3/10/2020, 16:09
(Última modificación: 3/10/2020, 16:11 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Shanise abrió y cerró la boca varias veces, con el dedo índice a medio cerrar y apuntando a Hanabi. No sabía muy bien qué decir. Parecía una gran broma, pero después de lo que les acababa de decir Kintsugi, no había espacio para las bromas.
Y a propósito de eso...
—Ahem. —Shanise se aclaró la garganta—. En fin, ahora hablaré contigo de eso, Hanabi. Por lo que respecta a tu perogrullada habitual llena de odio, Kintsugi, no me sorprende, pero desde luego, me decepciona. Esperaba que con esta reunión buscaras convertirte en algo más que en una colaboradora ocasional, pero veo que esto no va a ser así.
»Déjame advertirte algo: has repetido ya varias veces tu mierda de discurso, así que no es necesario que escupas más bilis hacia mi jinchūriki y mi compañera Kokuō. Todos aquí sabemos lo que piensas al respecto, y nadie te ha preguntado cómo te apetece llamarles ahora, qué nuevo insulto ingenioso se te ha ocurrido para definirlos. Aotsuki Ayame está aquí, Morikage. Presente. En representación del gobierno de Amegakure y en la mía propia, y por tanto, en representación de mi País. Cualquier calificativo despectivo hacia ella es un insulto y una afrenta a mi propio país, y por tanto un conflicto diplomático.
»De modo que ahora, limítate a imponer tus términos y recibir los nuestros de vuelta. El resto de comentarios te los vas ahorrando, pues no los toleraremos. Quédatelos en la cabeza. Sin duda todos aquí pensamos muchas cosas de ti que no te estamos diciendo. Y las que te hemos dicho en anteriores reuniones no te las repetimos como si fueras una cría. No estamos para eso. —La Tormenta de Yui era una algarabía de rayos, huracanes y marejadas sin control. La de Shanise era igual de implacable, pero en lugar de estar pintada con una brocha y un cubo de pintura estaba delicada y meticulosamente dibujada con la punta de un fino pincel y el fluído devenir de las acuarelas—. Pero por supuesto un detalle que se me ha olvidado mencionar, ya que has dejado caer que en tu país tus shinobi sí levantarán la mano contra los jinchūriki de nuevo: los míos batirán a cualquier shinobi de tu aldea para el que no hayas solicitado autorización, o se exceda en sus funciones previamente anunciadas, o husmee más de la cuenta. No habrán preguntas, no habrá avisos.
»¿Han quedado claros mis términos o debo repetirlos? —preguntó—. Bien —sentenció, sin embargo, sin esperar la respuesta. La daba por entendida—. Hanabi, no creo que a Kusagakure le interese la historia de un bijū con bandana. Así que si a dicha aldea sólo la movía el interés por Dragón Rojo, y no hay nada más que tratar, creo que Kintsugi no tendría, en principio, nada más que hacer aquí. O si lo prefiere, nos vamos nosotros a un lugar más relajado a charlar sobre ello.
Shanise había evitado cruzar la mirada con Ayame, pero las continuas puñaladas verbales de Kintsugi no debían quedar sin respuesta. Y no quería ni imaginarse cómo estarían Ayame y Kokuō ahora mismo.
La mujer cogió sus papeles y los cuadró con dos suaves golpecitos sobre la mesa. Desató la carpeta en la que los traía y los guardó con aparente calma.
Y a propósito de eso...
—Ahem. —Shanise se aclaró la garganta—. En fin, ahora hablaré contigo de eso, Hanabi. Por lo que respecta a tu perogrullada habitual llena de odio, Kintsugi, no me sorprende, pero desde luego, me decepciona. Esperaba que con esta reunión buscaras convertirte en algo más que en una colaboradora ocasional, pero veo que esto no va a ser así.
»Déjame advertirte algo: has repetido ya varias veces tu mierda de discurso, así que no es necesario que escupas más bilis hacia mi jinchūriki y mi compañera Kokuō. Todos aquí sabemos lo que piensas al respecto, y nadie te ha preguntado cómo te apetece llamarles ahora, qué nuevo insulto ingenioso se te ha ocurrido para definirlos. Aotsuki Ayame está aquí, Morikage. Presente. En representación del gobierno de Amegakure y en la mía propia, y por tanto, en representación de mi País. Cualquier calificativo despectivo hacia ella es un insulto y una afrenta a mi propio país, y por tanto un conflicto diplomático.
»De modo que ahora, limítate a imponer tus términos y recibir los nuestros de vuelta. El resto de comentarios te los vas ahorrando, pues no los toleraremos. Quédatelos en la cabeza. Sin duda todos aquí pensamos muchas cosas de ti que no te estamos diciendo. Y las que te hemos dicho en anteriores reuniones no te las repetimos como si fueras una cría. No estamos para eso. —La Tormenta de Yui era una algarabía de rayos, huracanes y marejadas sin control. La de Shanise era igual de implacable, pero en lugar de estar pintada con una brocha y un cubo de pintura estaba delicada y meticulosamente dibujada con la punta de un fino pincel y el fluído devenir de las acuarelas—. Pero por supuesto un detalle que se me ha olvidado mencionar, ya que has dejado caer que en tu país tus shinobi sí levantarán la mano contra los jinchūriki de nuevo: los míos batirán a cualquier shinobi de tu aldea para el que no hayas solicitado autorización, o se exceda en sus funciones previamente anunciadas, o husmee más de la cuenta. No habrán preguntas, no habrá avisos.
»¿Han quedado claros mis términos o debo repetirlos? —preguntó—. Bien —sentenció, sin embargo, sin esperar la respuesta. La daba por entendida—. Hanabi, no creo que a Kusagakure le interese la historia de un bijū con bandana. Así que si a dicha aldea sólo la movía el interés por Dragón Rojo, y no hay nada más que tratar, creo que Kintsugi no tendría, en principio, nada más que hacer aquí. O si lo prefiere, nos vamos nosotros a un lugar más relajado a charlar sobre ello.
Shanise había evitado cruzar la mirada con Ayame, pero las continuas puñaladas verbales de Kintsugi no debían quedar sin respuesta. Y no quería ni imaginarse cómo estarían Ayame y Kokuō ahora mismo.
La mujer cogió sus papeles y los cuadró con dos suaves golpecitos sobre la mesa. Desató la carpeta en la que los traía y los guardó con aparente calma.