelludo—. Demos la vuelta y salgamos de aquí un momento. Sígueme.
Daruu volteó por una calle discretamente y dio una vuelta completa a la manzana, alejándose un poco hacia el norte, hasta que divisó una zona mucho más amable y comercial. Se asomó por un callejón, y tras comprobar que estaba vacío se escurrió rápidamente dentro de él. Se detuvo a mitad del mismo y formuló una seca cadena de sellos con una mano.
—¿No me habías visto hacer esto antes, verdad? —susurró Daruu sin mirar a Ayame, con una pincelada de orgullo—. Han cambiado muchas cosas desde la última vez que nos enfrentamos, Ayame. Quizás algún día podamos medirnos de nuevo. Por ahora...
Daruu se mordió el dedo índice y colocó la palma de la mano en el suelo. Tras un estallido considerable de humo blanco se revelaron hasta tres mininos, uno color canela, otro negro y otro gris plata. Daruu se acuclilló ante ellos para hablarles.
—Chicos, necesitamos vuestra ayuda. Un poco más al sur encontraréis una zona de la ciudad en la que hay varios mercados. Buscad uno que apeste a pescado e investigad por los alrededores. Tratad de captar toda la información importante que consideréis sospechosa. —Daruu levantó la vista al murete del callejón por un momento, considerando que quizás todo en aquella parte de la ciudad resultaría bastante sospechoso, y recapacitó—: Bueno, sobretodo si son mujeres, van armadas y las veis entrar y salir de alguna taberna. Buscamos a un grupo que se hace llamar las Náyades. Nos reunimos a medianoche en La Bruma Negra, en el Corredor de las Luciérnagas. Confío en que sabréis encontrarla. —El shinobi rebuscó en su bolsillo y extrajo de él el llavero con la etiqueta de su habitación en el hotel—. Venga, marcháos. Os abriré la ventana de la habitación.
Los gatos formaron en un ridículo y gracioso saludo militar y se desplegaron a izquierda y derecha del callejón. Daruu se levantó, se sacudió los pantalones y volvió a formular otra serie de sellos. ¡Puff!, otra nube de humo. Esta vez, había utilizado el Henge no Jutsu, transformándose en un tipo con evidente aspecto de alguien de mala vida: un rufián alto, de pelo desaliñado y sucio, barba de tres días y que vestía con un jersey raído y unos pantalones con cadenas baratas que querían aparentar ser de plata pero no llegaban ni a hierro con óxido.
—¿Qué tal? ¿Vamos? —contestó con una voz rancia, consumida por el alcohol.
El muchacho esperó a que Ayame tomase forma propia, y emprendió de nuevo el camino hacia el sur.
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)