13/10/2019, 19:07
Algo estaba pasando, de eso no le cabía la menor duda. El Datsue que ella conocía habría sacado pecho sobre cualquier bravuconada que tuviera que ver con una espada atravesándole el pecho y que le había considerado digno de algo. Estaba segura de que se habría inventado cualquier cosa, por inverosímil que fuera, como que fuese a ser el próximo Uzukage o algo así. Pero lo único que respondió fue un quedo y escueto:
—Espero que no tengas que descubrirlo en mucho, mucho tiempo.
La cosa no acababa ahí, ni mucho menos. La tensión se palpaba en el aire, y Daruu, junto a ellase había dado la vuelta con la tensión acumulada en todo su cuerpo.
—He retado a Yui a un combate. Me volveré el más fuerte de mi villa.
—Y cuando lo hagas —respondió el Uchiha—, volveremos a enfrentarnos.
Ayame parpadeó, confundida. ¿Pero a qué había venido aquella repentina revelación? ¿Qué demonios estaba pasando allí? Por un momento se sintió fuera de lugar, como si se hubiese metido en la disputa de dos hombres que estaban jugando a ver quién sacaba más músculo.
—¡Pues yo soy la hija del Daimyo del País de la Tormenta! —irónizo, ácida—. Ah, no, no y no —farfulló, irritada. Ayame se adelantó, se plantó a apenas a un palmo de Datsue, y se cruzó de brazos, mirándole directa y fijamente a los ojos como nunca antes había hecho. Nunca había tenido la ocasión de ver sus ojos tan de cerca, y hasta entonces no se había dado cuenta de que, de cerca, aquellos ojos eran muy diferentes de los de Akame. Como cualquier Uchiha que había conocido hasta ahora, tenía los iris de un profundo color negro azabache, pero también tenían algo más... una especie de brillo dorado que sólo se apreciaba si los mirabas de cierta manera—. A mí no me vais a dejar como la tonta del grupo: ¿Qué narices está pasando aquí?
—Espero que no tengas que descubrirlo en mucho, mucho tiempo.
La cosa no acababa ahí, ni mucho menos. La tensión se palpaba en el aire, y Daruu, junto a ellase había dado la vuelta con la tensión acumulada en todo su cuerpo.
—He retado a Yui a un combate. Me volveré el más fuerte de mi villa.
—Y cuando lo hagas —respondió el Uchiha—, volveremos a enfrentarnos.
Ayame parpadeó, confundida. ¿Pero a qué había venido aquella repentina revelación? ¿Qué demonios estaba pasando allí? Por un momento se sintió fuera de lugar, como si se hubiese metido en la disputa de dos hombres que estaban jugando a ver quién sacaba más músculo.
—¡Pues yo soy la hija del Daimyo del País de la Tormenta! —irónizo, ácida—. Ah, no, no y no —farfulló, irritada. Ayame se adelantó, se plantó a apenas a un palmo de Datsue, y se cruzó de brazos, mirándole directa y fijamente a los ojos como nunca antes había hecho. Nunca había tenido la ocasión de ver sus ojos tan de cerca, y hasta entonces no se había dado cuenta de que, de cerca, aquellos ojos eran muy diferentes de los de Akame. Como cualquier Uchiha que había conocido hasta ahora, tenía los iris de un profundo color negro azabache, pero también tenían algo más... una especie de brillo dorado que sólo se apreciaba si los mirabas de cierta manera—. A mí no me vais a dejar como la tonta del grupo: ¿Qué narices está pasando aquí?