5/12/2020, 18:41
A pesar del opaco día que era aquel Mizuyōbi, los ánimos de Ranko ardían intensamente. Después de un no muy pesado pero proteínico almuerzo, se encontró con Daigo y le saludó alegremente con una cada vez menos formal reverencia. Vestía una blusa similar a las de siempre, esta vez turquesa, de mangas hasta los codos. Sus pantaloncillos, también eran ligeramente más largo, llegando hasta la rodilla. Sus guantes y zapatos eran verde azulado, y su gargantilla, con una pequeña perla de jade, era del mismo color que su blusa. Entre charlas sobre movimientos y ejercicios practicados durante los días pasados, arribaron al lugar. Ranko se asombró al ver el techo del dojo, y su emoción aumentó incluso más.
Sin embargo, al llegar al sitio, un sentimiento extraño recorrió su espalda. Entre los gritos de ”¡Máximo esfuerzo!” y los chismes sobre la línea de botines de una tal Moku Kūmi, la de la trenza se tornó un tanto nerviosa. No. Muy nerviosa. Era como si un curiosamente cruel dios del destino se les opusiera lentamente. ¿Habría alguien escuchado su código? ¿Qué probabilidades había?
—D-Daigo… —Fue lo único que alcanzó a susurrarle antes de que el viejo, quien luego se presentaría como Zaofu, les abriera la puerta. A pesar de sus ojos, no parecía del todo ciego, como si supiera dónde estaban y quiénes eran. ¿Era eso de que al no poder ver se potencian los demás sentidos?
Los alumnos, ya apaleados, parecían advertirles. ¿Les advertían que tuviesen cuidado de no lastimar al maestro o de no salir lastimados ellos mismos? Al verlos en tan mal estado, Ranko supuso que no podían desestimar la fuerza de aquel maestro.
—¡E-entendido, maestro Zaofu! —Ranko le dedicó una profunda reverencia, luego se dirigió a su compañero —. ¿Listo, Daigo?
Ranko se posicionaría del otro lado, frente al maestro, pero dejándole espacio al peliverde. Adoptaría la pose del Conejo Blanco, con la pierna y brazo derechos flexionados, el puño diestro apuntando al cielo, y la pierna y brazo izquierdos estirados, paralelos. La postura de Zaofu se le hizo extraña, no en sí por la posición en sí, sino porque no les apuntaba a ellos. Ranko miró al boxeador, ligeramente consternada, pero devolvió los ojos al anciano un instante después. La chica mantendría su postura hasta que Daigo se preparara, y no actuaría sino hasta después del peliverde.
Sin embargo, al llegar al sitio, un sentimiento extraño recorrió su espalda. Entre los gritos de ”¡Máximo esfuerzo!” y los chismes sobre la línea de botines de una tal Moku Kūmi, la de la trenza se tornó un tanto nerviosa. No. Muy nerviosa. Era como si un curiosamente cruel dios del destino se les opusiera lentamente. ¿Habría alguien escuchado su código? ¿Qué probabilidades había?
—D-Daigo… —Fue lo único que alcanzó a susurrarle antes de que el viejo, quien luego se presentaría como Zaofu, les abriera la puerta. A pesar de sus ojos, no parecía del todo ciego, como si supiera dónde estaban y quiénes eran. ¿Era eso de que al no poder ver se potencian los demás sentidos?
Los alumnos, ya apaleados, parecían advertirles. ¿Les advertían que tuviesen cuidado de no lastimar al maestro o de no salir lastimados ellos mismos? Al verlos en tan mal estado, Ranko supuso que no podían desestimar la fuerza de aquel maestro.
—¡E-entendido, maestro Zaofu! —Ranko le dedicó una profunda reverencia, luego se dirigió a su compañero —. ¿Listo, Daigo?
Ranko se posicionaría del otro lado, frente al maestro, pero dejándole espacio al peliverde. Adoptaría la pose del Conejo Blanco, con la pierna y brazo derechos flexionados, el puño diestro apuntando al cielo, y la pierna y brazo izquierdos estirados, paralelos. La postura de Zaofu se le hizo extraña, no en sí por la posición en sí, sino porque no les apuntaba a ellos. Ranko miró al boxeador, ligeramente consternada, pero devolvió los ojos al anciano un instante después. La chica mantendría su postura hasta que Daigo se preparara, y no actuaría sino hasta después del peliverde.
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