28/04/2020, 16:06
Datsue vio la risa apenas contenida en la boca de Ayame, y entonces creyó que era toda una suerte que Shukaku estuviese tan débil que no pudiese ni enfocar la mirada hacia ella, o no sabría lo que hubiese pasado. Nada bueno, eso seguro. El clon desapareció con un pluff, y cuando creyó que llegaría la venganza…
… Silencio. No escuchó a Shukaku. No oyó su respiración. Ni su risa. Nada. Y aquello le erizó más el vello que cualquier amenaza que hubiese podido proferir.
Tragó saliva.
—Creo que es mejor que me centre en dominar una cosa primero —comentó, ante la sugerencia de Ayame de hacer el clon de Shukaku con su forma original. Lo último que le faltaba era que le saliese en forma de rana o algo así.
Respiró hondo. Cerró los ojos. No era tan difícil, podía hacerlo. Había hecho miles de clones a lo largo de su vida. Aquel tan solo pedía como requisito tirar del chakra de Shukaku. Como aquella vez cuando formó la bijūdama contra Bakudan. Sí, solo usando el chakra de él. Se llevó una mano al estómago, justo encima del sello. Aquello le ayudó a focalizar su energía mejor. Entonces realizó el sello, y…
Verle fue chocante. Datsue había visto innumerables veces clones propios, claro. Pero no era lo mismo. Ellos eran él. En cambio, ver a otro usando su cuerpo era… cuanto menos algo perturbador. Y más si ese alguien era Shukaku.
Esta vez, el clon había salido mucho mejor. Shukaku estaba frente a él, con el pelo suelto del color de la arena, los ojos dorados con un rombo estrellado como pupila con cuatro marcas redondas formando un cuadrado alrededor, y la esclerótica negra. Abría y cerraba las manos mientras contemplaba su cuerpo, y en su boca se dibujó una sonrisa. No la típica sonrisa de Datsue, pícara y zorruna. Era otra muy distinta. Más siniestra, más vil.
Shukaku tiró ligeramente del pantalón, como si quisiese que pasase algo de aire por allí, mientras miraba hacia abajo, y bufó.
—Pff… Mi cola es más grande.
Un segundo de incomprensión.
—Shu… ¿¡SHUKAKU QUÉ COÑO!? —exclamó Datsue, rojo de la vergüenza—. ¡No me toques los huevos, ¿eh?!
—¡JIA JIA JIA JIA! —Shukaku dio un paso hacia él y apoyó una mano sobre su hombro, mientras con la otra le propinaba tres palmadas en la cara. Uno podía decir que eran palmadas cariñosas, pero sonaron más fuerte que bofetadas. El rojo de la vergüenza pasó a ser rojo de ira. Pero Datsue, al contrario que antes, no dijo nada. No a su Padre—. Bien hecho, Hijo. Sabía que lo conseguirías. Solo necesitabas un pequeño empujoncito. ¡JAAAAJIAJIAJIAJIAJIA!
Entonces, miró a Daruu. Luego a Ayame.
—Me has dado un bonito regalo, kunoichi. A mí, el Gran Shukaku. Padre del Desierto. Dios del Fūinjutsu. ¡Que no se diga que no devuelvo los favores! ¡Acércate, y toma tu recompensa!
… Silencio. No escuchó a Shukaku. No oyó su respiración. Ni su risa. Nada. Y aquello le erizó más el vello que cualquier amenaza que hubiese podido proferir.
Tragó saliva.
—Creo que es mejor que me centre en dominar una cosa primero —comentó, ante la sugerencia de Ayame de hacer el clon de Shukaku con su forma original. Lo último que le faltaba era que le saliese en forma de rana o algo así.
Respiró hondo. Cerró los ojos. No era tan difícil, podía hacerlo. Había hecho miles de clones a lo largo de su vida. Aquel tan solo pedía como requisito tirar del chakra de Shukaku. Como aquella vez cuando formó la bijūdama contra Bakudan. Sí, solo usando el chakra de él. Se llevó una mano al estómago, justo encima del sello. Aquello le ayudó a focalizar su energía mejor. Entonces realizó el sello, y…
¡Pluff!
Verle fue chocante. Datsue había visto innumerables veces clones propios, claro. Pero no era lo mismo. Ellos eran él. En cambio, ver a otro usando su cuerpo era… cuanto menos algo perturbador. Y más si ese alguien era Shukaku.
Esta vez, el clon había salido mucho mejor. Shukaku estaba frente a él, con el pelo suelto del color de la arena, los ojos dorados con un rombo estrellado como pupila con cuatro marcas redondas formando un cuadrado alrededor, y la esclerótica negra. Abría y cerraba las manos mientras contemplaba su cuerpo, y en su boca se dibujó una sonrisa. No la típica sonrisa de Datsue, pícara y zorruna. Era otra muy distinta. Más siniestra, más vil.
Shukaku tiró ligeramente del pantalón, como si quisiese que pasase algo de aire por allí, mientras miraba hacia abajo, y bufó.
—Pff… Mi cola es más grande.
Un segundo de incomprensión.
—Shu… ¿¡SHUKAKU QUÉ COÑO!? —exclamó Datsue, rojo de la vergüenza—. ¡No me toques los huevos, ¿eh?!
—¡JIA JIA JIA JIA! —Shukaku dio un paso hacia él y apoyó una mano sobre su hombro, mientras con la otra le propinaba tres palmadas en la cara. Uno podía decir que eran palmadas cariñosas, pero sonaron más fuerte que bofetadas. El rojo de la vergüenza pasó a ser rojo de ira. Pero Datsue, al contrario que antes, no dijo nada. No a su Padre—. Bien hecho, Hijo. Sabía que lo conseguirías. Solo necesitabas un pequeño empujoncito. ¡JAAAAJIAJIAJIAJIAJIA!
Entonces, miró a Daruu. Luego a Ayame.
—Me has dado un bonito regalo, kunoichi. A mí, el Gran Shukaku. Padre del Desierto. Dios del Fūinjutsu. ¡Que no se diga que no devuelvo los favores! ¡Acércate, y toma tu recompensa!
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado