8/07/2020, 01:34
Uzumaki Rasen estaba preparado para lo peor. Llevaba tiempo advirtiéndolo a los ninjas que le escoltaban: era inútil. Aquellos extraños visitantes le tenían como objetivo. ¿Antiguos partidarios de Zoku, quizás? Quién sabe. Quién sabría.
Sabía que iban a por él porque aquella mole podría haberla percibido desde más de cien metros. Y se acercaba. Siempre se acercaba. Se acercaba sin que nadie pudiera oponerle resistencia.
Por eso, aunque dio un brinco como sus escoltas cuando una pared se abrió y del fondo del pasillo vino la masa de fuego que significaría su final, él no tuvo miedo. Por eso, y porque al fin y al cabo, había sido shinobi, hacía muchos años. Oh, porque Rasen siempre había sido un hombre comprometido con su patria, con los suyos. Era, quizás, el más humilde de los Señores Feudales. Era, quizás, el hombre que menos se merecía aquél final.
Pero si el destino había dictado que sería allí y en ese preciso instante, lo recibiría con toda la dignidad que pudiese.
Se adelantó. Tigre, Dragón, Pájaro, Tigre.
—Katon: Shōbō-shi no Jutsu.
Rasen abrió los brazos y recibió al fuego como a un amigo. La técnica ancestral de Akimichi Daigo, el segundo Uzukage. Movió los brazos, dirigiendo la masa de fuego a su boca, que se transformaba en una masa de chakra de color azul. Aspiró y aspiró todo lo que pudo, con entereza. Pero sabía que era insuficiente. Al menos, en el último momento, los ANBU entendieron que era el final. Y trataron de huir.
Sólo trataron.
Rasen cerró los ojos, y la masa de fuego le engulló.
Los ninjas iniciados, que habían quedado rezagados, sintieron un fuerte ruido y un temblor que hizo empezar a desmoronarse las paredes y el techo. Pronto, sobre sus cabezas se precipitaron asientos... acompañados de víctimas de la tragedia.
Pero era demasiado tarde para pararse a ayudar. Porque si no se ayudaban a sí mismos...
Sabía que iban a por él porque aquella mole podría haberla percibido desde más de cien metros. Y se acercaba. Siempre se acercaba. Se acercaba sin que nadie pudiera oponerle resistencia.
Por eso, aunque dio un brinco como sus escoltas cuando una pared se abrió y del fondo del pasillo vino la masa de fuego que significaría su final, él no tuvo miedo. Por eso, y porque al fin y al cabo, había sido shinobi, hacía muchos años. Oh, porque Rasen siempre había sido un hombre comprometido con su patria, con los suyos. Era, quizás, el más humilde de los Señores Feudales. Era, quizás, el hombre que menos se merecía aquél final.
Pero si el destino había dictado que sería allí y en ese preciso instante, lo recibiría con toda la dignidad que pudiese.
Se adelantó. Tigre, Dragón, Pájaro, Tigre.
—Katon: Shōbō-shi no Jutsu.
Rasen abrió los brazos y recibió al fuego como a un amigo. La técnica ancestral de Akimichi Daigo, el segundo Uzukage. Movió los brazos, dirigiendo la masa de fuego a su boca, que se transformaba en una masa de chakra de color azul. Aspiró y aspiró todo lo que pudo, con entereza. Pero sabía que era insuficiente. Al menos, en el último momento, los ANBU entendieron que era el final. Y trataron de huir.
Sólo trataron.
Rasen cerró los ojos, y la masa de fuego le engulló.
Los ninjas iniciados, que habían quedado rezagados, sintieron un fuerte ruido y un temblor que hizo empezar a desmoronarse las paredes y el techo. Pronto, sobre sus cabezas se precipitaron asientos... acompañados de víctimas de la tragedia.
Pero era demasiado tarde para pararse a ayudar. Porque si no se ayudaban a sí mismos...
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