21/11/2019, 19:54
La voz del Uchiha viajó lejos, muy lejos de allí. Voló hacia el oeste, atravesó el Valle del Fin y cruzó el País de la Tierra y el de la Tormenta hasta llegar a una tierra donde el abrasador calor de Flama no podía llegar. El poder de Amenokami era tal que hacía huir el calor del verano con sus incansables lluvias. Y la voz encontró a su destinataria acomodada en su habitación, sentada frente a un escritorio mientras garabateaba distraidamente en una libreta. La misma libreta que tenía grabados bocetos de los rostros de Kuroyuki, Kaido, Akame y Naia (este último ahora tachado con una gran equis).
Ayame casi se cayó de la silla del susto. Lo que sí se cayó al suelo fue el lápiz que había estado utilizando, y chasqueó la lengua con fastidio al agacharse para recogerlo y comprobar que la mina había terminado partiéndose con el impacto. Genial. Iba a costarle un buen esfuerzo volver a afilarlo con aquel desperfecto. Pero todo parecía indicar que tendría que postergar aquel asunto para después.
—¿Qué ocurre, Datsue? —preguntó perezosa, repantingándose en la silla, con las pantorrillas entrecruzadas debajo de la silla.
Ayame casi se cayó de la silla del susto. Lo que sí se cayó al suelo fue el lápiz que había estado utilizando, y chasqueó la lengua con fastidio al agacharse para recogerlo y comprobar que la mina había terminado partiéndose con el impacto. Genial. Iba a costarle un buen esfuerzo volver a afilarlo con aquel desperfecto. Pero todo parecía indicar que tendría que postergar aquel asunto para después.
—¿Qué ocurre, Datsue? —preguntó perezosa, repantingándose en la silla, con las pantorrillas entrecruzadas debajo de la silla.