Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Y tanto que se la iba a devolver. Si se encontraban en el torneo, y tenía ocasión, le retornaría el bofetón para que sintiese lo que era ser golpeado en la cara. ¡Aquella era una zona sagrada, por todos los dioses! ¡Tan solo comparable a las zonas nobles! Uno podía golpear en el hombro, en el pecho, en la espalda misma. ¡Pero no allí! ¡No allí!
«Cuenta hasta tres, Datsue. Ya está hecho. Venga, no pasa nada. Hagamos ese Bijū Bunshin no Jutsu».
Formó el sello de clonación especial, y trató de tirar del chakra de Shukaku. Por mucho que hubiesen luchado juntos en varias ocasiones, Datsue usaba la energía de su Padre de forma inconsciente. Tirar de él conscientemente, y solo de él, era algo a lo que no estaba acostumbrado.
—Me cago en… —farfulló tras un minuto en el que no salía nada.
«¡Vamos, Hijo! ¡Tú puedes! ¡No es tan difícil! ¡VAMOS HOSTIA!»
—¡Deja que me concentre coooño!
«¿Necesitas concentrarte para hacer un triste Kage Bunshin? ¿En serio? ¡JIA JIA JIA! ¡Vamos no me jodas Datsue! ¡Hazlo de una puta vez!»
—Tsssssk… ¡Vamos hostia saaaal!
¡Pluff!
Y entonces sucedió. Una nube de humo surgió a su lado, tan espesa y malagüera como la que se interpone entre un barco y unas rocas puntiagudas sobresaliendo del mar. Y tras ella, un sonido. Uno que ponía los pelos de punta. Sonaba a perdición. Sonaba a muerte. Sonaba a…
A…
A enfermo. Porque cuando la nube de humo desapareció, lo que los tres descubrieron fue a un Datsue con el cabello del color de la arena, los ojos dorados y un cuerpo… esquelético. Estaba tan flaco que se le notaban los huesos, y tan débil que el mero hecho de hinchar los pulmones parecía costarle un horror. Estaba tirado en el suelo, y apenas podía levantar la cabeza.
—Q-qué… Q-qué… —Apenas podía hablar—. Voy a mat… mat… mat…
Y vuelta al Bijū Bunshin. Así pues, Daruu retrocedió y volvió a sentarse en su roca. Bostezó, aburrido, y se quedó mirando a Datsue, a ver cómo intentaba hacer la técnica. Tras varios intentos infructuosos, en los que Daruu torcía el gesto y levantaba una ceja, preguntándose si estaba loco (antes de comprender que no hablaba consigo mismo sino con Shukaku), hubo un estallido, una nube de humo, y entonces una losa de piedra cayó sobre Daruu. Figuradamente, claro. No le habían tirado un Doton.
«Eh, eh, eh, eh, espera un momento», se dijo a sí mismo, «¿pero estamos locos o qué? ¡Que vas a estar aquí con SHUKAKU! ¡Shukaku!» El Hyūga miró hacia todas las direcciones, buscando la ruta de escape más rápida. Por si acaso.
Pero lo que salió de la nube de humo fue... un cadáver andante. Un zombie, un anciano que lleva días muerto sosteniéndose a duras penas, respirando como un gato aplastado con asma...
Todo figuradamente, de nuevo.
Daruu no rio. No tuvo cojones. Las amenazas de Shukaku sonaban cómicas.
Al final consiguieron apartar todo aquel mal asunto a un lado, y Datsue se preparó para su primer intento. Ayame le observaba con atención, aunque ella no tenía unos ojos especiales para poder ver el chakra como sí tenían ellos, por lo que sólo podía fijarse en lo que se veía de forma externa. El Uchiha formó el sello de clonación típico del Kage Bunshin y contrajo el gesto en una mueca de concentración. Pasaron los segundos, pero nada pasaba. Ni siquiera un triste clon fallido.
—Me cago en… ¡Deja que me concentre coooño! —exclamó Datsue de repente, y Ayame se sobresaltó.
Le costó algunos segundos darse cuenta de que no era con ellos con los que estaba hablando.
—Tsssssk… ¡Vamos hostia saaaal!
Y entonces...
¡Pluff!
Una nube de humo estalló junto a él. Un humo negro y tan denso que no dejaba ver a través de él. Pero el sonido sí que llegó hasta ellos, un sonido escalofriante, de ultratumba. Ayame se reincorporó de golpe, entre alarmada, asustada y curiosa al mismo tiempo.
«¿Ya? ¿Lo va a conseguir a la primera? ¡Yo estuve como una semana intentándolo!» Pensó para sí, con los ojos abiertos como platos.
Pero estaba claro que Uchiha Datsue no era un shinobi normal y corriente. Él estaba por encima de ellos. Les superaba en muchos niveles, y ya casi era inalcanzable. Por eso, cuando el humo se disipó, Daruu y Ayame se encontraron cara a cara con...
—¿Eeehhh...?
Un zombie. Un muerto viviente que acababa de salir arrastrándose de la tumba. Aquella forma humanoide tenía la apariencia externa de Datsue, pero con el cabello del color de la arena, los ojos brillantes y dorados y, desde luego, un cuerpo mucho más esquelético y desinflado que el original. Se le marcaban todos y cada uno de los huesos y el sólo respirar ya parecía suponer una auténtica agonía para él.
—Q-qué… Q-qué… —Incluso su voz era apenas un pito ahogado—. Voy a mat… mat… mat…
—¡L-lo intentaré de nuevo! No... ¡No nos pongamos nerviosos!
Ayame se había tenido que tapar la boca para no soltar una carcajada. Ella misma había tenido fallos similares, no sólo con el Bijū Bunshin, sino en sus inicios como genin. La kunoichi tuvo que carraspear varias veces, intentando recuperar la serenidad y disimular el ataque de risa que le acababa de dar.
—Eh... ejem... No... No os preocupéis —farfulló, aún luchando para contener la risa. Misión casi imposible, con la visión de aquel esperpento que tenía delante—. Ejem... A mí me llevó varios intentos hasta que logré perfeccionarla. ¡Con la práctica te saldrá perfecto! ¡Vamos, prueba otra vez! Quizás quieras intentarlo con la versión original de Shukaku...
Datsue vio la risa apenas contenida en la boca de Ayame, y entonces creyó que era toda una suerte que Shukaku estuviese tan débil que no pudiese ni enfocar la mirada hacia ella, o no sabría lo que hubiese pasado. Nada bueno, eso seguro. El clon desapareció con un pluff, y cuando creyó que llegaría la venganza…
… Silencio. No escuchó a Shukaku. No oyó su respiración. Ni su risa. Nada. Y aquello le erizó más el vello que cualquier amenaza que hubiese podido proferir.
Tragó saliva.
—Creo que es mejor que me centre en dominar una cosa primero —comentó, ante la sugerencia de Ayame de hacer el clon de Shukaku con su forma original. Lo último que le faltaba era que le saliese en forma de rana o algo así.
Respiró hondo. Cerró los ojos. No era tan difícil, podía hacerlo. Había hecho miles de clones a lo largo de su vida. Aquel tan solo pedía como requisito tirar del chakra de Shukaku. Como aquella vez cuando formó la bijūdama contra Bakudan. Sí, solo usando el chakra de él. Se llevó una mano al estómago, justo encima del sello. Aquello le ayudó a focalizar su energía mejor. Entonces realizó el sello, y…
¡Pluff!
Verle fue chocante. Datsue había visto innumerables veces clones propios, claro. Pero no era lo mismo. Ellos eran él. En cambio, ver a otro usando su cuerpo era… cuanto menos algo perturbador. Y más si ese alguien era Shukaku.
Esta vez, el clon había salido mucho mejor. Shukaku estaba frente a él, con el pelo suelto del color de la arena, los ojos dorados con un rombo estrellado como pupila con cuatro marcas redondas formando un cuadrado alrededor, y la esclerótica negra. Abría y cerraba las manos mientras contemplaba su cuerpo, y en su boca se dibujó una sonrisa. No la típica sonrisa de Datsue, pícara y zorruna. Era otra muy distinta. Más siniestra, más vil.
Shukaku tiró ligeramente del pantalón, como si quisiese que pasase algo de aire por allí, mientras miraba hacia abajo, y bufó.
—Pff… Mi cola es más grande.
Un segundo de incomprensión.
—Shu… ¿¡SHUKAKU QUÉ COÑO!? —exclamó Datsue, rojo de la vergüenza—. ¡No me toques los huevos, ¿eh?!
—¡JIA JIA JIA JIA! —Shukaku dio un paso hacia él y apoyó una mano sobre su hombro, mientras con la otra le propinaba tres palmadas en la cara. Uno podía decir que eran palmadas cariñosas, pero sonaron más fuerte que bofetadas. El rojo de la vergüenza pasó a ser rojo de ira. Pero Datsue, al contrario que antes, no dijo nada. No a su Padre—. Bien hecho, Hijo. Sabía que lo conseguirías. Solo necesitabas un pequeño empujoncito. ¡JAAAAJIAJIAJIAJIAJIA!
Entonces, miró a Daruu. Luego a Ayame.
—Me has dado un bonito regalo, kunoichi. A mí, el Gran Shukaku. Padre del Desierto. Dios del Fūinjutsu. ¡Que no se diga que no devuelvo los favores! ¡Acércate, y toma tu recompensa!
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Ayame no consiguió disimular la risa. Al menos no tan bien como él. Daruu temió por su vida, y más que tuvo que temer después, cuando, tras un éxito espectacular en la ejecución del Bijū Bunshin no Jutsu por parte de Datsue, Shukaku le ofreció un regalo como agradecimiento por enseñarle la técnica a su huésped.
Daruu sí que había reído cuando el Ichibi quizás había demostrado no ser tan mal tipo, lanzándole una bromita a Datsue. Dejó de hacerlo cuando le dio las palmadas en la cara. Y quedó mudo y blanco como la cera después.
Quiso advertir a Ayame. Pero una vez más, no tuvo cojones. Tragó saliva, y esperó que al menos Kokuō no permitiese a su hermano causarle daño con alguna jugarreta.
—Creo que es mejor que me centre en dominar una cosa primero —respondió Datsue, para decepción de Ayame.
«¡No voy a poder ver la verdadera forma de Shukaku!» Pensó, inflando los carrillos.
Pero le dejó hacer, y Datsue realizó un segundo intento. Cerró los ojos, concentrado, y entonces se llevó una mano al estómago justo antes de realizar el sello de la técnica.
¡Pluff!
En aquella ocasión, la nube de humo dio paso a algo muy diferente. Seguía siendo Datsue, al menos su silueta lo era, pero sus rasgos eran completamente diferentes. El cabello del color de la arena, los ojos dorados y brillantes como dos soles con la esclerótica negra y, desde luego, mucho más sano y vivo que antes. La imponente réplica abrió y cerró las manos mientras se contemplaba a sí mismo y sus labios se torcieron en una sonrisa. Pero no era la sonrisa picaresca y traviesa del Uchiha, sino una más torcida, más siniestra, más... sádica. Entonces se estiró de la goma del pantalón y las mejillas de Ayame se encendieron bruscamente.
—Pff… Mi cola es más grande —bufó Shukaku.
—Shu… ¿¡SHUKAKU QUÉ COÑO!? —exclamó Datsue, rojo de la vergüenza—. ¡No me toques los huevos, ¿eh?!
«Literalmente.» No pudo evitar completar Ayame para sí, muda de la impresión.
—¡JIA JIA JIA JIA! —Rio el Shukaku, dando un paso hacia su jinchūriki para apoyar la mano sobre su hombro. Con la otra le propinó tres palmadas en la cara. Tres palmadas que incluso parecían más potentes que el bofetón que le habían asestado los dos Amejines. Pero en aquella ocasión, Datsue no protestó. Se guardó la ira para sí—. Bien hecho, Hijo. Sabía que lo conseguirías. Solo necesitabas un pequeño empujoncito. ¡JAAAAJIAJIAJIAJIAJIA!
Shukaku se volvió hacia Daruu y Ayame, y la kunoichi tensó instintivamente todos los músculos del cuerpo cuando notó la mirada del bijū clavada sobre ella.
—Me has dado un bonito regalo, kunoichi. A mí, el Gran Shukaku. Padre del Desierto. Dios del Fūinjutsu. ¡Que no se diga que no devuelvo los favores! ¡Acércate, y toma tu recompensa!
«¿Padre del Fūinjutsu? No me gusta esto...»
—A... ¿A mí? —balbuceó, señalándose a sí misma.
Pero estaba claro que se refería a ella. Y el terror que sentía se veía eclipsado por un sentimiento aún mayor. Un sentimiento que podía ser tan peligroso como un bijū enfurecido: la curiosidad. Además, Ayame se había propuesto tiempo atrás conocer a los bijū, e intentar ser amiga de ellos. No podía forjar una relación de confianza, si la primera que dudaba era ella. Comenzó a acercarse a Shukaku con pasos tímidos, ignorante de que uno de sus ojos se había vuelto aguamarina y estaba clavado en Shukaku como una daga, clamando un mensaje que no necesitaba expresarse con palabras: «Cuidado con lo que haces, Hermano.»
—E... ¡Es un placer conocerte al fin, Shukaku! —dijo Ayame, inclinando el torso en una reverencia frente a él.
Shukaku no pudo sino ensanchar su sonrisa cuando vio a Kokuō reflejado en el ojo de Ayame. Oh, su hermana. Siempre tan seria. Siempre tan recia. Entonces, Ayame inclinó la cabeza en una delicada reverencia, y él no pudo evitar pensar que aquel sería un momento muy gracioso para cortarle la cabeza. ¡Así, de la nada, de sorpresa! Si es que tenía la posición perfecta, como el reo bajo la guillotina. ¡Solo necesitaba un corte delicado, pero seco, y estaría hecho! ¿Qué cara pondría Daruu al ver el chorro de sangre saliendo a propulsión del cuello de su amada? ¿Qué cara pondría Datsue al verle encharcado en carmesí? Oh, ¡sería tan gracioso verlo! ¡Tan divertido!
—¡JAAAJIAJIAJIAJIÁ! —rió solo de imaginárselo, y dio una palmada, como aplaudiéndola—. Veo que eres tan educada como Kokuō.
Era una lástima, pero mejor no hacerlo. Además, él siempre devolvía los favores. Buenos o malos, los devolvía multiplicado por dos. Así era él. El Gran Shukaku.
—Interesante luna —mencionó cuando ella se reincoporó, intrigado de pronto, tocando con la yema del dedo la luna decreciente que la kunoichi tenía en la frente. Bajó el dedo y…
… Y lo último que vieron de él fue una sonrisa tan enigmática como el reflejo de la luna llena sobre un oasis del desierto en una noche sin luna. Lo último, sí, antes de esfumarse en una nube del color de la arena con un sonoro: ¡pluff!
«¿Shukaku? Shukaku, ¿qué coño hiciste?»
«Tú ya lo sabes, Hijo. Le he dado mi regalo».
Y eso era todo lo que pensaba contarle a Datsue.
1 AO, enviada a AO-sama.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
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Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Y Ayame caminó hacia la boca del lobo. O del tanuki, en este caso. La risa del bijū erizó el cabello de Daruu más todavía, y seguro que quien le hubiese mirado hubiese detectado de inmediato el terror que exhudaba: la mueca, con los bordes de la boca torcidos hacia abajo, el ceño fruncido, las fosas nasales abiertas, la respiración agitada. Shukaku se fijó en la luna de Ayame, y Daruu temió todavía más. Se activó algo distinto en él, y el Hyūga vio a sus piernas levantarse, si bien temblorosas, sin que él quisiera hacerlo. En el fondo sabía que si tenía que defender a Ayame, lo haría ante quien fuese.
Pero el fūinjutsu era un arte tan traicionero como rápido. Eso fue lo que Daruu supuso que el bijū le había hecho. Al fin y al cabo, Kokuō, cuando utilizaba el Bijū Bunshin no Jutsu, utilizaba habilidades de Ayame también. Shukaku tocó la frente de Ayame con la yema del dedo y le dedicó una sonrisa cruel. Luego, desapareció. Sin más.
—¿Qué... qué le ha hecho? ¿¡Qué le ha hecho!? —exigió saber Daruu.
—¡JAAAJIAJIAJIAJIÁ! —la afilada carcajada de Shukaku le puso los pelos como escarpias, pero Ayame luchó por no retroceder y mantenerse lo más firme que fue capaz. «Confianza. Nunca dudar.» Esa era la clave. El bijū dio una sonora palmada—. Veo que eres tan educada como Kokuō.
—Eh... ¿Gracias...? —«¿Supongo?» Ayame no supo si debía tomarse aquellas palabras como un halago o como una burla hacia ella.
—Interesante luna —mencionó de golpe, y la kunoichi pegó un nuevo respingo como acto reflejo cuando el bijū alzó un dedo y su yema, áspera como las arenas del desierto, rozó su frente. Los labios de Shukaku volvieron a torcerse en una enigmática sonrisa...
Y entonces desapareció. Sin más. En una nueva nube de humo. Ayame parpadeó varias veces, genuinamente confundida.
—Q... ¿Qué...?
—¿Qué... qué le ha hecho? ¿¡Qué le ha hecho!? —exclamó Daruu, tras ella.
Y Ayame se llevó las manos a la frente, alarmada.
—¿Me ha hecho algo? ¿¡Qué me ha hecho!? —gritó a la desesperada, buscando la mirada de Datsue. En un abrir y cerrar de ojos se había dado la vuelta y se había arrodillado junto a las aguas del lago, buscando su reflejo en ellas, buscando comprobar si su luna seguía allí o si mostraba algo raro, algo diferente.
«El Padre del Desierto... El dios del Fūinjutsu...» Recordó, palideciendo de golpe.
Volvió a ponerse de pie y prácticamente se abalanzó sobre Datsue y le cogió por los hombros.
—¿¡Qué me ha hecho!? —repitió, aterrorizada, con lágrimas en los ojos—. Me... ¡Me ha sellado algo, verdad!? ¿Qué me ha sellado? ¿Una técnica? ¡Datsue, no puedes convertirme en una bomba de relojería humana!
Bolas de fuego lanzadas a traición, inofensivas transformaciones que casi acababan con su vida al provocar a la persona inadecuada... Ayame ya había tenido demasiadas malas experiencias con las técnicas secretas de sellado como para una vida entera. ¡No podía vivir con una bomba en su interior sin saber cómo, ni cuando, ni contra quién iba a estallar!
—¿Una técnica? ¡Datsue, no puedes convertirme en una bomba de relojería humana!
—¡Tranquilicémonos todos un poco! —pidió, alzando las manos en señal de tregua. No era capaz de articular dos palabras seguidas antes de que le bombardeasen con nuevas preguntas cuyas respuestas no tenía. Aunque se imaginaba algunas—. Estoy seguro de que no es nada malo. Sí, tenía toda la pinta que te selló una técnica —no iba a mentir en eso—, no sé cuál ni cuándo se activará, pero Shukaku es alguien de palabra. —Salvo cuando mentía. Todavía recordaba aquella vez en la que había seguido las mentiras de Yubiwa solo para que estallase contra Hanabi y Uzu—. Si dice que te iba a devolver el favor, es que es algo bueno. ¡De eso no tengo dudas!
«Pero, mamonazo, ¡¿qué mierda le sellaste?! No será nada para Yui, ¿verdad? O una locura del estilo».
«¡JAAAJIAJIAJIAJIAJIA! Oh, Datsue, es como si no me conocieses. ¿Dónde estaría la diversión si arruino de antemano la sorpresa? ¡Menudo bodrio sería! No, la técnica se activará cuando se tenga que activar, y vosotros lo sabréis cuando lo tengáis que saber».
«Vamos, ¡no me jodas! ¡Al menos cuéntamelo a mí! ¡Te prometo que no les contaré nada».
«Eres bueno mintiendo, Datsue. Es una cualidad que me gusta de ti. Pero recuerda con quién estás hablando. No cuela, ¡JIA JIA JIA!»
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—¿¡Cómoqueperoporquéperobuenoquédicesde QUÉ!? —balbuceó Daruu agitando mucho los brazos—. ¿¡Cómo que no sabes lo que ha sellado!? ¡Dile que te lo diga! ¡Que te lo diga ahora mismo!
Oh, qué valiente. Claro, con el bicho ya metido de nuevo dentro de Datsue todo el mundo habría sido valiente.
»Te juro que como sea algo malo, te busco y te mato, a ti y a Shukaku. Esta vez no habrá resurrecciones. ¡Aprendo fūinjutsu y te sello en el puto lago, eh!
—¡Tranquilicémonos todos un poco! —exclamó Datsue, alzando las manos, pero Ayame no le soltó, temerosa de que fuera a desaparecer en cualquier momento sin darle una explicación. Se esforzó por inspirar hondo por la nariz, intentando recobrar la compostura, pero sus ojos hablaban por ella. Y gritaban pura desesperación—. Estoy seguro de que no es nada malo. Sí, tenía toda la pinta que te selló una técnica. Si dice que te iba a devolver el favor, es que es algo bueno. ¡De eso no tengo dudas!
Ayame palideció de golpe al escucharlo. No había tratado de negarlo, él también estaba convencido de que Shukaku le había sellado una técnica. Y lo peor de todo era que ni él mismo conocía su naturaleza. Sus manos temblaron momentáneamente, pero al fin soltó al Uchiha y se apartó de él y de Daruu.
Su compañero seguía gritando, pero Ayame no era capaz de escucharle. Tenía la mirada perdida en el suelo, y su cabeza se negaba a dejar de darle vueltas al asunto. Un bijū le había sellado una técnica en su interior. Una técnica de la que no conocían su naturaleza. Una técnica que podía activarse en cualquier momento, contra cualquier persona. ¿Y si se activaba en el torneo? ¿Y si se activaba contra uno de los suyos? Y las posibilidades iban desde una inofensiva transformación hasta a un rayo láser destructor de aldeas. Terriblemente angustiada, Ayame se llevó una mano a la boca en un mudo sollozo.
«Kokuō... ¿Qué me ha hecho tu hermano...?»
«No puedo saberlo, Señorita... Pero no tiene más remedio que confiar en su palabra.»
A Datsue, al contrario que él, no le estaba haciendo ninguna gracia.
—Eso ha sido un golpe bajo —dijo, dolido, cuando Daruu amenazó con sellarle en un lago si aquel fūinjutsu resultaba ser negativo. Una amenaza de muerte era asumible, entraba dentro de lo que se decían día a día. Pero usar el ejemplo de Aiko era feo—. Escuchad, sé que no tenéis muy bueno recuerdo de mis fūinjutsus. Pero, hemos dejado todo eso atrás, ¿no?
»En el pasado me pedisteis que confiase en vosotros, en Kokuō, y que no dijese nada de que ahora estaba libre. Y yo lo hice, ¡incluso me callé ante Hanabi! —exclamó. Pese a que en el pasado había callado muchas cosas, desde principios de año pasado siempre había optado por ser muy transparente y abierto con el Uzukage. Ocultarle aquello por meses le había costado un montón. Le había hecho sentir culpable, como si de alguna manera le estuviese traicionando—. Ahora solo os pido que hagáis lo mismo. Shukaku y yo nos conocemos demasiado bien. No me va a decir qué hizo por mucho que insista, porque él es así, pero sé que no será nada malo.
Nada demasiado malo, al menos. Oh, dioses, al menos rezaba porque no lo fuese.
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Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
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¡Es verdad! ¡Puede que, sabiendo lo de Aiko, hubiera sido un golpe bajo! ¡Pero desde luego que iba a dar golpes, y más golpes todavía si Shukaku amenazaba el bienestar de Ayame, de él, de su familia y de Amegakure! Por la cabeza de Daruu iban sucediéndose imágenes cada vez más funestas: una bijūdama lanzada en un mal momento, otra broma a Yui...
Pero Datsue les lanzó de nuevo sus palabras amieladas a la cara, y aunque el Hyūga estaba reticente y se lanzó a abrir la boca varias veces para protestar, señalándole con el dedo, acabó por callarse y agachar la cabeza.
—Más te vale. Más le vale. Más... más os vale —cedió Daruu, derrotado.
»Kokuō parece confiar del todo en Ayame, pero conmigo todavía no se ha abierto —dijo, apretando los puños—. Temo que pase lo mismo con Shukaku y quiera divertirse un poco a nuestra costa. Nada más.
No. La verdad era que no tenían alternativa. Pero, al contrario que Daruu y Ayame, Kokuō sí conocía a su hermano. Sí conocía el especial gusto que tenía por la sangre, como también conocía su peculiar gusto sádico a la hora de lanzarse a un enfrentamiento y causar daño. El Gobi no podía saber qué le había hecho Shukaku a su jinchūriki, pero no podía evitar sentir cierto miedo al respecto. Y lo peor era que también sabía que su hermano podía llegar a ser tan críptico con sus misterios y secretos como las tumbas que estaban enterradas en las Pirámides de Sanbei.
—Escuchad, sé que no tenéis muy bueno recuerdo de mis fūinjutsus —intervino Datsue, intentando poner paz al asunto—. Pero, hemos dejado todo eso atrás, ¿no?
Ayame no pudo evitar dirigirle una mirada cargada de sarcasmo, con la ceja alzada, pero antes de que pudiera añadir nada al respecto, el Uchiha siguió empleando su lengua de plata.
—En el pasado me pedisteis que confiase en vosotros, en Kokuō, y que no dijese nada de que ahora estaba libre. Y yo lo hice, ¡incluso me callé ante Hanabi! —exclamó—. Ahora solo os pido que hagáis lo mismo. Shukaku y yo nos conocemos demasiado bien. No me va a decir qué hizo por mucho que insista, porque él es así, pero sé que no será nada malo.
La kunoichi no supo qué responder al respecto. Se quedó con la mirada clavada en el Uchiha, intentando ver a través de sus ojos cualquier mínimo atisbo de duda o de burla. No lo encontró. Y, nuevamente, tuvo que darse de bruces con la realidad: No tenía más remedio que confiar.
—Más... os vale... —Suspiró, cerrando los ojos y masajeándose el puente de la nariz.
Pero Ayame era una muchacha que no sabía vivir en la incógnita. Era algo que no sabía cómo llevar. Y sabía que aquella, precisamente aquella, le iba a costar más de un quebradero de cabeza y más de una pesadilla. Porque en cuanto su cabeza se pusiera a elucibrar con posibles opciones ante el tipo de técnica que podía tener sellada, y cómo y contra quién podría activarse...
—Kokuō parece confiar del todo en Ayame, pero conmigo todavía no se ha abierto —añadió Daruu, apretando los puños—. Temo que pase lo mismo con Shukaku y quiera divertirse un poco a nuestra costa. Nada más.
«En teoría no tendría razón alguna para estar en nuestra contra... ¿No...?» Al menos, eso era lo que Ayame quería creer.