2/04/2020, 13:16
Los Jounins actuaban sin esperar intervención alguna de Hana, la cual había quedado relegada a simple espectadora cuando en un impulso que la chica no acabó de entender su sensei le levantó la camiseta sin previo aviso a Datsue, dejando al aire sus marcados abdominales.
Como no podía ser de otra forma, la genin apartó la mirada avergonzada, al contrario de Eri que se quedó embelesada sin apartar sus ojos del pecho del jinchuriki ni un milisegundo desde que se expuso. Hasta que Datsue cortó por lo sano tras explicar como había llegado a tener aquel cuerpo esculpido por los dioses.
Hana negó con la cabeza rápidamente. Por suerte, el mismo Datsue sacó el tema que le sacaría de la cabeza su torso desnudo.
—Oh, Eri. ¿Sabes qué deberíamos hacer con Hana?
La rubia alzó la cabeza como un cachorro al escuchar su nombre, al principio algo asustada, igual había algún tipo de ritual de iniciación que incluía tirarla al lago, otra vez.
— ¡Enseñarle el as bajo la manga de todo uzujin! ¡Darle la carta ganadora que le permitirá arrasar en el torneo! Sí, eso deberíamos hacer.
Ahora sí, miraba a Eri y después al jinchuriki, esperando una explicación, una reacción algo. Su pelo iba de un lado a otro, al girarse de uno a otro. Sus ojos brillaban con expectación, Datsue era capaz de aguantarse qué era lo que le iban a enseñar hasta año nuevo con tal de crear expectativa. Y encima eso era el triple o el cuadruple de eficaz en Hana, que incapaz de aguantarse más, preguntó.
— ¿El qué? ¿¡El qué!? — preguntó tras esperar apenas dos segundos.
—… enseñarle el Rasengan.
Hana se había echado tan hacia delante de la expectación que el pelo casi tocaba el suelo del puente ya, en cuanto escuchó las palabras prometedoras y melosas de Datsue se giró a su sensei. Porque era obvio que el jinchuriki podía decir misa que la última palabra la tenía Eri siempre. La rubia ya tenía una sonrisa de oreja a oreja, olvidandose momentaneamente de su corazón roto, fruto del carisma abismal de Datsue.
Como no podía ser de otra forma, la genin apartó la mirada avergonzada, al contrario de Eri que se quedó embelesada sin apartar sus ojos del pecho del jinchuriki ni un milisegundo desde que se expuso. Hasta que Datsue cortó por lo sano tras explicar como había llegado a tener aquel cuerpo esculpido por los dioses.
Hana negó con la cabeza rápidamente. Por suerte, el mismo Datsue sacó el tema que le sacaría de la cabeza su torso desnudo.
—Oh, Eri. ¿Sabes qué deberíamos hacer con Hana?
La rubia alzó la cabeza como un cachorro al escuchar su nombre, al principio algo asustada, igual había algún tipo de ritual de iniciación que incluía tirarla al lago, otra vez.
— ¡Enseñarle el as bajo la manga de todo uzujin! ¡Darle la carta ganadora que le permitirá arrasar en el torneo! Sí, eso deberíamos hacer.
Ahora sí, miraba a Eri y después al jinchuriki, esperando una explicación, una reacción algo. Su pelo iba de un lado a otro, al girarse de uno a otro. Sus ojos brillaban con expectación, Datsue era capaz de aguantarse qué era lo que le iban a enseñar hasta año nuevo con tal de crear expectativa. Y encima eso era el triple o el cuadruple de eficaz en Hana, que incapaz de aguantarse más, preguntó.
— ¿El qué? ¿¡El qué!? — preguntó tras esperar apenas dos segundos.
—… enseñarle el Rasengan.
Hana se había echado tan hacia delante de la expectación que el pelo casi tocaba el suelo del puente ya, en cuanto escuchó las palabras prometedoras y melosas de Datsue se giró a su sensei. Porque era obvio que el jinchuriki podía decir misa que la última palabra la tenía Eri siempre. La rubia ya tenía una sonrisa de oreja a oreja, olvidandose momentaneamente de su corazón roto, fruto del carisma abismal de Datsue.