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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Yumiko torció el gesto cuando Daruu la interceptó de aquella manera a las afueras de la Bruma, y ni siquiera se molestó un ápice en disimularlo cuando respondió de mala gana:

Ajá, sí... —farfulló, antes de dejarle completamente de lado y volverse hacia Ayame, que no pudo evitar sobresaltarse al saberse el centro de atención repentinamente. Fue como si a Yumiko le hubiese cambiado completamente la cara al verla. Su gesto desganado se iluminó de radiante felicidad, y no dudó ni un instante en tomarla de las manos—. Oniichan, soy tu fan número uno. ¡Número uno! Es un honoooooor. Cuando ya tú sabes quién me pidió venir a veros, uuuuh. Uhhhhh. No sabes lo emocio...

Ah... yo... yo... —balbuceaba Ayame, sin saber muy bien qué responder a aquella súbita muestra de efusividad.

Pero Yumiko se interrumpió al sentir la mirada de Daruu clavada sobre ella.

Sí, los pergaminos. Toma. Son confidenciales, una vez los hayan estudiados deben ser destruidos —les indicó, entregándoles dos rollos sellados con cera y tres rayas verticales—. Bueno, yo pego ya la vuelta. Suerte.

Un... un placer, Yumiko-san. Y gracias por venir —sonrió Ayame, y cuando perdió de vista a la muchacha, se volvió hacia Daruu—. Vamos arriba.
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«¡Pero bueno, qué falta de respeto es esta!», se indignó Daruu, apartándose y quedando en segundo plano mientras la superfan de Ayame se deshacía en halagos. Con cara de pocos amigos, Daruu quiso recordarle por telepatía asesina que aquella misión era de especial confidencialidad. Pareció captarlo cuando secamente arrojó encima de Ayame dos rollos de pergamino sellados y se marchó con igual celeridad.

Un... un placer, Yumiko-san. Y gracias por venir —sonrió Ayame, y cuando perdió de vista a la muchacha, se volvió hacia Daruu—. Vamos arriba.

Daruu, que tenía cara de pocos amigos y se rascaba la nuca perplejo, respondió:

Será lo mejor...

Ya en la seguridad de la habitación, los dos muchachos se inclinaron sobre la cama y abrieron con cuidado los rollos de pergamino, desplegándolos sobre el colchón.

Veamos qué nos ha preparado tu fan número uno —rio Daruu, burlón.
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No hay marcas de sangre registradas.
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Después de severos intentos de hacer un mapa decente y/o encontrar alguna herramienta que me permitiera elaborarlo sin tener que abogar por mis desastrosa habilidad para dibujar, he decidido darme por vencido. Así que para describir el croquis ofrecido por Shanise me remito enteramente a la maravillosa y ancestral escritura. Trataré de ser lo más conciso posible en los detalles y lamento que la tardanza no resultara en nada.

El pergamino, hecho de un papel especial para la cartografía, contenía plasmado una especie de mapa urbano de fácil lectura. Cualquiera que lo viera podía discernir que se trataba de una clara hoja de ruta de las laberínticas redes de alcantarillado de una ciudad ancestral llamada Shinogi-To. No obstante, por el tamaño y las limitaciones del papel, además del poco tiempo de preparación; el croquis fue deliberadamente sintetizado a un perímetro específico de unos quinientos metros a la redonda de el lugar de interés: el escondrijo conocido como Mal de ojo. Ya Shanise les había dicho que aquél bar, en antaño, servía para los intereses de contrabandistas que usaban rutas subterráneas para transportar mercancía sin atenerse a las requisas de la Guardia y que, por tanto, éstas debían seguir existiendo allí abajo. Pero la sugerencia de Ayame había sido muy importante para desvelar el hecho de que las alcantarillas y esos túneles de contrabando existían en perfecta comunión, y que en algún punto, acababan convergiendo entre sí.

El contenido era práctico y específico. Daruu y Ayame comprobaron que sólo alrededor de ese tugurio había por lo menos unos veinte desagües distintos, y todos serpenteaban alrededor del perímetro como dédalos incertidumbre. Lo interesante de todo aquello es que, cerca del punto en el mapa donde yacía la guarida de las Náyades, había un único acceso de alcantarillado que se unía expresamente a dos tuberías principales a las que podías acceder desde otro buen puñado infraestructuras también marcadas en el plano con los superíndice ¹, ² y ³. Los números respondían a las otras tres posibles casas de seguridad que componían la red de contrabando y que, a simple vista, cogía un gran sentido al entender que había una triangulación casi perfecta entre Mal de Ojo y los otros tres puntos de acceso.

Así pues, el mapa disponía de un muy simple y efectivo método de selección. Tanto para Shanise como para ellos era imposible discernir qué había allí en cada uno de esos tres puntos, y de cuán fácil acceso sería cada uno. Pero si todos llevaban al mismo objetivo, casi que daba igual. ¿O no?
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Daruu se rascó la coronilla, estudiando el mapa con cuidado.

Eeh... —balbuceó, entornando los ojos, registrando en su memoria tanto dato—. Aah... —Se llevó la otra mano al pelo también—. ¡Aaaah! ¡Tengo buena memoria, pero esto es demasiado intrincado! —El muchacho cogió el rollo de pergamino, lo enrolló de nuevo y se lo guardó dentro de la chaqueta con determinación.

»¡A tomar por culo! Me lo llevo conmigo. Será más fácil así, y de todas formas si consiguen arrebatármelo será definitivamente una mala, muy mala señal.
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Será lo mejor... —respondió Daruu, con cara de pocos amigos.

Ambos subieron de nuevo a la habitación y sólo allí, una vez se aseguraron de estar a solas, se acomodaron en la cama y se enfrentaron al mensaje de Shanise, desplegándolo sobre el colchón.

Veamos qué nos ha preparado tu fan número uno —se rio Daruu, y Ayame le dio un toque en las costillas.

¡No te rías! —refunfuñó.

Para ella era algo nuevo y terriblemente extraño. ¿Cómo debía sentirse al respecto? Bien porque no la temía, pero tampoco sabía por qué la admiraba de aquella manera, y eso la extrañaba aún más. Aunque no le costaba hacerse una idea: Aotsuki Ayame, la Guardiana del Bijū de Cinco Colas. Si ese era el caso...

«Olvídalo.» Se dijo, sacudiendo la cabeza.

Sería mejor apartar aquellos pensamientos y concentrarse en lo realmente importante: el mapa de los subterráneos de Shinogi-to que se presentaba ante sus ojos. Ayame ladeó la cabeza, estudiando con cuidado el pergamino. Aquel plano, aunque fácil de leer, era realmente intrincado como para memorizarlo. Y no era la única que tenía aquella sensación.

Eeh... Aah... —murmuraba Daruu junto a ella, con los ojos entornados y revolviéndose el cabello—. ¡Aaaah! ¡Tengo buena memoria, pero esto es demasiado intrincado! ¡A tomar por culo! Me lo llevo conmigo. Será más fácil así, y de todas formas si consiguen arrebatármelo será definitivamente una mala, muy mala señal —añadió, apartando el rollo de los ojos de Ayame y se lo guardó dentro de la chaqueta.

Ayame lanzó un largo y tendido suspiro.

Estoy de acuerdo... Si te falla la memoria en cualquier punto podría ser fatal, y podrías terminar perdido allí abajo. Por el momento, lo único que sabemos es que debes entrar por uno de esos tres puntos, ¿no? ¿Cómo lo hacemos?
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Daruu suspiró. ¿Que cómo lo hacían? ¡Y él qué coño sabía! No había ninguna manera de asegurarse del todo. Pero por algo había que empezar.

Esto va a ser complicado, pero el planteamiento inicial sigue siendo simple —dijo—. Crearé un Kage Bunshin y me encargaré de hacer un primer contacto. Como ya acordamos. Tú debes prepararte mentalmente, meterte en el papel e ir al punto que nos diga Yuki cuando vuelva. Esperarás allí. Puedes dejar trampas en el terreno. Si no hay agua en el suelo, enchárcalo todo para que tengas ventaja con tu Suika.

»Yo buscaré un lugar cercano por el que acceder a la red de alcantarillado y de ahí al subterráneo. Mi Kage Bunshin creará una distracción suficiente para que yo proceda y cumpla mi parte del plan. El clon mandará un mensaje y llevará a Naia a su posición. Cuidado. Nada nos dice que vaya a ir sola. Si te ves superada, retírate o ven conmigo con el Chishio.

»Si consigo recuperar mis ojos los traeré aquí o a Amegakure. Y tras darme un respiro volveré contigo o a la guarida. Depende de si me encuentro alguien a quien cazar allí dentro o no.

Justo en ese instante, un maullido les sorprendió en la ventana. Se trataba de Yuki. Daruu sonrió y se acercó a la ventana, apremiante.

La Plaza de los Delfines. Nyun lugar que nyada tiene que ver con su nyombre.

Yuki les describió el lugar. A apenas tres manzanas de la taberna donde se ocultaban las Náyades. Una plaza antaño honrosa, grande, solitaria y neblinosa. En las calles colindantes se solían frecuentar los drogadictos, borrachos y otros parias. La Guardia tenía aquél barrio abandonado, ya fuera por miedo o por desgana. En el centro había una fuente con un par de delfines que otrora habían echado chorros de agua por la boca. Ahora el agua no era más que un estanque con musgo y con mal olor.

Yuki se despidió de ellos prácticamente llorando y clamando porque tuvieran cuidado.

«Ya hemos tenido todo el cuidado que hemos podido. Ya ha habido suficiente precaución. Retrasarlo más sería incluso imprudente en sí mismo. Sería darle a las Náyades más tiempo del que merecen. No. Ya no. Ahora es tiempo de actuar.»

Y así, recogieron sus cosas, dejaron sendas marcas de sangre en la habitación y salieron de la Bruma Negra. Sólo el tiempo diría si volverían a entrar.


· · ·


Una figura encapuchada entró en la taberna Mal de Ojo abriendo la puerta tan violentamente como pudo. Avanzó dos zancadas, tomó un taburete de la barra, lo alzó y lo estampó contra el puto suelo causando todo el estruendo del que fue capaz. Amedama Kiroe se quitó la capucha y dijo:

Quiero hablar con Nakura Naia.

«¿Primer contacto? Hecho.»

1 AO mantenida. 1 AO nueva.
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La entrada turbulenta de Amedama Kiroe llamó la atención de una sola persona. Él ya conocía a la vieja, por supuesto, pues se trataba de aquella anciana, ciega, que les recibió días atrás durante su misión inicial de reconocimiento. Y aunque la mujer no podía ver, sus ojos de aspecto cristalino se posaron justo donde estaba ella, con el rostro reflejando la circunstancia y el temor por la abrupta interrupción de esa desconocida. Desde luego que no era la primera vez que Mal de Ojo sufría el devenir de clientes insatisfechos o de borrachos empedernidos en busca de llamar la atención. No obstante, aquél día era uno especial, por decirlo de alguna manera. Porque... las aguas no estaban para nada calmadas dado a los últimos acontecimientos acaecidos alrededor de los arrendatarios de aquél bar de mala muerte, que aunque no lo supiera a ciencia cierta, siempre tuvo la sospecha de que servía para fines menos prácticos que vender alcohol. Pero en sus setenta años de vida nunca preguntó quién se hacía cargo, mientras tuviera alguien que le pagase el pan de cada noche, con eso era suficiente. Además, ser ciega te ayudaba mucho a hacer la vista gorda más allá de tus propias convicciones.

Había algo que no podía ignorar, no obstante. Y ese era el nombre de Nakura Naia.

Los rumores volaban como gotas de lluvia. Si había un plus de ser ciega es que el escuchar era todo lo que se tenía, y vaya que era buena escuchando. De esa mujer, en particular, oyó muchas cosas durante los años que llevaban ocultas en la Capital. De Shannako y Nioka, sobre todo. Incluso de Watanabe, ese mafioso de mala caña que también solía pasearse por allí. Pero nunca, nunca, había oído su voz. ¿Curioso, no lo creen?

—Señora, no sé qué vino a hacer aquí, pero... —oh, Nioka se lo había instruido claramente. Negar. Negar. Y negar. —-.aquí no hay nadie que responda a ese nombre. Mejor lárguese. Por su bien.
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Kiroe paseaba curiosa por la taberna mientras escuchaba la respuesta de la ciega. Pero su réplica no le resultaría satisfactoria. La mujer levantó una pierna, la posó en una de las mesas y la pateó, volcándola, tirando todos los trastos de cristal que había encima, y de nuevo armando todo el jaleo del que era capaz. Estampó sus manos sobre la barra.

Se lo voy a poner muy simple, para que usted lo entienda perfectamente —expuso—. O llama a Nakura Naia o alguna de sus putas y le dice que me lleve ante ella, o me hago paso yo misma hacia dentro de la taberna para buscarla. —Habló despacio cuando añadió—: no le garantizo que salga bien parada si cumple lo que digo, pero si no lo cumple, antes de entrar la consideraré un obstáculo en mi camino. No me gustan los obstáculos.
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No hay marcas de sangre registradas.
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Con cada estruendo, con cada mueble volcado, con cada palabra... la anciana se sobresaltaba más y más. Con cada arremetida más retraída en los confines de la barra, aferrando sus brazos guía a todo aquello que la pudiera hacer sentir segura. Lo cierto es que nunca había sufrido un altercado como ese, y menos aún, referido directamente a alguna de las Náyades. La mujer trató de rebuscar en su mente algún protocolo de reacción para aquellos casos, pero lo cierto es que no tenía ninguna. ¿Qué hacer? ¿cómo actuar? ¿qué más decir?

No se le ocurría nada. Nada contra nadie que tuviese los santos ovarios de ir a buscarla a ella. A Naia.

—Haga lo que quiera —respondió de pronto envalentonada—. sus amenazas me saben a misericordia cuando sé lo que me espera tras esa puerta si digo algo que no debo. ¿Quiere encontrar aquello que ha venido a buscar? sírvase. La taberna es toda suya.
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Todo estaba hablado. Todo estaba planeado. Ahora sólo quedaba, ejecutarlo.

Cuando Daruu abandonó La Bruma Negra, Ayame comenzó su acción. Lo primero que hizo fue dejar una nueva marca de sangre en el cabecero de la cama, con la fatiga acumulada del día anterior casi se le había olvidado reponerla y eso habría supuesto un error garrafal. Después de aquello, revisó que todas sus armas estuvieran en orden y, sólo una vez se sintió satisfecha, salió del edificio. Caminó a paso lento, calmado, aunque por dentro su corazón bombeaba a mil por hora. Cuando se estaba acercando a las inmediaciones del Mal De Ojo se introdujo en un callejón estrecho y solitario, pero la que salió de él era una mujer adulta, de cabellos negros y rebeldes que se despeinaban hacia el lado derecho y brillantes ojos purpúreos que hacían juego con su pintalabios. Con una sonrisa de medio lado, Amedama Kiroe se deslizó a buen paso, de camino a la que Yuki había llamado La Plaza de los Delfines, ignorando toda la mala chusma que la rodeaba. La que antaño debió de ser una esplendorosa fuente con dos delfines escupiendo agua ahora estaba asfixiada por el musgo. Kiroe se paseó por el lugar, alrededor de la maloliente fuente y estudiando el terreno que habría de ser su campo de combate y comenzando los preparativos. Aquel campo necesitaba agua. Mucho agua. Y no le iba a bastar con la lluvia de Amenokami. Miró a su alrededor, y cuando se aseguró que no había nadie que pudiera interceptarla, entrelazó las manos. Si debía hacerlo, era mejor que lo hiciera cuanto antes. Así tendría tiempo de regenerar algo de chakra. Con el último sello, Kiroe tomó una buena bocanada de aire y cuando lo soltó lo hizo en forma de una ingente cantidad de agua que se extendió bajo sus pies como un tsunami que la alzó durante unos instantes, antes de volver a descender y convertir la plaza en un súbito lago improvisado.

«Ahora sí... Comienza el juego.» Pensó Kiroe, sentándose con gracilidad sobre el delfín que coronaba la fuente y cruzaba una pierna sobre la otra.

Ahora sólo tenía que esperar a que el primer contacto de su hijo finalizara con éxito.






PV:

210/210


CK:

262/330

-68 CK
Divide regeneración de chakra


1 AO



Fuerza: 35
Resistencia: 40
Aguante: 40
Agilidad: 90
Destreza: 50
Poder: 60
Inteligencia: 60
Carisma: 40
Voluntad: 40
Percepción: 85






¤ Henge no Jutsu
¤ Técnica de Transformación
- Tipo: Apoyo
- Rango: E
- Requisitos: Ninjutsu 20
- Gastos: 8 CK/activación (divide regen. del chakra)
- Daños: -
- Efectos adicionales: -
- Sellos: Perro → Jabalí → Carnero
- Velocidad: Instantánea
Muchas de las misiones de un ninja están basadas en la infiltración y el subterfugio. Este Ninjutsu, que se enseña en todas las academias shinobi de Oonindo, es la técnica más básica para hacerse pasar por lo que uno no es, pero no por ello es menos útil. El usuario realiza los sellos del jutsu mientras visualiza mentalmente aquello en lo que se va a transformar, que puede ser o bien otro ser humano, un animal, una planta, un arma o un objeto inanimado, siempre de tamaño medio (un poco más pequeño que una persona o un poco más grande). Tras una pequeña nube de humo, el shinobi se transforma adquiriendo las características físicas deseadas, pero manteniendo algunas de sus propiedades (no puede replicar extremidades que no tiene, por ejemplo, y si lo hace, serán evidentemente falsas).

La técnica es básica, pero muy pocos logran dominarla por completo debido a que requiere una excelente capacidad de memoria y concentración. Por ende o bien se tiene 60 o más puntos en el atributo de Inteligencia o bien se tienen 60 o más puntos en la facultad de Ninjutsu; si no se cumple al menos una de estas dos condiciones, la transformación en otras personas será evidentemente falsa, con obvias carencias o imprecisiones respecto al original.

Incluso así, desconcentrar al usuario, como por ejemplo hiriéndolo, derribándolo o causándole demasiado estrés podría deshacer la transformación.

¤ Suiton: Suishōha
¤ Elemento Agua: Ola de Colisión Acuática
- Tipo: Ofensivo
- Rango: B
- Requisitos: Suiton 50
- Gastos:
  • 30 CK
  • Suiton: Baku Suishōha, 60 CK
- Daños:
  • 50 PV
  • Suiton: Baku Suishōha, 100 PV
- Efectos adicionales: -
- Sellos: Serpiente
- Velocidad:
  • Rápida
  • Suiton: Baku Suishōha, Lenta
- Alcance y dimensiones:
  • La masa de agua abarca 4 metros de ancho y 3 de alto, y recorre 10 metros
  • Suiton: Baku Suishōha: la masa de agua alcanza 7 metros de ancho y 5 de alto, recorre 6 metros y, al caer provoca un hundimiento en el suelo creando un pequeño lago de 10 metros de diámetro
El usuario escupe una gran cantidad de agua, que lanza al suelo. El agua rebota y crea una ola que recorre una distancia considerable y arrastra consigo a los enemigos. Utilizando una mayor cantidad de chakra, es capaz de crear una ola gigantesca que, al caer, rompe el suelo y crea un hundimiento en forma de estanque.

(Suiton 80, Suiton: Baku Suishōha) El usuario puede subirse encima de la ola, moviéndose a gran velocidad y atacando a sus adversarios.


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—Habitación de Ayame: Link

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Amedama Kiroe rio. La abuela los tenía bien puestos.

Bien. Pero permítame darle un último consejo. Váyase de aquí, porque no le garantizo que la dueña de este sitio vaya a salir de ahí con una sonrisa para darle los buenos días después de lo que vengo a decirle. Váyase, váyase a casa, o váyase lejos, como si vaga por la calle sin rumbo. Estará mejor.

Dicho esto, caminó hacia la puerta por la que había visto salir a Nioka, saltó ágilmente por encima de la barra y se metió en la boca del lobo, buscando un lugar por donde entrar, buscando alguien a quien dirigirse para escupirle a la cara que quería reunirse con Nakura Naia en persona.

¡Naia! ¡Soy Kiroe! ¿¡Querías verme aquí, verdad, puta!?
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No hay marcas de sangre registradas.
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—Esta es mi casa —sentenció, como si no tuviese absolutamente nada que perder.

La anciana se acorraló en una esquina y se sumió en un silencio digno de un monasterio, mientras la intrusa tomaba rumbo hacia las escaleras por las que, en aquella ocasión, había visto subir a Shannako. La puerta se abrió sin ningún impedimento, y tan sólo cinco escalones separaban la superficie del bar con la bodega que había visto Ayame con su ecolocación. Era un cuarto de ladrillos de arcilla, vetustos y mohosos. Un aroma a licor concentrado le azotó la nariz, mientras comprobaba la infinidad de cajas y botellas que servían de inventario para la tapadera del bar. El llamado de Kiroe rebotó en un eco sin receptor que acabó volviendo a su mismo emisor, aunque no sin haber obtenido su clamada recompensa.

El Amedama oyó un crujido, detrás de unas cajas. Los ladrillos fueron particionándose uno a uno en un sistema de polea que acabó por aperturar un pequeño agujero por el que podía pasar una persona. Tras el agujero sólo un borrón de oscuridad e incertidumbre le aguardaba con deseo.

¿Daruu quería colarse en la boca del lobo? no era necesario. El lobo le estaba invitando a sus fauces con toda la displicencia del mundo.

. . .

La plaza de los Delfines, sumida en la barbarie de los sectores menos populares y más turbulentos y peligrosos de Shinogi-To, fue elegida para entablar el primer encuentro con Naia. La locación estaba bien, ubicada en el corazón más decadente de la capital, y lo suficientemente lejos del Castillo del Lord Feudal, tal y como lo había pedido Shanise. También sin contingentes de la guardia real que pudieran perturbar el combate, de ser necesario. Ayame, no obstante, no estaba totalmente satisfecha con el agua proveída por Amenokami con sus llanto eterno, así que inundó el lugar con una técnica que, para el gusto de muchos, puede haber sido demasiado para lo que se quería, que no era otra cosa sino guardar las apariencias hasta que llegase Naia, al menos. Ahora, aún con la incertidumbre de si la Náyade mordería el anzuelo o no, Ayame había tentado a la suerte con el estruendo que causó la enorme ola de agua que trajo una gran devastación por su poderío. En un espacio tan cerrado y con tantas edificaciones a su alrededor, era evidente que el poder contenido de la colisión acuática no haría sino destruir todo a su paso, a tal punto de crear el cráter que permitía contener el agua en profundidad.

Demasiado alboroto, quizás, y demasiado temprano, tal vez.
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En silencio, aguardando, Kiroe seguía inspeccionando a su alrededor con la curiosidad de una niña que no ha estado allí nunca antes.

La Plaza de los Delfines era una glorieta ni demasiado grande ni demasiado pequeña, unos diez metros de diámetro que delimitaban con los edificios adyacentes que se alzaban contra el cielo plomizo y alguna que otra farola. Tal y como les había contado Yuki, se encontraba a apenas tres manzanas del Mal de Ojo, la guarida de aquellas víboras saca-ojos, pero al mismo tiempo se encontraba recluida en un barrio marginal, abandonada a su destino para servir ahora de hogar a drogadictos, alcohólicos, puteros, esclavistas y cualquier paria que pasara cerca de allí. Dos eran las calles principales que llegaban hasta ella, una de ellas dirigiéndose hacia Mal de Ojo y la otra en dirección opuesta, pero algunos callejones más estrechos y discretos, como delgadas venas, también daban su acceso a aquella plaza. El suelo estaba enlosado por innumerables adoquines grises, descoloridos por el paso del tiempo e incluso anegados de moho y musgo. Todo ello antes de que fueran inundados por la técnica de la falsa Kiroe, por supuesto.

Ahora sólo quedaba esperar. Esperar y esperar a que la víbora mordiera el anzuelo preparado por la otra falsa Kiroe.
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—Habitación de Ayame: Link

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La Kiroe que revisaba la trastienda de la taberna Mal de Ojo se sumergió en aquél olor a licor toqueteando barriles, cajas y paredes en busca de alguna suerte de interruptor secreto. No pasó mucho tiempo desde que lanzó su desafío para que, como única respuesta, unos ladrillos de la pared contigua, tras unas cajas, comenzaran a desamontonarse para dar paso a un oscuro pasillo que la invitaba a proceder.

Sin dudarlo ni una sola vez, quizás porque, como la anciana, no tenía nada que perder, se sumió en la negrura esperando encontrarse cara a cara con su némesis más peligroso.

Y mandar su mensaje.
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Tras la penumbra, Daruu se encontró con un pasillo agosto y húmedo iluminado por dos hileras paralelas de antorchas, quemándose eternamente en su propio conato de cera y fuego. Sintió que sus pies abandonaron la dureza del concreto para plantarse sobre un escollo de tierra endeble por la humedad de la superficie. El pasillo se extendía al menos séis metros en línea recta que acababa, finalmente, en una encrucijada de dos direcciones. Izquierda y derecha.

Allí, entonces, sintió la energía de dos presencias a ambos costados, mientras el estruendo de una enorme placa de metal cayendo desde el techo bloqueaba su retaguardia. A su lado izquierdo, la luz de las antorchas no fue suficiente para rivalizar con el poderoso estruendo que causó el aura de electricidad que cubrió de pronto a Shannako. Su cuerpo entero se iluminó, y pronto esa palidez característica suya, junto a los pendientes, se pusieron de punta gracias a los haces de electricidad que chisporroteaban con fuerza contra las angostas paredes que les envolvían a todos. Algo, no obstante, detuvo su más que evidente arremetida. Algo que incluso caló en los oídos de Amedama Kiroe y que la hizo sentir, de alguna manera, más calmada e impotente al mismo tiempo. A daruu los pelos se le pusieron de punta al escuchar aquella voz, una voz que sabía que provenía de un demonio, pero cuya entonada parecía la de un ángel.

—Por favor, Shannnako. ¿Qué son esos modales? —canturreó, a medida de que la luz etérea del calabozo iluminaba su rostro—. bienvenida, Kiroe-kun. He estado esperándote, durante mucho, pero mucho tiempo.

Para los que no conozcan a Nakura Naia, la mujer que le arrebató los ojos a Daruu; hablamos de una mujer sumamente hermosa que fungía en comunión con un carisma avasallador. Su encanto provenía de sus largos cabellos dorados y ojos de un verde claro que entonaban su nariz perfilada y su sonrisa traviesa, además de la sutil palidez de su piel, ataviada de cientos de pecas.Su movimiento, grácil y serpentino, desvelaba sus curvas pronunciadas y peligrosas adornadas con una pulcra túnica blanca, perfectamente ajustada a su cuerpo.

—¿Cómo está Daruu, cielo? déjame decirte que es un jovencito bastante encantador.

. . .

La espera, sí. La larga y atenuante espera. Ayame no sabía muy bien que hacer con ella. Con cada minuto que pasaba, la ansiedad picoteaba allí en donde menos debía, casi que obligándola a repasar su plan una y otra vez, por si algo llegaba a salir mal. ¿No se había olvidado de algo? ¿de algún detalle? ¿algo que era prioritario haberle dicho a Daruu?

La espera, sí. La larga y atenuante espera. Pero dependía de la guardiana qué hacer con ella.
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