9/12/2020, 21:40
(Última modificación: 9/12/2020, 21:44 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Cuando Daigo despegó los pies del suelo, la pelea había comenzado, y para el maestro Zaofu, que jugaba con lo inesperado, eso significaba activar su Byakugan. La táctica de Daigo siempre resultaba algo sorpresiva, pero Zaofu era de la antigua escuela de Kenzou: uno nunca era tomado por sorpresa si siempre era más rápido en prepararse. Y para él, el peliverde no era más que un saco de plomo, pisando fuerte pero torpemente el suelo, renqueando de forma estúpida hacia él. Su sombra, nada más que el breve reflejo de un pájaro sobre la impertérrita superficie de un lago.
No reaccionó al golpe fantasma, volteándose directamente hacia el muchacho. Vino el segundo, y Zaofu solo tuvo que usar el pie izquierdo como pivote para voltearse. Tomó el antebrazo de Daigo con la mano izquierda, la nuca con la derecha y le reventó la nariz contra el muro a su espalda. Se retiró con un par de pasos ágiles. Sus pies apenas rozaban el suelo, como si el mero acto de caminar fuera una falta de respeto al tatami.
—Lento y patoso. Muchas luces, ¿pero eso en qué te convierte? —escupió, sagaz—. ¿En el cartel de un prostíbulo en Shinogi-to?
No reaccionó al golpe fantasma, volteándose directamente hacia el muchacho. Vino el segundo, y Zaofu solo tuvo que usar el pie izquierdo como pivote para voltearse. Tomó el antebrazo de Daigo con la mano izquierda, la nuca con la derecha y le reventó la nariz contra el muro a su espalda. Se retiró con un par de pasos ágiles. Sus pies apenas rozaban el suelo, como si el mero acto de caminar fuera una falta de respeto al tatami.
—Lento y patoso. Muchas luces, ¿pero eso en qué te convierte? —escupió, sagaz—. ¿En el cartel de un prostíbulo en Shinogi-to?
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