15/09/2019, 22:18
Tras la penumbra, Daruu se encontró con un pasillo agosto y húmedo iluminado por dos hileras paralelas de antorchas, quemándose eternamente en su propio conato de cera y fuego. Sintió que sus pies abandonaron la dureza del concreto para plantarse sobre un escollo de tierra endeble por la humedad de la superficie. El pasillo se extendía al menos séis metros en línea recta que acababa, finalmente, en una encrucijada de dos direcciones. Izquierda y derecha.
Allí, entonces, sintió la energía de dos presencias a ambos costados, mientras el estruendo de una enorme placa de metal cayendo desde el techo bloqueaba su retaguardia. A su lado izquierdo, la luz de las antorchas no fue suficiente para rivalizar con el poderoso estruendo que causó el aura de electricidad que cubrió de pronto a Shannako. Su cuerpo entero se iluminó, y pronto esa palidez característica suya, junto a los pendientes, se pusieron de punta gracias a los haces de electricidad que chisporroteaban con fuerza contra las angostas paredes que les envolvían a todos. Algo, no obstante, detuvo su más que evidente arremetida. Algo que incluso caló en los oídos de Amedama Kiroe y que la hizo sentir, de alguna manera, más calmada e impotente al mismo tiempo. A daruu los pelos se le pusieron de punta al escuchar aquella voz, una voz que sabía que provenía de un demonio, pero cuya entonada parecía la de un ángel.
—Por favor, Shannnako. ¿Qué son esos modales? —canturreó, a medida de que la luz etérea del calabozo iluminaba su rostro—. bienvenida, Kiroe-kun. He estado esperándote, durante mucho, pero mucho tiempo.
Para los que no conozcan a Nakura Naia, la mujer que le arrebató los ojos a Daruu; hablamos de una mujer sumamente hermosa que fungía en comunión con un carisma avasallador. Su encanto provenía de sus largos cabellos dorados y ojos de un verde claro que entonaban su nariz perfilada y su sonrisa traviesa, además de la sutil palidez de su piel, ataviada de cientos de pecas.Su movimiento, grácil y serpentino, desvelaba sus curvas pronunciadas y peligrosas adornadas con una pulcra túnica blanca, perfectamente ajustada a su cuerpo.
—¿Cómo está Daruu, cielo? déjame decirte que es un jovencito bastante encantador.
La espera, sí. La larga y atenuante espera. Ayame no sabía muy bien que hacer con ella. Con cada minuto que pasaba, la ansiedad picoteaba allí en donde menos debía, casi que obligándola a repasar su plan una y otra vez, por si algo llegaba a salir mal. ¿No se había olvidado de algo? ¿de algún detalle? ¿algo que era prioritario haberle dicho a Daruu?
La espera, sí. La larga y atenuante espera. Pero dependía de la guardiana qué hacer con ella.
Allí, entonces, sintió la energía de dos presencias a ambos costados, mientras el estruendo de una enorme placa de metal cayendo desde el techo bloqueaba su retaguardia. A su lado izquierdo, la luz de las antorchas no fue suficiente para rivalizar con el poderoso estruendo que causó el aura de electricidad que cubrió de pronto a Shannako. Su cuerpo entero se iluminó, y pronto esa palidez característica suya, junto a los pendientes, se pusieron de punta gracias a los haces de electricidad que chisporroteaban con fuerza contra las angostas paredes que les envolvían a todos. Algo, no obstante, detuvo su más que evidente arremetida. Algo que incluso caló en los oídos de Amedama Kiroe y que la hizo sentir, de alguna manera, más calmada e impotente al mismo tiempo. A daruu los pelos se le pusieron de punta al escuchar aquella voz, una voz que sabía que provenía de un demonio, pero cuya entonada parecía la de un ángel.
—Por favor, Shannnako. ¿Qué son esos modales? —canturreó, a medida de que la luz etérea del calabozo iluminaba su rostro—. bienvenida, Kiroe-kun. He estado esperándote, durante mucho, pero mucho tiempo.
Para los que no conozcan a Nakura Naia, la mujer que le arrebató los ojos a Daruu; hablamos de una mujer sumamente hermosa que fungía en comunión con un carisma avasallador. Su encanto provenía de sus largos cabellos dorados y ojos de un verde claro que entonaban su nariz perfilada y su sonrisa traviesa, además de la sutil palidez de su piel, ataviada de cientos de pecas.Su movimiento, grácil y serpentino, desvelaba sus curvas pronunciadas y peligrosas adornadas con una pulcra túnica blanca, perfectamente ajustada a su cuerpo.
—¿Cómo está Daruu, cielo? déjame decirte que es un jovencito bastante encantador.
. . .
La espera, sí. La larga y atenuante espera. Ayame no sabía muy bien que hacer con ella. Con cada minuto que pasaba, la ansiedad picoteaba allí en donde menos debía, casi que obligándola a repasar su plan una y otra vez, por si algo llegaba a salir mal. ¿No se había olvidado de algo? ¿de algún detalle? ¿algo que era prioritario haberle dicho a Daruu?
La espera, sí. La larga y atenuante espera. Pero dependía de la guardiana qué hacer con ella.