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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#76
Afortumadamente, el hombretón se tomó a bien las disculpas de Daruu. Luego, le preguntó si les había parecido bien la habitación.

Estoy seguro de que la competencia tiene unas habitaciones que no le llegan a esta ni a la suela de zapato, amigo —rio Daruu, adulándole un poco—. Está perfectamente. Y oye, en serio, si necesitas que te paguemos, dínoslo. Tenemos fondos para gastar.

Honestamente, Daruu deseaba subir a la habitación con Ayame y comenzar a planear sus próximos movimientos. Pero temía que una despedida apresurada con Ginjo le molestase de nuevo, así que le daría un poco de cancha. Esperaba que Ayame no se impacientara o se preocupara demasiado.
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#77
Pese a todo, aquel escrutinio fue de todo menos fructuoso. No encontró absolutamente nada, aparte de algo de vajilla y utensilios de cocina, una docena de latas de atún —«¿Es que sólo se alimentan de atún por aquí? A Daruu no le va a hacer ninguna gracia...»— y toallas y equipo de aseo en el baño. La rejilla de ventilación era demasiado estrecha para poder colarse a través de ella (o, mejor dicho, para que Daruu se colara). Al menos la ventana tenía un platillo para poder correrla así que serviría como punto de fuga en caso de necesitarlo.

Ayame se apoyó con un suspiro contra la ventana. Fuera, la calle continuaba su día de una forma tranquila, casi inapropiada para un callejón de Shinogi-to, a su parecer. No había criminales, ni alboroto, ni violencia...

Pasados algunos minutos, Ayame dejó la mochila en un rincón de la habitación y salió. Bajó de nuevo la escalera de caracol y regresó a la recepción, donde estaban Ginjo y Daruu.

Es posible que tengamos que comprar algo de comida, Daruu —le dijo, una vez a su lado—. No creo que podamos sobrevivir a partir de latas de atún. Sobre todo tú —añadió, con una risilla cómplice.
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#78
Ginjo era un hombre modesto, pero aquél gesto le había salido del corazón. Después de todo, no todos los días te visita el hijo de una buena amiga, a la que, lamentablemente, no podías ver muy seguido.

—No, hombre, no. ¿Qué clase de persona sería si no cumpliese con mi ofrecimiento? —añadió, risueño. Luego bajó un poquito la voz—. además, estáis de misión, ¿no? ¿qué mejor gesto para con mi amada aldea que poner mi Posada a servicio de Amegakure?

»Pst, eh, que yo también era un ninja, como tú. ¡Pero no se lo digas a nadie!


Cuando se alejó del pescuezo de Daruu, Ayame hizo acto de aparición.

Es posible que tengamos que comprar algo de comida, Daruu —le dijo, una vez a su lado—. No creo que podamos sobrevivir a partir de latas de atún. Sobre todo tú

—Ah pues, con eso tampoco vais a tener problema. Shinogi-To tiene grandes mercados públicos repartidos por toda la ciudad. Conseguirás mejores precios en los que están más hacia al sur, en los barrios más... turbulentos, aunque la calidad desmejora un poco. Eso sí, id de día, y no parloteéis demasiado. La gente aquí se pone muy nerviosa con rostros poco familiares.
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#79
«¿Qué era qué?». Desde luego, le había sorprendido. De hecho, se había quedado con la boca abierta, incluso después de que el hombretón, que para nada tenía pinta de haber sido un ninja, se separó de él y escuchó la voz de Ayame a sus espaldas.

Es posible que tengamos que comprar algo de comida, Daruu —le dijo, una vez a su lado—. No creo que podamos sobrevivir a partir de latas de atún. Sobre todo tú —añadió, con una risilla cómplice.

Daruu se dio la vuelta, esbozando una mueca poco disimulada de asco.

—Ah pues, con eso tampoco vais a tener problema. Shinogi-To tiene grandes mercados públicos repartidos por toda la ciudad. Conseguirás mejores precios en los que están más hacia al sur, en los barrios más... turbulentos, aunque la calidad desmejora un poco. Eso sí, id de día, y no parloteéis demasiado. La gente aquí se pone muy nerviosa con rostros poco familiares.

Afortunadamente habrá muchos tipos de comida... —dijo Daruu, sonriendo, por no decir "habrá comida de verdad". Se dio la vuelta de nuevo hacia Ginjo y se acercó un poco más a él para susurrarle—. Y hablando de eso, ya has visto que el pescado me desagrada bastante. Dime, Ginjo. Por la Lluvia que cae, si yo quisiera mantenerme alejado de un mercado por su olor, ¿a cuál no me aconsejarías acercarme por nada del mundo?
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#80
La mueca de asco que le dirigió Daruu fue todo un poema, y Ayame no pudo evitar soltar una risilla. Ella no tenía ningún problema con el atún, de hecho le gustaba bastante, pero tampoco consideraba una buena idea estar alimentándose de latas aceitosas durante varios días. Esa había sido una de las razones por las que había bajado a hablar con Daruu en lugar de esperarle arriba, la otra...

Ah pues, con eso tampoco vais a tener problema —habló Ginjo—. Shinogi-To tiene grandes mercados públicos repartidos por toda la ciudad. Conseguirás mejores precios en los que están más hacia al sur, en los barrios más... turbulentos, aunque la calidad desmejora un poco. Eso sí, id de día, y no parloteéis demasiado. La gente aquí se pone muy nerviosa con rostros poco familiares.

Afortunadamente habrá muchos tipos de comida... —intervino Daruu, con una sonrisa tensa. Entonces se dio la vuelta de nuevo hacia el tabernero y recortó las distancias para bajar el tono de voz—. Y hablando de eso, ya has visto que el pescado me desagrada bastante. Dime, Ginjo. Por la Lluvia que cae, si yo quisiera mantenerme alejado de un mercado por su olor, ¿a cuál no me aconsejarías acercarme por nada del mundo?

«Bingo.» Pensó Ayame, victoriosa, volviéndose con interés hacia Ginjo.

Esa había sido la segunda razón, tender un puente para realizar aquella pregunta sin levantar sospechas innecesarias. El atún le había dado una bonita excusa para ello.
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#81
Qué pregunta tan extraña, esa. ¿Tan poca estima tenía por el pescado que incluso hasta el olor le desagradaba?

—Pues mira, realmente todos tienen su olorcillo particular. Como siempre llueve, la humedad se mantiene abajo y conserva los olores. Pero hay uno en particular en el que impera el aroma del mar, sabes. Le llaman la Pasarela del Boquerón. Una cuadra entera llena de depósitos de distribución para todos los mercaderes que transportan las grandes pescas desde Coladragón y viceversa. ¡Estuve a punto de comprar una parcela de tierra muy cerca de ahí para montar un hotelucho y expandir la cadena de la bruma hacia los sectores menos populares! pero buah, el aroma es fortísimo, sobre todo en las noches. Estaba a precio de ganga, pero parece que a los negocios aledaños no les va muy bien precisamente por eso.
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#82
Daruu asintió.

Entonces, procuraré mantenerme alejado de ese lugar —contestó Daruu, congratulándose interiormente. Ahora al menos tenían un primer sitio donde probar—. Bueno, Ginjo. Un placer y muchas gracias de nuevo. Volvemos en un rato, que será mejor que compremos algo para comer y cenar.

El muchacho le hizo una seña a Ayame y ambos se aventuraron de nuevo en el Corredor de Luciérnagas. Por cierto, Daruu casi se traga unas cuantas, que parecían muy interesadas en un cartel que apuntaba, con una flecha, a un salón de juego cercano a La Bruma Negra. El shinobi resopló y se apartó, frotándose la boca.

Qué asco. Bueno, ¿tenemos nevera y algo para cocinar o no? De ello dependerá lo que compremos. Deberíamos despacharlo rápido y ponernos manos a la obra. Aunque la idea de meterme en ese sitio, con el pestazo que tiene que haber, no me hace ni puta gracia —espetó—. Mejor pillar alguna tienda de por aquí cerca y no meternos a los sitios esos que nos ha dicho Ginjo. Prefiero pagar un poco más antes de arriesgarnos antes de tiempo a encontrar problemas.
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#83
Pues mira, realmente todos tienen su olorcillo particular —respondió Ginjo, que parecía particularmente sorprendido por la pregunta de Daruu. Aunque, en realidad, de conocer un poco más al muchacho, la pregunta no le habría parecido tan rara—. Como siempre llueve, la humedad se mantiene abajo y conserva los olores. Pero hay uno en particular en el que impera el aroma del mar, sabes. Le llaman la Pasarela del Boquerón. Una cuadra entera llena de depósitos de distribución para todos los mercaderes que transportan las grandes pescas desde Coladragón y viceversa. ¡Estuve a punto de comprar una parcela de tierra muy cerca de ahí para montar un hotelucho y expandir la cadena de la bruma hacia los sectores menos populares! pero buah, el aroma es fortísimo, sobre todo en las noches. Estaba a precio de ganga, pero parece que a los negocios aledaños no les va muy bien precisamente por eso.

Entonces, procuraré mantenerme alejado de ese lugar —asintió Daruu junto a ella.

«Vamos, que lo primero que vamos a hacer es ir para allá.» Asintió Ayame para sí.

Bueno, Ginjo. Un placer y muchas gracias de nuevo. Volvemos en un rato, que será mejor que compremos algo para comer y cenar.

Muchas gracias, señor Ginjo —se despidió Ayame, con una inclinación de cabeza.

Los dos muchachos salieron de La Bruma Negra y se adentraron en el Corredor de Luciérnagas. Daruu tosió varias veces cuando casi se traga algunos insectos, y Ayame no pudo evitar volver a reír.

Qué asco —se quejó.

¿Pero qué dices? ¡Si son preciosas! Nunca había visto nada igual...

Bueno, ¿tenemos nevera y algo para cocinar o no? De ello dependerá lo que compremos. Deberíamos despacharlo rápido y ponernos manos a la obra. Aunque la idea de meterme en ese sitio, con el pestazo que tiene que haber, no me hace ni puta gracia.

Te veo llevando mascarilla... —se burló Ayame.

Mejor pillar alguna tienda de por aquí cerca y no meternos a los sitios esos que nos ha dicho Ginjo. Prefiero pagar un poco más antes de arriesgarnos antes de tiempo a encontrar problemas.

Por lo que he visto, hay un pequeño refrigerador, una sartén, una olla, y vajilla —enumeró, haciendo memoria—, Así que podemos comprar cualquier cosa...

Y así, ambos terminaron comprando algo que llevarse a la boca y sustentarse. Tampoco sabían cuánto tiempo iban a quedarse allí, por lo que no era buena idea llenarse una despensa que puede que tuvieran que llevarse a casa después a rastras, por lo que se limitaron a coger algo para aquel día y el siguiente: Sobre todo comida de fácil elaboración, nada elaborado, y, por supuesto, también cayó una pizza.

Después de aquello, volvieron a La Bruma Negra, guardaron las cosas en sus respectivos sitios y volvieron a salir. ¿Su destino? El sur, en búsqueda de aquel pestilente comercio del pescado.

La misión daba comienzo.
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#84
El cielo siempre lucía igual. En todos lados. Lúgubre, opaco, fungido de nubes de tormenta que se empeñaban en restar protagonismo al sol. La poca claridad que existía durante el día, no obstante, parecía ir transformándose a medida de que Ayame y Daruu se fueron sumergiendo, cada vez más, hacia el sur de Shinogi-To. Como fuese premeditado que hacia aquellos rincones, todo debiera lucir más... tenebroso.

La dicotomía era palpable. La pinta de las estructuras, de las callejuelas, y hasta de su gente, fue mutando de a poco con cada paso que daban. Si ya de por sí la Capital era una ciudad rubricada como una fortaleza de tinte medieval, lo que le confería de entrada un aspecto rústico y poco citadino, esa esencia se hacía más pesada mientras más lejos se encontrasen de los barrios más tranquilos y familiares. Los sectores populares conocidos como el hogar de los tugurios donde se cocían los asuntos turbios se fue mostrando ante ellos, encantados; de recibir a dos críos en sus entrañas.

Miradas curiosas se pasearon sobre ellos. El de algún transeúnte, el de algún comerciante. Lo notaban. Notaban que no encajaban. ¿Sería por la edad? ¿o por cómo lucían, limpios y sanos?

Sin embargo, dependía enteramente de ellos si continuar hasta el punto más lejano del sur, donde presumiblemente se encontraba el susodicho mercado del que les habló Ginjo, o esforzarse un poquito en guardar las apariencias.


Adjunto un mapa genérico que creo se adapta mejor a la percepción que tenemos todos de Shinogi-To. Es a modo representativo y bajo ningún concepto es un mapado permanente, sino que he decidido usarlo como recurso y que sirva para guiarnos en la misión mientras nos movemos de aquí y allá a lo largo de la ciudad.

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#85
El sur era su destino, y así fueron, siempre hacia el sur. Y, a medida que avanzaban, se fueron dando cuenta de los sutiles cambios que se iban produciendo a su alrededor. Las callejuelas se volvían más descuidadas, más sucias, más tenebrosas; y con ellas los edificios las acompañaban. Aquel efecto parecía incluso reproducirse en las personas, cuyos rostros y miradas se iban volviendo más toscas, más siniestras... Hasta el cielo parecía querer acompañar a aquel cambio de escenario, con nubes aún más oscuras y ominosas.

Ah, esa era la Shinogi-to que Ayame conocía.

Era consciente de las miradas que levantaban a su paso, de los ojos que los seguían a cada paso que daban, y fue entonces cuando Ayame echó de menos una capa. Y no para protegerse de la lluvia, sino de aquellos penetrantes ojillos de roedor que los apuñalaban.

Eran dos niños de capital en un nido de pordioseros.

Quizás deberíamos transformarnos —sugirió Ayame en apenas un susurro—. Si una de ellas anda por aquí podría reconocernos —Y sólo conocían de vista a dos de aquellas Náyades—. Y... además... creo que estamos llamando la atención.


¡Me encanta ese mapa! Risa
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#86
Tenían nevera y cocina. Perfecto. No necesitaban gastar más en comida que lo que pudieran encontrar en cualquier supermercado, y tampoco necesitaban llamar la atención yendo a buscar un sitio donde comer; dos extraños en Shinogi-To resaltan muy fácilmente, cosa que como no tardaron en comprobar aproximadamente media hora más tarde, se acuciaba más y más a medida que se iban adentrando en la porción meridional de la urbe.

Bajo las murallas de Shinogi-To todo parecía un poco más sucio. Era un espejismo en la mayor parte del callejero; las piedras viejas y erosionadas por la lluvia y el viento de sus murallas y sus edificios jugaban gran papel en ello. Sin embargo, en otras partes, era una fea, desagradable y peligrosa verdad. Y lo cierto es que allí, alejados de la seguridad del Corredor de Luciérnagas, destacaban como dos de aquellos simpáticos insectos en la más negra oscuridad de una cueva. Que los ojos de un depredador viesen sus luces era lo que más le preocupaba a Daruu, y parecía que Ayame compartía sus temores:

Quizás deberíamos transformarnos —sugirió Ayame en apenas un susurro—. Si una de ellas anda por aquí podría reconocernos —Y sólo conocían de vista a dos de aquellas Náyades—. Y... además... creo que estamos llamando la atención.

Estoy de acuerdo —dijo Daruu, apretándose la capucha contra el cuero cabelludo—. Demos la vuelta y salgamos de aquí un momento. Sígueme.

Daruu volteó por una calle discretamente y dio una vuelta completa a la manzana, alejándose un poco hacia el norte, hasta que divisó una zona mucho más amable y comercial. Se asomó por un callejón, y tras comprobar que estaba vacío se escurrió rápidamente dentro de él. Se detuvo a mitad del mismo y formuló una seca cadena de sellos con una mano.

¿No me habías visto hacer esto antes, verdad? —susurró Daruu sin mirar a Ayame, con una pincelada de orgullo—. Han cambiado muchas cosas desde la última vez que nos enfrentamos, Ayame. Quizás algún día podamos medirnos de nuevo. Por ahora...

Daruu se mordió el dedo índice y colocó la palma de la mano en el suelo. Tras un estallido considerable de humo blanco se revelaron hasta tres mininos, uno color canela, otro negro y otro gris plata. Daruu se acuclilló ante ellos para hablarles.

Chicos, necesitamos vuestra ayuda. Un poco más al sur encontraréis una zona de la ciudad en la que hay varios mercados. Buscad uno que apeste a pescado e investigad por los alrededores. Tratad de captar toda la información importante que consideréis sospechosa. —Daruu levantó la vista al murete del callejón por un momento, considerando que quizás todo en aquella parte de la ciudad resultaría bastante sospechoso, y recapacitó—: Bueno, sobretodo si son mujeres, van armadas y las veis entrar y salir de alguna taberna. Buscamos a un grupo que se hace llamar las Náyades. Nos reunimos a medianoche en La Bruma Negra, en el Corredor de las Luciérnagas. Confío en que sabréis encontrarla. —El shinobi rebuscó en su bolsillo y extrajo de él el llavero con la etiqueta de su habitación en el hotel—. Venga, marcháos. Os abriré la ventana de la habitación.

Los gatos formaron en un ridículo y gracioso saludo militar y se desplegaron a izquierda y derecha del callejón. Daruu se levantó, se sacudió los pantalones y volvió a formular otra serie de sellos. ¡Puff!, otra nube de humo. Esta vez, había utilizado el Henge no Jutsu, transformándose en un tipo con evidente aspecto de alguien de mala vida: un rufián alto, de pelo desaliñado y sucio, barba de tres días y que vestía con un jersey raído y unos pantalones con cadenas baratas que querían aparentar ser de plata pero no llegaban ni a hierro con óxido.

¿Qué tal? ¿Vamos? —contestó con una voz rancia, consumida por el alcohol.

El muchacho esperó a que Ayame tomase forma propia, y emprendió de nuevo el camino hacia el sur.
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#87
Estoy de acuerdo —asintió Daruu, enfundándose en su capucha—. Demos la vuelta y salgamos de aquí un momento. Sígueme.

Y ella lo hizo. Juntos, giraron una calle y dieron una vuelta a la manzana en dirección septentrional. Daruu buscó una zona algo más amigable, si es que podían hablar con aquellos términos en aquella ciudad y se sumergió en un callejón vacío. Fue entonces cuando los dedos de su mano derecha formularon una serie de sellos, ellos solos.

¿P... pero cómo...? —balbuceó Ayame, absolutamente anonadada. Jamás había visto algo semejante, ¡ni siquiera en su hermano! ¿Hacer sellos a una sola mano? ¿Eso era posible?

¿No me habías visto hacer esto antes, verdad? —respondió él, henchido de orgullo—. Han cambiado muchas cosas desde la última vez que nos enfrentamos, Ayame. Quizás algún día podamos medirnos de nuevo. Por ahora...

Me rindo — Suspiró ella, con una sonrisa cargada de amargura—. Ya me has sacado una buena ventaja.

Tres gatos se materializaron ante la llamada de Daruu, y el chunin les dio la orden de encontrar la ubicación del mercado sospechoso y comunicar a media noche, de vuelta en la posada donde pernoctaban, sobre cualquier cosa sospechosa. Después de un gracioso saludo militar que le arrancó una rodilla a Ayame, Daruu procedió al plan inicial y se transformó en el típoco hombre del que cambiaría de acera al cruzártelo por la noche en la calle.

¿Qué tal?

Estás horrible —rio ella, sincera.

Pero Ayame no se quedó de brazos cruzados, imitó su secuencia de sellos y también se transformó: en su caso, en una mujer adulta, de cabellos cortos y de un deslucido y descuidado color castaño, y cara de estar oliendo excrementos de caballo de forma permanente. Sus ropas habían sido sustituidas también por unas mucho menos coloridas y llamativas. Ante todo, lo último que quería era que la gente la viera.

Vamos —asintió.

Y así retomaron su búsqueda hacia el sur.


¤ Henge no Jutsu
¤ Técnica de Transformación
- Tipo: Apoyo
- Rango: E
- Requisitos: Ninjutsu 20
- Gastos: 8 CK/activación (divide regen. del chakra)
- Daños: -
- Efectos adicionales: -
- Sellos: Perro → Jabalí → Carnero
- Velocidad: Instantánea
Muchas de las misiones de un ninja están basadas en la infiltración y el subterfugio. Este Ninjutsu, que se enseña en todas las academias shinobi de Oonindo, es la técnica más básica para hacerse pasar por lo que uno no es, pero no por ello es menos útil. El usuario realiza los sellos del jutsu mientras visualiza mentalmente aquello en lo que se va a transformar, que puede ser o bien otro ser humano, un animal, una planta, un arma o un objeto inanimado, siempre de tamaño medio (un poco más pequeño que una persona o un poco más grande). Tras una pequeña nube de humo, el shinobi se transforma adquiriendo las características físicas deseadas, pero manteniendo algunas de sus propiedades (no puede replicar extremidades que no tiene, por ejemplo, y si lo hace, serán evidentemente falsas).

La técnica es básica, pero muy pocos logran dominarla por completo debido a que requiere una excelente capacidad de memoria y concentración. Por ende o bien se tiene 60 o más puntos en el atributo de Inteligencia o bien se tienen 60 o más puntos en la facultad de Ninjutsu; si no se cumple al menos una de estas dos condiciones, la transformación en otras personas será evidentemente falsa, con obvias carencias o imprecisiones respecto al original.

Incluso así, desconcentrar al usuario, como por ejemplo hiriéndolo, derribándolo o causándole demasiado estrés podría deshacer la transformación.
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#88
Habiendo hecho los deberes, Daruu y Ayame —convertidos en sus propias versiones de ciudadanos de Shinogi-To—. abandonaron la seguridad del callejón y continuaron con la misión.

Minutos más tardes, dieron finalmente con una calle abierta que se alargaba de forma transversal como una pasarela, dejando atrás los callejones más claustrofóbicos. Lucía como una avenida bastante concurrida donde, en lado izquierdo de la misma, numerosos puestos móviles y carpas operaban como comercios independientes que durante solían funcionar durante el día y que, visto lo visto, vendían de todo. Carros de comida ambulantes, algunas tiendas improvisadas de ropa y cervecerías.

La gente iba y venía desde ambas direcciones. Caminaban a paso acelerado, y alguno que otro echaba un rápido vistazo al cielo, previniendo que no se les hiciera muy de noche. Y qué hora era, ¿en todo caso? ¿las dos o tres de la tarde? Daba igual. Algunos transeúntes actuaban como si una tormenta se avecinara. Una más severa de la que estaban acostumbrados, al menos. Que si bien valía la pena gastarse el sueldo en alguna de aquellas tienditas, si querías llegar con lo adquirido a casa, mejor era ir yendo de patitas a tu hogar antes de que oscureciera.

El lado derecho, no obstante, estaba atenuado de establecimientos de estructuras parecidas a las que pudieron ver en el Callejón de Luciérnagas, de aspecto más compacto y profesional. Algunos bares cerrados por el horario, clubes de pool y uno que otro escondrijo para los juegos de azar.

Muy a lo lejos, al final de la larga calle, se podían ver unos galpones de acero, parecidos a los les comentó Ginjo hará una hora atrás. Y mucho más atrás, viéndolo todo con gran imponencia, se alzaban los grandes muros del que sabían ellos que se trataba del Castillo del Señor Feudal.

Si Ayame indagaba en su memoria, ella había estado dentro de aquél palacio hace muchísimo tiempo durante su misión de rango S. Parecía haber transcurrido una eternidad desde entonces.


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#89
La urgencia con la que los transeúntes de aquella avenida comercial se movían y miraban al cielo se le contagió, y una creciente inquietud se agolpaba en su pecho, como si la lluvia que se avecinaba hubiera comenzado a caer y llejase una jarra.

Daruu observó ambos lados de la calle, tan diferentes como las dos culturas en continuo choque del País de la Tormenta, y arrugó la nariz, molesto de estar tan cerca y a la vez tan lejos de encontrar a las Náyades.

Se acercó un poco más a Ayame.

Quizás encontraríamos más fácilmente los mercados si nos encaramamos a un tejado desde algún callejón, pero tendríamos que subir y bajar de él discretamente.
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#90
Daruu y Ayame terminaron dando con una suerte de avenida, mucho más espaciosa que los estrechos callejones por los que habían estado caminando minutos atrás y particularmente característica en cuanto a su diseño: en el lado izquierdo de la calle, una gran cantidad de puestos móviles que vendían todo tipo de productos como si de un mercadillo ambulante se tratara; en el lado derecho, por el contrario, locales estáticos y mucho más pulcros. Era como ver la cara y la cruz de Shinogi-to representada en una sola calle.

Los transeúntes iban y venían movidos por hilos invisibles, sólo ellos conocían su destino y no era algo de la incumbencia de los dos tipos que caminaban entre ellos. A Ayame ni siquiera le llamó la atención que muchas de aquellas personas miraran hacia el cielo como si estuvieran temiendo que la ira de Amenokami cayera con más fuerza sobre sus cabezas si cabía. A lo lejos, sus ojos repararon en la imponente silueta del castillo del Señor Feudal que se recortaba contra los cielos plomizos y una extraña nostalgia invadió su corazón. En cualquier otro momento le habría encantado compartir aquel recuerdo con Daruu, pero aquel no era el momento. No bajo aquella apariencia. La apariencia de alguien que no era Ayame. La apariencia de alguien que ni siquiera era shinobi.

Quizás encontraríamos más fácilmente los mercados si nos encaramamos a un tejado desde algún callejón, pero tendríamos que subir y bajar de él discretamente.

Ella le miró por el rabillo del ojo, pensativa.

¿Estás seguro de que es una buena idea? —le susurró—. Si vamos a hacerlo tenemos que tener mucho cuidado. Nadie puede vernos. Se supone que no somos ninjas —añadió al cabo de varios segundos, mientras miraba a su alrededor, buscando algún resquicio en aquel océano de gente.
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