7/09/2020, 23:47
—Dioses... esto ha cambiado muchísimo.
Shanise caminaba por las calles de Tanzaku Gai al lado de una de sus kunoichi de mayor confianza. La Gran Avenida Central de Tanzaku Gai parecía irreconocible, pero nadie podía decir que había visto tiempos mejores. El mercado de las especias estaba a pleno rendimiento. Carromatos cargados de mercancías iban de un lado para otro. Los samurai de Kaito Shōkai vigilaban los puestos con rondas periódicas, y les saludaban respetuosamente cuando pasaban. Algunas personas se quedaban mirándolas, pero Shanise dedujo que sería más bien por el respirador que adornaba su rostro. Quizás si ella hubiera sido Yui, alguien la habría reconocido. Pero era la nueva, y a decir verdad, eso no lo sabían ni Hanabi ni Kintsugi hasta que la Morikage descolgó el teléfono para llamarla y solicitar la reunión a tres. Quizás si vistiera con su atuendo de Kage se habría formado un revuelo a su alrededor, pero todos habían decidido presentarse de incógnito en aquella nueva tierra de la neutralidad.
La pacificación del País del Fuego, despojado de las bandas criminales tras la muerte del último Señor Feudal, había sido rápida. Shanise opinaba, sin embargo, que ahora Shōkai ya no podía considerarse neutral. Neutral, por ejemplo, se consideraba también Kintsugi. Cuando uno está a cargo de una nación o de una villa shinobi, deja de poder ser neutral. Si acaso, autarca.
Ahora Shanise y su kunoichi subían unas escaleras de piedra. Llegaban las primeras al templo, atravesando un enorme torii recién estrenado de color rojo. Situado enfrente del castillo, el templo se erigía con cuatro de estas puertas, una por cada punto cardinal. En el centro, varias mesas de madera robusta permitían a los ciudadanos sentarse para discutir sobre sus asuntos. El Templo del Diálogo, le llamaban.
Qué lugar tan apropiado para una nueva reunión de los Tres Grandes. Shanise esperaba, eso sí, que todos hicieran honor al nombre. Las mesas no eran muy grandes, así que estarían más cerca que nunca, casi como si estuvieran tomándose una jarra de hidromiel en el bar. Por un momento, se sintió culpable al reconocer interiormente que era una bendición que Yui no estuviera allí.
—¿Nerviosa? —preguntó a su acompañante.
Shanise caminaba por las calles de Tanzaku Gai al lado de una de sus kunoichi de mayor confianza. La Gran Avenida Central de Tanzaku Gai parecía irreconocible, pero nadie podía decir que había visto tiempos mejores. El mercado de las especias estaba a pleno rendimiento. Carromatos cargados de mercancías iban de un lado para otro. Los samurai de Kaito Shōkai vigilaban los puestos con rondas periódicas, y les saludaban respetuosamente cuando pasaban. Algunas personas se quedaban mirándolas, pero Shanise dedujo que sería más bien por el respirador que adornaba su rostro. Quizás si ella hubiera sido Yui, alguien la habría reconocido. Pero era la nueva, y a decir verdad, eso no lo sabían ni Hanabi ni Kintsugi hasta que la Morikage descolgó el teléfono para llamarla y solicitar la reunión a tres. Quizás si vistiera con su atuendo de Kage se habría formado un revuelo a su alrededor, pero todos habían decidido presentarse de incógnito en aquella nueva tierra de la neutralidad.
La pacificación del País del Fuego, despojado de las bandas criminales tras la muerte del último Señor Feudal, había sido rápida. Shanise opinaba, sin embargo, que ahora Shōkai ya no podía considerarse neutral. Neutral, por ejemplo, se consideraba también Kintsugi. Cuando uno está a cargo de una nación o de una villa shinobi, deja de poder ser neutral. Si acaso, autarca.
Ahora Shanise y su kunoichi subían unas escaleras de piedra. Llegaban las primeras al templo, atravesando un enorme torii recién estrenado de color rojo. Situado enfrente del castillo, el templo se erigía con cuatro de estas puertas, una por cada punto cardinal. En el centro, varias mesas de madera robusta permitían a los ciudadanos sentarse para discutir sobre sus asuntos. El Templo del Diálogo, le llamaban.
Qué lugar tan apropiado para una nueva reunión de los Tres Grandes. Shanise esperaba, eso sí, que todos hicieran honor al nombre. Las mesas no eran muy grandes, así que estarían más cerca que nunca, casi como si estuvieran tomándose una jarra de hidromiel en el bar. Por un momento, se sintió culpable al reconocer interiormente que era una bendición que Yui no estuviera allí.
—¿Nerviosa? —preguntó a su acompañante.