8/07/2019, 20:15
«Qué curioso», no pudo evitar pensar Datsue, cuando los portones se abrieron por sí solos en un mudo movimiento. ¿Fuuinjutsu? ¿Algún mecanismo oculto? Sus pupilas se deslizaron por cada recoveco de la entrada, buscando con la misma ilusión de un kusareño el cuño de “Realizada con éxito” en alguna parte de su expediente de misiones. También con el mismo resultado.
—Oh… —soltó, dando un pequeño acelerón al darse cuenta que Hanabi había seguido caminando, firme y decidido, atravesando un jardín y otras dos puertas.
El Uchiha le alcanzó justo a tiempo para cuando abrieron la tercera y última, adentrándose en una sala gigantesca con una tarima semicircular al frente. Fue entrar, y el Uchiha ya se sintió juzgado. Como si estuviese allí por haber hecho algo malo. Como si tuviese que defenderse. Que aquello pareciese la sala de un tribunal no le ayudaba a sacudirse aquella sensación. Ni que el que a todas luces parecía Ryoukajiin no parase de mirarle con aquellos ojos tan enigmáticos. Menos lo hacía el hecho de que Mishiko —la reconoció por descarte, pues Sanona era clavadita a su difunta hermana—, la que se suponía estaría de su lado, le llamase el Imprudente.
¡El Imprudente, a él! Miró a Hanabi, y quiso recriminarle con un pequeño codazo en las costillas por un reporte de la situación a todas luces demasiado optimista. Su codo le recordó que era el Uzukage, y la idea se quedó ahí: en su mente.
Hanabi empezó a explicarse, y Datsue contempló con espanto —y también con cierta indignación—, cómo los Sabios no dejaban de interrumpirle. «¡Un poco de respeto, que es el Uzukage, joder!» Pronto se dio cuenta que aquello no había sido un desliz maleducado. No, el que balbuceaba y mostraba sumisión era Hanabi. Y los que exigían explicaciones, los Sabios.
«Por los Dioses… ¡en la que me estoy metiendo!», pensó, contagiándose casi al instante por el nerviosismo de su valedor.
El primer muro con el que se toparon no fue Ryoukajiin, como habían creído. Ni siquiera Sanona. El primer muro fue Mishiko. La más joven, la más abierta, la que más podía estar agradecida a Datsue, fue la que antes estalló contra la propuesta de Hanabi. ¡Hasta usó el hecho de haber asesinado a Zoku en su contra!
Estaba tan anonadado que no se dio cuenta que había abierto la boca y la había dejado así, con cara de bobo, por un buen rato. Una parte de él le dijo de irse. Le dijo que tenía la partida perdida antes siquiera de haberla empezado. La otra… La otra estaba indignada. ¿Qué culpa tenía él de que Akame fuese un jodido traidor? ¿Qué culpa tenía él de que Zoku fuese un jodido usurpador? De todas las cosas que podían recriminarle, ¡de justo aquellas dos era inocente!
¡Fiusss…! El vapor saliendo disparado de una olla a presión. A Datsue le hubiese gustado poder contarles un día a sus nietos que semejante fuga de chakra provenía de él, y que los Sabios se habían encogido como cachorros asustados ante tremenda demostración de poder. Pero como siempre, el chakra provenía de Hanabi. Y, en aquella ocasión… En aquella ocasión los Uzumaki que tenía al frente ni se inmutaron.
Datsue tragó saliva. Aquellos tres estaban hechos de otra pasta. «¡Pues claro que lo están, joder! ¡Sobrevivieron al puto Zoku!» Nunca se había parado a pensar que aquel simple hecho, de por sí, ya significaba un mundo.
—¡¡BASTA!! —gritó Ryoukajiin, cortando la discusión que se había generado con la autoridad de un padre severo sobre sus hijos revoltosos.
A continuación, procedió a sentar cátedra. ¡Bam, bam, bam! Verdades como puños que dejaron tan mal a Mishiko que tuvo que refugiarse en su propia coraza, dándoles a todos la espalda como una niña pequeña. Fue tal el abuso, que Datsue tuvo que contenerse las ganas de ponerse a aplaudir allí mismo. «¡Este es de los míos, joder! ¿Y decía Hanabi que era un conservador proteccionista? ¡Lo que es, es un puto sabio! ¡Un puto sabio, eso es lo que es joder!» Y al parecer, hasta le había salvado la vida cuando se había comido la bijuudama del Gobi.
«Humilde. Agradecido. Erudito. Ecuánime… ¡Lo tiene todo este tío!»
Todavía no sabía si iba a ser fácil convencerle, pero sin duda era la persona que mejor le había caído de los tres. Pero, entonces...
—Buena suerte...
—¿Q-qué? —Estaba tan enfrascado saboreando cada palabra que salía de la boca de Ryoukajiin, que aquello le pilló desprevenido. Cuando quiso protestar ya fue demasiado tarde: Hanabi acababa de cerrar la puerta tras de sí.
«Oh, mierda…» Pronto se dio cuenta de la gran diferencia que había entre que hablasen de él a que hablasen con él. Su padrino y protector estaba lejos, y ahora se encontraba solo ante las fieras. Su sangre bullía en su interior, no beligerante, sino nerviosa, como en esos característicos minutos previos a una primera cita con una chica. Cuando Ryoukajiin le pidió que contase algo sobre él, o que comentase lo dicho hasta aquel momento, se humedeció los labios. Tenía la boca pastosa.
—Relájate y sé sincero. Si eres digno de que te eche un ojo encima y decida, en su momento, ponerte el sombrero encima de esa cabezota tuya, lo voy a notar me hagas la pelota o no.
Tiró del cuello de su camiseta para que pasase algo de aire, en un vano intento por bajar su temperatura. Estaba nervioso, sin saber muy bien qué decir, ni cómo afrontar la situación. «Tírate de cabeza y punto…» ¿Qué era lo peor que le podía pasar? ¿Qué siguiesen pensando que no era apto? Unos años de estrés, caída de pelo y extrema responsabilidad que se ahorraba.
—En verdad, cuando Hanabi-sama me informó hoy que quería presentarme como candidato a Uzukage, yo me quedé tan en shock como Mishiko-dono —reveló, tratando de tender un pequeño puente de empatía hacia la Sabia—. Honestamente, soy el que más dudas tiene de que sea un candidato adecuado. —Vale, quizá se estaba pasando de honesto.
»Lo único que quiero decir es que… Miren, sé que he cometido mis errores. Que he sido… imprudente. Liante. Y que la he ca… fastidiado —terminó por decir, optando por un vocabulario menos vulgar— en muchas ocasiones. Solo puedo decir que intento aprender de ello y compensarlo como buenamente pueda. Con Aotsuki Ayame mismamente, hice las paces después de lo sucedido en el examen. —Oh, sí, y cómo se alegraba de haberlo hecho. Solo por poder sacarlo a colación en aquel instante ya había merecido la pena—. De hecho, fue ella quien me avisó que había visto a Akame, a través de un pequeño fuuinjutsu que nos permite comunicarnos a distancia.
No creía que fuese a impresionarles, precisamente a ellos, con su Hermandad Intrépida. Pero nunca estaba de más mostrar que tenían algo en común: su pasión por el noble arte de las técnicas de sellado.
—Y espero que un día tenga la oportunidad de resarcirme de mi mayor error de todos. Espero que un día se me conceda la misma posibilidad que se le dio a Hanabi-sama años atrás con Garadea. —La difunta novia del Uzukage. También traidora. También una espía que planeaba asesinar a Shiona—. Pero hay algo por lo que no pediré perdón.
Su voz sonó más grave e intransigente de lo que pretendió.
—¿Sabe una cosa, Mishiko-dono? —preguntó directamente, tratando de que al fin le mirase—. Le voy a decir una cosa. Le voy a decir una cosa que ni Hanabi-sama sabe. —A la mierda… «¡A la mierda!»—. Cuando descubrimos la clase de calaña que era Zoku, cuando supimos lo que estaba haciendo a la Villa y cómo quería usar a Shukaku… Akame no quiso rebelarse. Nos considerarán unos traidores, me dijo. Me preguntó: ¿cuánto tiempo pasará hasta que la próxima persona en llevar ese sombrero llegue a la conclusión de que podríamos hacérselo a él también? —La profecía de Akame no se había cumplido con Hanabi, pero sí con Mishiko—. ¡Temía que nos ejecutasen por traición! ¡No sé ni cómo le convencí! —En realidad sí, tirando de la vieja confiable: el amor. Que en aquellos momentos adoptaba la forma y el nombre de Koko.
»¿Se fía más de alguien que no le hubiese nacido hacerlo? Entonces vaya a por gente como Akame. Porque ya lo digo ahora: ni me arrepiento, ni pienso pedir perdón por lo que hice aquella noche. Y si volviese atrás en el tiempo, lo volvería a hacer. Porque Uzu es más grande que ese bastardo, y desde luego, mucho más grande que la buena reputación que me pueda quedar.
—Oh… —soltó, dando un pequeño acelerón al darse cuenta que Hanabi había seguido caminando, firme y decidido, atravesando un jardín y otras dos puertas.
El Uchiha le alcanzó justo a tiempo para cuando abrieron la tercera y última, adentrándose en una sala gigantesca con una tarima semicircular al frente. Fue entrar, y el Uchiha ya se sintió juzgado. Como si estuviese allí por haber hecho algo malo. Como si tuviese que defenderse. Que aquello pareciese la sala de un tribunal no le ayudaba a sacudirse aquella sensación. Ni que el que a todas luces parecía Ryoukajiin no parase de mirarle con aquellos ojos tan enigmáticos. Menos lo hacía el hecho de que Mishiko —la reconoció por descarte, pues Sanona era clavadita a su difunta hermana—, la que se suponía estaría de su lado, le llamase el Imprudente.
¡El Imprudente, a él! Miró a Hanabi, y quiso recriminarle con un pequeño codazo en las costillas por un reporte de la situación a todas luces demasiado optimista. Su codo le recordó que era el Uzukage, y la idea se quedó ahí: en su mente.
Hanabi empezó a explicarse, y Datsue contempló con espanto —y también con cierta indignación—, cómo los Sabios no dejaban de interrumpirle. «¡Un poco de respeto, que es el Uzukage, joder!» Pronto se dio cuenta que aquello no había sido un desliz maleducado. No, el que balbuceaba y mostraba sumisión era Hanabi. Y los que exigían explicaciones, los Sabios.
«Por los Dioses… ¡en la que me estoy metiendo!», pensó, contagiándose casi al instante por el nerviosismo de su valedor.
El primer muro con el que se toparon no fue Ryoukajiin, como habían creído. Ni siquiera Sanona. El primer muro fue Mishiko. La más joven, la más abierta, la que más podía estar agradecida a Datsue, fue la que antes estalló contra la propuesta de Hanabi. ¡Hasta usó el hecho de haber asesinado a Zoku en su contra!
Estaba tan anonadado que no se dio cuenta que había abierto la boca y la había dejado así, con cara de bobo, por un buen rato. Una parte de él le dijo de irse. Le dijo que tenía la partida perdida antes siquiera de haberla empezado. La otra… La otra estaba indignada. ¿Qué culpa tenía él de que Akame fuese un jodido traidor? ¿Qué culpa tenía él de que Zoku fuese un jodido usurpador? De todas las cosas que podían recriminarle, ¡de justo aquellas dos era inocente!
¡Fiusss…! El vapor saliendo disparado de una olla a presión. A Datsue le hubiese gustado poder contarles un día a sus nietos que semejante fuga de chakra provenía de él, y que los Sabios se habían encogido como cachorros asustados ante tremenda demostración de poder. Pero como siempre, el chakra provenía de Hanabi. Y, en aquella ocasión… En aquella ocasión los Uzumaki que tenía al frente ni se inmutaron.
Datsue tragó saliva. Aquellos tres estaban hechos de otra pasta. «¡Pues claro que lo están, joder! ¡Sobrevivieron al puto Zoku!» Nunca se había parado a pensar que aquel simple hecho, de por sí, ya significaba un mundo.
—¡¡BASTA!! —gritó Ryoukajiin, cortando la discusión que se había generado con la autoridad de un padre severo sobre sus hijos revoltosos.
A continuación, procedió a sentar cátedra. ¡Bam, bam, bam! Verdades como puños que dejaron tan mal a Mishiko que tuvo que refugiarse en su propia coraza, dándoles a todos la espalda como una niña pequeña. Fue tal el abuso, que Datsue tuvo que contenerse las ganas de ponerse a aplaudir allí mismo. «¡Este es de los míos, joder! ¿Y decía Hanabi que era un conservador proteccionista? ¡Lo que es, es un puto sabio! ¡Un puto sabio, eso es lo que es joder!» Y al parecer, hasta le había salvado la vida cuando se había comido la bijuudama del Gobi.
«Humilde. Agradecido. Erudito. Ecuánime… ¡Lo tiene todo este tío!»
Todavía no sabía si iba a ser fácil convencerle, pero sin duda era la persona que mejor le había caído de los tres. Pero, entonces...
—Buena suerte...
—¿Q-qué? —Estaba tan enfrascado saboreando cada palabra que salía de la boca de Ryoukajiin, que aquello le pilló desprevenido. Cuando quiso protestar ya fue demasiado tarde: Hanabi acababa de cerrar la puerta tras de sí.
«Oh, mierda…» Pronto se dio cuenta de la gran diferencia que había entre que hablasen de él a que hablasen con él. Su padrino y protector estaba lejos, y ahora se encontraba solo ante las fieras. Su sangre bullía en su interior, no beligerante, sino nerviosa, como en esos característicos minutos previos a una primera cita con una chica. Cuando Ryoukajiin le pidió que contase algo sobre él, o que comentase lo dicho hasta aquel momento, se humedeció los labios. Tenía la boca pastosa.
—Relájate y sé sincero. Si eres digno de que te eche un ojo encima y decida, en su momento, ponerte el sombrero encima de esa cabezota tuya, lo voy a notar me hagas la pelota o no.
Tiró del cuello de su camiseta para que pasase algo de aire, en un vano intento por bajar su temperatura. Estaba nervioso, sin saber muy bien qué decir, ni cómo afrontar la situación. «Tírate de cabeza y punto…» ¿Qué era lo peor que le podía pasar? ¿Qué siguiesen pensando que no era apto? Unos años de estrés, caída de pelo y extrema responsabilidad que se ahorraba.
—En verdad, cuando Hanabi-sama me informó hoy que quería presentarme como candidato a Uzukage, yo me quedé tan en shock como Mishiko-dono —reveló, tratando de tender un pequeño puente de empatía hacia la Sabia—. Honestamente, soy el que más dudas tiene de que sea un candidato adecuado. —Vale, quizá se estaba pasando de honesto.
»Lo único que quiero decir es que… Miren, sé que he cometido mis errores. Que he sido… imprudente. Liante. Y que la he ca… fastidiado —terminó por decir, optando por un vocabulario menos vulgar— en muchas ocasiones. Solo puedo decir que intento aprender de ello y compensarlo como buenamente pueda. Con Aotsuki Ayame mismamente, hice las paces después de lo sucedido en el examen. —Oh, sí, y cómo se alegraba de haberlo hecho. Solo por poder sacarlo a colación en aquel instante ya había merecido la pena—. De hecho, fue ella quien me avisó que había visto a Akame, a través de un pequeño fuuinjutsu que nos permite comunicarnos a distancia.
No creía que fuese a impresionarles, precisamente a ellos, con su Hermandad Intrépida. Pero nunca estaba de más mostrar que tenían algo en común: su pasión por el noble arte de las técnicas de sellado.
—Y espero que un día tenga la oportunidad de resarcirme de mi mayor error de todos. Espero que un día se me conceda la misma posibilidad que se le dio a Hanabi-sama años atrás con Garadea. —La difunta novia del Uzukage. También traidora. También una espía que planeaba asesinar a Shiona—. Pero hay algo por lo que no pediré perdón.
Su voz sonó más grave e intransigente de lo que pretendió.
—¿Sabe una cosa, Mishiko-dono? —preguntó directamente, tratando de que al fin le mirase—. Le voy a decir una cosa. Le voy a decir una cosa que ni Hanabi-sama sabe. —A la mierda… «¡A la mierda!»—. Cuando descubrimos la clase de calaña que era Zoku, cuando supimos lo que estaba haciendo a la Villa y cómo quería usar a Shukaku… Akame no quiso rebelarse. Nos considerarán unos traidores, me dijo. Me preguntó: ¿cuánto tiempo pasará hasta que la próxima persona en llevar ese sombrero llegue a la conclusión de que podríamos hacérselo a él también? —La profecía de Akame no se había cumplido con Hanabi, pero sí con Mishiko—. ¡Temía que nos ejecutasen por traición! ¡No sé ni cómo le convencí! —En realidad sí, tirando de la vieja confiable: el amor. Que en aquellos momentos adoptaba la forma y el nombre de Koko.
»¿Se fía más de alguien que no le hubiese nacido hacerlo? Entonces vaya a por gente como Akame. Porque ya lo digo ahora: ni me arrepiento, ni pienso pedir perdón por lo que hice aquella noche. Y si volviese atrás en el tiempo, lo volvería a hacer. Porque Uzu es más grande que ese bastardo, y desde luego, mucho más grande que la buena reputación que me pueda quedar.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado