8/07/2020, 16:27
(Última modificación: 8/07/2020, 16:33 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—¿¡M- Mo- Moririkage-dono!? —preguntó un tembloroso muchacho de cabellos azabache y gafas. Un shinobi de Uzushiogakure que Kintsugi enseguida reconoció como uno de los participantes del Torneo de los Dojos. De hecho, si no recordaba mal, en la primera ronda se había enfrentado al Conejo Blanco—. Disculpe mi intromisión pero, ¿busca a aquel shinobi? —agregó, señalando una camilla cercana.
Sobre ella, reposaba inconsciente el shinobi de inconfundibles cabellos verdes: Tsukiyama Daigo. Pero ni siquiera tuvo tiempo de acercarse a él.
Un gutural rugido, que parecía salido del mismísimo Yomi, precedió a una violenta explosión que hizo que el estadio temblara de los pies a la cabeza. Ninguna roca fue lo suficientemente fuerte como para resistir el envite del dragón, y todo comenzó a desmoronarse entre violentos temblores.
—¡Agáchate! —Aquella era la segunda orden que Kintsugi le daba a un shinobi de Uzushiogakure.
La mujer se adelantó a toda velocidad y entendió los brazos sobre Takumi y Daigo antes de que las losas de piedra comenzaran a caer sobre ellos sin remedio. Ella no era más que un Kage Bunshin, si se arriesgaba a recibir un solo golpe les dejaría abandonados a su suerte. Por eso, sólo le quedaba un cometido. Desde la pared más cercana se extendió en horizontal un muro de roca y tierra que les cubrió desde arriba. Y la réplica de la Morikage repitió la acción de la real: apoyó sendas manos en el muro y los tatuajes de sus brazos brillaron en oro y se desparramaron sobre la roca, cubriendo cualquier fisura, fortaleciendo su defensa.
—En cuanto la situación se estabilice un poco, coge a Daigo y sácalo de aquí.
Aquella fue la última orden. Había gastado casi todo su chakra intentando protegerles del derrumbamiento que se les venía encima. Esperaba que fuese suficiente.
Sobre ella, reposaba inconsciente el shinobi de inconfundibles cabellos verdes: Tsukiyama Daigo. Pero ni siquiera tuvo tiempo de acercarse a él.
¡¡¡GRRROOOOOOOOOAAAAARRRRRRR!!!
¡¡¡BOOOOOOOOOOMMMMMM!!!
¡¡¡BOOOOOOOOOOMMMMMM!!!
Un gutural rugido, que parecía salido del mismísimo Yomi, precedió a una violenta explosión que hizo que el estadio temblara de los pies a la cabeza. Ninguna roca fue lo suficientemente fuerte como para resistir el envite del dragón, y todo comenzó a desmoronarse entre violentos temblores.
—¡Agáchate! —Aquella era la segunda orden que Kintsugi le daba a un shinobi de Uzushiogakure.
La mujer se adelantó a toda velocidad y entendió los brazos sobre Takumi y Daigo antes de que las losas de piedra comenzaran a caer sobre ellos sin remedio. Ella no era más que un Kage Bunshin, si se arriesgaba a recibir un solo golpe les dejaría abandonados a su suerte. Por eso, sólo le quedaba un cometido. Desde la pared más cercana se extendió en horizontal un muro de roca y tierra que les cubrió desde arriba. Y la réplica de la Morikage repitió la acción de la real: apoyó sendas manos en el muro y los tatuajes de sus brazos brillaron en oro y se desparramaron sobre la roca, cubriendo cualquier fisura, fortaleciendo su defensa.
—En cuanto la situación se estabilice un poco, coge a Daigo y sácalo de aquí.
Aquella fue la última orden. Había gastado casi todo su chakra intentando protegerles del derrumbamiento que se les venía encima. Esperaba que fuese suficiente.