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—Dioses... esto ha cambiado muchísimo.
Shanise caminaba por las calles de Tanzaku Gai al lado de una de sus kunoichi de mayor confianza. La Gran Avenida Central de Tanzaku Gai parecía irreconocible, pero nadie podía decir que había visto tiempos mejores. El mercado de las especias estaba a pleno rendimiento. Carromatos cargados de mercancías iban de un lado para otro. Los samurai de Kaito Shōkai vigilaban los puestos con rondas periódicas, y les saludaban respetuosamente cuando pasaban. Algunas personas se quedaban mirándolas, pero Shanise dedujo que sería más bien por el respirador que adornaba su rostro. Quizás si ella hubiera sido Yui, alguien la habría reconocido. Pero era la nueva, y a decir verdad, eso no lo sabían ni Hanabi ni Kintsugi hasta que la Morikage descolgó el teléfono para llamarla y solicitar la reunión a tres. Quizás si vistiera con su atuendo de Kage se habría formado un revuelo a su alrededor, pero todos habían decidido presentarse de incógnito en aquella nueva tierra de la neutralidad.
La pacificación del País del Fuego, despojado de las bandas criminales tras la muerte del último Señor Feudal, había sido rápida. Shanise opinaba, sin embargo, que ahora Shōkai ya no podía considerarse neutral. Neutral, por ejemplo, se consideraba también Kintsugi. Cuando uno está a cargo de una nación o de una villa shinobi, deja de poder ser neutral. Si acaso, autarca.
Ahora Shanise y su kunoichi subían unas escaleras de piedra. Llegaban las primeras al templo, atravesando un enorme torii recién estrenado de color rojo. Situado enfrente del castillo, el templo se erigía con cuatro de estas puertas, una por cada punto cardinal. En el centro, varias mesas de madera robusta permitían a los ciudadanos sentarse para discutir sobre sus asuntos. El Templo del Diálogo, le llamaban.
Qué lugar tan apropiado para una nueva reunión de los Tres Grandes. Shanise esperaba, eso sí, que todos hicieran honor al nombre. Las mesas no eran muy grandes, así que estarían más cerca que nunca, casi como si estuvieran tomándose una jarra de hidromiel en el bar. Por un momento, se sintió culpable al reconocer interiormente que era una bendición que Yui no estuviera allí.
—¿Nerviosa? —preguntó a su acompañante.
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Tal y como afirmaba Shanise, las cosas habían cambiado mucho en Tanzaku Gai. La capital del País del Fuego estaba prácticamente irreconocible después del ascenso al poder del Jūchin del Valle de los Dojos, tras el ataque de Dragón Rojo y el asesinato del anterior Daimyō. Aunque, a opinión de Ayame, el cambio desde luego había sido a mejor: en la Gran Avenida Central ya no se veían casinos ni lugares de ocio dedicados a las apuestas, ni mucho menos locales dedicados a la explotación sexual. En su lugar, mercados de especias a pleno rendimiento, por la calzada carromatos cargados hasta los topes de mercancías iban de aquí para allá, y en las calles los samurais velaban por guardar el honor, el orden y la paz recién instaurados.
Y no era la única que lo había notado:
—Dioses... esto ha cambiado muchísimo —comentó Shanise, junto a ella.
—A mejor —opinió Ayame, asintiendo.
«Espero que la Cafetería Tété siga abierta...» Meditaba Ayame para sus adentros.
En algún momento de la travesía, los ojos de Ayame se vieron inevitablemente atraídos por una serie de carteles colgados en cualquier superficie vertical: "¡Música maestro!", rezaban. Y Ayame desvió la mirada automáticamente, con las mejillas encendidas.
Comenzaron a ascender una serie de escalones tallados en la piedra. Al final, el Templo del Diálogo se alzaba frente a sus ojos, pero los de Ayame se desviaron hacia el enorme arco torii de brillante color rojo que tuvieron que atravesar para acceder a él. El templo tenía un total de cuatro puertas, una por cada punto cardinal, y dentro de él había varias mesas de madera.
—¿Nerviosa? —le preguntó Shanise.
Y Ayame no pudo sino torcer el gesto ligeramente.
—Te mentiría si te respondiera que no —admitió, con una risilla nerviosa. Tuvo que contener las ganas de abrazarse el estómago, revuelto por aquel enredo de nervios.
Era la primera vez que se iba a alzar frente a los tres Kage. Era la primera vez que iba a verlos al mismo tiempo, tan de cerca. Era la primera vez que iba a escucharlos discutir: la Tormenta, contra el Bosque y contra los Remolinos. Pero, sobre todo, era la primera vez que iba a tener que soportar el escrutinio de Aburame Kintsugi.
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Aburame Kintsugi fue la segunda en llegar al Templo del Silencio. Al igual que Shanise, había optado por la discreción, y por ello no llevaba su habitual atuendo como Morikage. En aquella ocasión vestía con un kimono de mangas largas y color verde, adornado con estampados de mariposas que parecían aletear con cada paso que daba. La última de ellas ocultaba la mitad superior de su rostro: una mariposa blanca. Puede que hubiese renunciado a su atuendo como Morikage, pero no estaba dispuesta a renunciar al antifaz. Cubriendo parte de su cabeza llevaba una suerte de pañuelo, adoptando la improvisada forma de una capucha, pero sus cabellos azulados resbalaban por encima de su hombro, recogidos en una coleta. Junto a ella caminaba Hana, aunque ella no había tenido que variar demasiado su vestuario ya que solía llevar furisodes como el de aquel día. Esta vez, con estampados de rosas.
Kintsugi se plantó frente a Shanise y, detrás de ella, Hana las saludó en silencio con una respetuosa inclinación de cabeza. Sus ojos se desviaron inevitablamente hacia Ayame, pero si le molestaba su presencia o si el odio brotó como brasas en su pecho jamás llegó a expresarse en su rostro. Su gesto no reflejaba más que la más absoluta indiferencia, hasta que volvió a concentrarse en Shanise.
—Así que es cierto... Yui-dono ha delegado en ti su sombrero —comentó—. En ese caso, es mi deber presentarte mis respetos, Godaime Arashikage —añadió, inclinando la cabeza—. Parece que... ha llegado la hora de la nueva generación.
Sarutobi Hanabi había sido el sucesor de Uzumaki Shiona com Uzukage (tras varios gobiernos fugaces de otros varios, cabía decir), Aburame Kintsugi había sido la sucesora de Moyashi Kenzou tras su asesinato... Y ahora, con la marcha de Amekoro Yui y el ascenso de Hōzuki Shanise al poder, había terminado una era. Una era que ahora era suya.
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Dos individuos cruzaban la capital del País del Fuego como dos turistas más. Ataviados con una fina capa de viaje oscura, con capuchas que le cubrían la cabeza, se paraban cada dos por tres frente a algún establecimiento o puesto en el mercado.
— Es increíble lo rápido que pasa todo. —¿Seguiría en pie el famoso bar de las kimadas? Sintió una punzada en el pecho al imaginarse que no— . Nos hacemos viejos, amigo. Nos hacemos viejos a una velocidad endiablada.
— Eh, ¡habla por ti! —exclamó Katsudon— . Que me sacas unas cuántas décadas. Yo todavía estoy en el punto óptimo de maduración, como el queso curado cuando empieza a desarrollar sus primeros hongos azules.
Hanabi no pudo evitar reírse.
— Ya te llegará la hora. Todavía recuerdo como si fuese ayer mis primeras misiones con Shiona, Raimyogan y tu padre. Recuerdo que pensaba que aquello duraría eternamente —pensó, con cierta melancolía. Eso le hizo acordarse de una anécdota muy divertida que tenía olvidada— . Oye, ¿te conté la vez en que tu padre…?
• • •
Hanabi y Katsudon se adentraron en el Templo del Diálogo por la entrada este. Caminaron con la tranquilidad de quien ya ha estado en varias reuniones que decidieron el rumbo de todo Ōnindo y saben que ponerse nerviosos o atiborrarse a pastillas tranquilizantes no sirve de nada.
Al llegar frente a la mesa donde ya había reunida varias personas, se quitaron la capucha de la capa de viaje. Aquel simple movimiento, más luego acomodarse la larga cabellera rubia sobre su espalda, reveló un detalle importante sobre el Uzukage. Su mano derecha…
…no era de carne y hueso, sino de madera y acero.
— Disculpen la tardanza. Nos hemos entretenido un poco con las nuevas vistas que regala Tanzaku Gai —dijo, esbozando una breve sonrisa— . Shanise-dono, enhorabuena por su nuevo cargo —dijo, con una pequeña reverencia de cabeza. Todavía recordaba aquellos tiempos en los que hubiese preferido hablar con ella y no con Yui de temas políticos. Luego resultó que con Yui se entendía mejor, bastante mejor, de lo que nadie ni él mismo se hubiese imaginado. ¿La echaría de menos ahora? Al menos para tomarse unas kimadas tras la reunión, seguro que sí— . Ayame-san, qué bueno verte por aquí. Kintsugi-dono, Hana-san, me alegro de volver a veros. —dijo, inclinando la cabeza según se dirigía a ellas a modo de saludo.
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—Te mentiría si te respondiera que no.
Shanise le respondió con una sonrisa, perceptible tan sólo si uno se fijaba en los bordes de sus párpados. Entonces se dio cuenta de la presencia de alguien más. Tan silenciosa como un fantasma, como siempre, allí estaba Aburame Kintsugi. Vestida de forma humilde, pero sin renunciar a sus características máscaras con forma de mariposa. Esta vez era blanca. La subordinada de la Morikage les saludó con una inclinación de cabeza. Shanise, por deferencia, devolvió el saludo a ambas.
—Así que es cierto... Yui-dono ha delegado en ti su sombrero —comentó Kintsugi—. En ese caso, es mi deber presentarte mis respetos, Godaime Arashikage —añadió, inclinando la cabeza—. Parece que... ha llegado la hora de la nueva generación.
Shanise cerró los ojos, dejó escapar un suspiro y negó con la cabeza.
—Es un honor para mí tu reconocimiento, Kintsugi-dono. Ojalá la nueva generación hubiera llegado para todos como ha llegado la mía —contestó con sinceridad—. Esos tres tenían sus diferencias, pero también nexos que les unieron y que hicieron de Oonindo un lugar mucho mejor. —Extendió el brazo y señaló una de las mesas—. Esperemos a Hanabi-dono. —Se adelantó y tomó asiento, señalándole a Ayame el hueco que había a su derecha.
El Uzukage no tardó en hacer acto de aparición, acompañado de Akimichi Katsudon, su fiel amigo y jōnin de confianza. Shanise respondió a sus felicitaciones con una inclinación de cabeza. Hanabi era tan buen diplomático como siempre. «Y ahora ya no tengo que desviar tus simpatías con Yuyu hacia otra parte, cabrón. Aún me acuerdo cómo os mirábais.» La Arashikage entrecerró los ojos durante un imperceptible instante.
—Como le decía a Kintsugi, es un honor sentarme entre nosotros. Si no me equivoco, fue Kintsugi-dono quien solicitó la reunión, pero antes me gustaría advertir de algo.
»Fuera de Amegakure, todo el mundo cree que Yui es la Señora Feudal. El cargo de Tormenta es un secreto, por ahora. Menos para vosotros y para los nuestros. Tenemos nuestras razones.
»Podemos comenzar.
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Silenciosa como el vuelo de una mariposa, Aburame Kintsugi hizo acto de aparición entonces, acompañada de una mujer que Ayame no había visto hasta ahora: Era hermosa, muy hermosa. Tenía el cabello corto y de un vivo color rojo como el fuego, y todo su ser desprendía ese aire de elegancia que sólo había visto en aristócratas y nobles. Caminaba con los ojos cerrados, o al menos esa impresión le dio a ella porque no parecía tener ningún tipo de problema para sortear los obstáculos.
«Debe ser su mano derecha... como yo.» Supuso la nerviosa kunoichi.
Ayame inclinó el cuerpo en una respetuosa reverencia frente a las dos mujeres de Kusagakure, pero la Morikage apenas posó los ojos sobre ella antes de volverse hacia Shanise con absoluta indiferencia.
—Así que es cierto... Yui-dono ha delegado en ti su sombrero —comentó—. En ese caso, es mi deber presentarte mis respetos, Godaime Arashikage —añadió, inclinando la cabeza—. Parece que... ha llegado la hora de la nueva generación.
—Es un honor para mí tu reconocimiento, Kintsugi-dono —respondió Shanise, tras un largo suspiro—. Ojalá la nueva generación hubiera llegado para todos como ha llegado la mía. Esos tres tenían sus diferencias, pero también nexos que les unieron y que hicieron de Ōnindo un lugar mucho mejor. —Extendió el brazo y señaló una de las mesas—. Esperemos a Hanabi-dono.
Ayame se dispuso a aguardar tras el asiento ocupado por la nueva Arashikage, pero ella le señaló un hueco a su derecha.
«¿Está bien que me siente yo... aquí?» No pudo evitar preguntarse, con las mejillas encendidas. Como se había temido al poner el primer pie allí, se sentía como una pequeña hormiguita entre los pies de gigantes. Ayame miró de reojo a la acompañante de Kintsugi. ¿Se sentiría ella igual?
Dos personas encapuchadas irrumpieron en el Templo del Diálogo. El Uzukage no tardó mucho más en llegar, acompañado por un hombre que, dada su corpulencia, bien podía valer por dos más. O quizás cuatro. Tenía el pelo corto y oscuro y cierto aire bonachón. Ayame no recordaba si lo había visto anteriormente, pero se le antojaba algo familiar. ¿Sería un déjà vū? Se preguntó, rascándose la mejilla con el dedo índice.
No tuvo mucho tiempo para pensar en ello, pues sus ojos repararon en algo que la hizo palidecer de golpe.
—S... su brazo... —Se escapó de sus temblorosos labios, sin poder evitarlo. Sus ojos estaban fijos en aquellas articulaciones de madera y metal, pero su mente había volado lejos de allí, al oeste.
—Disculpen la tardanza. Nos hemos entretenido un poco con las nuevas vistas que regala Tanzaku Gai. —Se excusó el Uzukage, con una breve sonrisa—. Shanise-dono, enhorabuena por su nuevo cargo —le dijo a Shanise, inclinando ligeramente la cabeza. Y entonces, para sorpresa de Ayame, se volvió hacia ella—. Ayame-san, qué bueno verte por aquí.
Ayame se levantó como un resorte y llena de torpeza, inclinó el cuerpo en una reverencia que casi le hace estamparse la cabeza contra el tablero de la mesa.
—U... Uzukage-dono, el placer es mío —respondió, antes de volver a sentarse con la misma torpeza que antes.
—Kintsugi-dono, Hana-san, me alegro de volver a veros.
—Como le decía a Kintsugi —intervino entonces Shanise—, es un honor sentarme entre nosotros. Si no me equivoco, fue Kintsugi-dono quien solicitó la reunión, pero antes me gustaría advertir de algo. Fuera de Amegakure, todo el mundo cree que Yui es la Señora Feudal. El cargo de Tormenta es un secreto, por ahora. Menos para vosotros y para los nuestros. Tenemos nuestras razones. Podemos comenzar.
Y entonces, con los tres Gigantes protagonistas, la tercera reunión de Kage dio comienzo.
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Con una última respuesta de la nueva Arashikage, las cuatro mujeres presentes tomaron asiento. Kintsugi y Hana tomaron asientos opuestos a la posición de Shanise y Ayame, respectivamente. Afortunadamente, nadie tuvo que romper el hielo en el tenso silencio que se formó entonces, pues el Uzukage no tardó en aparecer, acompañado de su inseparable jōnin.
—Disculpen la tardanza. Nos hemos entretenido un poco con las nuevas vistas que regala Tanzaku Gai —se excusó, y Kintsugi le regaló una inclinación de cabeza, indulgente—. Shanise-dono, enhorabuena por su nuevo cargo —se refirió en primer lugar hacia la Arashikage, antes de volverse hacia su acompañante—: Ayame-san, qué bueno verte por aquí.
La torpe muchacha se reincorporó de golpe, con una brusca inclinación, antes de regresar a su sitio con las mejillas encendidas.
—Kintsugi-dono, Hana-san, me alegro de volver a veros.
—El placer es nuestro, Uzukage-dono —respondió Kintsugi. Hana, junto a ella, se limitó a inclinar la cabeza.
—Como le decía a Kintsugi, es un honor sentarme entre nosotros —intervino Shanise entonces—. Si no me equivoco, fue Kintsugi-dono quien solicitó la reunión, pero antes me gustaría advertir de algo. Fuera de Amegakure, todo el mundo cree que Yui es la Señora Feudal. El cargo de Tormenta es un secreto, por ahora. Menos para vosotros y para los nuestros. Tenemos nuestras razones.
—Muy bien. Se mantendrá en secreto entonces —concedió Kintsugi. Después de todo, Kusagakure no ganaba nada revelando algo así.
—Podemos comenzar.
La Morikage apoyó sendas manos sobre la mesa, bien a la vista de todos. En aquella ocasión no habría trucos ni sorpresas, y así lo hizo saber con aquel simple gesto. Después, miró a todos los presentes a través de su antifaz. ¿Por dónde comenzar? Sus ojos se detuvieron momentáneamente en Hanabi, pero en el último momento decidió que aquel tema podría esperar. Al menos un poco más.
—Ha quedado claro que Dragón Rojo se ha convertido en un enemigo para las tres aldeas —pronunció, tomando como impulso el tema de aquella organización criminal. Miró a Shanise, después miró a Hanabi, e inclinó la cabeza—. Debo pediros disculpas. Me equivoqué. Creí que Kusagakure y el País del Bosque quedaban aparte de las intenciones de Dragón Rojo, pero después de ese ataque coordinado en el Valle de los Dojos ha quedado claro que no es así —La Morikage volvió a levantar la barbilla—. Es mi deber velar por la seguridad de mi aldea. Por eso, Arashikage-dono, Uzukage-dono, pueden contar con nosotros al respecto de este tema. Sobre todo contra unos enemigos como los que vimos en el estadio. Amegakure y Uzushiogakure han tenido shinobi exiliados en esa banda, por lo que presupongo que tenéis más información sobre ellos que yo. Por eso también me gustaría pediros que compartiéseis dicha información.
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Si el Uzukage oyó el murmullo de Ayame cuando esta se dio cuenta que había perdido el brazo, nada hizo por demostrarlo. Nada salvo, si acaso, esbozar una media sonrisa tan breve como la llama de un mechero encendido en medio de un vendaval.
Hechas las presentaciones, Shanise no tardó en pedirles discreción sobre el nuevo cargo de Yui. Hanabi podía llegar a imaginarse los motivos. Después de todo, Dragón Rojo acababa de matar a más de media docena de Daimyōs. Mantener en secreto su verdadero cargo —y la ubicación que traía con ello—, no solo era una manera de protegerla, sino de quizá plantar un anzuelo. Ah, conociendo a Yui ese quizá debía ser más bien un: con toda seguridad.
—Muy bien. Se mantendrá en secreto entonces.
—No saldrá de aquí —le aseguró entonces él.
Y así, la reunión para una nueva era dio comienzo. Kintsugi no tardó en ir al grano, señalando uno de los principales problemas para la estabilidad y paz de Ōnindo: Dragón Rojo.
—Por desgracia solo dispongo de la información de un par de miembros. Como ya saben, uno de los más peligrosos, me duele decirlo, fue uno de mis mejores shinobis en su día: Uchiha Akame. Capaz de teletransportarse a cualquier sitio que haya visto, entre otras cosas —añadió, mirando fugazmente su mano de madera—. Que yo sepa, hasta ahora la organización se esconde hábilmente entre la niebla del País del Agua, y no me extrañaría que estuviesen compinchados con Umigarasu. Además, está la parte del tatuaje que lava cerebros —intercambió una mirada con Shanise. Cuando Yui le había hablado sobre aquel sello que controlaba mentes, Kintsugi no se encontraba presente. Había abandonado la reunión minutos antes, tras no encontrar un punto de acuerdo en el tema de los jinchūrikis—. No sabemos si es algo que emplean en todos sus miembros o solo para controlar a unos pocos, pero algo me hace pensar que Akame también podría estar bajo su influjo. —Amegakure le había confirmado que el infame Uchiha Akame todavía no tenía dicho sello cuando se coló en su villa para asesinar a Hōzuki Chokichi. Todavía no había recibido el informe completo del reporte de Kaido, y desconocía el resto de la historia. Esperaba que Shanise pudiese dar más información al respecto. No obstante, había un detalle que había pasado por alto. Un detalle del que no se había dado cuenta hasta tiempo más tarde—. Es eso, o decidió perdonarle la vida al asesino de su amada.
Uchiha Zaide. No lo había reconocido el día del torneo. No, claro que no, ¿cómo iba a hacerlo? Tras perder litros y litros de sangre, con el brazo hecho un amasijo de carne putrefacta y sosteniéndose en pie a base de pura voluntad y los generosos hombros de Sasaki Reiji, bien podía dar gracias de que sus ojos hubiesen enfocado en aquel desgraciado.
Pero luego había recordado. Aquel nombre le sonaba mucho. Era…
—Uchiha Zaide. Lo teníamos en el Libro Bingo desde hace tiempo. Concretamente, a finales del año 217, secuestró a Uchiha Datsue y a una kunoichi llamada Koko. Pidieron un rescate por ella a la familia de la joven. Os pasaré un informe más completo, pero resumidamente, la historia acabó con que la kunoichi y su hermana murieron. Esa kunoichi era la novia de Akame.
Por supuesto, aquello era solo el principio.
—El caso es que aquella fue la primera vez que oí hablar no solo de Uchiha Zaide, sino de Dragón Rojo. Al parecer Zaide, por aquel entonces, tenía su propia banda, diezmada por el propio Dragón Rojo. Datsue pudo descubrirlo en su encierro. Zaide y los suyos habían cometido una especie de traición a Dragón Rojo y apenas quedaban tres supervivientes que trataban de esconderse por el País de la Tierra.
Suspiró.
—Y ahora Zaide es, qué, ¿de perseguido a uno de los líderes de la organización? ¿Y Akame su compañero? No me extraña que la organización haga uso de ese fūinjutsu maldito, o ahí se sacarían los ojos entre ellos y nos harían casi todo el trabajo.
»Respecto al resto, me temo que no dispongo de más información —miró a Shanise. Esperaba que Kaido les hubiese inundado con datos nuevos.
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Kintsugi tomó la iniciativa en la reunión. Bajo la máscara, Shanise sonrió. Al menos, parecía dispuesta a colaborar con uno de los problemas más acuciantes que tenían las Grandes Aldeas. Y no era para menos: su Señor Feudal era el único que había conseguido salir ileso. Puede que el primer nuevo objetivo de Dragón Rojo fuese, precisamente, aquél viejo malhumorado.
Hanabi intervino para contar lo que sabían de su propio shinobi, Uchiha Akame, y de su habilidad para teletransportarse a voluntad. «Sí, es lo que utilizaron, probablemente, para aparecer en el estadio.» Lo que no sabían eran los límites de su habilidad, hasta hace poco, claro.
Nueva fue también, sin embargo, la información relativa a Uchiha Zaide.
—Uchiha Zaide cumplió, simplemente, lo que sospecho que persiguió durante toda la vida: matar al Señor Feudal del País de la Tormenta —dijo Shanise—. Lo que no sé es si siempre ha perseguido ese ideal revolucionario, o simplemente es cosa de ahora. Pero Zaide es el criminal cuya cabeza tiene el más alto precio de nuestro Libro Bingo. Ya trató de acabar con Jinzaemon hace años.
»Y al respecto de la información sobre Dragón Rojo: Umikiba Kaido nos dio un informe detalladísimo sobre la organización, sus movimientos, guaridas... Ayame, por favor. Las copias.
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Ayame se mantenía en absoluto silencio, escuchando con suma atención y estudiando a todos los asistentes conforme pedían el turno de palabra. La Morikage solicitó información sobre Dragón Rojo. Al parecer, no le había prestado la debida importancia al no haber contado con shinobi exiliados dentro de esa organización y al haber creído que no llegaría a salpicar a sus tierras de ninguna manera.
«Grave error subestimarlos.» Opinó Ayame para sus adentros, sombría.
Hanabi intervino entonces. Pero cuando habló, los ojos de Ayame no pudieron evitar la tentación de volver a recaer en su brazo artificial. El Uzukage proveyó de detalles sobre lo que él conocía sobre la organización, sobre todo desde el foco de Uchiha Akame. Aparentemente, se sospechaba que Dragón Rojo se escondía ahora en el País del Agua, quizás bajo las alas de Umigarasu. También informó a la Morikage acerca del sello a modo de tatuaje que lavaba el cerebro de sus integrantes. Y entonces llegaron nuevos datos que ni siquiera Ayame conocía:
—Es eso, o decidió perdonarle la vida al asesino de su amada.
«¿Uh?» Aquellas palabras terminaron de atraer toda su atención.
—Uchiha Zaide. Lo teníamos en el Libro Bingo desde hace tiempo. Concretamente, a finales del año 217, secuestró a Uchiha Datsue y a una kunoichi llamada Koko. Pidieron un rescate por ella a la familia de la joven. Os pasaré un informe más completo, pero resumidamente, la historia acabó con que la kunoichi y su hermana murieron. Esa kunoichi era la novia de Akame. El caso es que aquella fue la primera vez que oí hablar no solo de Uchiha Zaide, sino de Dragón Rojo. Al parecer Zaide, por aquel entonces, tenía su propia banda, diezmada por el propio Dragón Rojo. Datsue pudo descubrirlo en su encierro. Zaide y los suyos habían cometido una especie de traición a Dragón Rojo y apenas quedaban tres supervivientes que trataban de esconderse por el País de la Tierra —Hanabi suspiró—. Y ahora Zaide es, qué, ¿de perseguido a uno de los líderes de la organización? ¿Y Akame su compañero? No me extraña que la organización haga uso de ese fūinjutsu maldito, o ahí se sacarían los ojos entre ellos y nos harían casi todo el trabajo. Respecto al resto, me temo que no dispongo de más información.
Ayame, confundida, se rascó la mejilla con el dedo índice.
«Ese Uchiha Zaide era un traidor a Dragón Rojo, ¿y ahora está entre ellos como si nada?» Se preguntaba. Ella no había llegado a verle en el estadio del Valle de los Dojos, pero por lo que estaba diciendo Hanabi... «¿Y Akame tolera su presencia aún después de que asesinara a su pareja? No tiene sentido. Ningún sentido. A no ser que ese tatuaje les haya lavado el cerebro a ambos hasta ese punto...»
—Uchiha Zaide cumplió, simplemente, lo que sospecho que persiguió durante toda la vida: matar al Señor Feudal del País de la Tormenta —intervino Shanise entonces.
«Fue él... fue él el que... ¿El que mató al hermano de Yui-sama?» Pensó Ayame con los ojos abiertos como platos.
—Lo que no sé es si siempre ha perseguido ese ideal revolucionario, o simplemente es cosa de ahora. Pero Zaide es el criminal cuya cabeza tiene el más alto precio de nuestro Libro Bingo. Ya trató de acabar con Jinzaemon hace años. Y al respecto de la información sobre Dragón Rojo: Umikiba Kaido nos dio un informe detalladísimo sobre la organización, sus movimientos, guaridas... Ayame, por favor. Las copias.
—¿Eh? ¡Ah! Ah, sí... —Ayame, que había pegado un brinco en el sitio al verse interpelada, rebuscó en el interior de su mochila de viaje. Del interior sacó dos carpetas cuidadosamente encuadernadas y se las tendió tanto al Uzukage como a la Morikage. Aunque fue Hana quien recibió su parte por ella. Ayame regresó a su sitio y, tras juguetear unos instantes con sus dedos, dubitativa, habló con cierta timidez—: Si se me permite añadir algo al respecto... Dragón Rojo tiene fábricas de distribución de omoide repartidas por ahí. Morikage-dono, es probable que también haya alguna escondida en el País del Bosque. Suelen estar ocultas bajo otra fachada: la que yo descubrí en Coladragón parecía ser una fábrica de pescado, pero utilizaban esos peces para esconder los alijos de droga.
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20/09/2020, 15:10
(Última modificación: 20/09/2020, 15:16 por Aotsuki Ayame. Editado 2 veces en total.)
Aburame Kintsugi se anotó mentalmente todos los detalles proporcionados por Hanabi. No era mucha información, pero cualquier mínimo dato adicional era una hormiga más que podía incorporar a sus filas.
«Posiblemente escondidos en el País del Agua, posiblemente bajo el amparo de Umigarasu...» La Morikage se llevó una mano al mentón, pensativa.
—Ahora que mencionas a Umigarasu, no recuerdo verle en el estadio —mencionó—. Es curioso, muy curioso. Han atentado contra las vidas de todos los demás señores feudales, mientras es posible que estén bajo el amparo de uno de ellos.
El tatuaje a modo de sello capaz de lavar la mente de una persona era otro dato muy importante a tener en cuenta. Si no quería que ninguno de sus shinobi terminara precisamente como Uchiha Akame o Umikiba Kaido, sería conveniente tenerles advertidos al respecto para que, como mínimo, se guardaran de cruzarse con nadie con el tatuaje de un dragón.
El dossier de información se completó con Uchiha Zaide, uno de los insectos gordos que aparecieron en el estadio. Kintsugi lo recordaba muy bien, a él y a su águila. Desde luego, era otro enemigo a tener en cuenta. Sobre todo cuando el Daimyō de su país era, precisamente, el único superviviente de aquella masacre.
Shanise le solicitó entonces a su pequeña mascota que les entregara un informe. Kintsugi no dijo nada al respecto, ni siquiera miró a la jinchūriki que se acercaba. Sin embargo, con un simple gesto de su mano, Hana se levantó de golpe de su asiento y fue ella quien tomó la copia que le correspondía para después entregársela a la Morikage. Ella abrió la carpeta y dio una rápida ojeada a los documentos.
Pero, la mensajera se atrevió a hablar entonces.
Aquella fue la primera vez que Kintsugi la miró, y lo hizo como si estuviese observando una insecto repugnante retorcerse en una tela de araña.
—Lo tendremos en cuenta —le respondió, con cierta sequedad, antes de volverse hacia los dos Kage—: Os agradezco vuestra colaboración, Uzukage, Arashikage —correspondió, con una inclinación de cabeza—. Guardaremos esta información a buen recaudo y la utilizaremos de la mejor manera posible. En lo concerniente a Dragón Rojo, ambos tenéis la plena disposición de Kusagakure y del País del Bosque.
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Hanabi tomó la carpeta que le tendía Ayame con la mano buena —esto es, con su mano de carne y hueso—, y no pudo evitar echarle una rápida ojeada a las últimas páginas, donde normalmente solía dejarse la chicha. No pudo entretenerse demasiado, sin embargo, y dejó la carpeta a cargo de Katsudon para poder centrarse debidamente en Kintsugi.
—Gracias —dijo, ante la oferta de la Morikage de colaborar contra Dragón Rojo—. No cabe duda de que cualquier fisura entre nosotros la aprovecharán. Debemos colaborar más que nunca si queremos acabar con ellos. Claro que para eso antes habrá que encontrarles…
Suspiró. Ah, ¡qué complicado todo! Si al menos Kaido supiese donde iban a esconderse… Claro que, de hacerlo, ellos ya habrían cambiado de hospedaje. Nada podía ser tan fácil.
—Y hablando de encontrar guaridas… Kurama. ¿Doy por hecho que también echará una mano con eso, Kintsugi-dono? Porque en los últimos tiempos se ha descubierto una pista muy importante al respecto. Aunque seguramente no sea yo la persona que deba dar la noticia —dijo, mirando primero a Shanise, y finalmente a Ayame. Después de todo, y según había sabido, era ella quien lo había descubierto. Gracias a cierto ser que a la Morikage no le haría ninguna gracia escuchar.
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Shanise asintió. «En lo concerniente a Dragón Rojo. Con eso dices mucho más de lo que crees, Kintsugi.»
—Así es. Cuando fue atacada por uno de los Generales, se descubrió una pista que podría llevarnos hasta a ellos. Tenemos indicios de que podrían operar al norte de nuestro país —explicó—. Próximamente enviaremos un operativo para investigar. Compartiré toda la inteligencia que obtengamos, si ambos están dispuestos a colaborar.
»Si Eikyū Juro se encuentra entre sus filas, se lo haremos saber.
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—Lo tendremos en cuenta.
Aquella fue la única respuesta que recibió Ayame por parte de la Morikage. Tal y como observó durante su fugaz encuentro en el Estadio de los Dojos, Kintsugi le propiciaba la más absoluta indiferencia. Como si no fuese más que un insecto en su zapato. Y no sabía qué era peor: si aquella indiferencia o que le mostrara abiertamente el odio que sentía hacia ella. Porque Ayame conocía la verdad: Ella no le era indiferente. Ella, como jinchūriki, no era más que uno de los reflejos de lo que más detestaba en todo Ōnindo.
—Os agradezco vuestra colaboración, Uzukage, Arashikage —añadió Kintsugi, con una respetuosa inclinación de cabeza—. Guardaremos esta información a buen recaudo y la utilizaremos de la mejor manera posible. En lo concerniente a Dragón Rojo, ambos tenéis la plena disposición de Kusagakure y del País del Bosque.
—Gracias —correspondió el Uzukage—. No cabe duda de que cualquier fisura entre nosotros la aprovecharán. Debemos colaborar más que nunca si queremos acabar con ellos. Claro que para eso antes habrá que encontrarles…
«Y pueden estar escondidos en cualquier agujero de Ōnindo...» Completó Ayame, con pesar. Ni siquiera el haber recuperado a Kaido les ayudaría a encontrarlos, estaba segura de que se irían moviendo de un escondite a otro. O eso, o se refugiarían bajo las alas de Umigarasu, si de verdad estaban compinchados con él, sabiéndose seguros entre los muros del País del Agua.
—Y hablando de encontrar guaridas… Kurama —añadió Hanabi, y Ayame levantó de golpe la cabeza, sobresaltada. El rostro de la muchacha había palidecido ligeramente al escuchar aquel nombre, pero se esforzó por disimular aquel sentimiento de terror que se anudaba en su pecho—. ¿Doy por hecho que también echará una mano con eso, Kintsugi-dono? Porque en los últimos tiempos se ha descubierto una pista muy importante al respecto. Aunque seguramente no sea yo la persona que deba dar la noticia.
Pero Yui se adelantó a la respuesta de Kintsugi.
—Así es. Cuando fue atacada por uno de los Generales, se descubrió una pista que podría llevarnos hasta a ellos. Tenemos indicios de que podrían operar al norte de nuestro país —explicó—. Próximamente enviaremos un operativo para investigar. Compartiré toda la inteligencia que obtengamos, si ambos están dispuestos a colaborar. Si Eikyū Juro se encuentra entre sus filas, se lo haremos saber.
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—Gracias —dijo Hanabi, ante la proposición de Kintsugi de colaborar para luchar contra la organización de Dragón Rojo—. No cabe duda de que cualquier fisura entre nosotros la aprovecharán. Debemos colaborar más que nunca si queremos acabar con ellos. Claro que para eso antes habrá que encontrarles…
—Estoy de acuerdo—asintió la Morikage—. Por nuestra parte, pondremos todos los esfuerzos posibles por rastrear el País del Bosque y encontrar cualquier pista que nos lleve hasta ellos.
—Y hablando de encontrar guaridas… Kurama —añadió Hanabi. Y Kintsugi pudo ver que, junto a la Arashikage, la jinchūriki dio un pequeño brinco, pero no le más atención de la necesaria—. ¿Doy por hecho que también echará una mano con eso, Kintsugi-dono? Porque en los últimos tiempos se ha descubierto una pista muy importante al respecto. Aunque seguramente no sea yo la persona que deba dar la noticia.
Kintsugi abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera pronunciar palabra, Shanise intervino:
—Así es. Cuando fue atacada por uno de los Generales, se descubrió una pista que podría llevarnos hasta a ellos. Tenemos indicios de que podrían operar al norte de nuestro país —explicó—. Próximamente enviaremos un operativo para investigar. Compartiré toda la inteligencia que obtengamos, si ambos están dispuestos a colaborar. Si Eikyū Juro se encuentra entre sus filas, se lo haremos saber.
—Se lo agradezco profundamente, Arashikage-dono. Eikyuu Juro sigue siendo una de nuestras mayores prioridades, y hasta el momento no hemos dado con ninguna pista que nos lleve hasta él —confesó, ciertamente contrariada—. Respondiendo a su pregunta, Uzukage-dono... —añadió, volviéndose hacia Hanabi. Y lanzó un largo y profundo suspiro—. Uno de nuestros shinobi tuvo un desafortunado encuentro con uno de esos Generales hace poco, mientras nosotros aún estábamos en el Valle de los Dojos. Fue en la estación de ferrocarriles. Nosotros ya no tenemos ningún contenedor que pueda resultarles de interés, así que desconocemos cuáles eran sus intenciones. Pero está claro que buscan algo más que el resto de los Bijū —Kintsugi plantó sendas manos sobre la superficie de la mesa, y su voz adoptó un nuevo matiz de firmeza cuando siguió hablando—. Ningún país está a salvo de las intenciones de ese Monstruo; así que, regresando a su pregunta, Uzukage-dono: Sí. Kusagakure también colaborará en la búsqueda y exterminio de ese Kurama, sus Generales y todo aquel que le siga.
»Pero seguiremos manteniendo nuestras condiciones.
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